Aquella mañana
Dos almas solitarias... tristes tal vez se encontraron tras una fria pantalla de un ordenador...quien diria que esa mañana conocerian la pasión?
¿Fue la casualidad o el destino lo que hizo que se encontraran aquella mañana fría?. Quizá se habían buscado durante largo tiempo y fue ese momento el apropiado. Lo cierto es que se encontraron a solas cuando lo habitual es que hay mucha gente a esas horas intentando compartir sus frustraciones, apagar la sed de un instante, su escasez de cariño, su soledad , unas veces enfermiza, otras angustiosa. Algunos buscan un achuchón rápido y fugaz antes de que regrese su pareja. También los hay que buscan compartir su cariño, su soledad o sus ganas de dar sin metas planeadas, sin objetivos previos, sin pretensiones.
Algo así debió suceder esa mañana. Dos almas solitarias, algo tristes tal vez, se encontraron tras una fría pantalla de ordenador. ¿Fría, querida lectora? Nunca había sentido algo tan cálido, tan tierno, la pantalla no era sino la ventana por la que pasábamos nuestras manos, nuestros labios, nuestros cuerpos para acariciar la piel del otro, para sentir la pasión de unos labios deseosos de entregarse al placer más absoluto, al deseo más puro de dar amor y compartir las caricias, los besos, los deseos, calor y el cariño hecho deseo.
Es posible que quien no haya experimentado estas sensaciones piense que es imposible sentir en la distancia, tocarse desde tan lejos, unas manos acariciar tu piel, sentir unos labios pegados, entrelazados en un beso sin fin, un fuego recorrer los cuerpos de ambos, desde la boca al cuello, desde la espalda al pecho, desde los pezones a la tripa, a los muslos, al sexo. Pues amigo mío, si no lo has experimentado no sabes lo que te has perdido!!,. Porque eso sentimos dos personas, un profesor y una alumna, que esa mañana se desearon, se dieron en cuerpo y alma, gozaron de sus cuerpos con una pasión que les hizo vibrar, sentir, oler, mamar, chupar, lamer, abandonarse uno al otro hasta llegar a orgasmos, a correrse de felicidad dentro del otro, a darse el uno al otro sin pedir nada a cambio, a quitarse la vez para dar , para besar, para acariciar.
Desde el primer momento acercaron sus labios. Ambos lo deseaban, ambos sentían una atracción irresistible hacia los labios del otro que los hizo sentar frente a frente sintiendo la piel erizarse de placer mientras los juntaban. Se dieron un beso eterno, dulce, tierno que les hizo ver el cielo. Ambos jugaron con sus lenguas, las entrelazaron dentro de sus bocas, las apretaron con sus labios como queriendo exprimir la pasión que hay en ellas. El cogió un caramelo, se lo metió en la boca y lentamente, como con el deseo de retrasar el placer que ha de venir, se lo metió en la boca de ella. Lo cogió, lo chupó y la lengua de él se deslizó en la boca de ella en busca del tesoro sabiendo que el caramelo era una simple excusa, un rito para tocar, sentir la piel, la humedad de los labios del otro. Lo mismo hizo ella, se lo pasó a su profe, se lo metió en la boca y él lo escondió bajo su lengua deseando que ella lo buscara, encendiera su pasión mientras recorría con su lengua todos los rincones de su boca. Sólo los dos saben la pasión, el deseo, las ansias que recorrían sus cuerpos. Este narrador no es capaz de expresarlo con palabras, sólo su corazón, su cuerpo entero saben cómo fue. Así le pasó a ella, no lo dudes, querida lectora.
Sus cuerpos estaban juntos, pegaditos, acariciando sus caras, sus cuellos, cada milímetro de piel. Manos y bocas derramaban pasión en la piel del otro. Las manos de él cogieron su cintura, recorrieron su espalda poco a poco, con ternura y pasión y se fueron acercando a sus pechos que ya entonces sentían el calor, el fuego dentro de ellos. Su boca fue lamiendo los pechos de ella lentamente, disfrutando de un manjar maravilloso, saboreando de antemano el placer que se avecinaba. Sus dedos se acercaron a sus pezones, duros ya, arrebatadores ante los ojos y boca de él. Los cogió con sus dedos, apretándolos ligeramente, acercó su boca y los besó. Primero fue el derecho. Su lengua se movía, se deslizaba por cada recoveco de sus tetas, sus labios se fueron al pezón, lo humedecieron. La dulzura, la pasión y el deseo se mezclaban en aquellos movimientos. Chupó sus pezones, los absorbió como queriendo sacar aire de ellos, y jugó con su lengua sobre ellos, alrededor de ellos sintiendo que a ambos se les erizaba la piel, como el placer recorría sus cuerpos y se mostraba con más ardor en su coño y en su polla. La boca se fue hacia el pezón izquierdo, lo chupó lo lamió, lo deseó, se lo comió con una pasión irrefrenable, un placer indescriptible.
Sus manos fueron bajando poco a poco hacia la tripa, hacia las piernas. El le pasó las manos por los muslos, la acarició mientras las subía hacia su coño por debajo de la falda. Ella le correspondía con besos, con su lengua, sus labios, sus pezones hinchados. Le bajó el pantalón con ternura, deseando que él sintiera el preludio de la pasión, sintiendo que su polla se endurecía cada vez más ante la cercanía de su boca.
Se tumbaron en el sofá. El tiró de sus piernas, las sacó del sofá y las puso sobre sus hombros. Sus labios empezaron a recorrer sus muslos, se acercaban lentamente a su sexo mientras sus manos sujetaban sus nalgas, las apretaba, las acercaba a su boca. La lengua se movió junto a su culito, la chupó lentamente y empezó a lamer toda su raja , desde atrás hacia delante, saboreando cada lametón y sintiendo la humedad en su coño. Allí se detuvo la lengua de él, chupó, lamió, mordisqueó con suavidad la entrada de esa cueva que esconde tanto ardor. Metió su lengua dentro, se movió hacia dentro, por las paredes, se la hundió hasta el fondo mientras sus manos acariciaban sus pechos y su nariz acariciaba el clítoris. Ella gemía, hablaba con pasión, deseaba llegar a un orgasmo de ensueño y él deseaba que fuera el más placentero de su vida. Y así sucedió, se movió, los espasmos recorrieron su cuerpo, sintió el cielo dentro de su coño, por todo su cuerpo.
Fue entonces cuando ella se acercó a él de nuevo acariciando con suavidad el sexo de él. Sus manos se acercaron a su polla, transmitiendo amor y deseo al cuerpo de él. Su boca y sus manos trabajaron con ahínco para hacerle sentir el cielo. Su lengua rodeaba su capullo, lo chupaba con amor, con dulzura con deseos de hacerlo el hombre más feliz del mundo, su boca y sus manos acariciaban sus huevos, los chupaban con ardor. El ya no se aguantaba de placer, pero no deseaba que aquello se acabara en un suspiro y le pidió a ella que se tumbara. El sexo de ambos se encontraron pronto con sus bocas. Ambos se dieron el alma en sus caricias, con sus labios y lengua en el sexo del otro. Se chuparon, mamaron, lamieron, sentían la humedad de sus sexos en la boca, se deseaban, deseaban darse el fuego que salía de sus bocas. Largo tiempo duró aquel banquete de besos, caricias, lametones.
Ya no podían aguantar más. Ella se levantó. Los dos querían sentir el sexo dentro de su cuerpo y aquello fue como una fiesta, un banquete de amor. Ella lo montó. Cogió su polla y se la metió en su coño húmedo, deseoso de recibir aquella polla ciega de pasión. Se la metió lentamente, movía sus nalgas subiendo y bajando, metiéndose la polla dentro, moviéndose acompasadamente como en un baile sin fin. El se dejaba hacer, empujando su polla hacia el coño, a veces lentamente, a veces con un fuerte empujón que hacía que ambos gritaran de placer.
Lo que siguió después fue indescriptible. Gemidos, suspiros, alaridos de placer en ambos. Los dos movían sus cuerpos hasta encontrarse, hasta sentir la piel del otro pegada en cada cuerpo, empujando , él hacia arriba, ella hacia abajo.
No sabría decir quién sugirió otra postura, otro rato de pasión. Lo cierto es que ella se tumbó en el sofá, con las piernas fuera. El las puso en sus hombros mientras miraba con delicia el cuerpo de ella, sus labios, su pecho, su sexo. Le abrió las piernas con dulzura, sintió su sexo húmedo y deseoso de recibir su semen. El acercó su polla lentamente, la pasó por su sexo, por su clítoris, la entrada de su coño, su culo. Poco a poco fue abriéndose paso hacia su coño, primero lentamente sintiendo sensaciones de una intensidad indescriptible mientras se la metía hasta dentro. Empezó el frenesí de nuevo en los cuerpos de ambos. El sacaba y metía, se movía tocando con sus huevos el culo de ella. Ella movía su cuerpo, su cintura, su culo para sentir y hacer sentir a él deseos de follarse, de sentirse dentro del otro, de compartir la pasión hasta el final. Apretaban con fuerza, se movían, gritaban, jadeaban, se follaban al unísono. Y llegó el éxtasis, el deseo convertido en cielo, la carne convertida en fuego. Ambos se corrieron casi simultáneamente. El empujando con espasmos continuos , jadeando vertiendo el semen dentro de ella, ella suspirando, jadeando de placer recibiéndolo y moviéndose acompasadamente mientras disfrutaban del orgasmo más maravilloso que ambos habían sentido jamás.
Los movimientos siguieron un buen rato, los cuerpos fueron apagando el fuego abrasador que los había consumido durante tanto rato. Se quedaron así, acurrucados, sintiendo la piel del otro, acariciándose, besándose con dulzura, con una ternura propia de dos almas gemelas que desean no separarse nunca.
Se acurrucaron los dos. Sus cuerpos se juntaron, se abrazaron, se acariciaron con dulzura, se besaron con ternura, deseando que aquello no acabara nunca.
Sabían desde entonces que aquello era el principio de algo muy bonito, especial, tierno y duradero. No sabían cómo ni qué, pero sabían que dos almas errantes, deseosas de dar amor se habían encontrado delante de ese cristal que tantos piensan frío y distante. ¿Crees ahora que lo es, querida lectora, querido lector?
2 de marzo 2004