Apuesta en un bar

Dos amigos se apuestan a que tendrán sometidos a un camarero y una camarera a sus deseos durante un rato. Ella empieza atancado a un chico que pasa un mal rato en el servicio del bar.

La apuesta era muy simple: ella decía que se llevaba al

camarero al servicio de caballeros y que le obligaría a besarle los zapatos de

una manera u otra. Yo me puse a reír y le dije que eso era imposible. Si lo

conseguía, yo me comprometía a hacer lo mismo con la camarera, una chica

sudamericana de generosos pechos y caderas que parecía asequible entrar. Nos

miramos, nos dimos la mano y me dijo:

- Acepto la apuesta, pero… si alguno de los dos no cumple su objetivo se convertirá en el

esclavo del otro todo el fin de semana –Me dijo con su cara de niña buena.

Por un momento intenté pensar en las posibles consecuencias.

Hacía unas semanas que la tuve atada a mi cama, de espaldas, con los ojos

tapados y las piernas bien abiertas sujetas con cuerda, haciéndole todo tipo de

perrerías sin dejar que llegara al orgasmo. Me imagino que estaría algo

resentida; ante la presión de su mirada olvidé todos estos argumentos y acepté

sin más.

Sandra tenía mi edad, sobre los cuarenta. A pesar de ser

madre de dos hijos tenía un buen cuerpo. Hacía deporte y se cuidaba mucho. Su

melena negra le llegaba sobre los hombros y su estatura, más de 1’70 en

conjunción con unos buenos zapatos de tacón la hacían imponente.

Seguimos conversando de nuestras cosas y se acercó el

camarero. También era de origen sudamericano. Joven, de mediana estatura, piel

morena y pelo rizado. Estaba delgado pero al mismo tiempo fibrado.

Pedimos nuestras respectivas bebidas y Sandra le preguntó

por el servicio mostrando su mejor sonrisa. Al instante lo cautivó y el rostro

del chico se iluminó y le indico con toda la amabilidad del mundo dónde estaba.

Sandra se levantó, me miró con cara de satisfacción y se fue

directa al baño. Desde mi mesa pude ver cómo le decía algo al camarero en la

barra. Éste se quedaba un tanto perplejo, asentía con la cabeza y ella encara

su andares provocativos hacia los servicios.

El chico vino a nuestra mesa a traer las bebidas. Le noté

nervioso, no me aguantó la mirada y casi me tira la Coca-Cola por encima. Tenía

mucha prisa por volver al interior del Bar. No sé porqué pero no le trajo su

bebida.

En ese momento recibí un SMS en mi móvil:

- Cuando puedas ven al servicio. Métete en el último reservado y escucha .

Me bebí la Coca-Cola casi de golpe. Observé que el camarero

aún estaba dando vueltas por el interior del bar; tras unos instantes cogió

algo de un cajón y entro en los escusados. El cartelito de la puerta indicaba

que eran mixtos.

Fue entonces cuando me levanté y me fui al baño siguiendo

las instrucciones que me habían dado. Entré sigilosamente intentando no hacer

ruido. Vi que había cuatro puertas de servicios. Las dos primeras estaban

abiertas, la tercera cerrada y la cuarta ajustada. Me acerqué a la tercera y

escuché ruidos. Para evitar ser descubierto me metí en el último servicio y

cerré el pestillo.

- Gracias por hacerme el favor, corazón. No sabes que sofoco he pasado. Imagínate en tu

primera cita y que te pase esto.

- Claro, claro, señora… no se preocupe, lo entiendo. Yo le ayudo .

Esas fueron las primeras palabras que escuché. Evidentemente

no podía ver nada, tan sólo oír lo que estaba pasando al otro lado de la

mampara que separaba los dos servicios.

- A ver si puedes con la cremallera del vestido. Al abrirse por abajo voy enseñando mi tanga por

todas partes y no quiero que piensen que soy una fresca.

- Ssss… si, si, claro, lo entiendo, lo entiendo .

- Espera, que me

doy la vuelta y tú me la intentas bajar.

Escuché el rip de la cremallera del vestido bajando. Deduje que se le había o… que muy

maliciosamente ella se la había abierto por la parte inferior para provocar esa

situación.

- ¡Perfecto! Espera que me lo saco para ver si podemos arreglarlo – Escuché como el vestido se

deslizaba por su cuerpo hasta caer al suelo. Acto seguido un golpe en la puerta

del servicio me dio a entender que el chico se había apartado de golpe al ver a

Sandra en ropa interior.

- Vaya… ¿Me ayudas? Parece que se ha enganchado con el zapato y esto es tan estrecho… Un momento,

me doy la vuelta.

- No se preocupe, señora, yo se lo desengancho, un momento .

En ese punto no pude más y me puse de pie sobre la taza de

mi lavabo. Esto no me lo podía perder. Lentamente fui asomando la cabeza por

arriba y la visión fue espectacular. Sandra estaba de pie, apoyada con el

hombro sobre la mampara que la separaba de mi, mirando hacia el suelo. El

chico, de rodillas estaba intentando soltarle el vestido que, curiosamente , se había enganchado en una

hebillita de los zapatos de tacón.

Ella llevaba un conjunto de ropa interior negro, muy sexy.

Un tanga semitransparente seguramente estaba poniendo muy nervioso a nuestro

amigo el camarero. El chico levantaba la vista constantemente pero no pasaba

del pubis de mi amiga, era incapaz de mirarla a los ojos (suerte la mía ya que

así era imposible que me viera, aunque me iba escondiendo cada vez que había el

riesgo de ser pillado).

Sandra tenía unos muslos generosos, grandes pero al mismo

tiempo fuertes. Sus pantorrillas bien contorneadas formaban un conjunto muy

sexy, coronado con sus pies enfundados siempre en zapatos que quitaban el hipo.

- ¿No puedes? Vaya, si que ha sido mala pata. Tengo un poco de prisa, mi amigo me estará esperando.

Inténtalo con la boca, anda, hazme ese favor.

El la miró, sorprendido pero asintió al instante y dirigió

su cara al empeine de Sandra. Con la boca intentó romper el hilo del vestido

pero no tuvo éxito. Hacía mucho calor, se estaba poniendo nervioso y el sudor

asomaba por sus axilas. Casi sin pensarlo el chico se quitó la hermilla y la

camisa, quedando con el torso desnudo. No supo el error que cometió ya que eso incentivó

más a mi amiga provocando que se propusiera llegar más lejos que lo necesario

para ganar la apuesta.

Mientras el chico seguía peleándose con el vestido ella puso

su pie sobre la taza. Él, casi sin inmutarse siguió con su cara pegada a su pie.

Sandra empezó a acariciarle el pelo rizado de forma sensual.

- Parece que se resiste, ¿Eh? Sigue así, lo haces muy bien . - Él le cogió el tobillo para

hacer más fuerza y casi sin darse cuenta le estaba acariciando el talón de

Aquiles y la pantorrilla. En ese momento Sandra supo que era suyo.

Dejándose caer se sentó sobre la taza, flexionando la pierna

de forma que su pie no se moviera del borde (impresionante la flexibilidad de

esta chica, siempre lo había pensado). Abrió bien la otra pierna y sujetándole

la cara por debajo de la barbilla le separó del pie y le acercó la cara a su

tanga que ya desprendía un olor bastante fuerte por la excitación y el calor

del momento. De un tirón desenredó el vestido y lo dejó en el suelo.

- A ver si con esto tienes más suerte, encanto. Creo que por aquí también tengo algo enganchado y

deberías hacer algo para solucionarlo.

El camarero no pudo decir palabra, la miró y sonrió. Ahí

casi me pilla, me escondí durante unos segundos. Luego, sin atreverme a mirar

escuché como la respiración de ella se aceleraba. Lentamente volví a mirar y pude

ver el tanga enrollado en su tobillo izquierdo; tenía las piernas bien abiertas,

la cabeza del chico sumergida entre ellas y se oían los lametones de su lengua

rosada jugando con el clítoris de Sandra enérgicamente. Ella le agarraba de los

rizos para dirigir sus acciones mejor. El cuerpo fibrado del chico se tensaba

una y otra vez.

Sabiendo que él no levantaría la cabeza ella sí lo hizo,

mirándome. Desde el primer momento supo que estaba ahí. Me sonrió, me guiñó el

ojo y me dijo, sin dejar de gemir pero marcando las palabras con los labios de momento gano yo .

- Hummmm… muy bien, encanto, lo haces muuuuuuuuuuuyyy…. Hummm…. Muy bien, así, cómetelo todo, para

ti, tu mami te lo da todo para ti… sssssssi…. Me encanta, lo haces genial…

sigue, sigue….

De esta manera llegó a su primer orgasmo, intentando no

gritar mucho por si alguien les podía oír pero con la seguridad que el único

que estaba allí era yo. De esta manera el ritmo de la masturbación fue bajando

y el chico se acabó sentando en el suelo, exhausto por la falta de respiración.

- No he terminado contigo – Le dijo Sandra con tono autoritativo. – Levántate, ¡Vamos!

El chico obedeció y se levantó, un tanto sorprendido pero

entregado por la situación.

- Quítate el resto de la ropa… ¡Venga! No tengo todo el día . – El muchacho le hizo caso,

nervioso y asintiendo sumiso con la cabeza. Quedó completamente desnudo, con

una erección descomunal que mostraba un aparato más que generoso. Sandra se

relamió al ver eso.

Cogió al camarero y, intercambiando sus posiciones, lo

colocó sobre la taza del wáter, con las piernas separadas a ambos lados. Con su

cinturón le ató las muñecas a la cisterna que estaba en la parte de arriba.

Ella se subió a la taza para llevar a cabo dicha operación, lo que provocó que

el muchacho se tragara sus pechos aún presos en el sujetador, mojados por el

sudor y tuviera de nuevo problemas para respirar. Ella le ató bien fuerte y,

teniéndome a mi justo a la misma altura me besó de forma apasionada mezclando

su sudor con el mío. Una vez le tubo bien atado se bajó, se dio la vuelta y se

puso, como él, de espaldas y con las piernas separadas por la taza y pegando su

culito a la polla bien dura del mulato.

- Ssss…. Señora…. Por favor…. No me haga eso. Fuera me estarán buscando y no puedo… hummmmm…

uffff, señora… yo…..

- ¡Cállate! Ahora vas a terminar lo que has empezado. No soy mujer de un solo orgasmo. No me

obligues a…

- Por favor… suélteme, yo no …. Si alguien se enterara de esto me echarían del trabajo, y no

tengo los papeles al día…. Por favorrrrrrr……

- Bueno, tú lo has querido .

Sandra cogió su tanga y se lo puso dentro de la boca, no sin

restregárselo antes por la cara y, especialmente, por su nariz. El olor y el

gusto seguramente eran muy fuertes, lo que provocó una ligera mueca del chico.

Con el delantal en forma de cuerda lo amordazó del todo y le ató a la cañería

que subía de la taza a la cisterna. Ahora estaba inmovilizado y amordazado.

Ella, de nuevo, se puso de espaldas a él y fue acercando su

culito al pene bien duro y erecto. No le costó ni un segundo introducírselo en

su coñito bien mojado. A pesar del tamaño entró sin problemas hasta el fondo.

Un gemido ahogado salió de la boca del chico mientras ella, con un movimiento

muy sensual y apoyándose en la puerta cerrada empezó a auto penetrarse con ese

ariete que brillaba por los flujos de su cautiva.

Sus piernas fuertes, calzadas en sus zapatos de tacón y su

movimiento de vaivén me estaban poniendo a 100. Se quitó el sujetador, única

prenda que le quedaba y su espalda se tensó mostrando sus músculos de

kilómetros y kilómetros de piscina.  No

sólo había conseguido tener al camarero a sus pies como había dicho sino que,

ahora, se lo estaba tirando contra su voluntad de una forma muy excitante. Ella

le miraba por encima del hombro y veía su cara de sufrimiento. Él se resistía a

correrse y evitar así el riesgo de dejarla embarazada, sólo le faltaría eso

para que le deportaran a su país definitivamente. El chico sufría y al mismo

tiempo gozaba. Su cuerpo musculado se tensaba por la presión en sus muñecas y

la incómoda posición pero no podía moverse si no quería arrancar la cisterna y

entonces sí que sería descubierto sin duda. Sus esfuerzos por no llegar al

orgasmo eran titánicos.

Sandra, en uno de sus movimientos de penetración se acercó a

él y se incorporó, pegando su espalda al cuero del chico. Sin dejar que su

polla saliera del interior siguió haciendo un movimiento de menos recorrido

pero restregándose por todo el cuerpo del muchacho, empapados ambos en sudor.

Ella empezó entonces a masturbarse cuando, de pronto… vi que urdía algo.

Dejó de follarle en un instante. El chico protestó a través

de su mordaza más que cuando ella empezó a tirárselo. Ella sacó un pañuelo de

su bolso y le tapó los ojos. Ahora además de no poder gritar no podía ver nada.

Mirando hacia arriba me indicó que entrara en el servicio. Sin pensármelo dos

veces bajé de mi taza, abrí la puerta de mi lavabo y me metí en el suyo. Ella

estaba de nuevo de espaldas al chico, con la polla de nuevo en su interior y

sin moverse, con los brazos en jarra y sonriéndome de forma muy pillina. Indicó

que me arrodillara frente a la taza y supe al instante lo que quería: mientras

se tiraba al camarero quería que yo le lamiera el clítoris para tener así un

doble orgasmo.

Hice lo que me mandó, me arrodillé y la agarré por los

muslos. Cada vez que su coñito bien depilado se acercaba a mi cara yo le daba

varios lametones que hacían que sus gemidos aumentaran. Me agarró por el pelo

al igual que había hecho con el mulato y ya no dejó que me separara. Con una

agilidad sorprendente se estaba tirando al chico y al mismo tiempo se

masturbaba con mi lengua.

Mediante signos me indicó que levantara la tapa del wáter.

Obedecí y seguí con mi trabajo bucal. De pronto noté como las piernas del chico

se tensaban más aún, era evidente que llegaba a su orgasmo. Eso provocó que Sandra

también acelerara sus movimientos y me apretara aún más contra ella. Lo que no

me esperaba es que, al mismo tiempo que ella también se corría su pis empezara

a salir de su conchita con una fuerte presión hacia la taza.

Era increíble pero se estaba meando delante de mí, bueno… ¡Qué

narices! ¡En mi cara! El líquido amarillo caía por mi rostro y de la barbilla a

la taza. Me sentí totalmente usado por ella y su orgasmo se transmitió por mi

boca de forma que me pareció sentir toda su intensidad. Ella gritó sin

importarle mucho si la oían o no. Inevitablemente tragué de todo: flujos, pis,

sudor… además, se me olvidaba: La polla del chico estaba a escasos milímetros

de mi cara lo que me dio sensación de pavor por si ella me obligaba a… pero no,

tan sólo me humilló manteniéndome muy cerca de las intimidades del chaval.

Tras unos segundos que parecieron eternos las embestidas de

Sandra disminuyeron, sus manos soltaron poco a poco mi pelo y el miembro del

camarero se fue aflojando lentamente. Me soltó y me dejé caer al suelo,

recuperando el aliento. Con signos me indicó que me fuera del servicio. La

obedecí y salí como pude. Me miré al espejo y rápidamente me lavé la cara y me

arreglé el pelo. Estaba sudando y seguía respirando agitadamente. Salí de los

lavabos y me dirigí de nuevo a la mesa, que aún seguía libre.

Un rato más tarde vi al camarero salir también, con el

rostro desencajado, sudando y muy nervioso. No tardó ni dos minutos en tirar al

suelo una bandeja con dos vasos y un plato de olivas. Mientras el encargado le

regañaba Sandra salía del bar como si nada, retocándose el pelo y ajustándose

el vestido, sonriéndome con la sensación de haber salido victoriosa de la

apuesta.

Se sentó en la mesa, cruzó las piernas (las mismas que había

visto en tensión y a las que me había sujetado para masturbarla) y me dijo:

- Te toca, corazón – guiándome el ojo y pidiendo a la camarera que viniera para pedirle una bebida.