Apuesta Perdida (6)

Virginia utilizó su mano libre para empujar los plexos de Aldana hacia afuera, con lo cual quedó visible el tentador orificio a ser tratado. Introdujo el dedo embadurnado con lubricante despaciosamente, pero cada vez más profundo, a la vez que empezó a moverlo en círculos

La premura de la orden me disuadió de cualquier protesta o siquiera vacilación; era increíble lo que aquella gente (si se los podía llamar gente) habían logrado conmigo: ¿podía haber llegado a tan servil grado de obediencia sólo por perder una simple partida de chinchón?   Me dirigí a mi pieza en el preciso momento en que Aldana levantaba la cabeza y comenzaba a desperezarse.  En realidad la cama estaba armada; no es que hubiera tanto para hacer porque Aldana, siempre tan prolija, la había dejado en ese estado.  Eso sí: retiré el cubrecama porque hacía calor y tiré de la sábana para abrir el lecho: mi propio lecho matrimonial.  No podía menos que sentirme como la mierda al pensar que en unos instantes Eduardo, según había anunciado, estaría allí arriba cogiendo a mi esposa.  Qué miserable me sentí; creo, amigo lector, que no tengo palabras para describir ese estado tan vívidamente como para que puedas hacerte una idea.  En medio de mi derrumbe y, sin parar nunca de tocar fondo, tuve un destello de luz que, al menos, podía hacer que las cosas no fueran todo lo terribles que pudieran llegar a ser.

Me dirigí hacia la mesita de luz y abrí el cajón.  Tomé del interior una caja de preservativos que siempre tenía preparada.  Es que, si bien resulta patética y deleznable la imagen de un marido facilitándole los preservativos a quien se está por coger a su esposa, pensé que mucho peor sería que éste lo hiciera sin nada puesto y, de esa forma, correr el riesgo de un embarazo.  Si una humillación aun mayor podía cernirse sobre mí era precisamente ésa: mi esposa preñada por Eduardo después de que yo nunca, a pesar de los muchos intentos, había logrado hacerlo.  Deposité la cajita de preservativos sobre las sábanas de tal modo que fuera imposible que no la advirtieran: por lo menos Eduardo, ya que el estado en que mi esposa se hallaba hacía dudar de todo.

Regresé al comedor presuroso:

“Ya está, Señor” – anuncié.

“Muy bien puta – me contestó él -. Ahora de rodillas como te corresponde.”

Me ubiqué sobre mis rodillas una vez más.

“Las manos atrás, mucama” – agregó Virginia quien, ávida de nuevas emociones humillantes en mi contra, no paraba de incorporar y lanzar dardos contra mi ya terriblemente mancillada dignidad.  Sin objetar palabra puse ambas manos a mi espalda.

Eduardo tenía un brazo echado sobre el hombro de Aldana quien no levantaba la cabeza del todo; sus rubios cabellos caían en cascadas a ambos lados del rostro impidiéndome verlo.  Cuando finalmente se movió y apartó un poco su cabellera de la cara pude ver que tenía entre sus labios el porro que, minutos antes, estaban fumando Eduardo y Virginia.

“Esto te va a relajar linda.  Y tenés que estar muy relajadita para lo que viene” – le decía él a mi esposa a la vez que le acariciaba por detrás de la oreja  mientras las volutas del humo de marihuana seguían llenando el lugar.

Una vez más, le hablaba como si yo no estuviese en la habitación.  Y, en el estado en que ahora se encontraba Aldana, bajo los efectos del alcohol y del porro, no había forma de saber si ella era consciente de eso tampoco.

“¿Qué hora es? – inquirió él, mirando de reojo a Virginia.

“Cuatro y veinte” – contestó ella echando una mirada al celular una vez más.

“Bien – dijo él -. Éste es un buen momento”

Poniéndose en pie tomó a mi esposa por la mano para ayudarla a incorporarse, cosa que, por cierto, ella necesitaba.  La fue guiando hacia nuestra habitación matrimonial y no pude evitar, por más que quise, seguirlos con la mirada.  Cuando llegaron debajo del marco de la puerta, él la hizo pasar primero y le dio una palmadita en la cola.  Ella ni pareció darse cuenta de nada; se comportó del mismo modo en que lo había hecho durante el trayecto hacia el cuarto e incluso antes, es decir como si yo no estuviera en la habitación o bien ella no supiera que estaba.  Eduardo, en ese momento, se giró un instante hacia mí, intuyendo, obviamente, que yo los estaba mirando.  Sonrió con la burla marcada en el rostro y luego se giró para desaparecer en el interior de la habitación.  No cerró la puerta pero de todos modos eso no permitía que yo pudiera seguirlos con la mirada: la cama matrimonial no era visible desde donde yo me hallaba.

Quedé allí, de rodillas, sólo acompañado por Virginia quien, no sé en qué momento, había sacado la botella de whisky del minibar y cada tanto la empinaba.

“Duele, ¿no?” – indagó, de manera algo sorpresiva para mí.

Bajé la cabeza.

“Sí, Señora – acordé -. Es… muy doloroso”

“Lo entiendo, dijo – por un momento su tono mostraba una merma en el nivel de agresividad. Ahora más bien me hablaba como si yo fuera un niño que acababa de recibir su castigo -, pero tenés que pensar en el bien de Aldana, Rodolfo… Si realmente la querés,  tenés que pensarlo así… ¿Vos viste la hembra hermosa que es? ¡Ella merece un macho de verdad! No sería justo que pasara toda su vida a tu lado sin haber experimentado estar con alguien que realmente le dé placer”

Hasta cuando hablaba con tono más sutil o dulce, la muy hija de perra se encargaba de humillar a más no poder y de que cada comentario fuera como una daga para mí.  En ese momento la voz de Eduardo atronó desde la habitación fusionándose con una entrecortada carcajada:

“”Jajaja… Nuestra mucamita se porta tan bien que hasta me deja preservativos arriba de la cama para cogerme a su mujercita… Gracias, nena, pero no los voy a usar: prefiero cogerla sin forro; eso es lo que una hembra como ella merece”

Virginia también rió.  Me miró divertida.  Mi estrategia había fallado:

“Lo siento – dijo, abriendo los brazos en jarras -. No resultó.  Pero… ¿ves? ¡Hasta en eso te comportás con egoísmo!  ¡Ella merece tener hijos! ¡Es lo que desea! ¿Por qué vas a evitar que los tenga cuando sabés que eso la haría feliz? – movió lateralmente la cabeza en sentido de negación -. Noooo, no, no, Rodolfito… Eso no es quererla”

Tomó otro trago de whisky en el momento justo en que empecé a escuchar los primeros jadeos desde la habitación.  Virginia no pareció dar importancia al asunto; siguió hablando:

“Yo sí la quiero mucho a Aldi, ¿sabés? – ya no me miraba, sino que su mirada parecía más bien evocadora, como perdida en algún punto indefinido que tal vez estuviese en la sala o tal vez no -.  Aldana es mi amiga del alma y quiero lo mejor para ella… Cierto es que también he tenido que sufrir muchas veces… En el colegio ella no sólo tenía mejores notas; era también la preferida… de los profesores y ni qué hablar de los varones, todos alzados detrás de ella.  Cuando yo salía sola concentraba bastantes miradas masculinas pero cuando salíamos juntas… no había caso… a mí ni me veían.  Cuando dos tipos venían a encararnos era obvio que el que se acercaba a mí lo hacía en condición de amigo de quien quería levantarla a ella y más que nada para hacerle un favor.  Todo eso fue muy frustrante… Pero bueno, no me ha ido tan mal, ¿verdad? – se puso de pie –. Hoy en día soy una mujer atractiva, ¿no creés?” – dio un giro sobre sí misma.

La verdad era que tenía razón en lo que decía.  Virginia no era tan despampanante como Aldana pero tenía un tipo de belleza de la que madura con el tiempo y había que admitir que era más atractiva ahora que años atrás.

“Sí, Señora – acordé -. Lo es”

“Pero si bien a veces tuve que sufrir ese tipo de cosas, siempre quise mucho a Aldana como te decía… ¡Vos no podés darle nada, Rodolfo! Siempre lo dije y se lo dije a ella… - indignación, rabia y vergüenza se seguían mezclando en mí a medida que seguía con su exposición -.  Ella merece que un buen macho la haga vibrar… necesita que la cojan bien… Vos ni siquiera fuiste capaz de embarazarla, lindo… Y, de acuerdo a lo que dijo ella, ni siquiera le hiciste la cola o tuviste sexo oral con ella”

Cómo la maldije por dentro. ¡Aldana nunca había querido!  Y Virginia bien lo sabía.

“Ya sé que ella nunca quiso – agregó, como si leyera mi pensamiento -… pero, ojo… ¡por algo nunca quiso!  Un verdadero macho tiene poder de convicción, un verdadero macho logra llevar a su hembra a que termine dejándose hacer exactamente eso que él tiene pensado para ella… Todo es así, la naturaleza es así si la sabés mirar un poquito…”

Se interrumpió y dio un nuevo trago a la botella de whisky.  Los jadeos que llegaban desde la habitación comenzaron a incrementarse… y ahora escuchaba más nítidamente los de Aldana… Virginia seguía hablando; parecía indiferente, aun cuando, paradójicamente, hablara sobre ellos dos:

“Por eso es que, como yo quiero a Aldana, quiero que goce… Y vos deberías querer lo mismo… Porque nunca le diste nada y ahora menos que menos se lo vas a poder dar… Mirate un segundo – adoptó una mueca de desprecio mientras me miraba -… vestido de mucama, cogido por un hombre, chupando pija, tomando pis, con un lápiz labial metido en el orto… A propósito, lo tenés puesto todavía, ¿no?”

Un par de lágrimas rodaban por mis mejillas  e instintivamente bajé la cabeza para ocultarlas.

“Sí, Señora – contesté -. Sigue allí”

Virginia asintió en forma de aprobación aunque manteniendo la expresión seria y evocadora con la que venía hablando hasta ese momento.

“Quedate tranquilo – me dijo -. Y alegrate por Aldi… Hoy va a recibir una buena cogida, la que nunca recibió… Y podés estar seguro que dentro de un ratito va a tener el culo estrenado”

Casi como una respuesta a sus palabras, los jadeos se siguieron incrementando, ya ahora tornándose en gritos, especialmente de Aldana.  El talante de Virginia cambió totalmente: una radiante sonrisa volvió a cruzar su rostro.  Se incorporó con prisa:

“Pero, ¿qué hago que no estoy sacando fotos?  – voceó a viva voz al tiempo que volvía a apoderarse de la cámara, de mi cámara… y salía presurosamente hacia la habitación.  Mientras iba en camino casi corriendo sobre sus tacos me preguntó - ¿Esto tiene filmadora también, no?”

Pronuncié un apagado “sí, señora” que creo que no llegó a escuchar.  No hacía falta respuesta tampoco.  Ella sabía perfectamente que sí se podía filmar.

La seguidilla de sonidos que llegaban desde mi pieza matrimonial se fue convirtiendo casi en batifondo.  Ahora Eduardo insultaba a Aldana permanentemente y se advertía, cada tanto, un chasquido que denotaba algún chirlo.  Aldana jadeaba y gritaba, mientras que Virginia no paraba de reír ni de alentarlos.  Finalmente llegó a mis oídos un grito prolongado de parte de mi esposa que se fue haciendo cada vez más agudo hasta convertirse en aullido mientras la respiración entrecortada de él, tras haber llegado al punto máximo y haberse fusionado con furibundos gritos, ahora comenzaba a bajar el ritmo evidenciando que ya habían llegado al súmmum .  Eduardo acababa de coger a Aldana y la verdad era que nunca la había escuchado aullar de esa manera.

Un momento después Virginia volvía a aparecer en el comedor y se veía descocadamente feliz como si fuera una adolescente.  Traía la cámara en la mano.  Se ubicó frente a mí apoyando una de las palmas sobre su rodilla en tanto que con la otra mano acercaba la cámara a la altura de mis ojos.  Y así, arrodillado y con las manos atrás, sin que ella parara de reír, fui viendo toda la secuencia.  Vi a Eduardo echado sobre ella y penetrándola con una fuerza y una intensidad que a mí me parecía imposible de alcanzar.  Y vi la hermosa carita de Aldana totalmente extasiada, arrebatada por el momento, cerrando sus ojos y abriendo la boca a más no poder para dar rienda suelta a su infernal goce.

“Parece que la pasó bien, ¿no? – decía Virginia sonriendo burlonamente -. ¡Ay! ¡Qué contenta estoy por Aldi!”

¿Qué más faltaba? Yo no cesaba de preguntarme eso. ¿Se podía imaginar alguien caer más bajo?  Por lo pronto yo no podía, aunque para ese entonces estaba algo habituado a que la creatividad de la pareja me superara.  Bajé la cabeza y lloré.

“Ahora vas a llorar como una nenita, jeje… - rió Virginia -. Y bueno… sé que cuesta porque son muchas realidades que te caen todas juntas.  En pocas horas tuviste que aceptar que sos cornudo y puto… pero ya te vas a ir acostumbrando a la idea”

Volvió a dirigirse a la pieza dejándome allí, arrodillado en el comedor.  Escuché que los tres conversaban, aunque sus palabras me resultaban ininteligibles.  Sí pude determinar que Aldana era la que menos hablaba y cuando lo hacía parecía largar palabras o sílabas sueltas, seguramente muy afectada por el alcohol, la droga y el sexo que había recibido.  ¿Se acordaría de mí en ese momento? Imposible saberlo…  Por lo pronto recordé de mi parte el comentario que Virginia había hecho acerca de que el culo de Aldana sería estrenado esa noche… Una vez más eran increíbles las pequeñas cosas a que yo me aferraba al haber creído tocar fondo… Al menos la cola de ella seguía virgen de acuerdo a lo que había visto en la filmación.  Y, a juzgar por lo avanzado de la noche y por el hecho de que Eduardo ya había acabado tres veces, mal podía esperarse que acometiera el intento.  Me equivocaba… Habré permanecido unos veinte minutos allí mientras las aún ininteligibles palabras emanaban de mi pieza matrimonial.  Hasta que la voz de Virginia brotó del cuarto, tan estruendosa que dudo de que no la hayan escuchado los vecinos en caso de estar despiertos:

“Rodolfitooooo… ¿tenés algún gel para el culito de Aldana?”

No podía creerlo.  Los malditos hijos de puta seguían con su plan en pie.  Y no me extrañaba para nada que hubiera sido la propia Virginia quien lograra persuadir a Eduardo en un momento en que lo más lógico era que él decidiera abandonar todo intento futuro.

“Sí, Señora” – contesté, en voz alta pero quebradiza.

“Traelo” – ordenó Virginia.

Tragué saliva.

“Está allí mismo, Señora, en la habitación” – apunté.

Siguió un breve instante de silencio.

“Vení a buscarlo” – demandó Virginia finalmente.

“Sí, señora” – respondí.  Tan sumisamente como pude, empecé a caminar en pos de mi habitación matrimonial sin poder aún creer que para entrar a la misma, ahora necesitara autorización.  Mientras me dirigía hacia allí, mi cabeza daba vueltas acerca de cuál sería la situación con que me encontraría una vez dentro, ya que una cosa debía ser escucharlo y otra verlo.  Ingresé al cuarto.  Las sábanas estaban algo desparramadas y en parte caían sobre el piso, dejando al descubierto buena parte del somier.  Aldana estaba allí, echada boca abajo y aparentemente casi desvanecida o bien dormida.  La corta falda no le cubría la cola ya que la misma estaba levantada a la altura de la cintura y ello me permitió distinguir manchones de semen en la entrepierna;  la bombacha blanca estaba enganchada en uno de sus tobillos, casi colgando del taco porque seguía con las sandalias puestas.  Eduardo y Virginia estaban sentados sobre el borde de la cama, él acariciando las piernas de mi esposa.  Virginia se volvió hacia mí:

“Danos lo que te hemos pedido, mucamita” – reclamó.

“Sí, señora” – contesté y me dirigí hacia la mesita de luz para abrir el mismo cajón del cual un momento antes había extraído la caja de preservativos, esa misma que ahora podía ver enterita sobre el parquet del piso, casi contra el zócalo de la pared.  Hurgué en el cajón hasta que hallé el pomo de gel lubricante que usábamos a veces para facilitar la penetración sexual aunque, claro, siempre ella lo había usado en la vagina y jamás en la cola pues, como ya se ha dicho, me la negaba.  Virginia prácticamente me arrancó el pomo de la mano.

“Dame eso – dijo, secamente -. El culo de Aldana es virgen, así que vamos a tener que lubricarlo”

Hasta allí mi esposa no emitía un solo sonido ni hacía movimiento alguno a no ser el de ascenso y descenso de sus hombros cada vez que respiraba.  Es decir, no era tanto que pareciera indiferente a lo que se estaba hablando sino que más bien estaba totalmente ausente de la conversación, perdida su cabeza vaya a saber por qué laberinto del sueño, el alcohol y la marihuana.  Virginia depositó una buena cantidad de gel sobre la yema de su dedo mayor  derecho y lo fue acercando hacia la retaguardia de Aldana quien, al parecer, no tenía modo de prever lo que se venía.  Se me cruzó por la cabeza en ese momento la posibilidad de advertirle, pero me contuve.  Mientras depositaba el pomo de gel a un costado, sobre la cama, Virginia utilizó su mano libre para empujar los plexos de Aldana hacia afuera, con lo cual quedó visible el tentador orificio a ser tratado.  Introdujo el dedo embadurnado con lubricante despaciosamente, pero cada vez más profundo, a la vez que empezó a moverlo en círculos.

“Hay que abrírselo bien” – explicó.

Aldana comenzó a moverse en el lecho.  Hizo algún intento por levantar la cabeza de la almohada, pero volvió a caer sobre ella.  No abrió los ojos y, aun así, se dio cuenta de quién era la persona que le estaba hurgando la cola.

“¿Qué… me estás haciendo, Virginia? – preguntó, con la voz cargada de modorra.

“Sssshhh…  - la calmó su amiga -.  Relajate y quedate tranquilita.  Te estamos preparando el culito para que tenga su bautismo”

Eduardo, que se había puesto de pie, posiblemente para observar mejor y gozar de una vista más panorámica del espectáculo que estaba teniendo lugar sobre mi cama, reía entre dientes.  Se me dio por dirigir la vista hacia su pene, porque realmente me parecía difícil que fuera capaz de penetrar a mi esposa por detrás siendo que hacía tal vez veinte minutos la había penetrado por delante.  Si realmente era capaz de lograr eso, entonces ya no había duda de que era un verdadero macho semental, avalando la permanente publicidad que Virginia hacía de sus virtudes.  Por el momento el miembro, si bien estupendo, pendía hacia el suelo sin erección alguna, lo cual para mí era un gran alivio.  Si al menos fracasara la penetración anal de mi esposa, yo encontraría una muy mínima revancha en la noche.  Él se empezó a tocar pero rápidamente dirigió la vista hacia mí:

“Acercate, putita – me dijo -. Chupala”

Respiré hondo en una mezcla de derrota y resignación y comencé a avanzar hacia él cuando su imperativa voz me detuvo en seco:

“Así no – me reprendió -. En cuatro patas”

“Sí, Señor…” – agaché la cabeza y adopté la postura que él reclamaba y así, sobre mis manos y rodillas, fui rodeando la cama sobre la que Virginia brindaba el “tratamiento” a mi esposa para, finalmente, llegar ante él y su pene.  Me lo introduje en la boca y comencé a mamarlo, con lo cual, en los minutos siguientes, pude comprobar cómo se iba inflando progresivamente.   La posición en que Eduardo estaba era de perfil a la cama y eso hacía que yo pudiera ver la escena que tenía lugar sobre las sábanas con sólo desviar levemente la vista.  Él en ningún momento me reprendió por hacerlo y, de hecho, creo que su intención era que yo viera.  Levanté, incluso, la vista hacia Eduardo fugazmente y pude comprobar que estaba totalmente absorto con la imagen de su mujer llenándole el culo de gel a la mía.  Quizás por eso tampoco podía él reprenderme demasiado: sus ojos estaban puestos sobre ellas.

Dos veces llegué a ver que Virginia extraía el dedo de la cola de Aldana para embadurnarlo nuevamente en lubricante, pero a la segunda que lo hizo hubo una diferencia: cuando volvió a colocar gel, no lo hizo únicamente sobre su dedo mayor sino también sobre su índice.  Es decir, embadurnó dos dedos y, en efecto, ambos fueron introducidos en el orificio anal de mi esposa a la siguiente oportunidad.

“Aaaah” – Aldana emitió un gritito y rechinó los dientes, lo cual revelaba que, ahora sí, estaba experimentando el dolor.

“Sssshhh – la volvió a calmar Virginia -.  Tranquilita, tranquilita… Pensá que la pija de Edu es mucho más gruesa que mis dos dedos y la vas a tener que alojar ahí adentro, linda…”

Aldana levantó la cola un poco. ¿Era posible que lo estuviera gozando?  Yo no podía determinarlo y, por otra parte, debía dedicar parte de mi atención a mamar el pito de Eduardo.  Supongo que en algún momento mi exceso de atención hacia lo que ocurría en mi cama hizo que me detuviera por un instante, porque él me devolvió a mi labor con una fuerte cachetada:

“No te dije que dejaras de chupar,  pelotuda”

“Ay, Virgi, me duele” – se quejaba Aldana, a la vez que su respiración comenzaba a hacerse cada vez más jadeante, ignoro si contra su voluntad.

“Y tiene que doler – le refrendó Virginia con un tono que mediaba entre dulce y autoritario -. Es necesario para que podamos llevar a cabo el bautismo de tu colita”

La pérfida mujer no se apiadó del dolor ni de los ruegos de Aldana sino más bien todo lo contrario.  Extrajo los dos dedos del interior de su cola y, esta vez, embadurnó no dos sino tres dedos con el viscoso gel; es decir que sumó también el anular.  Como si fueran tres enhiestas lanzas, los dedos de Virginia se reintrodujeron entonces, aumentado su número, dentro del orificio anal de Aldana, quien se sacudió y arrebujó un poco en la cama a la vez que abría la boca mientras su rostro, aun con los ojos cerrados, asumía una mueca de dolor.  Pero se notaba que era un dolor extraño porque, al mismo tiempo, Aldana movía y levantaba su cola como si fuera atrapada, succionada por la mano de Virginia como si ésta portara una ventosa.  Dobló una de sus rodillas y levantó una de sus piernas en una señal inconfundible de goce.  La bombacha blanca quedó pendiendo del taco de su sandalia.

“Je,je,je… - rió Eduardo, maléfica y entrecortadamente -. ¡Qué puuuuta!”

“Bieeen puuuta – convino su mujer -.  La chetita forra esta siempre se hizo la santurrona pero eso sólo porque nadie le sacó la puta barata que tenía adentro”

Ahora el lenguaje de ambos hacia Aldana era agraviante de verdad, especialmente el de Virginia quien, minutos antes, se había jactado de quererla mucho.  Los dedos de la malvada mujer seguían haciendo círculos cada vez más pronunciados y, si bien no podía advertir tanto detalle desde mi posición, podía imaginar cómo el ano de mi mujer se iba abriendo generoso ante el destino que aquellos dos degenerados le habían reservado.  Destino que, por cierto, yo jamás había podido darle.

“Esto ya está – anunció Virginia -.  Abierto como una flor. La putita ya está lista y entregada.  ¿Cómo está tu pija?”

La escena, por un momento, había sacado de mi cabeza la enorme verga que tenía en mi boca y, quizás por eso, no había notado que ya estaba dura como una piedra.  Él me tomó por los cabellos y me echó la cabeza hacia atrás.

“Lista para entrar” – respondió altanera y triunfalmente Eduardo, a la vez que caminó los pocos pasos que lo separaban de la cama para ubicarse sobre ella, de rodillas.  Virginia liberó el ano de Aldana y se apartó a un costado para que su esposo pudiera hacer lo suyo.  Él quitó violentamente de debajo de la cabeza de mi esposa la almohada sobre la que se apoyaba.  Ella emitió un quejido mientras su rostro caía directamente sobre el somier.

“Levantá el orto” – ordenó Eduardo.

Mi esposa obedeció y él ubicó la almohada estratégicamente por debajo de su vientre.  Si ya tenía una cola hermosa y atractiva, ahora lucía aún más tentadora, tanto que sentí ganas de masturbarme y me odié por ello.  Virginia dirigió una feroz mirada hacia mí:

“Vos andá en cuatro patas y ubicate en el rincón, de espaldas a nosotros, mirando a la pared y con las manos a la espalda”

Me sorprendió que, lisa y llanamente, no me echaran de la habitación, pero si no lo habían hecho seguramente era porque pensaban que mi humillación sería diez veces mayor si permanecía en el cuarto y escuchaba la banda sonora del bautismo anal de mi propia esposa a manos del esposo de una amiga.  Obedecí la orden sin chistar.  Llegué a cuatro patas hasta el rincón y me quedé mirando hacia la pared tal como Virginia me había dicho.  En ese momento escuché bien cercano el taconeo sobre el parquet y supe que la arpía se hallaba al lado mío.

“Abrí la boquita” – me dijo una vez más.  Creo que yo ya tenía incorporada tanto la frase como la inminente humillación que vendría luego.

Llenó mi boca con algo que, al contacto con la lengua, pude comprobar que era un objeto de tela o, tal vez, de lycra.  Rápidamente entendí todo.  Eran las bragas de mi esposa, las mismas que, instantes antes, pendían del taco de su zapato.

“Mantené eso en la boca – ordenó Virginia -. Así vas a sentir el gusto de lo que no estás disfrutando y de lo que ya no vas a disfrutar más”

¿Por qué la maldita hablaba de un modo tan terminante? ¿A título de qué se atribuía el derecho a lanzar semejante sentencia sobre el futuro?  Después de todo, el pago de la apuesta se vencía  a las seis de la mañana y luego de eso todo volvería a ser… ¿A ser cómo? Mis pensamientos giraron arremolinados… había estado a punto de decirme a mí mismo que todo volvería a ser como antes pero yo sabía bien que eso no era posible.  La misma Virginia se había encargado de destacarlo bien.  Mi masculinidad se había caído hecha pedazos.  ¿Con qué cara y con qué actitud podría yo volver a hacer el amor con Aldana?  Y, en todo caso, ¿cuál sería la postura de ella al respecto?  Por lo pronto, mi esposa se hallaba tumbada boca abajo a punto de ser penetrada por la cola y, si bien su voluntad parecía  en buena medida mellada, no era que diera tantos signos de resistirse a lo que se venía.

“Bueno – espetó Virginia -. A filmar”

La cámara, la maldita cámara.  ¿Qué tenían pensado aquellos dos seres abominables hacer con todo ese material?  Por lo pronto llegó a mis oídos el sube y baja del somier y el roce, una y otra vez, de las patas de la cama contra el parquet.  Mi esposa emitió un grito de dolor pero de inmediato escuché un golpe que sonó a carne.  Yo ignoraba en dónde le habría pegado aquel miserable, pero una fuerza más potente que mi voluntad me impedía girarme para comprobarlo o para acudir en defensa de ella.

Él comenzó a proferir unos gritos bien largos, casi tribales, mientras Aldana mezclaba interjecciones de dolor con jadeos y, cada vez más, con aullidos que iban en crescendo.  El ruido de la cama fue acelerando su compás a la par que lo hacían también los gritos de ambos. En un momento un doliente y pronunciado quejido de mi esposa hizo llegar a mis oídos la fatídica evidencia de que su ano había sido roto.  Los jadeos y gritos siguieron, aunque se notaba particularmente en Aldana una curiosa mezcla de dolor y placer.  No sé cuánto duró todo eso: tal vez diez o quince minutos, pero pareció una eternidad.  Él, claro, tardaba en llegar al orgasmo debido a que ya había tenido tres durante la noche y eso hizo que la escena auditiva se prolongara para mí como una tortura interminable.  Cuesta decirlo pero ya para esa altura yo prefería que acabara de una vez…

CONTINUARÁ