AQUEL BAR DE LA CALLE NUEVE (Por Sandra Rosalía).

Ella se subió al escritorio, y separo las enormes moles de carne de sus muslos, mientras que el negro retiro las vastas pantaletas negras que cubrían sus nalgotas. Los enormes belfos del negro se pegaron ávidos a soplarla y chuparla como a una tuba enredada a su cuello. La cabeza de este se agitaba, y ella la sujetaba con ambas manos, dando tremendos bramidos…ahora si: Como toda una elefantita herida

En la ciudad de Tijuana, existió un lugar, conocido como el bar de la calle nueve. En este bar, tocaban artistas locales de gran calidad y algunos de fama internacional, como fue el caso del nativo de la ciudad: Javier Batiz (algunos lo consideran técnicamente mejor guitarrista que el mismo Carlos Santana); y otros artistas que sería muy largo de enumerar. Entre ellos, se presentaba un grupo afroamericano de la ciudad de San Diego, quienes interpretaban jazz, blues, y rock de la década de los  años 60’s cada viernes y sábado por la noche.

Una negraza enorme, cantaba con este grupo. Ella poseía aparte de una voz preciosa, un trasero fenomenal y redondo, el cual se sostenía contra todo. A pesar de su gordura, su vientre era plano y se adivinaba que durante alguna época de su juventud, dicha cintura había sido de diámetro breve. No obstante, en la actualidad,  esta cintura de la dama en cuestión, requería  ser sujetada y moldeada por un corsé de “siete varas”, el cual aparte tenía un liguero integrado para fijar unas medias negras.

Precisamente su intimidad quedaba expuesta ante mis ojos, cuando yo la espiaba con disimulo cada que me la encontraba en el sanitario, al momento cuando ella por necesidad de espacio, debía salir del estrecho cuartito del retrete, a arreglarse su vestido, haciendo bromas de su propia gordura y de lo minúsculo del lugar. Las tetas de esta gran señora, eran del tamaño de media sandia cada una, y amenazaban con saltar por el tremendo escote de un vestido de terciopelo negro entallado, al momento en que ella alegremente entonaba y bailaba mientras su poderosa y bella voz nos deleitaba.

Sus cachetes brillosos de flan de chocolate, parecían derretirse, mientras sus enormes ojos se entristecían al borde del llanto al compas melancólico de “ The way we were” o de “The last train to Georgia” de Gladys Nite and the pips, mientras que al ritmo del rock and roll, ella sacudía sus monumentales piernas con la agilidad y  gracia de una mariposa, al compas de “Proud Mary”, cantada al estilo de la gran Tina Turner; sacudiendo sus imponentes nalgas, capaces de derribar a cualquiera que se atravesara en su camino, como el mejor “takle” de futbol americano.

Otro miembro del grupo, era un saxofonista, quien representaba el lado opuesto de la soberbia “elefantita negra” como era conocida cariñosamente la fabulosa cantante por la concurrencia habitual de aquel bar. Este era un negro quien tocaba el saxofón, y que casi lo hacía hablar y llorar.

A los más sensibles de la asidua concurrencia, nos calaba profundo al escuchar la magia musical de su saxofón, tanto cuando acompañaba  a la magnífica elefantita o bien, cuando lo hacía como solista, principalmente al interpretar la canción  “strangers in the shore” que su autor: Acker Bilk  originalmente grabó con clarinete. Como ya señalaba, en contraste con ella, este negro era larguirucho, y casi del grosor de su mismo sax; si algún apodo se le diera en similitud zoológica con la señora de la gran voz, este sería la “boa negra” o la “mamba negra”

Durante una noche de frio taladrante de la víspera de año nuevo, mientras el negro resoplaba su sax, yo suponía apreciar  -como tantas otras veces- la presencia de babas salitrosas  que se acumulaban en las comisuras de sus labios. Recuerdo su boca parcialmente desdentada cuando reía a mandíbula batiente fuera del bar en donde a pesar del frio, el tenía que irse a fumar.

En los momentos en que fortuitamente me llegue a encontrar cerca de la “mamba negra”, imaginaba ver su halitosis verdosa serpenteando fuera de su boca, estrellándose en el rostro de quienes  en forma temeraria se colocaban al alcance de algún “salivazo” disparado por su desdentada boca. Un bigote cano se insinuaba ralo por arriba de sus enormes y gruesos labios; mientras su pelo chino y entrecano lo cubría con una gorra de estambre que se colocaba al final de la jornada musical, cuando todos se iban de vuelta a San Diego, en la vieja y destartalada combi de Volkswagen modelo 1968.

Una madrugada de año nuevo, permanecimos algunos privilegiados (unas 12 parejas), escuchando a la hermosa paquiderma cantar hasta el cansancio, y al negro soplar su sax. Otros músicos de gran calibre, acompañaban a estos: un bajista que manejaba magistralmente el contrabajo y el bajo eléctrico, y un requinto a su vez negro de la enorme talla musical y corpórea comparada con la del legendario B.B. King . Este hombre poseía unos dedos muy grandes y gruesos, a los que mi esposo calificaba con las proporciones de “casi penes”, señalando que: “El enorme guitarrista no sufriría en caso de ocupar un trasplante de verga…”

Muy  aparte de su gran capacidad artística, resultaba particularmente gracioso observar la guitarra-requinto de este señor, reposando en su colosal barriga cuando tocaba, y debido a la enormidad de esta última, la guitarra en contraste con ella, parecía ser un diminuto ukulele. Esa noche, el vestía un chaleco dorado, cubierto a su vez con un saco de terciopelo azul rey, camisa blanca y corbata roja; moviendo sus dedos a increíble velocidad, cuando en un momento determinado, llego a interpretar con su voz gruesa y aguardentosa: “The letter” al estilo del blanco que canta como negro: Joe Cocker, al tanto que la elefantita a su lado, alegremente, realizaba los coros de esta gran canción.  El baterista era incomparablemente genial  y redoblaba al compas de “I got a woman” de Ray Charles, cuando era cantada con una voz poderosa de parte del voluminoso guitarrista.

El dueño del bar tenía una oficina  muy amplia y bien arreglada, y esa noche, hacia buen rato que se había retirado llevado por la esposa, ahogado de borracho. Mi esposo y yo, éramos amigos de ellos, y por lo tanto nos dejaron la llave para cerrar local y oficina. Durante un receso de la banda, la elefantita se introdujo en la oficina, seguida por el negrito del sax. Ella se subió al escritorio, y separo las enormes moles de carne de sus muslos, mientras que el negro retiro las vastas pantaletas negras que cubrían sus nalgotas. Los enormes belfos del negro se pegaron ávidos a soplarla y chuparla como a una tuba enredada a su cuello. La cabeza de este se agitaba, y ella la sujetaba con ambas manos, dando tremendos bramidos…ahora si: Como toda una elefantita herida…

Súbitamente, el negro se bajo los pantalones (no llevaba calzones), y extrajo una verga tan enorme que semejaba ser un hermano siamés más pequeño,  siempre oculto en el pantalón, casi imposible de creer por mis sorprendidos ojos, y empezó a halársela muy fuerte, mientras yo suponía que se la arrancaría en uno de aquellos tremendos jalones. Pero nada de eso… acto seguido la coloco en el introito vaginal de la calientísima elefanta, y dando “remolineos” para dilatarla, la zambutió salvajemente al grito de ella: “FUCK ME…FUCK ME PLEASE…”

Para entonces el baterista se había colocado de pie junto a la negra (cruzo raudamente la puerta, pasando junto de mi sin apreciar mi presencia); yéndose directo a la mujer, quien ni tarda ni perezosa, procedió a puñetear  su verga; mientras que el formidable requintista negro, se trepo con pasmosa agilidad a pesar de su colosal peso, al enorme escritorio de la mejor caoba pulida, e hincándose a duras penas, se masturbaba cerca del rostro de ella, mientras la negra lo buscaba ávidamente para mamar todo aquello, y así lo hizo. El bajista no pudo tolerar mucho el enorme estimulo visual de la escena, y quitando al negro del sax, se metió entre las majestuosas piernas de la elefantita.

La negraza se convulsionaba y bramaba estentóreamente con los ojos en blanco, cuando lograba gritar, a cada momento en que el negro del requinto, dentro de su boca se lo permitía, al retirar la verga parada,  la cual extraía para enseguida sofocarla silenciándola de nuevo, ensartando para ello, su salchicha en la boca, entre chasquidos de saliva y secreción del pene. Finalmente, ocurrió lo inevitable: el negro quien la cogía locamente, presento la explosión de leche dentro de la vagina de la negra, sujetándose  mientras lo hacía, a los rollizos perniles de la mujer. Simulaba ser un pequeño mico fijo a un gran tronco de árbol.

Los 5 hombres del conjunto, se turnaban cogiéndose a la negra, y otros se metían en su boca y manos. El ambiente se encontraba sofocado de calor humano y de un intenso aroma sexual agridulce. El grupo de personas quienes aparte de mi esposo y yo, permanecimos en el local aquel año nuevo, ahora nos arremolinábamos  en la puerta, atraídos por el intenso clamor inconfundible de una mujer en brama que está siendo intensamente cogida por su amante, y al darse todos ellos cuenta de lo que ocurría, permanecieron primero petrificados, y luego muy excitados viendo la escena.

Una de las mujeres y clienta asidua del bar, aquella azarosa noche de pasión,  bajo el estimulo liberador del alcohol y la calentura, así como por la excitante visión de esta orgia, se bajo las pantaletas apresuradamente, y casi se fue rodando al piso debido a que se enredo con uno de sus pies en el elástico de las bragas, sentándose en uno de los sillones de la oficina del señor Pete o “Pit” (el dueño), y abriendo sus piernas, le rogo al negro del sax que la mamara. No obstante, al final, no acepto ser ensartada por aquel badajo de carne negra, quizá por temor a ser destripada.

Entre  un regadero de pantalones, vestidos y dos o tres pantaletas, varios hombres se encontraban en torno a la escena, pero desde luego que no permitían a sus mujeres la libertad de gozar de aquel manjar erótico, al igual que lo hacía aquella nueva hembra recién ingresada, quien ahora era mamada soberbiamente, por los enormes y grotescos belfos del negro del sax.

Muy a pesar de que la calentura se delataba claramente en todas las mujeres que observaban la escena, a través de su lenguaje corporal: tanto por la mirada lasciva, como por el “saliveo” que se adivinaba,  y el acto de tragarla, al igual que el movimiento de las manos, piernas, y por el atrevimiento de algunas de estas mujeres, de sobarse el clítoris por encima de su falda o pantalón, nunca se unieron al grupo, impedidas quizá por sus propios conceptos, y en parte a la negativa de sus esposos. Mientras tanto, dos hombres empezaron a masturbarse, sin importarles nada.

Posterior a varias rondas de verga, la divina “elefantita” ya fatigada por la posición y lo duro del escritorio, se bajo de este, en donde permaneciera por largos minutos, con las enormes piernas para arriba, sostenidas por cada hombre que rotaba entre ellas, y quienes le propinaban soberana “pitiza”; e hincándose  en la alfombra, fue rodeada por los 5 hombres del grupo musical, verga en mano, así como algunos otros agregados, masturbándose  en torno a su bello rostro, para finalmente eyacular enormes cantidades de semen (yo creo que por la excitación tan intensa), llenando parte de la boca abierta de la paquidermita,  la cual “cachaba” lo que alcanzaba del viscoso liquido, tragando cuanto pudo, mientras que otra parte de este atole humano, se estrellaba en sus cachetes enormes y hermosos, así como en la nariz, frente y partes de su alaciado cabello. Algunos otros chisguetes de aquella crema, pasaron zumbando de paso, cerca del cuerpo de la mujer.

Permanecí en la puerta temblando de la gran excitación, apreciando que el negro del sax se me acercaba, preguntándome si me había gustado lo que había visto, y yo tragando saliva le respondí con un gutural y  titubeante: “Si”. El negro cuya supuesta halitosis (la verdad yo jamás antes había olido su aliento), me tomo suavemente de la mano, e intento arrastrarme al fondo de la oficina, pero le dije que no… indicándole que mejor nos fuéramos a un rincón y apagásemos las luces del bar.

Cerrando los ojos, intentando no observar los grotescos belfos del negro del sax, y quizá suponiendo este mi aversión a su imagen, se enjuago la boca con agua oxigenada antes de practicarme sexo oral. La tremenda y fabulosa succionada vaginal y “clitoridea” me arrastro a una dimensión superior, varias veces creí tener un paro cardiaco, y convulsa permanecí inmóvil, mientras el negro suplicaba cogerme por el ano (no me explico la pasión de los vergudos, y de casi todos los hombres de darle a una mujer por ahí), pero en fin…

Cediendo a sus suplicas, y no sin temor, acepte debido a mi tremenda calentura. Hube de colocarle un condón de un hombre normal, y a duras penas este dio la medida debido a lo grueso y a lo largo de su descomunal verga, y debido a que ya me había antes lamido hasta el cansancio mi ano, toda lubricación de este resultaba en vano. Separando el negro gentilmente  mis nalgas  ahora sin calzones,  y solamente enfundadas mis piernas con mis inseparables medias y liguero, yo me sostenía en el suelo con mis manos, ofreciéndole al negro todo mi culo ansioso, mientras mis grandes y bellas tetas se agitaban (ampliamente mamadas estas, unos minutos antes por las magnas trompas).

El me jugaba la enorme cabeza peneana en la entrada de mi ano, y solo me daba piquetitos leves, incrementando poco a poco mi febril deseo de ser clavada, y en cierto momento, la excitación me llevo a pedir  a gritos el ser culeada por aquella enorme víbora. Unos instantes antes, yo había intentado comérmela por mi boca, y aprecie a través del condón, que esta poseía una cabezota sonrosada, contrastando con la negrura del resto del tronco, logrando solo abarcar una pequeña porción de ella: Imposible mas.

Este monstruo solo me cupo hasta la mitad en mi ano, quizá menos, mientras sentía que me rajaban en dos cual tabla. Mi culito me ardía, aquella enorme longaniza humana, me quemaba en ciertos instantes, pero a esas alturas, yo misma me clavaba rápidamente dándome sentones, sin lograr pese a ello, la penetración completa. Luego, me desensarte sola, y en ese momento  pensé que me iba a hacer “del baño”; pero afortunadamente solo fue la sensación como reflejo anal.

Colocando mis pantaletas debajo de mis nalgas, me senté en el vinil del sillón del bar para mi propia protección, y colocando mis piernas sobre sus hombros, el negro amoroso inicio a clavarme muy lentamente, hasta que yo increíblemente excitada, eleve mi pelvis para ensartarme toda, logrando  quizá solo la mitad.

Finalmente me la clavo toda violentamente, y sin importarle mis chillidos…hasta los huevos hirviendo estos en contra de mi sartén (porción anatomica entre el ano y el introito vaginal), y sentí que algo inconmensurable se alojaba dentro de mi pelvis. Un gran peso percibía, y pensaba que resultaría imposible de llevar si acaso me colocara de pie.

Al bombeo primero tenue, y luego intenso del negro de los belfos grotescos, se repitieron increíbles orgasmos, mientras al fondo escuche a la negra ya satisfecha, a mi adorada elefantita, ahora llena de verga, cantar “misty” al estilo de Aretha Franklin, para el resto de la concurrencia a esas horas de la madrugada del primer día de año nuevo en el bar; haciéndome entonces consciente de que el negro me había metido todo aquello que quizá otras jamás quisieron probar, eyaculando luego de largos minutos, en forma violenta e incontenible, provocándome gritos y mas gritos, mientras me zangoloteaba brutalmente.

Yo me negaba a besar al negro en la boca, evitándolo discretamente, pero sus suaves caricias con aquellas enormes ventosas que tenia por labios sobre mi cuello, me llevaron a buscarlo yo misma, percibiendo la suavidad aterciopelada, y el dulce aroma de menta saliendo de ella.  En ese momento aprecie también que su cuerpo era más bien fibroso y no tan flaco, de acuerdo a la imagen que yo poseía antes de este ser humano.

Quizá fue el momento, mas nunca había sentido aquella ternura, mezclada con el salvajismo de una tremenda cogida, alternada con movimientos suaves de la enorme verga, la cual era sacada hasta la entrada de mi vagina por el negro del sax, y yo la mordisqueaba apretando mis músculos pélvicos (perrito), para luego deslizarla este con una ternura y cuidado increíble, hasta terminar sin poderse contener, extrayendo mis gritos llorosa…pidiéndole que no se detuviera jamás…así permanecimos fusionados en un abrazo por largo tiempo…muy muy largo… al compas de “blue berry hill” de “fats” Domino, cantada por el pianista, que parecía entonarla especialmente para nosotros dos.

Al otro día, me negué a levantarme de mi cama, y solo lo hice para ir al baño, con las piernas tembleques, y con una sensación de haber expulsado un objeto gigante antes alojado dentro de mi ser. En ese momento recordé, y extraje de mi bolso, mis pantaletas llenas de mi propia secreción vaginal…

Cierto día, el dueño del terreno y del inmueble, derrumbo la casita por sus mendigos huevos, a pesar de los amparos promovidos por don Pete, el dueño del bar; y así se perdió el grupo fabuloso de negritos y otros mas que se refugiaban en este, junto con otros seres que nos reuníamos a escucharlos, y considerados muchos de nosotros por la sociedad moralista, como segregados; haciendo entre todos, la felicidad por años… una rara sensación me invade cada que cruzo por esa parte ahora ocupada por una construcción moderna.

Cierta vez nos encontramos  accidentalmente el negro del sax y yo, y platicando muy emocionados después de mil abrazos y besos, y de una enorme confrontación amorosa-sexual, me conto que la bella elefantita negra se había enfermado de diabetes, y tuvo que ser amputada de sus enormes piernas…ella se fue a Atlantic City (paradójicamente la cuna de grandes músicos), mientras revivimos los recuerdos de todas las gratas experiencias  en el bar de la calle nueve, y tras una agridulce despedida, me quede observando la figura de la “mamba negra” perderse cual imagen fantasmagórica, tosiendo como enfermo de enfisema (fumaba mucho), en una calle desierta y neblinosa de invierno, en la ciudad de San Diego California.