Apuesta de deseo, Cap. 8

Sophia aclara a Gervaise su situación y las causas. Algo empieza a cambiar

Capítulo Ocho

Gervaise se despertó al día siguiente enfadado consigo mismo. No debería haberla tomado de aquella manera, pero no lo pudo resistir. Se había deslizado en la sala sin atraer la atención de su padre. Tras observar un rato la jarana, localizó a Sophia (había aprendido su nombre por Daisy) sobre el regazo de aquel imbécil. Cuando el hombre la había despachado sin miramientos a favor de chuparle la polla a otro hombre, aprovechó la oportunidad. Quería sacarla de aquella sala, pero estaba seguro de que su padre notaría la ausencia de ella. De modo que intentó hacerle el amor allí, buscando un rincón íntimo, pero su padre les había descubierto. Se había mostrado tan complacido de que Gervaise utilizara al fin a su esclava. Entonces Gervaise tuvo que representar su parte. No podía dejar que su padre supiera que se estaba enamorando de su esclava.

La propia Sophia se sentía descolocada. Nunca nadie la había besado de la forma en que Gervaise le había besado el cuerpo. Ansiaba sentir aquellos labios carnosos sobre los suyos, ya habían estado tan cerca. Su tristeza tenía un toque de luz brillante; después de todo él no había sido insensible a ella. De repente la casa la oprimía, fue a los establos para dar un paseo matinal a caballo. Jem simplemente se puso demasiado contento de ensillar a su yegua castaña y ayudarla a montar. Ni siquiera le devolvió la mirada mientras galopaba en dirección a los prados.

Sophia llegó al prado grande y se puso a medio galope, dando vueltas lentamente, disfrutando de su intimidad. Se deslizó del lomo del caballo y lo ató a un árbol. Cuando se dio la vuelta escuchó un crujido en los matorrales y emergió un jinete. Gervaise apareció como si mágicamente se realizaran sus pensamientos. Su cuerpo magnífico, erguido sobre el corcel, grande y blanco, y Sophia se hizo sombra a los ojos mientras alzaba la vista hacia él.

"Lo siento," mintió, "no sabía que hubiera nadie aquí. Me iré si prefieres estar sola."

Sophia bajó la cabeza. "De ninguna manera, Señor. Me iré si vos lo deseáis."

Él solo dijo, "No te vayas."

Desmontó y ató su caballo al mismo árbol que el de Sophia. Los dos caballos se pusieron a pastar alegremente, mientras las dos personas les observaban en silencio.

Gervaise habló bruscamente. "Lamento haberte tomado como lo hice la noche pasada."

Sophia abrió mucho los ojos. "Señor, es un placer para mí serviros de cualquier forma que deseéis."

Su voz se hizo severa. "Alto, y deja de llamarme 'Señor'. No soy tu amo." Soltó la última palabra como si la escupiera.

Bajando los ojos, le dijo suavemente, "Lo seréis si vuestro padre lo desea."

"Yo no lo deseo. Mírame a la cara."

Alzó la vista hacia su rostro atormentado.

Él dio unos pasos para acortar la distancia que les separaba, y avanzó la mano para levantarle la barbilla. "¿Por qué haces esto?"

Le temblaron los labios. "Porque soy esclava de vuestro padre."

"Pero, ¿por qué eres su esclava? ¿Estás aquí porque quieres estar aquí? ¿Sufres todas esas indignidades y humillaciones porque quieres? ¿También a ti te producen placer?"

Sophia ignoró la última pregunta. "Soy su esclava porque él es mi propietario. Quiero estar aquí porque mi amo quiere que esté aquí."

Gervaise se pasó la mano por el pelo, espeso y oscuro. "Te estás mostrando obtusa a propósito. Sabes lo que quiero decir. ¿Cómo te convertiste en esclava de mi padre?"

Sophia le escondió su sonrisa. "Me ganó en una apuesta, Señor."

Se le dispararon las cejas. "¿Qué quieres decir? ¿Quién te jugaría en una apuesta? En cualquier caso no creo que sea el tipo de apuesta que me inclinaría a respetar."

"En el fondo fue mi tía la que me puso en juego. Sir Geoffrey Allerton tenía la hipoteca sobre la casa de juego de mi tía, y ella le pagaba mensualmente. Vuestro padre le ganó la hipoteca a Sir Allerton, y a cambio del pago mensual vuestro padre me eligió a mí en su lugar."

Gervaise todavía estaba desconcertado. "¿Por qué iba tu tía a hacer algo tan vil, y por qué lo aceptaste?"

"No es mi auténtica tía. Es hermana de la segunda esposa de mi padre. En cuanto a por qué lo hizo, y por qué lo acepté, la respuesta es sencilla. Mis hermanos. Ya veis, mi tía tiene mucho más dinero ahora que no tiene que pagar la hipoteca. Utiliza el dinero extra para mantener a mis hermanos."

Sus labios llenos se comprimieron en una mueca. "¿Y ellos aprobaron esto? ¿Qué clase de hombres sacrificarían a su hermana de esta manera?"

Sophia apartó la mirada. "Ellos no lo saben, y mi hermano más joven es realmente aún un muchacho. Todavía está en Oxford y quiere estudiar leyes. Ahora puede hacerlo. Mi tía pudo pagar el alistamiento de mi hermano mayor, Charlie, en los Light Dragoons del Rey. Es lo que siempre quiso."

"Pero seguramente tu tía todavía puede ganarse la vida decentemente llevando el garito de juego aún pagando la hipoteca. Ya antes lo hacía, ¿verdad?"

Sophia contestó, agarrándose las manos, "Podía mantenernos, pero no de la forma que ahora mantiene a mis hermanos. Además, si no cumplo los deseos de vuestro padre, hará valer la hipoteca. Mi tía no podría hacerle frente y se arruinaría. No puedo permitir que eso le ocurra a mis hermanos."

"Estoy seguro de que no querrían que les mantuvieran con dinero ganado a costa de la esclavización de su hermana. Deja a mi padre, cuéntaselo a tus hermanos, y acaba con esto."

Sophia tomó aire. "Ya no puedo hacer eso, Señor. Si Charlie llegara a descubrir lo que vuestro padre me ha estado haciendo, vendría aquí a matarle. ¿Podéis imaginar el resultado de ese encuentro?"

Mirándole a través de las pestañas, dijo, "¿Por qué os preocupáis tanto, Señor?"

Gervaise gruñó y luego la atrajo hacia él, apretando su cuerpo contra el suyo. Ella levantó la cabeza para recibir su beso. La lengua de él le exploró la boca mientras bajaba las manos por la espalda y las nalgas. Ella se mantenía de puntillas, entrelazando los brazos alrededor de su cuello, apretando el cuerpo contra el suyo. Él la apartó y empezó a quitarse la ropa, formando una pila con ella. Cuando estuvo completamente desnudo hizo como si fuera a atraerla de nuevo hacia él, pero ella le mantuvo separado. En su lugar la pasó las manos por el cuerpo musculoso, como si estuviera grabando en su memoria la sensación. Dejándola suavemente sobre la hierba empezó a besarla por todas partes, las pestañas, el cabello y los hombros. Evitó la cadena que le rodeaba el cuello y los anillos de los pezones, símbolos de la servidumbre hacia su padre.

Ella colocó la cabeza entre las piernas de él y tomó su virilidad en la boca. Se la chupó lenta y sensualmente, le dio masajes en la cara interna de los muslos. Luego él se dio la vuelta, de manera que le colocó la boca en el coño. Lamiendo sus dulces labios, empezó a chasquear la lengua contra la perla. Se relevaban en la labor de paladearse y olerse mutuamente. El clímax de Sophia se iba preparando lentamente y ahora el calor cosquilleante se le extendía por las entrañas hasta los dedos de los pies y le subía hasta los pechos. Arqueó la espalda y se apretó contra su cara mientras la inundaban oleada tras oleada de pasión.

Sophia estaba desesperada por sentir a Gervaise en su interior, y a él le asediaba la misma desesperación. Le besó profundamente en la boca mientras la polla entraba en su prieto y húmedo zurrón. Bajándole las manos por la espalda, le enganchó las abombadas nalgas. Alcanzaron juntos la cima, gritando de éxtasis y placer.

Se quedó dentro de ella; en verdad no podía dejarla, no quería dejarla. Enterrando el rostro en su cabello aspiró profundamente su dulce fragancia. Ella recorrió lánguidamente la estela de una gota de sudor por el lateral de su rostro y luego se tocó los labios con ella. Deseaba hasta la última parte de él.

Al mirarla a la cara vio lágrimas en las pestañas doradas y recogió una con la punta del dedo. "¿Por qué lloras?"

Ella le tomó la cara en sus manos. "Nadie me había hecho el amor nunca antes."

Dieron satisfacción, una vez más, a su pasión antes de levantarse y sacudirse mutuamente las hojas y la hierba de sus cuerpos. Gervaise no quería que ella volviera a la casa, volviera a su padre. Ella le puso dos dedos en los labios para acabar con sus protestas. "Es lo que debo hacer, y no pueden vernos volver juntos. Id vos primero."

A regañadientes la soltó y se montó en su caballo. Cabalgó de vuelta a los establos, con la mente inflamada de planes. Sophia le siguió, todavía perdida en un arrebol somnoliento. Terminó bruscamente.

Cuando entró al patio Gervaise ya estaba ordenando a uno de los mozos que le cepillara el caballo. Le echó apenas una mirada. Ella cabalgó hasta Jem y él la ayudó a desmontar. Luego la hizo ponerse de rodillas frente a él.

Sonriendo a los otros mozos, dijo, "No me diste las gracias adecuadamente esta mañana por ensillarte la montura. Ahora voy a montarte yo." Se rió ante su propia ocurrencia, y los otros le secundaron. Sacándose la polla de los pantalones le ordenó chupársela lenta y agradablemente.

Gervaise se había detenido, invadido por una furia al rojo. Sophia le lanzó una mirada, sofocando el fuego con sus ojos. Sabía que ella tenía razón. No podía todavía mover pieza. Volviéndose sobre los talones para evitar mirar a la mujer que amaba chupándosela a un mozo de cuadra, escuchó los gruñidos del hombre y alguna palmada ocasional de la mano en el trasero de ella.