Aquel Verano (III)
En la última noche de nuestras vacaciones, papá, mamá mi hermana y yo decidimos montar una orgía para cumplir nuestras fantasías
Nuestras vacaciones llegaban a su fin y, aunque nos apenaba que nuestros días de orgias incestuosas fuesen a terminar, habíamos decidido dejar eso atrás. Habían sido unos días inolvidables que habían unido a nuestra familia y nos permitieron aprender mucho sobre nosotros mismos, pero todos habíamos acordado que lo mejor era que, tan pronto como abandonásemos esa casa, no volviésemos sobre aquellos pasos. No obstante, la última noche decidimos despedirnos a lo grande.
Después de cenar pronto, fuimos a la habitación de papá y mamá. Desnudos, empezamos a comentar las fantasías que cada uno queríamos cumplir antes de marcharnos.
-Yo quiero que me hagáis una doble penetración -dijo mi hermana.
No hay que decir que papá y yo estuvimos encantados con la propuesta. La única duda fue saber qué posición íbamos a ocupar cada uno.
-Bueno, mejor que lo decida Paula -comenté yo. Papá y Paula asintieron.
-Tengo una idea mejor -dijo mamá-. ¿Por qué no os haceis una paja el uno al otro? El último en correrse decide por dónde la mete.
Todos estuvimos de acuerdo. Papá y yo nos sentamos al lado y, como la primera tarde, nos masturbamos el uno al otro. Decidimos hacerlo lentamente, poco a poco. Aquello no era una competición, era un momento de placer sublime. No había prisa ni ambición por ganar, solo el deseo de complacer a los demás y didfrutsr. Me encantaba sentir el rabo de mi padre en mis manos, latiendo bajo mis dedos mientras él me lo hacía a mi.
Paula y mamá no se quedaron quietas. Comenzaron a besarse con la lengua fuera, apretaron sus tetas, lamieron y mordisquearon sus pezones. Nos miraban de reojo, sonriendo, sabiendo que nos estaban poniendo muy calientes. Después se tumbaron para hacer un 69 ante nuestra atenta mirada.
Finalmente, perdí. Me corrí antes que papá aunque, con el semen aún fresco sobre mi vientre, sentí el tacto cálido de la corrida de mi padre en la mano. Por poco, pero había perdido.
-Bueno, yo me pido por el culo -dijo mi padre mientras nos limpiábamos.
Sonreí. Prefería tener a mi hermana frente a mi, disfrutando de su coño y, sobre todo, con su boquita juguetona al alcance. Pero antes, teníamos que recuperarnos y, como buenos hombres, aprovechamos para satisfacer a las chicas.
Paula y mamá se tumbaron una junto a otra con las piernas abiertas, entrlazadas. Yo metí mi cabeza entre los muslos de Paula. Me encantaba su raja, jugosa, con unos labios preciosos y, sobre todo, muy sensible. Me asaltó el olor irresistible, cálido que manaba de ella.
Papá y yo comenzamos a lamer sus coños. Yo ya había aprendido que a Paula le gustaba que dibujase círculos con la lengua sobre su clítoris, muy lentamente hasta que, poco a poco iba moviendo mi lengua cada vez más aprisa. En aquel momento, si le metía un par de dedos, ella lanzaba un suspiro eterno. Los músculos de su cuerpo se tensaban a medida que la yema de mis dedos alcanzaban el punto rugoso en el interior de su vagina, justo debajo de mi lengua.
-Eso es, así, hermanito -me decía cuando subía el ritmo -Joder, me encantaa.
De fondo oía a papá comiéndoselo a mamá. Sorbía sus flujos, lameteaba como un perro sediento. Mamá se retorcía de placer.
-Eso es cabrón, así, así -estaba como loca.
Las dos se corrieron casi a la vez. Luego, mamá embadurnó la polla de papá con lubricante. Paula se puso encima de mi. Mi polla entró sin problemas. Mi hermsna comenzó a moverse. Acompañamos nuestros movimientos con los jadeos. Yo apreté aquellas tetas que me volvían loco. Papá llegó desde atrás y comenzó a besar su cuello, yo abrí sus nalgas para que el pene de papá pudiese entrar.
Vi que la cara de mi hermana se contorsionaba en rictus de dolor y placer.
-Ahh joder -decía.
-¿Te duele?
-Un poco, pero sigue.
Muy poco a poco, papá y yo comenzamos a follarla. Movimientos lentos, suaves. Los tres gemíamos al unísono. Papá apretaba los pechos de Paula desde atrás, yo su culo. Sentía como mi padre la penetraba.
Al poco tiempo fue Paula la que se movió. Los hombres nos quedamos quietos mientras ella movía sus caderas. Jadeaba como si no hubiese un mañana. Con los ojos cerrados se esmera a en moverse para clavarse nuestras pollas, su cara reflejaba el vicio y la lujuria que la poseía. Los brazos clavados como columnas sobre el colchón, al lado de mi cara. Así estaba preciosa, no pude evitar lanzarme a comerle la boca. Ella, ensimismada en darnos placer, casi no me respondió, pero se dejó hacer.
-Así, puta, así, fóllate a esos carbones -dijo mi madre, que se masturbaba a nuestro lado.
-Mmmm síiii – respondió ella. Noté qué aquel comentario la había puesto muy cachonda. No iba a tardar en correrse.
-Joder, que puta eres, hermanita – dije para calentarla más.
Ella respondió con un largo gemido. Papá me apartó las manos de las nalgas de Paula para azotarla. Oí el choque agudo de la carne. Paula dejó escapar un largo suspiro acompañado de un síiii eterno.
La sentimos temblar entre nuestros cuerpos cuando se corrió. Se quedó extasiada, tumbada sobre mí, incapaz casi de moverse. Papá se apartó. Yo todavía seguía dentro de mi hermana. La abracé y comencé a darle pequeños besos en la mejilla. Notaba como respiraba profundamente encima de mi.
Papá se aseguró de limpiarse bien antes de seguir. Mamá se abrió de piernas para él. Empezaron a follar, se intercambiaron insultos embargados por la calentura.
Cuando Paula estuvo recompuesta, se tumbó boca arriba, yo entre sus piernas. Papá y mamá follaban a nuestro lado. Las dos parejas estábamos haciendo el misionero. Jadeando como un solo ser, gimiendo. Paula me azotó el culo.
-Fóllame, cabrón -me gritó.
Yo me agache sobre ella. La bese muy sucio, con la lengua fuera, lamiéndonos el uno al otro. Cuando me aparté ella seguía con la boca abierta, los ojos sedientos. Dejé escapar algo de mi saliva sobre su boca. Cuando cayó entre sus labios, cerró los ojos y dejó escapar un gemido de placer. Yo apreté su cuello con la mano, no demasiado fuerte, pero si firmemente.
-Joder, dame más duro -dijo.
Yo obedecí como buen hermano. La clavé hasta lo más profundo de su cuerpo. Los gemidos ahogaban el chapoteo de nuestros cuerpos y el sonido húmedo de mi rabo penetrando su coño mojado.
Me moví rápido, tensaba los músculos por el esfuerzo, jadeaba sin control. A mi lado papá la clavaba igual en el coño de mamá.
De nuevo, yo me corrí antes. Paula recibió mi esperma con una sonrisa de placer. Luego me acosté a su lado. Mi pene y su vagina aún rezumaban líquido viscoso.
Nos besamos con dulzura hasta que, por sorpresa, papá se quitó de encima de mamá y se acercó a nosotros. Cuando quisimos reaccionar, ya se estaba corriendo en nuestras caras. Paula entonces recorrió mi rostro con su lengua juguetona y luego me pasó el semen de mi padre con la lengua. Yo la besé, lentamente, saboreando la sustancia espesa que se mezclaba con su saliva.
Una vez hubimos descansado unos minutos, fue mamá la que habló. Ella nos había confesado que, en realidad, ya no tenía fantasías por cumplir. Una larga trayectoria de sexo y un marido que se esmeraba en complacerla, habían agotado a lo largo de los años su lista de cosas pendientes. Pero eso no significaba que fuese a quedarse sin nada que pedir aquella noche.
-Quiero que tú y tú -nos señaló a mí padre y a mi- me lo comáis.
Papá y yo abrimos sus piernas. Juntamos nuestras lenguas en su raja. Yo presionaba sobre su clitoris, sabía que aquello la volvía loca. Papá pasaba de abajo a arriba con su lengua y, cuando llegaba hasta mi, jugueteaba. Imité los sonidos sucios de mi padre y, poco a poco, aquello se fue convirtiendo en una competición de sorbidos y gemidos cerdos que ponían muy cachonda a mamá.
-Ven aquí, zorra -dijo mamá a Paula con una voz rota por el calentón-. Dame de comer.
Paula, obediente se puso sobre mamá y dejó que sus tetas colgasen sobre su cara. De reojo podía ver el culo y el coño de mi hermana. Su rajita aún dejaba escapar alguna gota de mi semen y en su ano se intuía alguna rojez por la polla de papá.
Papá me distrajo de aquella visión cuando metió su lengua en mi boca. Yo respondí, pero me aseguré de estimular el clitoris de mamá con mi dedo.
-Mmm dame tu coño -soltó mamá.
Paula se sentó sobre la boca de mamá. Vi como la lengua de mi madre pegaba lametones en la raja de mi hermana. Me puso mucho saber que estaría saboreando los restos de semen que aún quedaban en ella.
-Aaaah síiii mamá. Cómete el coño de la zorra de tu hija -dijo Paula.
Papá y yo volvimos a centrarnos en dar placer a mamá. Los dos dibujamos círculos con la lengua por su clitoris mientras cada uno penetraba su vagina con un dedo. Acompasamos nuestros movimientos. Sentíamos como mamá disfrutaba. Gemía con la boca llena, Paula no dejaba de jadear. Nosotros nos esmeramos en mover nuestras lenguas más deprisa, a veces nos lamiamos sin querer el uno al otro, pero estábamos empeñados en dar placer a la mujer que nos volvía locos.
Cuando se empezó a correr seguimos lamiendo con la misma intensidad. Alargamos su orgasmo hasta que nos resultó casi eterno. Ella se retorcía bajo nuestras lenguas, trataba de retirar sus caderas para que no siguiesemos, pero nuestra determinación era firme. Continuamos estimulandola.
-Me corro mami -anunció Paula entre jadeos mientras mamá gemía desconsolada.
Al final dejamos en paz a mamá cuando sentimos que su orgasmo ya se había agotado. Paula se retiró de su boca y, por unos momentos, quedó rendida, respirando con profundidad.
-Joder, sois unos cabrones -acertó a decir. Todos soltamos una carcajada.
-Yo no me voy de aquí sin follarme ese culo -soltó mi padre cuando aún estábamos respirando. Acariciaba mis nalgas.
Yo me asusté, era la primera vez que me iban a penetrar y, la verdad, no me atraía demasiado la idea, pero estaba muy caliente. Mi hermana me acarició la cara.
-Te va a encantar, ya verás.
Me puse a cuatro mientras papá se echaba lubricante. Primero metió un dedo y lo movió, luego otro. Con delicadeza fue abriéndome, yo gemía, era muy placentero.
Luego acarició mi ano con su glande y, poco a poco lo metió. Dolía, pero a la vez me gustaba, sentía que mi polla dura sufría espasmos a cada movimiento de mi padre.
Poco a poco fue subiendo el ritmo. Acariciaba mi cintura, mis nalgas.
-¿Te gusta, cabrón? -me dijo.
-Mmmm me encanta, papá.
Paula se puso junto a mi, comenzó a morrearme. Las embestidas de papá me lanzaban sobre su boca abierta. Con la lengua trataba de jugar con la suya. Luego puso frente a mi su precioso coño. Yo empecé a lamer como loco miéntras mi padre me follaba. Trataba de centrarme en dar placer a mi hermana, pero los movimientos de mi padre me llevaban de aquí para allá.
Al final, Paula decidió agarrar con fuerza mi cabeza. Frotó sus labios con mi boca. Yo saqué la lengua y me dejé hacer. Me sentí usado, con mi padre follándome el culo y mi hermana usando mi boca. Me encantaba.
-Mmmm pajeame -conseguí decir. En realidad hablaba a mi padre, pero mamá, que tampoco tenía nada que hacer, se agachó para masturbarme.
Me sentí en el cielo. Era el centro de atención, toda la familia pendiente de mi, dando y recibiendo placer. Y sobre todo, disfrutando del coño de Paula, que me volvía loco. Sus jugos resbalaban por mi barbilla. Ella, cachonda, no dejaba de jadear.
-Mmmm joder que putita estás hecho, hermanito -me dijo.
Aquello me puso a cien. Lancé un largo gemido y redoblé mis esfuerzos con su coño.
Sentí que papá me la sacaba y, al poco noté una lluvia cálida que caía sobre mí espalda. Mamá entonces se puso justo detrás de mí y apartó las manos de Paula de mi cabeza. Me incorporó y acabé de rodillas mientras me pajeaba desde atrás.
Paula que lanzó un gritito de desesperación y calentura al sentir que me separaban de ella se puso de pie sobre la cama y volvió a pegar su raja a mi boca, apretando e la cara contra ella. Sin las embestidas de mi padre pude centrarme en darle el placer que merecía. Ella se movía frente a mi, como si me follase la boca, yo lamia como un cerdo. Con las dos manos agarré su culo y la llevé contra mi. Mamá me pajeaba con fuerza desde atrás.
En cuanto sentí los espasmos de mi hermana al llegar al orgasmo, eyaculé de nuevo. Lancé un chorro potente sobre las sabanas que descargó toda mi energía, porque acabé rendido por el cansancio.
Desperté al cabo de un rato sorprendido. Ni siquiera había caído en que me estaba durmiendo. Papá, mamá y Paula bebían unas copas y charlaban en susurros a mi lado.
-Hombre, ya se ha despertado la bella durmiente -se burló Paula.
-Venga, ¿un último polvo? - sugirió papa.
Como es natural, todos asentimos. Nos tumbamos los cuatro sobre la cama y nos fuimos calentando. Papá apagó la luz. No veíamos nada, solo sentíamos, manos que nos acariciaban sin saber quién era su dueño. Una lengua que te lamia y entraba en tu boca. La carne bajo tus dedos que sentías tibia. Palpé un pezón en la oscuridad y supe que era de mamá. Una mano comenzó a mssturbarme lentamente, luego sentí como la polla de papá crecía bajo mi mano. Gemidos y jadeos. Fue hermoso.
Cuando ya estábamos cachondos, mi madre dijo:
-Venga, hijo, follate a tu madre por última vez.
Papá volvió a encender la luz, aquello había que vivirlo con todos los sentidos. Mamá se había puesto a cuatro delante de mí. Me acerqué a ella y acaricié su espalda, luego la metí. A nuestro lado papá y Paula follaban en la misma posición.
Los hombres las penetramos mientras ellas trataban de besarse, una junto a la otra. Papá azotó mis nalgas.
-Eso es, hijo. Follate bien a esa perra.
-Mmm síii. Tu dale polla a la zorra de mi hermana.
Las chicas gimieron de placer. Luego, mamá y Paula me tumbaron boca arriba. Paula se puso sobre mí polla y empezó a cabalgarme. Mamá se sentó sobre mí boca. Yo lamí desesperado su coño mojado. Sentía a las dos mujeres de mi vida disfrutar conmigo, dándome placer. Extendi mis manos por el cuerpo de mamá hasta agarrar firmemente sus tetas, palpé sus peones duros, los pellizqué con fuerza. Sus gemidos ahogados y ensalivados me dijeron que papá había puesto su rabo entre ellas y disfrutaba con una mamada doble.
Mamá se corrió sobre mi boca. Paula llegó al orgasmo cuando papá agarró su cabeza y comenzó a follarsela. Mamá se había puesto detrás de ella y acariciaba su clitoris mientras yo me movía bajo su cuerpo.
-Eso es cabrón - decía mi madre-. Follate la boca de esta zorra.
Luego papá y yo nos pusimos de pie, ellas arrodilladas nos la mamaban. Se metían nuestros glandes en la boca, se besaban a través de ellas. Papá y yo nos morreábamos mientras nos acariciamos.
Nos corrimos sobre sus caras. Ellas compartieron nuestro semen y juguetaron con él. Papá y yo nos unimos en un beso familiar, lleno de saliva, leche y los flujos que salieron de sus coños. Fue un final grandioso.
Al día siguiente, abandonamos la casa al rato de desayunar y volvimos a nuestro piso en la ciudad. No volvimos a hablar sobre aquellas dos semanas de frenesí orgiastico.
Aunque no me cabe duda que, a menudo Paula piensa en ello cuando la oigo ahogar sus gemidos por la noche. Y estoy seguro que papá y mamá se calientan el uno al otro por las noches cuando están a solas y se ponen cachondos al pensar como tenían a mi hermana y a mi para satisfacerlas.
Pero en aquel viaje, de nuevo a nuestra vida normal, mi único consuelo era la posibilidad de que, quizás, el año que viene volviésemos a alquilar de nuevo aquella casa que para mí, significaba la sexualidad plena, ajena a cualquier tabú. Sin escondites. A medida que nos alejábamos comprendí que aquel edificio que se empequeñecía a nuestra espalda era la más pura forma de libertad que jamás había conocido hasta entonces.