Apuros: orgía familiar
Mi hija cae sorpresivamente a mi casa...mi nieto y su mejor amigo también llegan de visita...placer inesperado
El sonido del consolador vibrando dentro mío se confundía con el ruido que causaba el aire acondicionado. Creo que hacía cerca de 40 grados afuera. Aún así, dentro, en las penumbras de la habitación el viejo aparato de aire apenas podía con la sofocante humedad que se filtraba por entre las cortinas, si a eso le sumamos las miles de gotas que mis poros desprendían en cada contracción de mi cuerpo. Gemía como loba. No pensaba reprimir mis gritos. No había nadie en casa así que no había de que preocuparse. Hacía tiempo que mi nieto Carlos se había marchado a la universidad. Desde aquel episodio habíamos hablado poco y nada porque pocos días después recibió una beca de estudio y tuvo que trasladarse rápidamente a otra ciudad en compañía de su amigo Tomás, probable futuro colega.
Con Miriam, el hecho de que su hijo se fuera de mi casa había distendido un tanto el trato entre nosotras, pero tampoco la veía usualmente. Su paradero me era con frecuencia desconocido, pues se trasladaba de ciudad en ciudad siguiendo a su macho de turno. Una perra, como siempre. Tan sólo atinaba a pasarme de vez en cuando la dirección en alguna que otra charla por teléfono. De vez en cuando.
Abrí mis piernas todo lo que pude, y enterré con fuerza y hasta el fondo de mi concha, el vibrante consolador. Podía ver el sudor resbalando por entre mis senos y formando un pequeño charco en mi ombligo. Clavé las manos en la cama y elevé un poco mis caderas. El esfuerzo físico que esa posición demandaba y la presión melódica que el rugoso choto de plástico dentro de mi concha, era algo sumamente excitante.
Sentía cómo mi traspiración se mezclaba con el goteo de mi flujo que empapaba las sábanas y daba al choto un brillo extra.
El clímax estaba cerca.
En eso siento el timbre. 3 de la tarde ¿Quién demonios podría ser?
No me importó. Quería acabar aunque quién estuviese tocando la puerta fuera el papa.
Con una mano empuje hacia adentro el consolador, y con la otra me refregué el clítoris.
“Ahhhggg…” Solté un profundo gemido.
El timbre volvió a sonar.
“Mierda”, pensé. Encima el orgasmo pretendía demorar.
“Mmm…¿Quieeeénnn?”, alcancé a vociferar.
No hubo respuesta.
“Mierda”, de nuevo.
Tan cerca, y aún así tuve que resignarme. Quizás era alguien que necesitaba ayuda. Me preocupe.
El timbre sonó de nuevo, mientras cogía una bata y apresurada corría hacia la puerta.
“Va, ya vaaaa!”
Miré por la mirilla. Nadie.
“¿Pero qué mierda pasa…?
Estaba vez golpearon la puerta.
Abrí con rapidez, queriendo sorprender al bromista.
“Mira gracioso si vuelves a…”
Me callé. De pie, junto a la puerta estaba mi hija.
“Miriam, ¿qué hacés acá?”
“Hola, primero ¿no?”
El mismo sarcasmo de siempre.
“¿Qué querés que te diga? Sos vos la que llegás de la nada y encima…”
Me dejó diciendo palabras al aire, porque la muy tozuda entró a la casa así sin más y se tiró sobre el sofá.
“¿Sabés qué mamita?”, me dijo, “a pesar de todo tenés estilo, este sofá siempre me gustó. Con los años y aún resiste. Y eso que con Juan montándote en cuatro patas arriba día y noche sigue acá ¿no te parece?”
Fue una bofetada directa.
“Decime que mierda querés o te vas de acá…” Traté de no perder la compostura.
Se levantó y se acercó. Cara a cara. Nos separaban escasos centímetros. El aire se cortaba con un cuchillo.
“Decime Magda…¿Tenés idea de porqué se fue Carlos a la universidad?”
Sus ojos brillaban de furia.
“Porque ganó una beca ¿no?”
“Ahí te equivocás mamita…No! No fue por eso. Fue por esto!”
Y me refregó en la cara una foto.
Al principio sólo vi una cama, y sobre ella, y enredadas entre las sabanas dos piernas, y más arriba, bien visible, un trasero con alguna que otra celulitis en sus nalgas pero bastante turgente a ojos de quién veía la foto por vez primera.
Entrecerré los ojos tratando de ver más allá de lo que veía.
“¿No reconocés de quién mierda es ese culo no?”
“Nooo…”, exclamé con rabia.
“Mira bien Magda…Sos vos vieja puta!”
“Pero…”, y ahí caí. Esa línea blanca entre las piernas y las nalgas era una tanga corrida a duras penas. Mi tanga. El pequeño moño rojo a un costado la delataba. Entre la penumbra de la habitación fotografiada, descubrí mi par de cortinas azules. Si ese era mi cuarto.
“Pero…¿Quién la tomó? ¿Cómo llegó a tus manos?” Mi voz denotaba cierta repulsión y temor repentino. Caí en la cuenta.
“¿Viste cómo tenía que ver con Carlitos? Se alejó de vos porque estaba alzado con vos vieja puta!”
Eso me hirió de tal modo que comencé a sollozar.
“No llorés perra…”, su voz era tan cruel que causaba repulsión.
“La encontré en su habitación, luego de que se marchara. Eso me hizo pensar que quizás ambos mantuvieron algo mientras estuvo viviendo aquí…”
“Decí eso de nuevo y te saco de aquí a las patadas…”
“Jaja, me das risa mamá…¿sabés por qué vengo con esto? No porque me interese que hagan o hicieron vos y ese incestuoso durante ese tiempo, a pesar de que me repugna. Sino porque hoy me llamó para decirme que vendrá unos días y piensa pasar a verte…”
Eso me dió un ligero gusto. Lo deseaba como nunca. Anhelaba acabar con lo que ese día en el baño, y mientras la puta de su madre hablaba por teléfono, yo le extraía hasta la última gota de semen de sus peludas bolas. Pero por otro lado sabía que eso podría causarle problemas. Ella pareció anticiparse a mis pensamientos.
“Ni lo pensés vieja incestuosa. Él tiene una carrera por delante. Tiene futuro, y no pienso que lo arruine por tres días de follarse a una vieja casi de sesenta años como vos, ¿me entendiste?”
“No me amenaces maldita hija de…” Mi frase se interrumpió primero por el cachetazo que en un arrebato de furia le propiné a Miriam, seguido el sonido de mi palma estrellándose contra su cachete por el del timbre.
Los ojos de Miriam y los mios se encontraron. Ambos despedían llamas de rabia.
Me acerqué a la puerta y la abrí de espalda así sin más, pues aún le sostenía la mirada a la estúpida de mi hija, allí parada en el medio de la sala.
Cuando giré hacia la puerta, vi a un joven con su marcado torso desnudo y sudando, con su cara atónita y sus órbitas clavadas en mis pechos.
Detrás suyo se asomó un rostro conocido…
“Hola abu, perdona, estábamos a media cuadra cuando…”, Carlos se interrumpió y sus ojos también se clavaron en mis senos.
Me miré. Ambas tetas se balanceaban apenas tapadas por los costados de la bata entreabierta. En la discusión se me había desprendido el cordel que la mantenía atada.
Los dos pares de ojos se trasladaron mecánicamente hacia abajo. Hacia mis caderas.
“Veniamos, y pichó el auto, y trabajamos bajo el sol, y…” Mi nieto balbuceaba sin poder conectar la frase.
Él y su amigo (instuí que se trataba de Tomás) estaban embelezados contemplándome, pues no sólo estaban al descubiertos mis gordas tetas sino también mi concha, con sus pelos aplastados y pegoteados entre sí por el sudor y el flujo de mi fallido orgasmo.
No se porque pero creo que cuando atiné a cubrirme de nuevo con mi bata, ya no había vuelta atrás.
“No sabía que tu abuela estaba tan…”, murmuro hipnotizado y por lo bajo Tomás a mi nieto.
“Chicos que sorpresa”, alcancé a decir sintiendo que el rubor me incendiaba la cara.
Mi nieto avanzó hasta ponerse al lado de su amigo, desde allí vió a su madre detrás de mío
“¿Mamá? ¿Qué hacés acá?”
“Carlitos, ¿vos que hacés acá? Pensé que llegarías en unos días…”
“Siii, peroo”
El clima se puso algo raro. Todos estábamos sorprendidos por la presencia repentina de los otros.
Carlos rompió el silencio. “Abu, diosss…¡siempre dije que tenías buenas tetas pero hoy así, sudadas, están que explotan!”
Su boca gesticuló una sonrisa picaresca, y teniendo en cuenta sus palabras, supe que se había jugado el todo por el todo, allí, frente a su amigo y su mismísima madre.
“Yo, este…”, no pude seguir hablando.
“Carlos!”, bramó Miriam detrás de mi.
“No mamá, encerio, míralas!”
Y se abalanzó sobre mi. En sus ojos había desafío y un morbo que me excitó de sobremanera.
“Míralas”, repitió hipnóticamente. Sentí primero el calor de sus manos sobre mi cintura y luego cómo estas subían lentamente colándose entre los pliegues de mi bata.
“Abu…”, me dijo como esperando mi aprobación. Yo, en un trance, siquiera me opuse, siquiera dije lo más mínimo. Dejé que avanzara.
Siguió hasta alcanzar mis pechos. En ese momento me sentí en una nube, no oí nada más salvó su respiración, agitada por cierto, auque más allá creí percibir gritos y vociferaciones por parte de Miriam. O eso creí.
Me sujetó las tetas firmemente por debajo y las balanceo hacia arriba y luego las dejaba caer con suavidad, una y otra vez bamboleándolas y haciendo que se frotasen entre sí.
“Ahh”, dejé escapar…
No perdió tiempo y hundió su cabeza entre mis tetas, dejándome ver a Tomás allí parado, contemplándolo todo sin moverse siquiera. Tomé a mi nieto de sus cabellos y lo fui guiando en una bestial recorrida por mis senos. No se detenía siquiera a respirar. Quería comérselos cueste lo que cueste, lamía, escupía, chupaba, succionaba, volvía a escupir, le daba ligeros golpes, siempre sosteniéndome la mirada, esperando mi aprobación que mis gemidos evidenciaban. Sentía mis pezones a punto de estallar, y él, intuyéndolo se apresuró a rodearlos con su lengua para luego propinarle un gran chupón, un pezón a la vez, que hizo que me retorciera del placer.
“Ohh Carlos, seguí, cometes mis tetas, siii, devoralas, son tuyas mi amorcito, ahhhggg”
“Si abuu…”, y seguía succionando mis pechos con locura, inflándomelos a cachetadas.
“¡Aaaahhh, siii, aaahhh!”, el éxtasis era extremo. Mi nieto destruía mis tetas a cachetazos y yo rogándole que continuara y que el placentero dolor no cese jamás, empezaba a acariciar mi clítoris con la mano que no sujetaba el pelo de Carlos.
Los gritos eran orgiásticos, pero se trataba de una orgía de tan sólo dos personas, las otras dos restantes, estaba una detenida en el medio de la sala viendo cómo su amigo deglutía las gigantescas y veteranas tetas de su abuela, y la otra, mi hija, sentada en el sofá contemplando la situación como si quisiera entender que sucedía.
Mi vista repasó a los dos rápidamente pero sin perder detalle.
Tomás, sudaba marcando aún más su colosal torso, y su jean, que había pasado de un celeste a un azul oscuro de tanto sudar, parecía contener un descomunal bulto, que de no liberarse pronto, estallaría.
Pero la que más me llamó la atención, fue Miriam. Había pasado en segundos, de esa actitud de trance contemplativo, a recostarse en el sillón, abrir sus piernas y llevarse un dedo a la boca, señal de lascivia, y de un disfrute en su carácter de espectadora. Sus piernas abiertas levantaban la pollera y dejaban ver una fina tanga rosada que apenas cubría su delicada concha rasurada.
Quería contentar a aquellos dos fieles espectadores, así que arrastre a Carlos prendido en mis pechos y me dejé caer sobre el sillón al costado de Miriam.
“Carlos amorrr…ahggg…siii chupa el pezón asiii…siii chupalo más…mmm…Vos Tomás veni ponéte cómodo…”
El joven que miraba todo con ojos desorbitados, había dejado caer su jean y un slip blanco dejaba entrever un bulto gigantesco. Se acercó e inclinándose un poco, se prendió de una teta, lamiendo justo por debajo del pezón, rojo e hinchado por la excitación y los chupones constantes de mi nieto. Ambos parecieron entenderse en cuestión de segundos, porque Carlos succionaba el pezón derecho casi hasta desprenderlo y Tomás daba un par de golpes en mi seno izquierdo, Carlos daba un par de cachetazos en mi teta izquierda hinchándola de tal modo que el dolor se mezclaba con un ardor de picazón, y Tomás lamía cubriendo mi pezón izquierdo de calientes hilos de saliva.
Cuando lograba emerger de esta burbuja de placer orgíastico, comprobaba que el rostro de quién se deleitaba haciéndome retorcer de un placentero dolor, era mi nieto y el otro era su amigo Tomás. ¡Si! Yo una vieja de cincuenta y tantos dejándome chupar y golpear mis preciosas tetas por dos jovencitos. ¡Uno de ellos de mi propia sangre! Cuando daba cuenta de esto más parecía disfrutarlo. El morbo me invadía y los placeres juveniles se reavivaban en aquel sofá de living...Dios sólo sabe en que acabará esto...