¡Aquella maldita Boda se me fue de las manos!

Vigila a qué fuego te arrimas.

No me explicaba cómo había acabado así…. De pie, de cara a un murete bajo, las manos apoyadas en la piedra caliza, mi precioso vestido negro arruinado, agolpada la falda y la parte superior sobre mi cintura, mis pechos al aire, siguiendo el ritmo de las embestidas de aquel tipo a mi espalda que me penetraba…..

Sucedió un Junio de hace 4 años, aquel fue el comienzo de lo que luego resultó ser un cálido estío… y la verdad es que, cuando lo pienso, fui yo misma la responsable de elevar la temperatura del planeta un grado.

Mi marido y yo habíamos prácticamente estrenado los 40 y llevábamos una vida familiar asentada y tranquila. Y esa es una edad muy mala para una mujer o por lo menos lo fue para mi; porque ya no podías decir que fueras una jovencita y a la vez todavía el cuerpo te pedía mucha marcha.

El caso es que nos invitaron a una boda de un compañero de trabajo de mi Marido. No era la circunstancia ideal, porque podéis imaginar que prácticamente no conocía a nadie, pero a la vez era un planazo, porque se celebraba durante un fin de semana en una especie de cortijo, en la que no solo se realizaba el banquete, sino que además un grupo de nosotros se alojaba en habitaciones preparadas a tal fin, prácticamente con la organización de un hotel.

Era la situación especial para alejarse de la rutina, de los niños y me lo tomé en serio. Intenté llegar en buena forma para poder lucir un vestido negro precioso, muy especial, que me había comprado años atrás, demasiado escandaloso para usar a diario. Dejaba toda la espalda al aire y tenía un escotazo de vértigo…. Y la longitud exacta para ser adecuado para el día y para la noche, exactamente lo que iba a durar aquel festejo.

Llegamos el viernes a la tarde, el día antes de la ceremonia.

Y el resto de los invitados “especiales” también. Nos acomodamos y el sitio era espectacular. Una habitación muy amplia, con unas vistas espectaculares al campo. Cinco minutos después de cerrar la puerta de la habitación tras nuestras espaldas,  estaba haciendo el amor con Carlos, mi marido. Siempre se nos ha dado bien, aunque hiciera años que hubiéramos perdido un poco el ritmo. Pero es que cuando me pongo me pongo.

Esa noche hicimos una cena en familia. Me costó meterme en harina porque no conocía a nadie, pero en seguida hice migas con un compañero del mismo Departamento de mi Marido: Luis, un hombre espectacular que acudió sin pareja al evento, solo acompañado de un cochazo de lujo. Era todo un galán, alto, fuerte, atento y guapo. Desde el primer minuto estuve a gusto sentada a su lado. Poco a poco fui interactuando con el resto: El Jefe de mi marido y su mujer, un poco estirados, parte de la familia del Novio, muy agradables e incluso Mario, del que ya estaba apercibida. Era el enemigo natural de mi marido en la empresa, aquel que había robado su sueño de entrar en el comité de dirección de la compañía apenas hace un año… hay heridas que no se secan. Mario me pareció desde el primer segundo un niñato pretencioso, un guaperas con reminiscencias italianas y estilo entre moderno y demoré y su novia un trozo de plástico correctamente modelado. Recuerdo sin embargo aquella cena como muy agradable, prácticamente disfrutando de una luz crepuscular que venía del sol que caía a cámara lenta en el horizonte del campo y una brisa entre cálida y fresca que te acariciaba el cuerpo. Y el tiempo voló y la velada murió.

La mañana siguiente fue el mismo tipo de estrés que sufrimos, especialmente las mujeres, antes de cada boda: la peluquería, el maquillaje y esa sensación de ir perdiendo la batalla al reloj. El resultado dejó a mi marido perplejo, lo pude ver en sus ojos. Estaba increíble en ese vestido y sobre esos zapatos de tacón desafiando a la gravedad.

La ceremonia pasó rápida y sencilla, lo cual fue de agradecer y enseguida estábamos en el patio del Cortijo, refugiados del sol del mediodía que caía a plomo sobre nuestras cabezas. Aproveché los contactos que había hecho la noche pasada y estuve hablando con mucha gente, sin separarme mucho de mi marido, incluso con Mario, pero sobre todo con Luis, el compañero de Carlos, que era un encanto.

Coincidimos el mismo grupo en la mesa y la comida se alargó y la bebida se amontonó. Durante aquella tarde recuerdo haber tenido sensación de estar a tope y de resaca, de manera alterna, durante diferentes horas.

Cayó la noche rápido y el festejo se trasladó a una especie de bodega situada cerca de la puerta del Cortijo, a unos 200 metros de las Habitaciones, lo cual resultaba muy adecuado, puesto que había gente empezando a pinchar, fruto del cansancio y de la bebida y se dirigía a descansar.

Yo estaba a tope, era mi momento. El local era pequeño, oscuro y fresco y la música rebotaba sobre las paredes abovedadas de ladrillo y adobe. Yo vivo la música, la siento dentro… Mi marido no…. Pero ya me conocía el asunto así que obviando mis pies que me estaban empezando a pasar factura, disfrutaba sola cómo loca de dejarme llevar por el ritmo. De repente apareció Luis, en sus manos traía dos gin tonic, uno con mi nombre. Lo agradecí y casi apuré de un trago, disfrutando de su sabor amargo y su fría temperatura en mi garganta. Y al bajar el vaso levanté los ojos y lo vi a él, a Luis… pero cómo si fuera la primera vez que lo viera y me recorrió un escalofrío por la espalda al contemplar como su camisa, cuidadosamente desabrochada  en los tres primeros botones, permitía asomarte a la piel de su tórax, que parecía tallado en marmol, pero en una piedra cálida y vital y sus antebrazos firmes al aire liberados de la manga. Madre mía, menudo pedazo de hombre…

Es evidente que me lo vio en la mirada y enseguida, con gracia, me agarró y empezamos a bailar. Disfrutaba aquel baile como si fuera una danza tribal, prácticamente en éxtasis… nos movíamos al unísono siguiendo sincopados los típicos ritmos caribeños de esos festejos, pero tenía la sensación de que estábamos sincronizados, mis sentidos alerta, sintiendo todo: el roce de mis pechos cuerpo contra su torso apolineo, su mano sujetando mi mano, su otra mano recorriendo mi espalda desnuda e incluso más abajo y girando para volver como por inducción magnética a chocar contra su cuerpo, duro y cálido…. Y lo sentía todo a la vez y me estaba excitando como pocas veces me había excitado…

Aproveché el final de una canción y me solté de su hechizo….. levanté la cabeza y miré alrededor, pero mi cerebro extasiado apenas permitía a mis ojos enfocar. Quedaba muy poca gente y los que quedaban no estaban para orden de revista…. Intenté salir de mi sopor sexual, recomponerme y haciendo un esfuerzo pude ver a Carlos, mi marido, en un rincón. Me acerqué a él.

  • Carlos, cariño ¿cómo estás?
  • Doblado - respondió
  • ¿quieres que nos vayamos a la habitación?
  • No, ya me voy yo - prácticamente arrastrando las palabras por la borrachera - te dejo en buenas manos… - me pareció que lo decía en serio, no parecía que estuviera molesto, ni que se hubieses percatado que su mujer estuviera rendida y totalmente entregada en otros brazos.
  • Pues si no te importa, yo me quedo, bailo un poco más y enseguida voy - y casi sin despedirse mi Marido giraba y se dirigía hacía la puerta.

Al momento doblé en redondo y allí estaba él. Extrañamente tranquilo. Me acerqué mirándole a los ojos y prácticamente paré cuando mis labios tropezaron con sus labios… sin inmutarse, me giró y empezó a bailar, mi espalda pegada a su pecho, su cabeza apoyada en mi hombro derecho y sus manos en mi cintura…. Se cimbreaba sobre mi espalda, notaba la dulzura de su aliento en mi oído, casi perdiendo el equilibrio….sus manos bajaban deslizándose por mis caderas y ascendían hasta el lateral de mis pechos, produciendo unas descargas de placer inversas… y abrí los ojos y me di cuenta de que prácticamente estábamos solos… y que los que aún estaban allí estaban literalmente a sus asuntos….e incluso podría jurar que la pareja del rincón oscuro a la izquierda estaban haciendo alguna cosa más que comerse la boca con desenfreno…. Y yo estaba tan extasiada que me pareció natural apretar mi trasero contra su entrepierna, siguiendo el ritmo, porque quería sentirlo, estaba disparada y era suya y notaba como mi cuerpo se humedecía y se preparaba para entregarse…. Sin embargo era raro…. No lo notaba erecto y yo me estaba desmayando por sentirle así…. ¡Y entonces me di la vuelta y le besé! Fue tan natural, que no pensé en las consecuencias…. Pero también en un segundo, como si se hubiera no desinflado, sino pinchado un globo, todo el momento se derrumbó… de repente su cuerpo estaba tenso, inmóvil y frio y sus labios eran como los de un dios muerto….

  • Lo siento Elena - me dijo Luis, con lo que parecía arrepentimiento real en sus ojos
  • No…no, tranquilo, discúlpame tu - balbuceé - no sé que idea ha pasado por mi cabeza - mentí.
  • A mi me gustan los hombres - supongo que está revelación me cayó encima como una sentencia a muerte por estupidez
  • ¡Ah! Dios mío…. No me puedo sentir más tonta - respondí sonrojándome… con razón mi marido me dijo que me dejaba en buenas manos - yo no soy así, perdóname, de verdad.
  • No seas tonta - pero la situación era tan alarmante que le di un beso inocente en la mejilla y marché, luchando por no correr…..

Al salir el fresco de la noche me sacudió una bofetada… el oxigeno entraba en mis pulmones y parecía que iba directo a mi cabeza, todavía hechizada de endocrinas por la excitación. Se veía al fondo la entrada al hall del cortijo, el tramo tranquilo, solo se oían los sonidos tranquilizantes del campo. En el intermedio había una rotonda con dos olivos centenarios preciosos y cuando me iba acercando puede ver una figura apoyada, con estilo, en el árbol.

  • ¿Qué tal reina…. Mal día de caza? - en ese momento encendió un cigarro y la luz del mechero me permitió reconocer su rostro; era Mario, el archi enemigo de mi marido.
  • ¿A qué te refieres? - respondí tratando en vano de hacerme la despistada.
  • Bueno….yo estaba hay dentro. He podido ver muy bien como el marica de Luis ha precalentado el horno y luego no ha cocinado el pavo.
  • ¿Pero de qué coño hablas? - le contesté tratando de pasar de él
  • Tranquila, que no pasa nada… somos humanos. ¿quieres una cerveza? - me preguntó alargando el brazo y poniendo a mi alcance una botella que sudaba de apetecible  condensación
  • Gracias - y se la arranque de la mano y di un gran trago
  • ¿Volvemos a empezar? - me preguntó aparentando un tono conciliador.
  • Intentalo.
  • Muy bien: somos mayorcitos, estas cosas pasan en las mejores familias…. Tu marido ha abandonado la trinchera, te han calentado de lo lindo….
  • ¡AJA! - realmente no me interesaba
  • Y la tonta de mi novia está con una mandanga del terror en la cama…. - me dijo mirándome de arriba y abajo…. Lo cual me hizo recuperar sin querer el interés en esa décima de segundo.
  • ¿y….? - le pregunté altiva, apurando el resto de la cerveza de un trago
  • Pues que entre gente civilizada - dijo lentamente, mascando las palabras bajo su sutil acento italiano - lo normal sería que entre nosotros nos arregláramos.

Y de esta forma acabé en un páramo, a escasos 500 metros del cortijo, en un camino circunscrito sobre dos muros bajos de piedra, que conducía a un río que se adivinaba en el oído, peor que desnuda, mi precisos vestido chafado y agolpado en la cintura, apoyada con las manos en el muro del lado derecho, ofreciendo solícita mi grupa,  mientras Mario, a mi espalda me penetraba sin compasión…. No había habido preliminares, no había sido sutil, ni delicado…. No lo necesitaba… mi cuerpo llevaba muchos minutos preparado y el se afanaba a tope y sin hacer prisioneros, entrando y saliendo de mi vagina de manera salvaje, su pene henchido, grueso, apretándome, chocando su pelvis contra mis glúteos de manera brutal y acompasada, sonora, por sus embestidas y por mi sexo por largo tiempo y otro hombre encharcado…. Y por sorpresa me pellizcaba los pechos, los pezones, en la frontera del dolor y el placer o bajaba sus manos a mis caderas para ganar empuje y embestirme de nuevo hasta el fondo y más allá.

  • Te gusta zorra….. no sabes lo que me pone follarme a la mujer del subnormal de Carlos - me susurró con chulería al oido
  • Hijo de puta - le grité mientras le golpeaba en el abdomen con el codo derecho sin causar aparente efecto.
  • Dime que pare y se acabó
  • Vete a la mierda - volví a gritar, de manera rota porque en ese preciso instante intensificó su penetración y enseguida lo noté, cambió a un ritmo más pausado y a cada embestida se le sucedía un suspiro profundo y sordo y su pene cambiaba, se ensanchaba y vibraba…. Y noté, sin poder poner remedio, como Mario se derramó en mí, casi como cuando un león marca su territorio en un árbol….
  • Lo siento Reina, no ha habido tiempo para que llegaras tu a la meta - dijo con un cara de absoluto éxtasis, su pene goteando al suelo semen en su extremo.
  • Lo dicho….. vete a la mierda - me puse las bragas, recompuse cómo pude el vestido y salí corriendo.

Cuando llegué a mi habitación abrí la puerta con sumo sigilo… desde el fondo se oía la pesada respiración de Mario durmiendo, me deslicé del vestido y lo colgué en una percha, intentando reconstruirlo… en el baño me quité las bragas…. Estaban empapadas… de mis flujos pero sobre todo de haber contenido su semen escapando resbalando de mi vagina. Las tiré al suelo y en el bidé me limpié, me puse el camisón y me perfumé…. Olía a sexo y ahora me daba nauseas… y sin romper el aire me metí en la cama y al apoyar la cabeza me quedé dormida… o en trance.

A la mañana siguiente todo eran caras largas… quien más quien menos tenía resaca y las mesas de desayuno parecidas una convención de zombies. Carlos se había despertado antes y estaba en aparente buen estado, apurando un cafe y una tostada mientras leía el periódico… Mario estaba al fondo con su novia de postal, pero ni siquiera me miró al entrar… aunque me constaba que me había visto.

Acabé el desayuno sin estar muy comunicativa, hundida en el remordimiento… bajamos a la habitación, hicimos las maletas y al salir por la puerta de la habitación le dije a Carlos:

  • Cariño, ¡echa un vistazo que no nos dejemos nada!! - al segundo respondió
  • Pues si nos dejábamos algo - traía en las manos mis bragas de anoche, obviamente echas polvo, acartonadas, retorcidas y sospechosas… se las arranqué de las manos sonrojada
  • Madre mía… parece que han librado una batalla - si tu lo supieras… pensé, pero callé.
  • Bueno… no te pongas paranoico…. Bien sabes que me dejaste en buenas manos - le dije con encanto y sonrisa cínica
  • ¡Cierto! - y rió….. y esa risa me devolvió, casi como a través de un agujero de gusano, a mi monótona y apreciada rutina.