Aquel verano (II)
J. me enseñó que todo lo bueno puede ser aún mejor.
Si quieres saber cómo empieza la historia, lo puedes leer aquí: http://www.todorelatos.com/relato/102999/
Ya no volví a ver a J. hasta el día siguiente. Ni que decir tiene que mi humor había cambiado bastante, para bien, claro; algo que los demás achacaron al clima y al descanso. Busqué la mirada cómplice de J., pero fue imposible, parecía que se lo hubiera tragado la tierra. Apareció, como digo, al día siguiente, cuando los demás ya habíamos empezado a comer. No se dignó a mirarme, ni a dirigirme la palabra en todo el tiempo que duró la comida. Solamente, al final, volviéndose hacia mí me dijo: “Esta noche salimos”. No supe interpretar si eso era una invitación, una orden o simplemente afirmaba algo que él daba por hecho. Así que sólo pude balbucear un tímido “bueno…”
Después del café, anuncié a los demás que me iba a dormir la siesta, como hiciera la tarde anterior. Ni que decir tiene que J. ni se inmutó. Le estuve esperando en aquel dormitorio provisional un buen rato, pero no apareció. Pensaba en la tarde anterior, en cómo me había hecho gozar aquel cabronazo, y me excitó tanto recordarlo, pensar que pudiera repetirse esa misma tarde, que mojé las bragas hasta empaparlas. Llevé la mano izquierda a mi sexo, y empecé a acariciarme el clítoris, extendiendo los fluidos que no dejaban de manar. Hacía círculos sobre él, primero despacio y suavemente, no quería correrme, esperando que llegara J. Pero al cabo de un rato así, aceleré el ritmo y la presión; el orgasmo llegó enseguida pero no consiguió saciarme, sino darme ganas de más. Continué masturbándome así, y luego metiendo dos dedos de la mano derecha dentro de la vagina, presionando por dentro, hasta que me corrí dos o tres veces más, sin terminar de quedarme totalmente satisfecha. Quería polla. No; sólo quería su polla.
Salí del cuarto, en su búsqueda, pero estaba en el salón viendo la tele con su hermano. Me senté junto a él en el sofá, y no pareció notar mi presencia. Se empeñaba en mirar la tele e ignorar los comentarios que hice. Luego se unieron nuestros padres, y entonces ya consideré misión imposible escabullirme disimuladamente con él. Me resigné a quedarme así, a medias, hasta que él decidiera cambiar de actitud. Y supongo que sólo para encenderme más, en un momento determinado, cuando los demás estaban distraídos con la tele, tomó mi mano derecha y chupó disimuladamente el dedo índice, el mismo que había estado dentro de mí hacía un rato.
- ¿Pensabas en mí? – Me preguntó en un susurro.
- Sí.
- Así me gusta – Y me miró con esa sonrisa de cabronazo, que borró al instante.
Ya no se dirigió a mi en ningún momento hasta la hora de la cena. Después de cenar, me dijo que me esperaba en cinco minutos en la puerta. No sabía qué íbamos a hacer, así que tampoco me arreglé demasiado. Ingenua de mi, pensaba que solo era una excusa para sacarme de casa y echar un polvo en otra parte donde pudiéramos estar más tranquilos. Cuando bajé, el ya estaba con el coche en marcha, mirando tozudamente hacia el frente. Arrancó y salimos a toda velocidad.
- ¿Dónde vamos? – Le pregunté.
- Llegamos en 10 minutos.
- No te pregunto que cuándo llegaremos, sino que a dónde vamos.
- A una fiesta.
“bueno”, pensé, “a lo mejor después…”
Efectivamente, al cabo de 10 minutos llegamos a otra urbanización de casitas de verano en otro pueblo cercano. Aparcó en frente de una casa y salió del coche sin mirar atrás. Por supuesto, yo no pensaba que J. me fuera a tratar como a una princesa… pero se estaba pasando. Cuando le alcancé en la puerta, ya había abierto una chica menudita que se fundió con él en un morreo de película.
- Te presento a mi novia, S. – Dijo J.
- Holaaaaaaa . – Dijo S. con voz cantarina mientras me daba dos besos. Yo no podía ni reaccionar. “¿perdoooon?” ¡¡Su novia!! Menudo cabrón. Me presenta a su novia ¡¡¡después de ponerle los cuernos conmigo la tarde anterior!!! No me lo podía creer…
Creo que me puse colorada como un tomate, y que apenas balbuceé un “hola” bajito, sin mirarle a la cara. Ya estábamos. Yo no sabía que tenía novia, el que le había puesto los cuernos era él, y el se veía feliz, parecía disfrutar, mientras que yo pasaba la mayor vergüenza de mi vida.
Nos hizo pasar a un salón, y trajo tres vasos y botellas de whisky, refrescos y hielo.
- ¿Te va bien el whisky? – Me preguntó S.
- Cualquier cosa me sirve… - Le contesté yo, mientras ella preparaba un cubata bien cargadito.
- Yo nada de alcohol, nena… ya sabes lo que me pasa cuando bebo – Dijo J. con una risotada.
S. no me resultó especialmente simpática, ni le encontré ninguna cualidad que me llamara la atención. Me hizo unas cuantas preguntas de rigor, de dónde era, desde cuando conocía a J… cosas así. Yo contestaba brevemente mientras me bebía aquel cubata a toda velocidad. Supongo que yo misma no era demasiado simpática, tampoco.
Cuando S. se cansó de aquel interrogatorio de cortesía, se volvió hacia J. y empezó a besarle como si yo no estuviera allí. Se recostaron en el sillón y por el rabillo del ojo veía como J. le magreaba las tetas por debajo de la camiseta.
- Estoooo… ¿cuándo van a venir los demás? – Pregunté yo. Ya llevaba la mitad de mi segundo cubata, pensé que sólo podría soportar eso si me emborrachaba.
- ¿los demás? - Dijo S. riéndose – J, ¿has invitado a alguien más?
- Ya estamos todos – contestó J. volviendo a la concienzuda tarea de sobarle las tetas a su novia como si no hubiera un mañana.
Me levanté como una bala y dije que me iba.
- ¿De qué coño va esto? Me habías dicho que veníamos a una fiesta, y me traes aquí a hacer de aguantavelas, ¿Quién te crees que eres para reírte así de mi? - Estaba cabreada, cabreadísima, como nunca lo había estado con nadie. - Me voy.
- ¿Pero a dónde vas? ¿Crees que vas a encontrar el camino hasta casa por esta carretera comarcal, toda oscura?
- Llévame pues, déjame en casa y luego haces lo que te dé la gana.
- Ni de coña… La fiesta aún no ha empezado.
S. me miró de forma enigmática, pero solo me pidió que me sentara, y que me tomara otra copa.
- Siéntate, por favor, a lo mejor nos hemos pasado, tranquila que a partir de ahora nos comportaremos – Los ojos le brillaban.
No tenía alternativa, así que me bebí mi tercer cubata, quería emborracharme hasta perder el conocimiento.
- Bueno – Me volvió a decir S. – Tengo entendido que ayer lo pasasteis muy bien J. y tú juntos.
Noté que mi cara enrojecía y sentí un leve mareo que achaqué a los tres cubatas cargadísimos que me había calzado en media hora.
- Pero no te asustes, mujer – Me dijo S. – Me encanta que J. me cuente lo que hace con otras chicas, me pone súper caliente. Cuantos más detalles mejor… quiero saberlo todo, cómo se la ha chupado, si se ha dejado dar por culo… cosas así. Y me ha hablado tan bien de ti, que yo también quería probarte…
Alucinaba. No podía ser cierto. ¿Me había traído para ser el juguete de su novia bisexual? Pues iban listos, por ahí sí que no iba a pasar.
- ¿Pero tú de qué vas? – Estaba fuera de mí – Sois un par de gilipollas. ¡¡Me voy!!
Me acerqué hasta la puerta dando tumbos. Estaba claro que el alcohol ya había empezado a afectarme. Al llegar a la puerta tropecé y me caí, y S. vino corriendo a ayudarme.
- No vas a hacer nada que no quieras, te lo aseguro. Sientate, por favor. Te prometo que te llevaremos a casa si quieres, pero espera un poco a encontrarte mejor.
Me recosté en el sofá, la cabeza dándome vueltas. S. se acercó a mi de nuevo. Cogió mi mano y la puso sobre su pecho, por encima de la camiseta. Mi primera reacción fue retirarla. No me gustan las tías, nunca había sentido la curiosidad de probar qué se siente cuando tocas a una, nunca había fantaseado con un trío en el que hubiera otra mujer. Pero S. apretó mi mano fuerte. Noté una sacudida, de repente me despejé, pero era como si hubiera perdido la voluntad. Me gustó el tacto de aquella teta, firme, no demasiado grande, y me gustó aún más, cuando se quitó la camiseta y noté el contacto directo con un pezón duro, pequeño y sonrosado. Un hormigueo me recorrió las piernas y llegó a mi sexo. Y sin saber muy bien por qué, sentí un deseo irrefrenable de chupar esa teta, de comérsela y comprobar si era tan dulce como parecía. Comencé tímidamente a pasar la punta de la lengua por el pezón y la areola, pero enseguida me lancé y comencé a succionar, a mordisquear, mientras con la otra mano le sobaba la otra teta.
Sin que me diera cuenta, S. había puesto sus manos entre mis muslos, y había llegado a palpar mi coño a través del tanga.
- Parece que esto te gusta más de lo que creías, ¿eh? – Dijo mirándome con los ojos brillantes.
S. se retiró y se puso entre mis piernas, yo tumbada en el sofá. Subió mi falda y me quitó el tanga despacio. A esas alturas, ya había perdido todo control sobre mi misma. S. comenzó a lamer el interior de mis muslos, de tal forma que noté cómo el flujo resbalaba por mi coño. Separó aún más mis piernas, de forma que todo mi sexo quedó expuesto, y comenzó a pasar la lengua con delicadeza por él, recorriendo cada pliegue. Yo sólo sentía escalofríos de placer. Justo entonces comenzó a chupar, dando la presión justa en el punto exacto, a los pocos segundos pensé que iba a correrme… pero ella paró, y dejó un tiempo para que me calmara. Volvió a su técnica perfecta de cunnilingus y volvió a parar cuando notó que me tensaba. Así, varias veces, hasta que yo le supliqué que me dejara correrme, que no podía más. Y apidándose, dio el último golpe con su lengua, cuando yo creía tocar el cielo con las manos…. Uffffff…. Indescriptible. Me corrí muy fuerte, no sé si grité, si gemí, no tengo ni idea, porque me sentía en una nube en la que estaba a solas con ese orgasmo indescriptible, lejos, muy lejos de todo lo demás.
Cuando terminé, vi como aparecía su cara, pringosa de mis fluidos, con una sonrisa radiante. J. fue entonces y la besó, saboreando mi propio sabor en su boca. No me había dado cuenta de que se había desnudado, su polla durísima y mojadita, parecía pedir un poco de atención.
S. volvió a sonreir, y sin decir nada más, se fue directa a chupar aquella verga, metiéndosela entera en la boca, y volviéndosela a sacar, despacio. J. le cogía la cabeza, mientras echaba la suya propia hacia atrás, lanzando suspiros de placer. Aquello era hipnótico.
Al poco, J. me llamó, y fui dispuesta a agradecerle aquella especie de regalo que me había hecho. Las dos nos pusimos a chupársela, entre risas, primero cada una por un lado, sintiendo un calambre de placer cada vez que nuestras lenguas se encontraban. Luego, S. se dedicó a trabajarle la punta, dando chupaditas cortas, pasando la lengua por todo el glande, y rozándole con el pulgar el frenillo. Así que yo me coloqué por debajo de sus piernas, de forma que tenía un acceso cómodo a sus huevos y su culo. Lamí aquellos huevos, con mucho cuidado, pasando solamente un poco la punta, y después abrí sus nalgas para llegar con la lengua desde los testículos hasta el ano. Di unos lametazos alrededor de él, primero suavemente, y luego con más fuerza, metiendo la lengua lo que podía, de tal forma que el ritmo de sus movimientos aumentó, y con un alarido, se corrió llenando la cara y el pecho de S. de su leche.
Los tres nos paramos, tomando aire. No hablamos, solo se oían nuestras respiraciones aceleradas. No sé si pasó mucho o poco tiempo, pero al cabo de un rato, S. le pidió a J. que se tumbara en el suelo, y pasando una pierna a cada lado de su cabeza, susurró “cómeme el coño”. Y J., obediente, agarraba con fuerza los muslos de su novia, mientras su lengua recorría aquel sexo empapado y enrojecido. S. balanceaba sus caderas sobre la cara de J., gimiendo. Yo los observaba, muy excitada, mientras me masturbaba disfrutando de aquel espectáculo. S. se corrió haciendo que todo su cuerpo convulsionara, pero no se retiró, y cuando recuperó el aliento, le pidió a J. que no parase.
J. me llamó, y con un gesto de su cabeza me señaló su polla, otra vez a punto. No tuvo que repetírmelo. Me senté a horcajadas sobre él, mientras guiaba su polla dentro de mi, y comencé a moverme imitando el balanceo de las caderas de S. Me gustaba mucho ver como se movia, el vaivén de sus caderas y de sus tetas. Y me gustaba mucho tener a J. inmovilizado de esa forma tan placentera para todos. S. volvió a correrse, y sus gemidos hicieron que mi excitación aumentara más, haciendo que pronto me uniera a ella. Ella se incorporó mientras yo seguía cabalgando sobre J., de forma que pude ver su cara cuando finalmente, J. se vació dentro de mi, quedándose quieto durante unos segundos, soltando un gemido largo y profundo.
Los tres nos quedamos tumbados en el suelo de aquel salón, respirando fuerte y mientras notaba como resbalaba el semen entre mis muslos, me quedé profundamente dormida.