Aquella comida de coño

Hace años una amiga me confesó que encontrar a un hombre que follase bien no era complicado, pero que encontrar un autentico experto en el cunilingus era como hallar un tesoro.

No me podía creer lo que me estabas contando, una mujer como tú, que me había enseñado tanto sobre el sexo, una hembra que destilaba pasión en cada movimiento, una diosa del sexo oral… Me confesaba que nunca había conseguido correrse mientras le comían el coño.

- Menuda panda de inútiles. - Fue lo único que atiné a decir. No tenia nada en contra de tus ex (la mayor parte, buenos amigos), pero es que… manda cojones. Aquello había que solucionarlo y sin tardar.

No es por presumir, pero siempre me he considerado un virtuoso del sexo oral. Hace años una amiga me confeso que encontrar a un hombre que follase bien no era complicado, pero que encontrar un autentico experto en el cunilingus era como hallar un tesoro; desde ese día me obsesione en perfeccionar mi técnica y, modestia aparte, siempre he despertado elogios al finalizar mi trabajo. Así que esa confesión me alteró profundamente.

- Cariño, prepárate porque te voy a hacer la mejor comida de coño de tu vida . – Tu cara de perplejidad no podía esconder una profunda excitación.

Sin más preámbulos te rodee con el brazo y mis dedos hábiles y conocedores del camino se introdujeron bajo tus vaqueros. A pesar del par de polvos que habíamos echado ya ese día, otro de nuestros fugaces y pasionales encuentros en tu casa, tu seguías mojada y deseosa de más. Masajee tu vulva mientras mordía tu cuello y el lóbulo de tu oreja; tu te recostaste sobre mi espalda y comenzaste a suspirar, mi otra mano se dedicaba a retorcer tus pezones, excitándote más y más.

No era cuestión de alargar más el sufrimiento, tú deseabas lo prometido y yo no quería hacerte esperar. Mientras te quitaba los vaqueros tú te despojabas de tu camiseta. Fui besando tus pechos, mordiendo tus pezones, lamiendo tu estomago, haciendo estragos con mi juguetona lengua, hasta que acabe arrodillado a los pies del sofá. En ese momento te pedí que te levantases y me tumbe placidamente en el sofá; no alcanzaste a comprender muy bien mi gesto y te reíste. Te tuve que aconsejar que colocases las rodillas a cada lado de mi cara y te sentases a horcajadas sobre mí

Nunca lo había hecho así. – Confesaste.

Nunca habías sentido lo que vas a sentir ahora, muñeca. – Te conteste.

Sin más historias, empecé a mordisquear el interior de tus muslos mientras mis manos acariciaban tu culo. Tú te movías adelante y atrás, ansiosa. Saque mi lengua, alargándola lo mas posible y recorrí entera tu raja haciéndote estremecer. Repetí este movimiento una docena de veces más y tú ya gemías dulcemente. Tu clítoris palpitante reclamó mi atención y me dedique a darle suaves golpecitos y a rodearlo con mi lengua… mmmm, sabia delicioso y te estaba encantando.

Continué alternando largo rato, haciendo tus suspiros más intensos, penetrándote con la punta de mi lengua y succionando tus labios. Tú estabas al borde de la locura, no sabias ni como colocarte, pasabas de acariciarte las tetas a tumbarte completamente hacia delante, el placer no te dejaba ni aguantar derecha… Cuando puse suavemente tu clítoris entre mis dientes comenzó la locura, tus gritos eran escandalosos, alarmando seguramente a más de un vecino.

Tu orgasmo se hacia de rogar, ya llevábamos así largo rato; pero un comedor de coños profesional nunca se rinde y decidí poner en practica todo mi repertorio. Empecé a batir frenéticamente mi lengua sobre tu clítoris: arriba y abajo, derecha e izquierda, nuevamente arriba y abajo… Todo lo rápido que podía… La enorme cantidad de flujo que salía de ti, empapándome la barbilla, me hacia sospechar que iba por buen camino. Y no me equivocaba

Ahhhhhh, no pares, no pares….- empezaste a exclamar. Si paro me mata, era lo único que podía pensar en ese momento. – Me corrooooo, siiii, sigue, me corroooo… Aaahhhhhhhhh.

Tu orgasmo creció intensamente, comenzaste a mover las caderas sobre mi lengua, buscando los últimos latigazos de ese fulminante placer. Gritabas mientras te derrumbabas hacia delante, con la cabeza en el suelo prácticamente. Yo fui poco a poco aminorando el ritmo, haciéndote sentir como te ibas derritiendo poco a poco de cintura para abajo. Cuando paré, sudabas y temblabas; giraste sobre ti misma cayendo al suelo al lado del sofá, me miraste con la mirada perdida, los pelos de loca y me dijiste:

Es la mejor comida de coño que me han hecho en mi vida, me he corrido como una loca, eres un cabrón.

Mi sonrisa de satisfacción fue la mejor respuesta que podía darte.