Apuntes: Otras plumas (1)

Evocando al divino Verlaine

Apuntes: Otras plumas I*

Selección de poemas de Paul Verlaine (1844-1896)

I

No blasfemes, oh poeta, y recuérdalo siempre:

la mujer es deseable, tirársela está bien.

Aunque obeso es su culo la prestigia bastante

y yo lo he saboreado también alguna vez.

Ese culo y las tetas, qué refugio amoroso,

de rodillas la abrazo y lamo su rajita

mientras mis dedos hurgan el anillo de atrás...

Y los hermosos pechos, impúdicamente perezosos.

Y después ese culo, sobre todo en la cama

sirve como almohadón, o resorte eficaz

para que el hombre penetre en lo más hondo

del vientre de la mujer que ama.

Allí mis manos, también mis brazos y mis pies

se apaciguan: tanta frescura y redondez elástica

son un sagrario apetecible donde el deseo renace

fugaz y solapado, prometiendo juveniles proezas.

Pero, ¿cómo comparar ese culo bonachón,

ese culo rechoncho, más práctico que voluptuoso

con el del hombre, flor de alegría y estética,

y proclamarlo vencedor?

"Eso está mal", ha dicho el amor. Y la voz de la historia:

"Culo del hombre, alto honor de la Hélade y divino

adorno de la Roma verdadera, y aun más divino

en Sodoma, muerta y martirizada por tu gloria."

Shakespeare olvida pronto la gracia femenina

de Ofelia, de Cordelia y de Desdémona para cantar

en versos magníficos que un tonto denigrado,

del cuerpo masculino su triunfo celestial.

Los Valois enloquecían por los machos, y en nuestra era

la aburguesada y femenina Europa a su pesar admira

al rey Luis de Baviera, ese rey virgen cuyo corazón

solamente por los hombres palpita.

La carne, también la carne de la mujer proclama

el culo, la verga, el torso y el ojo del arrogante Casto.

Por todo ello, oh poeta, ya lo ha dicho Rousseau,

es necesario a veces apartar a la dama.

MILLE ET TRE

Mis amantes no pertenecen a las clases ricas,

son obreros de barrio o peones de campo;

nada afectados, sus quince o sus veinte años

traslucen a menudo fuerza brutal y tosquedad.

Me gusta verlos en ropa de trabajo, delantal o camisa.

No huelen a rosas, pero florecen de salud

pura y simple. Torpes de movimientos, caminan sin embargo

de prisa, con juvenil y grave elasticidad.

Sus ojos francos y astutos crepitan de malicia

cordial, y frases ingenuamente pícaras,

a veces sazonadas de palabrotas, salen

de sus bocas dispuestas a los sólidos besos.

Sus sexos vigorosos y sus nalgas joviales

regocijan la noche y mi verga y mi culo,

a la tenue luz del alba sus cuerpos resucitan

mi cansado deseo, jamás vencido.

Muslos, alma, manos, todo mi ser entremezclado,

memoria, pies, corazón, espalda y las orejas,

y la nariz y las entrañas, todo me aturde y gira:

confusa algarabía entre sus brazos apasionados.

Un ritornelo, una algarabía, loco y loca,

más bien divino que infernal, más infernal

que divino para mi perdición, y allí nado y vuelo

en sus sudores y sus alientos como en un baile.

Mis dos Carlos; el uno, joven tigre de ojos de gata,

suerte de monaguillo que al crecer se embrutece.

El otro, galán recio con cara de enojado, me asusta

sólo cuando me precipita hacia su dardo.

Odilón, casi un niño y amado como un hombre,

sus pies aman los míos enamorados de sus dedos

mucho más, aunque no tanto del resto suyo

vivamente adorable... pero sus pies sin parangón,

frescura satinada, tiernas falanges, suavidad

acariciadora bajo las plantas, alrededor de los tobillos

y sobre la curvatura del empeine venoso, y esos besos

extraños y tan dulces: ¡cuatro pies y una sola alma, lo aseguro!

Armando, todavía proverbial por su pija,

él solo mi monarca triunfal, mi dios supremo

estremeciéndome el corazón con sus claras pupilas

y todo mi culo con su pavoroso barreno.

Pablo, un rubio atleta de pectorales poderosos,

pecho blanco y duras tetillas tan chupadas

como lo de abajo; Francisco, liviano cual gavilla,

piernas de bailarín y buen florín también.

Augusto, que se vuelve cada día más macho

(era bastante chico cuando empezó lo nuestro),

Julio, con su belleza pálida de puta,

Enrique que me cae perfecto y que pronto, ¡ay! se incorpora al ejército.

Vosotros todos, en fila o en bandada,

o solos, sois la diáfana imagen de mis días pasados,

pasiones del presente y futuro en plenitud erguido:

incontables amantes ¡nunca sois demasiados!

BALÁNIDA

I

Es un corazón pequeño,

la punta al aire:

símbolo orgulloso y dulce

del corazón más tierno.

Lágrimas derrama

corrosivas como brasas

en prolongados adioses

de flores blancas.

II

Glande, punto supremo

del ser

del amado.

Con temor, con alegría

reciba tu acometida

mi trasero perforado

por tu macizo instrumento

que se inflama victorioso

de sus hechos y proezas

y entre redondeces se hunde

con ímpetus alevosos.

Nodrizo de mis entrañas,

fuente segura

donde mi boca se abreva,

glande, mi golosina o bien

sin falsos pudores,

glande delicioso ven

revestido

de cálido satín violeta

que en mi mano se enjaeza

con un súbito penacho

de ópalo y leche.

Es sólo para una paja

apresurada que hoy te invoco.

Pero, ¿qué pasa? ¿Tu ardor se impacienta?

¡Oh, flojo de mí!

A tu capricho, regla única

respondo

por la boca y por el culo,

ambos listos y ensillados

y a tu disposición

maestro invicto.

Después, néctar y pócima

de mi alma, ¡oh, glande!,

vuelve a tu prepucio, lento

como un dios a su nube.

Mi homenaje te acompaña

fiel y galante.

VII

Monta sobre mí como una mujer,

lo haremos a "la jineta".

Bien: ¿estás cómodo?... Así

mientras te penetro -daga

en la manteca- al menos

puedo besarte en la boca,

darte salvajes besos de lengua

sucios y a la vez tan dulces.

Veo tus ojos en los que sumerjo

los míos hasta el fondo de tu corazón:

allí renace mi deseo vencedor

en su lujuria de sueños.

Acaricio la espalda nerviosa,

los flancos ardientes y frescos,

la doble y graciosa peluquita

de los sobacos, y los cabellos.

Tu culo sobre mis muslos

lo penetran con su dulce peso

mientras mi potro se desboca

para que alcances el goce.

Y tú disfrutas, chiquito,

pues veo que tu picha entumecida,

celosa por jugar su papel

apurada, apurada se infla, crece,

se endurece. ¡Cielo!, la gota, la perla

anticipadora acaba de brillar

en el orificio rosa: tragarla,

debo hacerlo pues ya estalla

a la par de mi propio flujo. Es mi precio

poner cuanto antes tu glande

pesado y febril entre mis labios,

y que descargue allí su real marea.

Leche suprema, fosfórica y divina,

fragante a flor de almendros

donde una ácida sed mendiga

esa otra sed de ti que me devora.

Rico y generoso, prodigas

el don de tu adolescencia,

y comulgando con tu esencia

mi ser se embriaga de felicidad.

VIII

Un poco de mierda y de queso

no son para amedrentar

mi olfato, mi boca y mi valor

en el amor bujarrón.

En suma: me hace feliz el olor

del culo de mis amantes,

agrio y fresco como la manzana

en la sana humedad de sus fermentos.

Y mi lengua indómita

entre la dulzura de largos pelos rojos,

meticulosa, rígida y loca

allí se harta de rancios sabores.

Después, relamiendo el perineo

y las corotas de un modo lento,

serpentea a lo largo del miembro

para detenerse en la punta del glande:

allí se aplica tesonera en busca

de la delicia por la que muere:

crema de leche cuajada

en las bateas del amor,

y luego de los debidos

miramientos a su orificio

entra a la boca donde se apresura

a seguirla, la beatífica verga,

desbordante de semen que traga:

soy yo la lengua, untada y ungida

en el éxtasis incomparable

de esta bendición.

IX

Tiene el sueño intranquilo y por eso me encanta

sentirlo junto a mí, cuando es la presa indómita

y el comensal glotón del mejor de los sueños

sin poluciones -¿innecesarias?- y sin que se despierte.

Pegado a mí parecería en cierto modo cojerme

con su gruesa herramienta que siento en mis muslos,

o apoyada en mi vientre con entumecimientos

si estamos frente a frente. Y si él se da vuelta

para el otro costado como un pan que se cuece,

de repente su culo, deliciosamente soñador, o no,

malicioso, maligno, tentador, emputecedor

culo de la san puta, además de mimado,

a mi vientre se aplasta con provocación

y se pone duro como un badajo

y se pone duro como un carajo

o bien, si lo doy vuelta

es como si quisiera dármela por atrás,

o si yacemos de espaldas, con abandono

brutal y amable, pega sus nalgas a las mías,

y mi pija feliz se endurece, luego languidece

y otra vez excitada eyacula en un goce infinito.

¿Feliz de mí? Totus in benigno positus!

XI

Aunque no esté parada

lo mismo me deleita tu pija

que cuelga -oro pálido- entre tus muslos

y sobre tus huevos, esplendores sombríos,

semejantes a fieles hermanos

de piel áspera, matizada

de marrón, rosado y purpurino:

tus mellizos burlones y aguerridos

de los cuales el izquierdo, algo suelto,

es más pequeño que el otro,

y adopta un aire simulador,

nunca sabré por qué motivo.

Es gorda tu picha y aterciopelada

del pubis al prepucio

que en su prisión encierra

la mayor parte de su cresta rosada.

Si se infla levemente, en su extremo

grueso como medio pulgar el glande se dibuja

bajo la delicada piel, y allí

muestra sus labios.

Una vez que la haya besado

con amoroso reconocimiento,

deja mi mano acariciarla,

sujetarla, y de pronto

con osada premura descabezarla

para que de ese modo -tierna violeta-

el lujoso glande, sin esperar ya más,

resplandezca magnífico;

y que luego, descontolada,

la mano acelere el movimiento

hasta que al fin el "peladito"

se incorpore muy rígido.

Ya está erguido, eso anhelaba

¿mi culo o concha? Elige, dueño mío.

¿Quizás una simple paja?

Eso era lo que mis dedos querían...

Sin embargo, la sacrosanta pija

dispone de mis manos, mi boca y mi culo

para el ritual y el cul-

to a su forma adorable de ídolo.

XII

En aquel café repleto de imbéciles, nosotros dos,

solos, representábamos el así llamado "odioso vicio"

de gustarnos los hombres y, sin que ellos lo dudaran,

provocábamos a esos boludos de aire bonachón

con sus amores normales y su moral pacata,

al tiempo que excitados, en recíproca paja,

por derroche, por ganas, por principios,

semiocultos a veces por el humo de nuestras pipas

como Hera en otra época copulaba con Zeus,

nuestras vergas, como narices alegres y resfriadas

que nuestras manos con gesto solícito aliviaran,

estornudaban chorros de semen bajo la mesa.

XIV

¡Oh, mis amantes,

simples de naturaleza,

pero temperamentales!

Consoladme de mis males.

Aliviadme de la literatura;

tú, muchacho acariciador, masturbémonos en argot,

vosotros, muchachos del campo, compartamos el reparto

de pichas en el culo y de mamadas,

libraremos en el bosque tupido

la gran batalla

de cojedores en confusión.

Vosotros, refinados, intercambiemos las lenguas artísticamente,

y mierda para los discursos tristes

de pedantes y conchudos.

(Por conchudos entiendo imbéciles

pues las simples conchas son bienvenidas

aun entre nosotros, los difíciles,

los especiales, los sirvientes de la buena iglesia

cuyo Papa sería Platón

y Sócrates un protonotario.

Una mujer, de vez en cuando, es de buen tono,

y uno nada pierde en hacer concesiones

pues con razón se dice, a cada cual lo suyo,

y las mujeres, por cierto, tienen derecho a nuestra gloria.

Seamos dulces con ellas

entre polvo y polvo

y luego volvamos a lo nuestro).

¡Oh muchachos bienamados! Vengadme

con vuestras caricias auténticas,

vuestros culos y vuestros nabos dignos de reyes,

de todos los falsos alimentos de la retórica

con que las mentes diarreicas de nuestros colegas

se alimentan sin saber.

No metaforicemos, forniquemos:

sopesémonos bien las pelotas,

frotemos nuestros glandes hasta hartarnos

de semen y de mierda y de nalgas y de muslos.

  • estos poemas son parte de la obra "Hombres" de Paul Verlaine (elegido "Príncipe de los poetas" en 1894), publicada originalmente en 1903.

"Algunos de ellos evocan, con jactanciosa felicidad, aventuras y proezas amatorias dentro de un mundo juvenil y desprejuiciado, fraternalmente promiscuo; otros, por la violencia de sus imágenes escatológicas, hacen pensar en Jean Genet y en Allen Ginsberg. En cierto modo, la propuesta de libertad sexual ilimitada que se desprende de los poemas de 'Hombres' convierte a Verlaine en un contemporáneo del famoso Mayo francés del '68.", dice en el prólogo el traductor al español de estos poemas, Juan José Hernández. Y cita al comienzo del mismo a otro divino maestro:

"De la obra de Verlaine ¿qué decir? El ha sido el más grande de los poetas de este siglo... Raras veces ha mordido cerebro humano con más furia y ponzoña la serpiente del sexo. Su cuerpo era la lira del pecado." (Rubén Dario)

Este texto ha sido transcripto del libro: Paul Verlaine "Poesía Erótica (Mujeres / Hombres)" . Ediciones de la Flor. 96 págs. Editado en Buenos Aires, Argentina, en marzo de 1994.

Espero que los disfruten tanto como yo. R.