Apuros:Lechita de mi nieto el día de mi cumpleaños
Sorprendo a mi nieto masturbándose. De situación incómoda a minutos placer desbordante. Su leche sabe bien en mi boca
“¡Dios mio!” Suspiré.
Era el día de mi cumpleaños. Cincuenta y cinco.
“¡Cómo pasa el tiempo! Y yo aquí sola, otro año más…¡sin un macho que me folle por las noches!”
Me miraba en el espejo de la habitación.
“¿Estoy tan mal como pienso?”
Con mis manos tocaba mi rostro. “Unas pocas arrugas. Normal”
Descendí por mi cuello hasta mis pechos. Dejé escapar una sonrisa. “No puedes quejarte de esto Madga”
Los levanté un poco y comencé a zarandearlos con suavidad. “Si, bastante turgentes”
Me quité el camisón y desprendí el brasier.
Cada año repetía lo mismo. Me gustaba alardear de mis senos. Su tamaño siempre había resultado imponente y excitante. Para hombres y por qué no para alguna que otra dama.
Los expuse frente al cristal. Habían caído algo, no mucho, pero no habían perdido su medida.
“Dos grandes melones”, sonreí de nuevo al pensarlo.
Tomé el frasco de aceite de coco de la cómoda y comencé a frotarme la esencia por los senos. Despacio, con suavidad, recorriendo cada tramo, sacudiéndolos un poquito. Me deleitaba la escena. Y me consolaba. “Si, siguen dando que hablar". Los pezones ganaban tamaño. Los estrujé entre mis dedos. Eso me calentaba. Mordía ya mis labios con lascivia. “Te calientas sola Madga…¿ha que has llegado?”. Si, me reprochaba. Dejé mucho que escapar estos años. Juan había decidido marcharse. ¿La causa?
“Ja, Miriam. Siempre ella”. Sus reproches constantes y sus ataques de furia habían minado la relación. Su hija siempre se había mostrado contraria a cualquier intento de formalizar con cualquier hombre luego de la muerte de Pedro, el padre de Miriam.
“¿Pero ella si puede darse a la fuga con cuanto vago anda suelto no?”
La relación con Miriam había pasado de fricciones propias de madre e hija a verdaderos escándalos, con Carlos su nieto de por medio. Miriam había decidido que éste viviera con su abuela. Un rehén por política de su madre quién así se desligaba del problemático adolescente.
“Pobre Carlitos, ahora además está obligado a hacer de topo para su madre. Estoy atada a esta casa, porque si me muevo no se que es capaz de hacer. Pobre, tanto tiempo lo descartó para hacer su vida”.
“¿A propósito?…hace mucho que no lo siento...¿qué estará haciendo? Ni se levantó a saludarme y ya es media mañana.”
Salí sin hacer ruido de mi cuarto y me encaminé hacia el suyo. Vacío. Seguí a hurtadillas hasta la sala. Nada. “¿Dónde estará?”
Sentí ruidos en el baño y me dirigí hacia allí. La puerta estaba entornada y había luz en su interior. “Debe de creer que aún estoy en mi cama depresiva”.
Me acerqué sin levantar sospechas y asomé mi cabeza. Allí estaba: erguido, con su camiseta levantada, su boxer por el piso, con la notebook sobre la mochila del inodoro, auriculares en sus orejas, sus ojos fijos en la pantalla, conteniendo los gemidos y masturbándose a más no poder.
“¡No lo puedo creer!”, grité.
Sus pies se despegaron del suelo, en un salto, y giró paralizado. Había gritado lo suficientemente fuerte como para que me oyera. Los auriculares cayeron y pude oir el estruendoso “aaaaaarrrgggg” de una rubia ensartada analmente por un miembro negro descomunal.
“¡No te da vergüenza jovencito, a esta hora de la mañana y siendo lo suficientemente idiota como para no cerrar la puerta del baño, eres un puerco y…”
Mi sermón era en el desierto. Allí seguía fijo mirándome. Pero no atendía a mis palabras. No. Porque su vista estaba clavada en mis pechos.
Agache la mirada un segundo: “Maldita sea”, pensé. “Olvidé vestirme antes de salir de mi cuarto”.
Ahora comprendía el éxtasis que aún conservaba en su mirada perversa. No era sólo los alaridos que la rubia seguía propinando y que retumbaba como fondo. La verdadera escena eran mis dos grandes tetas lubricadas por el aceite que se balanceaban mientras gesticulaba con mis manos acompañando mi monólogo de abuela. Al parecer no se trataba de su abuela. Ante el era una mujer más. Una mujer follable. Su verga erecta y sus manos frotándola lo atestiguaban.
“Pero qué…”, el timbre me interrumpió. “Ya va”, grité involuntariamente. El ceño de Carlos se frunció. No quería renunciar a semejante espectáculo. Y oportunidad al parecer. Eso me calentó. E inmediatamente me dio repulsión: “¡es tu nieto vieja zorra!”, pensé.
Sonó el típico ruido a puerta al cerrarse. “Madga, soy Miriam, quiero hablar con Carlos…¿dónde están?”, se oyó.
Me quedé tiesa. Olvidé que tenía las llaves de casa. “Perra prepotente”, pensé. Miré a Carlos. Casi desnudo, con la verga tiesa y un video porno y yo con él en el baño con las tetas al aire. La escena era reprobable. Se anticipaba un escándalo de proporciones épicas. Carlos se acercó y al oído me dijo, irradiando lujuria “Abu, no me dejes así, no aguanto más.” Me sorprendió. Iba a darle una cachetada pero sería injusta. Yo también estaba caliente y sabía que aún si lograba salir del baño sin ser vista Miriam descargaría sus ataques contra Carlos acusándome de ser yo quién permitiera que fuera no ahora un vándalo sino peor: un sexópata.
“Ya voy, estoy en el cuarto cambiándome. Espérame ahí un segundo.”, grité.
Necesitaba ganar tiempo.
“¿Y tu Carlos? Ven que deseo hablar contigo también”, replicó Miriam.
El permaneció tieso y sin pronunciar palabra.
Intervine por él con rapidez: “Está en el baño, ya debe estar por salir”, grité.
“OK”, se sintió. “Hablaré por teléfono mientras. ¿No te molesta mamita no?, vociferó con un tono irónico.
“Perra”, pensé. Pero me contuve: “No para nada amorcito”
Había que acabar con todo esto. “Después hablaremos de esto, por lo pronto…”, le dije a Carlos. Y me agaché. De rodillas en las cerámicas del baño, con mis húmedas tetas frotando sus piernas, y mirándolo desafiante clavé mis uñas en sus peludas nalgas y abriendo mis labios al extremo, dejé entrar su erecta y chorreante verga en mi boca.
Sentí el glande haciéndose paso por entre mis dientes, frotando mi lengua hasta tocar mi campanilla. Me dio arcadas. Pero no vacilé. La contuve mientras mi lengua se enroscaba en su miembro. La saqué de una. Un grueso hilo de semen caía por mi mentón.
“De esto ni una palabra…dime gracias y feliz cumpleaños abuela”
Sujeté sus huevos con una mano mientras que con la otra lo masturbaba frenéticamente y con la punta de mi lengua lamía la punta de su glande. Rojo. Por estallar.
“¿Y Magda?”, se sintió desde la sala.
“Ya sale…digo salgo bebé”, repliqué.
Carlos reprimía los gemidos. Su cuerpo comenzó a temblar. Corrida inminente.
“Sigue así amor, quiero que te vengas, pero en la boquita de tu abu ¿si?”
“Mmm, sii”, alcanzó a vociferar entre gemidos ahogados.
Pero demoraba.
“Apurate o nos matan”, le dije.
“Aaaahhh”, gemía él. Pensaba disfrutarlo al máximo. No lo culpo.
Asi que tuve que sacar toda mi experiencia. Mis años joviales vinieron en mi auxilio.
Apreté con fuerza sus huevos, y me los tragué por unos segundos, bañando en saliva caliente su escroto peludo mientras mi frenética mano amasaba su miembro desde el glande hasta el fondo a gran velocidad.
“Veamos ahora”, le dije con un tono de perra en celo. Desconocido. Más bien. Guardado dentro mío. Había salido a relucir al parecer.
“Dale la lechita a tu abuelita, calentita please!”
Abrí la boca y saqué mi lengua al tiempo que el glande, dilatado descomunalmente, despedía una ráfaga de chorros de semen que fueron directo al interior de mi boca. Leche. Caliente y jovial. Como deseaba hace tanto. “¡Tarada! ¡Es de tu nieto!”
Me lo reproché dos segundos. Nada más. Actué como debía para salvar mi pellejo y el de mi nieto. Actué…y disfruté…si.
Levante su boxer, acomodé su camiseta, prendí su jean y descolgué un toallón para cubrir mis pechos.
Aún agitaba la leche de mi nieto en mi boca. Placenteras gárgaras. Saqué la lengua y le mostré que se hallaba cubierta por un gran charco de su semen. Me relamí el labio superior con toda lascivia. Luego me lo tragué.
Carlos me miraba. No podía creer lo que veía.
Le sostuve la mirada: “sigo siendo la de antes, al parecer…¿no lo crees?”, dicho esto le guiñé el ojo y salí.
Sentí como me comía el culo con la mirada.
Lo paré lo más que pude y luego me envolví con la toalla.
“Mamá…¿No era que te estabas vistiendo?”
“Lo siento cariño, se vé que por error puse el conjunto deportivo a lavar”.
“¿Y Carlos?”
“Ya sale…creo…”
“Si puede bajar la calentura”, pensé.
A los 20 minutos apareció en la sala.
El jean le marcaba un generoso bulto.
Me miró con lascivia.
Me hice la distraída.
Pensaba en cuantas me dedicaría esa noche. De pasarla solo…