Aquella alumna de fotografia
Una clase le pedí que me alcance un paquete de papel que estaba en el armario; estábamos revelando, y yo estaba con la pinza agitando suavemente una copia. El armario era la base de la ampliadora, así que se agachó para sacar el papel, cosa que hizo con la mano derecha, mientras con la izquierda me acarició tan sensualmente el pantalón, justo donde se encontraba mi pija, que me tuve que contener para no pegar un salto hacia atrás
A finales de la década del 90 yo era profesor de fotografía en un instituto terciario, teniendo un alumnado de unas 15 personas, entre las que había más o menos la mitad de cada sexo. De las mujeres se destacaban dos, que parecían bien lanceras, y no tengo dudas que no vacilarían en ir a la cama conmigo, si eso les servía para tener buenas notas. Yo estaba casado en ese momento, así que prefería no tener quilombos con nadie, porque además corría el riesgo de que me echen del instituto si me pescaban.
Las clases se dictaban por la noche, y uno de los momentos preferidos por todos era cuando nos tocaba ir al laboratorio. En él revelábamos rollos, hacíamos las copias, y había una sola ampliadora, por lo que me imagino que los hombres, que caballerescamente le cedían los lugares más cercanos a las damas, después, en su afán de ver, las apoyaban sin tregua, y estas se dejarían, obvio, no era mi problema, pero cada tanto sentía alguna sonrisa contenida o unos empujones que parecía que los muchachos se estaban dando masa por ahí atrás.
Una vez que los alumnos fueron aprendiendo la parte teórica, tuvieron que empezar a revelar solos los papeles fotográficos, copiando desde sus rollos todo lo que sacaban en las excursiones fotográficas que solíamos tener los domingos.
Una de las mejores alumnas era Susana, una chica que salía con otro de mis alumnos, Rody, y que era muy aplicada, muy inteligente a la hora de la toma, con buen sentido de la composición, pero un tanto indecisa cuando se trataba de revelar, ya que siempre tenía miedo de que la foto se le oscurezca demasiado. Por eso se ponía un poco cargosa pidiéndome que le ayude, que le vaya explicando cómo debía agitar el revelador, y cómo tenía que darse cuenta que los grises y negros ya estaban bien. Cabe aclarar que los cuartos oscuros, cuando se trata de revelar papel, no son enteramente oscuros, sino que hay una débil luz roja que permite advertir la mesa de operaciones de la ampliadora y las cubetas donde se revela, pero a medida que uno se aleja de los focos, es menos lo que se ve.
Susana estaba casi siempre con Rody, él la cargaba porque la tildaba de indecisa, y no se animaba a largarse sola en ese arte del revelado. Tengo que comenzar a describir a Susana, pieza clave en esta historia: 1,70, buena cola, sus lolas no eran muy grandes pero tenían esa armonía que uno ve casi siempre en las actrices francesas. Prácticamente andaba siempre en jean, bien deportiva, y buzos holgados, por lo que no se puede decir que brillaba por sus ansias de seducir, Pelo largo, castaño, ojos comunes, nada en ella dejaba ver que podía ser una auténtica loba en la cama.
Una clase le pedí que me alcance un paquete de papel que estaba en el armario; estábamos revelando, y yo estaba con la pinza agitando suavemente una copia. El armario era la base de la ampliadora, así que se agachó para sacar el papel, cosa que hizo con la mano derecha, mientras con la izquierda me acarició tan sensualmente el pantalón, justo donde se encontraba mi pija, que me tuve que contener para no pegar un salto hacia atrás, lo que hubiese sido el principio de un lío tremendo. Cuando me alcanzó el papel, tenía una sonrisa increíblemente libidinosa, como queriéndome decir que había gozado con la sorpresa que me dio. El novio ni cuenta se dio, lo que aumentaba el morbo de la situación. Bastó ese solo gesto, para que me empezara a volver loco, queriendo que haga algo otra vez, tratando de encontrarme a solas alguna vez con ella, y me hiciera olvidar automáticamente de las otras dos perritas, que siempre me tiraban los galgos sin resultado. Yo me empecé a meter con Susana, quería a toda costa que llegase la clase de laboratorio, y me resultaba absolutamente fastidioso cuando me tocaba ayudar a algún otro alumno. Lo único que quería era sentir otra vez ese fuego en mi verga, esa mano que me había dejado galvanizado. A veces se apoyaba sobre mi pierna haciéndose la que quería ver bien el proceso de copiado, otras veces se me apoyaba pero desde atrás, y en la penumbra del cuarto me tocaba la cola con su mano, dejándola ahí. Estamos hablando de una época en que no había chat, celular ni facebook, por decir algunas de las herramientas que pueden existir hoy para contactarse, así que todo era muy limitado.
Se me ocurrió organizar un viaje con todos los alumnos a la Federación Fotográfica Argentina, en Buenos Aires, con el fin de visitar una muestra de artistas de todo el mundo. Pensaba que si bien el novio no se despegaría de ella, a lo mejor había un pequeño instante en que podríamos charlar solos, y yo le preguntaría por qué hacía lo que hacía. El viaje era para un día sábado, y saldríamos de Rosario a las 6 de la mañana para aprovechar el día para sacar fotos. Grande fue mi sorpresa cuando al llegar todos al colectivo, Susana llegó sola. - ¿Y Rody?, le pregunté, aunque lo único que me interesaba era que tal vez podíamos estar a solas mucho más que lo que imaginaba: -No sabés lo que le pasó, se descompuso ayer, es hepatitis, andá a saber cuánto tiempo tendrá que estar en cama, me respondió.
Para qué contarles todas las historias que me armé en la cabeza, si no hay imaginación posible que abarque tanta fantasía. Lo demás fue un trámite: el viaje, yo bien atrás, mirando todo el tiempo su cabellera, cada ademán, cada vez que se daba vuelta, cada risa que escuchaba. Llegar a la ciudad, sacar fotos de monumentos y edificios, ir a la Exposición, ver las fotos, quedarme a solas y proponerle escaparme un rato, fue todo un solo y rápido capítulo. Inventé una escapada al centro para una compra rápida, a ella le apareció una ?tía? a la que quería visitar, acordamos furtivamente una dirección, y media hora después estábamos en la cama de un hotel, fulminados por una pasión terminal, ardiendo en un deseo que se contenía hace tiempo, crujiendo sábanas con la desesperación del que le avisan que podrá morir mañana. Las ropas fueron cayendo espasmódicamente, casi con furia, desesperada apoyó su boca sobre la bragueta de mi pantalón, gozando anticipadamente al advertir esa erección mayúscula, mientras yo le sacaba de un golpe el corpiño porque hacía meses que mi boca quería conocer el sabor de esos pezones que eran tal lo imaginado, rosados, perfectamente circulares, con la suficiente turgencia como para hacer que prácticamente se metan en los orificios de mi nariz, lo que me excitaba sobrehumanamente. Mis manos se apoyaban plenas en su sexo, ella comenzó a aflojar mi cinto, bajarme el pantalón, repetir la ceremonia que había ensayado con mi pantalón, ahora sobre mi calzoncillo, mientras mi verga pugnaba por salirse, y sus manos apretaban mis glúteos, me alzaban prácticamente en el aire mientras con desenfreno gemía, loba en celo, imagen de la pasión arrebolada, saboreando ya mi punta empapada, metiéndose como un chupetín el sexo en la boca, no hasta el fondo, sino con una ternura que me destrozaba, absorbiendo como si fuese una golosina, pequeñas chupaditas que prolongaban el goce, y lo hacían desmesurado. No puedo olvidar ? ni lo haré jamás ? la fragancia exquisita de su conchita hermosa, anticipada a todos los tiempos, depilada como pocas en esa época, en que parecía que sendos matorrales era el estilo que imperaba a la hora de hablar del sexo femenino.
Los revolcones eran ora bruscos, ora delicados, una música mágica salía de los parlantes del cuarto, mientras cuando entre tanto vaivén quedábamos en posición del 69, con mis dedos hurgaba en su cola inquieta, mi lengua mordía suavemente su clítoris enfadado mientras mi nariz refregaba triunfalmente su vagina ansiosa. Trataba de aportarle placer por todos los costados, sin mezquinar caricia, gemido y retorcijones?. Cuánto placer, por favor! Lo que nunca imaginaba que haría con esa aparentemente apagada alumna de fotografía, se estaba cristalizando esa tardecita en un hotel cualquiera que era testigo afiebrado de una encarnadura sin límites.
Cuando su lengua se metió en mi culito, y sus manos me masturbaban frenéticamente, estuve a punto de decirle que pare, que si goce final tenía ese interludio de sufrimiento, no sabía si estaba dispuesto a pagarlo? la sensación duró segundos, no sé si alcanzó el minuto, porque inmediatamente un inolvidable escalofrío comenzó a apoderarse de mi cuerpo todo, un estremecimiento me recorrió la totalidad del cuerpo, cimbronazos de energía concentrada durante muchos años, se corporizaron en forma de semen que se estrellaba en su garganta, ya que un tiempo indefinible antes, su boca pasó de mi cola a mi sexo enarbolado, y se engulló todo la sádica, la morbosa, la misma que estaría pensando en su Rody mientras me comía la pija, desentendida del mundo, concentrando su atención sólo en el mejor goce que podía brindarme en ese momento, asimilando mis dedos que ya habían recorrido integra su caverna y ahora sólo esperaba que mi verga resucite, cosa a la que se dedicó inmediatamente, porque seguro que pensaba que quería ser partida al medio, ansiaría que esa pija que una noche acarició en el laboratorio, se le incruste rotundamente en un vaivén interminable que le haga recorrer todos los estados, desde la virgen que por primera vez sentía un objeto que se le introducía, hasta la puta consumada insaciable, a la que no había comparsa de pijas que la colmen. Y así siguió esa cabalgata interminable, cojiéndola por todos los costados, olvidando los dos el contexto y la situación, como apoderados por un demonio sexual que nos obligaba a ir por más, sin freno, sin inhibiciones.
La sucesión de hechos nos fue superando, de su cartera sacó un potecito de crema, vaya a saber qué era, y untó mis dedos, los que abrieron sus nalgas, entraron concienzudamente y hurgaron, mientras desde su desesperación golosa me pedía que la penetre por atrás, que la rompa, que quería sentir mis bolas chocando frenéticas contra su cola, lo que ocurrió instantes después? y al rato, la misma sensación que ella sentía la experimenté yo, porque ahí estaban sus dedos encremados realizando una gozosa inspección por mi ano, confundido entre el dolor y el placer. No hubo lugar que mutuamente no recorriéramos, no hubo proceso erótico que no fuese vivido. Mientras nos duchábamos, sobresaltados por la hora y pensando aceleradamente qué excusa íbamos a poner, sabíamos que al volver a Rosario había dos posibilidades: volver al statu quo anterior, como si nunca nada hubiese pasado entre nosotros, o ver de qué modo podíamos seguir con esa trampa, desnucados de goce, invadidos por un placer ?recién estábamos descubriendo eso-, que jamás habíamos experimentado. En la próxima entrega, les cuento cómo se fue dando nuestro futuro.