Aquel verano (I)

A veces, lo que empieza mal, puede acabar muy, pero que muy bien

El verano se acerca y la verdad, me muero de ganas.  Los veranos son la mejor época del año para mi, sobre todo desde ese verano en que me reencontré con J.  Os contaré lo que me pasó…

El mes de julio acababa de empezar, y el cabronazo de mi novio no había tenido mejor idea que cortar conmigo justo entonces.  Habíamos reservado una habitación de hotel en un pueblo costero, tenía la maleta prácticamente hecha, y un montón de ganas de pasar los días en la playa y las noches follando como locos con mi novio.  Pero no… sólo a él se le ocurre agobiarse entonces y dejarme plantada.  Mis amigas ya habían salido mochila a la espalda  a recorrer Europa en tren, y yo me había quedado sin ningún plan para ese verano.

Ni que decir tiene que estaba de muy mal humor por todo.  Por quedarme sola, por mi novio, por no tener nada que hacer durante ese mes, salvo ver en la tele las reposiciones de Verano Azul.  Así que mis padres, en un intento de animarme, me invitaron a ir con ellos a casa de unos amigos suyos de toda la vida, una casita que tenían en una urbanización cercana a un pueblo de montaña, a pasar un fin de semana.  “Allí no sudarás tanto como aquí”, me decía mi madre… no sabía lo equivocada que estaba.  No es que me apeteciera mucho, pero insistieron e insistieron y al final me monté ese viernes en el coche de mi padre, aunque la verdad es que lo único que me apetecía era aguarles la fiesta a todos.

Tras dos horas de viaje, llegamos allí y salieron a recibirnos los amigos de mis padres.  Yo me resigné a pasar el finde leyendo a la sombra de alguno de esos árboles del jardín, pero justo a la hora de comer se presentaron los hijos de la pareja, J y H, que me habían parecido siempre un par de gilipollas como una casa.  J era un año mayor que yo, y H, un par de años más joven, pero nunca habíamos congeniado.  Por supuesto, J se dedicó a incordiarme durante toda la comida, así que cuando dije que me iba a acostar un rato, porque me dolía la cabeza, mi madre no me dijo nada, ni insistió para que me quedara en la sobremesa.

Así que me fui a la habitación donde habían preparado un sofá cama para mi, cerré las cortinas para que quedara en penumbra, y me tumbé, maldiciendo mi mala suerte.  Me acordaba mucho de mi novio (supongo que a estas alturas ya tendría que empezar a llamarle “ex”), de lo mucho que me gustaba cuando viajábamos en coche, muchas veces teníamos que parar en algún sitio discreto porque nos podían las ganas de follar, y es que el sexo entre nosotros siempre había sido lo mejor.  Me acordaba de un día en el que, mientras él conducía, se dedicaba a meter la mano en mi coño, muy suave, acariciando el clítoris en pequeños círculos, haciendo que me corriera una vez, y otra…  y sin pensármelo mucho me desnudé y empecé a masturbarme sobre esa cama como lo hacía mi ex, extendiendo bien los fluidos que a esa hora empezaban a manar como locos, metiendo el dedo corazón dentro de la vagina, el pulgar golpeando el clítoris…  movía las caderas para que mis dedos llegaran más a dentro, ahogando los gemidos…  hasta que de repente oí un ruido raro…  era J, que se había metido en la habitación sin que yo me hubiera dado cuenta!!

Estaba allí de pie, con esa sonrisa de cabronazo que siempre ha tenido, con los pantalones bajados, y pajeándose como un loco mientras me miraba.  Su mano frotaba esa polla goteante, que parecía a punto de estallar, el capullo violáceo apuntado hacia mi.  Se llevó un dedo a los labios, pidiéndome que me callara, otra vez sonriendo como solía hacerlo.  Por supuesto, paré en seco, horrorizada, J me acababa de pillar haciéndome un dedo!  Y se estaba pajendo mientras me miraba!!  Pero… un momento… yo estaba en mi cuarto (aunque fuera mi cuarto solo por un par de días) y él había entrado sin mi permiso, yo podía hacer lo que me diera la gana.  Podía ponerme a gritar y echarle de allí sin contemplaciones.  Pero no podía.  Siempre me ha fascinado ver a un tio pajearse.  Me pone putísima verlos así, ni que decir tiene que todavía me pone más pensar que lo hacen mirándome a mi, o pensando en mi.  Y él debió imaginarlo, porque bajó el ritmo de su mano, y se acariciaba despacio el capullo, extendiendo el líquido que salía con el dedo índice, recorría toda la polla y llegaba hasta los huevos para volver a empezar, todo esto muy despacio.  A esas alturas yo ya estaba empapando hasta el colchón de esa cama improvisada, con la vista fija en la polla de J.

Sin dejar de sonreir, J se acercó más a mi.  Tenía su polla a dos centímetros de mi cara.  “Cómemela”.  Me dijo.  Y obediente, sin dejar de masturbarme con la mano derecha, agarré esa polla con la izquierda y me la metí en la boca.  La chupé con cuidado, solo el capullo, la saqué de la boca y pasé la lengua por él.  Le llenaba bien de saliva, recorriendo con la lengua el camino que marcaba una de esas venas hinchadas, desde el capullo hasta los huevos, y entonces lamí uno de ellos, con cuidado, lo rodeé con la lengua y luego hice lo mismo con el otro.  J se moría de gusto, ahogaba los gemidos mientras mi mano, llena de saliva, recorría la piel que hay desde los huevos al ano y los dedos húmedos se paraban cerca de él, acariciándolo, haciendo círculos alrededor.

Volví a llevar la lengua hasta la punta, y me dediqué a frotar el frenillo con ella, con firmeza.  “Me voy a correr”, me dijo, y entonces me metí su polla en la boca, y el comenzó a follarmela… no tardé en notar el primer golpe de su leche en el paladar, luego otro, y otro…  se vació dentro de mi boca, y solo cuando estuvo satisfecho la sacó.

J volvió a sonreírme, tumbándose a mi lado.  Me limpió una gota de semen que había salido por la comisura de mis labios con su dedo, haciendo que lo chupara, cosa que hice encantada.  Yo seguía con la mano derecha en el coño, y él, una vez que cogió aire, me la apartó, para poner la suya.  Un golpe extraño de placer vino cuando sus dedos penetraron en la vagina, entrando y saliendo, suave pero firmemente.  La palma de su mano golpeaba el clítoris, y no tardé en correrme yo también, mientras me mordía el brazo para no gritar.  Sacó sus dedos empapados de mis fluidos y me los volvió a meter en la boca, así que los chupé y los dejé limpísimos, saboreando mi propio sabor.

“No has tenido suficiente” afirmó rotundo.  Y sin darme opción a responder, puso su cabeza entre mis piernas, sus manos separando los labios de mi coño, su lengua subiendo arriba y abajo, chupando el clítoris y bajando hasta el ano, su boca comiéndome, la barbilla golpeando, eso era una locura…   las oleadas de placer eran cada vez más fuertes, hasta que llegó una que me arrastró, me corrí muy fuerte, sujetando su cabeza contra mi coño con las dos manos, y la verdad es que perdí la noción del tiempo y del lugar, no sé si grité o no… sólo sé que su cara volvió a surgir de entre mis piernas, brillante, humeda de sudor y de fluidos, y por supuesto, sonriente.

Yo estaba exhausta, no terminaba de recuperar el aliento, pero el se incorporó y me mostró una nueva y magnífica erección.  “Me pones muy cachondo”.  Y volvió a pajarse a pocos centímetros de mi cara, haciendo que mi cuerpo entero deseara como nunca esa polla.  “Follame”, le pedí, y sin que tuviera la necesidad de decírselo dos veces, puso mis piernas sobre sus hombros, y hundió su verga entera en mi coño, dando una embestida brutal, luego otra, y otra.  Nuestros cuerpos chocaban con violencia, mientras mi coño engullía su polla, todo era calor y humedad… volví a correrme otra vez, haciendo que los movimientos de mi cadera se volvieran más bruscos y aceleraran a la vez su orgasmo.  Cerrando los ojos, salió de mi, vaciándose sobre mi tripa.  Cuatro disparos de semen surcaban la piel de la barriga, tan calientes que casi me abrasaban.

J permaneció un rato quieto, recuperando el aliento.  Cuando por fin pudo respirar con normalidad, cogió su ropa, se vistió rápidamente y se largó, sin decirme nada más.  Simplemente me dejó allí, desnuda, sudorosa, oliendo a sexo, exhausta, pero eso sí, con una sonrisa tan amplia como la que él lucía hacía un rato.