Apuesta de deseo, Cap. 1
La apuesta que dio inicio a todo
Apuesta de Deseo
Título Original: Wager of Desire
Autora: Jane Verlaine
Traducido por GGG, agosto 2009
Capítulo Uno
Los sonidos de los huéspedes en la parte de abajo ascendían por la escalera mientras Sophia echaba un último vistazo a su reflejo en el espejo situado sobre su vestidor. Se ruborizó durante un buen rato ante el aspecto que tenía. Su vestido entallado se ajustaba a sus formas, ayudado por la blusa transparente y humedecida que llevaba sobre él. El escote bajo y redondeado realzaba lo abultado de su pecho, apenas contenido por el tenue material del vestido. No llevaba ropa interior, a excepción del prieto corsé que le rodeaba la estrecha cintura, diseñado para estrujarle los pechos hacia arriba y hacia fuera. El cabello rubio amontonado sobre la cabeza con una cascada de rizos cayéndole sobre los hombros, los gruesos labios remarcados hábilmente en rojo oscuro, los grandes ojos azules proclamando una inocencia que ya no podía sentir. Plantándose una sonrisa en la cara, flotó escaleras abajo, con la mano levemente apoyada en el bien cuidado pasamanos.
Fletcher, el portero, acababa de admitir a dos caballeros. Sus semblantes enardecidos y sus corbatas desordenadas revelaban su estado de ebriedad, lo que en un macho joven llamaríamos "mamado". La tía de Sophia, Millicent, diría que era bueno para los negocios, de modo que la sonrisa de Sophia resplandecía mientras estrechaba las manos de los dos hombres.
Exclamó con su voz grave y musical, "Sir Gerald, Navvy, que gusto volver a veros. Se diría que os vendría bien algún refresco. Acompañadme al salón, si gustáis. Tenemos ahora mismo dos juegos de azar y la mesa de faro (N. del T.: juego de naipes, muy popular en el siglo XVIII). Estoy segura de que a medida que avance la noche habrá más cosas en las que os podréis divertir."
Sophia tomó el brazo de Sir Gerald Mulvaney y colocó la mano levemente sobre el brazo de Lord Naville, mientras los conducía al interior del salón rojo y dorado, radiantemente iluminado por la luz de las velas. Sonrió fácilmente mientras los ojos de los otros caballeros del salón recorrían sus formas. En una rápida mirada a su tía percibió la sonrisa de satisfacción en la madura mujer de labios pintados. Sophia era un elegante complemento para la exquisita comida y finos licores que Millicent Locke servía en su exclusiva casa de juegos. Quería en su establecimiento solo a la mejor clientela, y se gastaba para atraerla un montón de dinero en la comida y la bodega. Los tugurios de juego de Londres florecían, dado el relajamiento moral del hijo loco del rey George, el príncipe regente, o "Prinny" como le llamaban sus amigos íntimos. Su círculo particular era un montón de amorales dados a la extravagancia y el exceso. Los miembros de la nobleza, en su mayoría, les seguían.
La tía Millicent hizo una seña a Sophia para que se reuniera con ella cruzando el salón y le habló suavemente al oído. "Querida, que suerte que Navvy esté presente esta noche. Está atravesando últimamente la racha más sorprendente de mala suerte. No tengo que decirte que los costes de mantener en marcha este establecimiento han crecido de forma alarmante. Solo con que consiguiéramos recuperar nuestra hipoteca con Allerton sería bastante."
Sophia suspiró. El dinero era una preocupación constante en aquella casa, y su tía nunca dejaba de recordarle a Sophia que era otra boca que alimentar, otra alma que mantener. Le fastidiaba reconocer el hecho de que el dinero que el padre de Sophia le había dejado había sido destinado específicamente para pagar la educación de Sophia. La tía Millicent sentía que el dinero debería haber ido directamente a sus propios bolsillos al hacerse cargo de la custodia de su sobrina cuando su hermanastro murió luchando en la Península. Sophia ni siquiera era su verdadera sobrina, puesto que era hija de la primera esposa de su hermanastro. Sin embargo siguió obedientemente las instrucciones de su testamento aunque tuviera otros planes para su hermosa sobrina.
Miró ahora a Sophia evaluándola, enredándole uno de sus rizos. "Las salas están empezando a llenarse, Sophia. Me gustaría que montases otra mesa de faro, y recuerda mis instrucciones."
Sophia agachó la cabeza en señal de asentimiento y tomó un nuevo juego de naipes de la mesa lateral para cargar la caja del faro y empezar el juego. Pronto estuvieron llenos todos los asientos, y ella continuó con su agradable charla y su leve flirteo con los hombres que se sentaban a su alrededor mientras levantaba las cartas. Consciente de la vigilancia de su tía, se inclinaba frecuentemente hacia delante para recoger las cartas y volver a colocar el dinero y los pagarés por toda la mesa. Sus pechos se desbordaban hacia delante con cada movimiento y muchos ojos se centraban en su pechera, esperando el momento en que Sophia se saliera totalmente del vestido. Se vestía con demasiada habilidad como para permitir que esto ocurriera, pero los hombres de la mesa no eran conscientes de ello.
Dedos ligeros recorrieron hacia arriba el brazo de Sophia y le palmearon la mejilla. En vez de encogerse ante el toqueteo, se afirmó y miró riéndose a Sir Geoffrey Allerton.
"¿Vais a jugar esta noche, Allerton, o solo a mirar?"
"Oh, solo a mirar, querida," replicó perezosamente. El significado quedaba bastante claro, puesto que sus ojos se mantuvieron sobre su escote y luego le recorrieron el cuerpo de arriba abajo. Ella se lo permitió e incluso le ofreció una ligera curvatura de los labios.
Sabía que su tía esperaba que Allerton pronto podría hacer a Sophia su amante. Interiormente Sophia se estremecía ante la idea, pero casi estaba resignada a ella. Incluso aunque la tía Millicent no la entrenara para ello a diario, Sophia sabría cuales eran sus responsabilidades. Tenía dos medio hermanos más jóvenes, uno en el ejército y el otro en Oxford. La casa de juego había hecho que ambas posibilidades se les ofrecieran a sus hermanos. Eran los favoritos de su tía, sus "verdaderos" sobrinos, puesto que eran hijos de su propia hermana fallecida. Había jugado con el propio cariño que Sophia les tenía a sus hermanos para doblegarla a su voluntad.
Puesto que Sophia había estado trabajando en la casa de juego de su tía desde que cumplió los diecisiete, hacía cuatro años, no se la consideraba una pareja disponible para el matrimonio. Pronto descubrió que su tía la estaba preparando para convertirse en la amante de algún hombre; y cuanto más adinerado mejor. Animaba especialmente a Allerton porque tenía la hipoteca sobre la casa de juego. Si Millicent no tuviera que pagar la hipoteca sacaría de sus timbas exclusivas más que suficiente para pagar todos sus gastos y lujos para ella y también para sus sobrinos favoritos.
Allerton todavía no le había ofrecido su protección, y la tía Millicent prohibía a Sophia aceptar las ofertas de ningún hombre antes de que Allerton dejara claras sus intenciones. Sabía que Allerton preferiría a una virgen. Tenía ya esposa y unos cuantos hijos crecidos, pero estaba en situación de ofrecer un lugar seguro y acogedor para la amante que eligiera. Muchos hombres habían ofrecido ya su patronazgo a Sophia, pero ella había declinado el ofrecimiento y se mostraba tímida. No le había resultado difícil. No le producía gran entusiasmo aquella forma de vida. Todavía soñaba estúpidamente con enamorarse y ser rescatada del tugurio de juego que se había convertido en su vida. Volvió a suspirar.
Allerton le echó una rápida mirada. "¿Cansada ya, preciosa?"
Mirándole a través de las pestañas, dijo coqueteando, "¡Que va! Solo estoy sedienta. ¿Queréis traerme una copa de vino por favor?"
"Como siempre, tus deseos son mis deseos." Le deslizó la mano por el trasero, mientras pasaba tras ella. Consiguió no encogerse, sabiendo que su palma había sentido la suavidad de la carne bajo su vestido. La tía Millicent había hecho que abandonara la ropa interior hacía tiempo, diciéndole que estropeaba la suave línea de los vestidos. Ahora, además del corsé, llevaba solo una enagua bajo el vestido, y una que siempre estaba lo suficientemente pegada como para desvelar sus formas lo más claramente posible a todos los potenciales ricos pretendientes que fueran al club.
Sophia levantó los ojos rápidamente ante una pequeña conmoción en la puerta del salón. Un hombre alto y oscuro entró majestuosamente desde la calle mojada por la lluvia, sacudiéndose la capa y arreglándose el cabello. Era Lord Devine en compañía de dos jóvenes recientemente llegados del campo. Era la primera estancia en Londres para los dos hombres, y ya se habían habituado a las casas de juego. Devine tenía alguna conexión con uno de los jóvenes y se le veía a menudo en su compañía mientras jugaba, tal vez para protegerles de que les desplumaran en la mesa, aunque la tía Millicent nunca permitía aquel tipo de actividades en su salón.
Sophia estudió atentamente a Devine mientras éste dedicaba su atención a los jóvenes. Era un misterio para ella. Llevaba jugando en su establecimiento desde hacía casi un año exacto, y a pesar de la apariencia invitadora de Sophia siempre la trataba con una deferencia cortés. Ciertamente nunca se tomaba con ella las libertades que otros, nada de plantarle las manos descuidadamente, nada de arrumacos y nada de dobles sentidos. A veces le parecía que se burlaba de ella, y siempre había una luz especial en sus ojos cuando la miraba. Alto, de pelo oscuro, vestía siempre impecablemente aunque no había en él nada de dandi. Había oído que era un jinete arriesgado, visitante habitual de la sala de boxeo de Jackson y bastante aficionado a la esgrima. El tipo de hombre que los otros hombres admiraban y temían y las mujeres deseaban. Su nombre había estado asociado con numerosas actrices y cantantes de ópera, pero no se había casado nunca, y todavía era uno de los premios mayores del mercado matrimonial, incluso aunque ya hubiera superado los cuarenta.
Sophia se llevó un sobresalto al darse cuenta de que le estaba devolviendo la mirada, y rápidamente bajó los ojos hacia el mazo de cartas que estaba barajando.
Escuchó una voz sedosa que le decía al oído, "Tu vino, amor mío."
Cuando se volvió hacia Allerton él prendió con un dedo uno de sus rizos dorados y le hizo acercar la cara a la suya. Su voz uniforme continuó como si le estuviera hablando del tiempo. "¿Eres virgen todavía, Sophia? No te tendré de ninguna otra manera."
A pesar de los muchos asaltos a su honra todavía tenía la capacidad de sonrojarse.
"¿Necesitáis hacer esa pregunta, Sir Geoffrey?"
Tirando del rizo, permitió que sus ojos vagaran perezosamente por su figura. "Necesito hacer esa pregunta, amor mío, porque tienes el cuerpo de una furcia y unos cuantos de los caballeros de esa sala habrán hecho algo más que mirarlo."
"Es-eso es simplemente bueno para el negocio, Señor."
Ante el comentario echó la cabeza hacia atrás y se rió. "Ah, tu tía te ha enseñado bien. ¿Qué otras cosas te ha enseñado?"
Sophia respondió bruscamente, "¿Por qué? A jugar a las cartas, Señor." Para entonces había soltado el rizo y le pasó el vaso de vino. Hubo bastantes miradas de connivencia por toda la sala. Los comentarios eran que si la divina Sophia no era todavía amante de Allerton, pronto lo sería.
Ahora las tres salas estaba llenas de gente y bullicio. Los hombres estaban en diferentes grados de borrachera, algunos ganaban, algunos perdían, todos en un estado elevado de hilaridad. Las mujeres que se dejaban ver por allí estaban en los extremos de la sociedad, viudas afortunadas, actrices, algunas divorciadas. Varios hombres estaban allí con sus amantes, y el gentil comportamiento de las salas de estar de sus hogares se había olvidado hacía tiempo.
Sophia, su tía, y Briggs, su otro asistente, siempre mantenían las mentes despejadas. Era especialmente importante a estas alturas de la noche, o mejor de la madrugada. La casa hacía la mayor parte de su dinero en estas horas, sacando partido del comportamiento relajado y de los bolsillos relajados de sus clientes jugadores.
De repente hubo voces procedentes de un rincón de la sala donde Lord Devine y Sir Geoffrey Allerton estaban jugando una partida de faro con Briggs a cargo de la caja del faro. Cuando Sophia se acercó sigilosamente pudo ver que las apuestas eran muy elevadas y la mayoría a favor de Devine. El rubor del rostro de Allerton y sus ojos brillantes indicaron a Sophia que había bebido demasiado, lo que no era nada corriente en él. La fea mueca de su rostro contaba más de la historia; estaba perdiendo, y perdiendo a fondo.
"Lo voy a ver, Dev. Decidme el precio. Lo voy a ver."
Los ojos oscuros de Devine le estudiaron atentamente. "Hay algo que tienes que me gustaría que fuera de mi posesión."
"¿Ese pedazo de caballo? Lo apostaré. Es un excelente animal, pero en todo caso no voy a perder."
Devine juntó las puntas de los dedos. Golpeando unas contra otras, dijo, "¿El caballo? Oh, sí, es un bonito animal, pero tenía otra cosa en mente."
Los ojos de Allerton se entrecerraron. "Bueno, ¿qué es?"
Devine no tenía prisa. Tomó lentamente una pizca de rapé de su enjoyada cajita, y luego se empolvó ligeramente las manos. "Este sitio."
Allerton agitó la cabeza como si quisiera apartar la niebla. "¿Este sitio?"
Devine dijo, apretándose las manos delante de él, "¿No es cierto que tenéis en vuestro poder la hipoteca de esta casa de juego?"
Allerton dijo secamente, "Es cierto."
"Entonces eso es lo que quiero que apostéis en la siguiente mano. Quiero que pongáis sobre la mesa la hipoteca de esta casa de juego."
Ahora la apuesta había captado la atención de todo el mundo, especialmente de la tía Millicent. Su mente trabajaba a toda prisa. Si se quedaba con la hipoteca Devine, en lugar de Allerton, ¿cómo afectaría esto a su situación? Y ¿por qué querría Devine conseguir la hipoteca?
Allerton se echó hacia atrás en su asiento, riendo. Su suerte estaba a punto de cambiar. Mantendría la hipoteca de esta casa de juego y recuperaría todo el dinero que le había ganado Devine. Todavía riendo, asintió con la cabeza y colocó su apuesta sobre el número cinco; Devine puso la suya sobre el número dos.
La multitud contuvo su aliento colectivo mientras Briggs sacaba la primera carta, la carta perdedora, de la caja de faro. Briggs volvió la carta, y la sonrisa de Allerton se le heló en los labios. Miraba al cinco de picas. Había perdido la mano y la hipoteca. Había demasiada gente observándole ahora como para que representara el papel de perdedor irritado. Se encogió de hombros, simulando una indiferencia que no sentía.
"Enhorabuena Dev, sois el orgulloso propietario de un infierno del juego."
Devine sonrió sencillamente y con una rapidez que quitaba el aliento se volvió hacia tía Millicent y dijo, "Miss Locke, os ofrezco la hipoteca."
La multitud guardó silencio mientras los ojos de tía Millicent se abrían ante su generosidad. ¿Por qué hacía aquello? ¿Qué quería a cambio?
La voz de él cortó sus meditaciones. "Por supuesto, pediré un pago a cambio." Los ojos de ella se volvieron brillantes y duros. ¿Iba a ejecutar la hipoteca? Le obligaría al hombre a pelear más que nunca en su vida. De nuevo la voz de él interrumpió la corriente de sus pensamientos.
"Simplemente os pido a vuestra sobrina, Miss Sophia Locke."
Los clientes de la sala contuvieron el aliento, aunque hubo unas cuantas risitas sofocadas. Sophia, que había estado apartando algunas cartas, se volvió bruscamente ante la petición. Él ni siquiera la miró.
La tía Millicent se irguió hasta su altura considerable.
"Me temo que no os entiendo, Lord Devine. ¿Queréis a mi sobrina a cambio de la hipoteca sobre mi establecimiento de juego?"
"Lo comprendéis perfectamente, Madam."
La tía Millicent empezó a hablar y luego titubeó, con las ideas otra vez arremolinadas. ¿Qué es lo quería decir aquel hombre infernal? Sabía que no hablaba de matrimonio. El decimocuarto barón y sexto conde de Devine Point no se refería a casarse con la hija de un soldado, trabajando actualmente en una casa de juego. Si la quería como amante, ¿por qué no se lo pedía a la muchacha? Millicent la habría animado, pero no hubiera sido necesario que echara mano de la hipoteca.
Volvió a intentarlo. "Si queréis a la muchacha, pedídselo a ella. Es decisión suya."
"Tal vez me estéis entendiendo mal, Madam. Para lo que yo quiero a la muchacha, estoy completamente seguro de que ella no estaría de acuerdo, por eso os estoy ofreciendo un negocio limpio en una casa de juego con reputación de juego limpio. Vos me dais a la muchacha y yo os daré la hipoteca."
Durante este discurso, Sophia miraba, con la boca ligeramente abierta. ¿De qué estaba hablando? Ella no era un objeto que se pudiera canjear, con el que negociar o jugar. Luego miró a la cara de su tía.
La tía Millicent inclinó la cabeza levemente hacia Devine. "Un momento, mi Señor, voy a hablar con mi sobrina."
La concurrencia estaba a tope, murmurando y susurrando. Algunos de ellos habían oído rumores sobre Devine cuando vivía en París, rumores sobre ciertas fiestas que daba en su chateau. ¿Eran ciertos entonces? Allerton estaba en pie con una sonrisa amarga en los labios. El hombre había sido más astuto que él y le birlaba la muchacha delante de sus narices. ¿Por qué no se le había ocurrido a él esa idea?
La tía Millicent agarró a Sophia del brazo y la sacó del salón.
"¿Lo entiendes? Puedo ser dueña de este establecimiento libre de gastos."
Sophia liberó el brazo. "¿Y qué hay de mí? ¿Qué es lo que quiere él de mí? ¿Qué seré yo, una especie de criada?"
La tía Millicent se sorprendió momentáneamente de la ingenuidad de la muchacha. ¿No la había enseñado ella bien? Tal vez fuera mejor mostrarse vaga.
"Bueno, tal vez, pero es más probable que te quiera como amante. Planeabas eso con Allerton, ¿por qué no con Lord Devine? Es mucho más rico, más guapo, más joven, y no está casado."
"Entonces, ¿por qué no me hace él una propuesta? ¿Por qué está negociando sobre mí con la hipoteca? Es como si quisiera ser mi propietario."
La tía Millicent le dio unos golpecitos en la mano, con la cabeza dando ya vueltas al dinero que entraría sin tener que pagar una hipoteca. "Hay situaciones peores en la vida, querida mía, una casa pobre o la prisión para deudores. Piensa solo lo que esto podría suponer para tus hermanos. Deseas que tengan lo mejor, ¿verdad? Porque, podríamos comprar una plaza para Charlie en los Light Dragoons (N. del T.: famoso regimiento de caballería). Sabes que es eso lo que quiere."
Como siempre, la tía Millicent sabía como doblegar a Sophia a su voluntad. El rostro de Sophia se suavizó ante la mención de sus hermanos, y luego ella la tomó de los hombros. Sabía que este día tenía que llegar en cualquier caso. ¿Por qué posponerlo más?
"Supongo que sería lo mismo ser amante de Allerton." Y si quería ser sincera consigo misma, Lord Devine siempre la había intrigado.
La tía Millicent la agarró nuevamente de las muñecas, como si temiera que echase a volar.
"Entonces, ¿aceptas la propuesta de Devine?"
Sophia movió la cabeza asintiendo. La tía Millicent la llevó, triunfante, de nuevo al salón.
"Trato hecho, Lord Devine, la hipoteca a cambio de mi sobrina."
Le dio a Sophia un ligero empujón en dirección a él, y la muchedumbre se apartó para observar como se reunían. Devine le tomó la mano y se la llevó a los labios, unos labios un poco crueles según observó por primera vez.
"Tendrás que excusarme, Sophia, soy un hombre un poco orgulloso. Disfruto con el buen entretenimiento, mostrando mis casas y campos de caza, poniendo mis caballos al paso y exhibiendo mis bellos objetos. De modo que ahora te pido que te quites la ropa, te subas a esta mesa, y muestres a esta agradable compañía lo que acabo de ganarle a Sir Geoffrey al faro."
La multitud quedó un rato boquiabierta, y luego empezaron las risas y los chismorreos. Sophia miró a su alrededor enloquecida, intentando captar alguna mirada de apoyo, intentando encontrar a alguien que estuviera tan indignado con la petición como lo estaba ella. No lo encontró. Miró a su tía, cuya sonrisa alentadora desaprobaba su mirada dura y penetrante. Era como si estuviera dispuesta a que lo hiciera.
Devine se inclinó hacia ella y le habló suavemente al oído. "Déjame que te explique, Sophia, eres de mi propiedad. Si no quieres hacer lo que te pido, volveré a hacerme cargo de la hipoteca de tu tía y la haré valer. Tendrá que pagar o perder el establecimiento."
Sophia volvió a mirar a su tía, que ahora simulaba las palabras, "Por tus hermanos." Siempre lo había hecho por sus hermanos, de modo que dio un pequeño paso adelante, se desató el cinturón y empezó a desvestirse por los hombros. Apenas se oía un sonido en la ala, y luego se oyó un suspiro colectivo cuando Sophia se quitó el vestido y la enagua por debajo de los pechos. Cayeron hacia delante sin esfuerzo y colgaron suspendidos un momento con el corsé prieto bajo ellos. Alguien soltó un silbido de admiración, y se rompió el silencio, mientras otros empezaban a gritar, a reír y a exigir una vista más completa. Rápidamente Devine la agarró por la cintura, le desató el corsé, y la subió a la mesa para regocijo de la muchedumbre. Se bajó el vestido por las caderas y lo dejó caer a la mesa rodeándole los pies. Se hizo evidente que Sophia no llevaba ropa interior.
Devine señaló la forma desnuda colocada en la mesa. "Ya ven, no hay una gran diferencia entre una señora y una furcia después de todo." La clientela murmuró su aprobación. Sophia miró por encima de sus cabezas en un intento de parar sus estremecimientos. Sentía como si estuviera en un sueño. El sueño se convirtió pronto en pesadilla. Devine continuaba dirigiéndose al pequeño núcleo de gente que ahora se había reunido en torno a la mesa mirando la forma desnuda de Sophia. "Esta es la oportunidad perfecta para que inspeccione mis bienes. Supongo que mi esclava es virgen, y pueden ser testigos antes de que tome posesión de ella."
Sophia estaba conmocionada por el hecho de que la hubiese llamado "su esclava." ¿Era eso lo que iba a ser? Esto no era lo que su tía había supuesto. Era mucho más que una amante, o mucho menos, o mucho peor.
"Túmbate sobre la mesa, esclava, de espaldas." Como si ahora estuviera en trance, Sophia hizo lo que le decía. "Ahora sube las piernas y dobla las rodillas." Ahora todo el mundo presionaba hacia el borde de la mesa, hacia los pies de Sophia.
Devine caminó hacia la mesa y le separó las rodillas hasta que casi tocaron la superficie lisa superior. Ahora estaba bien abierta para que todo el mundo pudiera verla, pero en lugar de sentir frío, sentía entre sus piernas un calor creciente. Luego Devine avanzó la mano y le separó los labios vaginales con los dedos. Sophia se quedó sin aliento ante la brutal exposición.
Un hombre, colocándose directamente en frente, proclamó, "Para mí que todo parece bien sellado."
La mujer de su izquierda soltó una risotada. "Eso no se puede decir mirando desde fuera. Hay que sentir el virgo dentro."
Algún otro tras ella gritó, "Tu no has sentido tu virgo en los últimos veinte años."
La frivolidad general siguió extendiéndose por la sala, con la gente bebiendo de nuevo y algunos, incluso, continuando con los juegos de naipes, pero la principal atracción seguía siendo la muchacha desnuda exhibida sobre la mesa de juego.
"Bien, puesto que es de mi propiedad, la probaré primero, pero voy a necesitar confirmaciones." Devine se metió el dedo medio en la boca, humedeciéndolo concienzudamente. Antes de que se secara lo colocó en la entrada de la vagina de Sophia. Ella se puso tensa cuando sintió la presión del dedo contra ella. Luego él lo deslizó lentamente hacia el interior de la abertura. Lenta, suavemente, la sondeó hasta que el dedo encontró resistencia.
Una sonrisa se extendió por su rostro. "Creo que está intacta." Una ovación se elevó por la sala, y Sophia pudo ver a su tía sonriendo y asintiendo como si ganara crédito debido a su virginidad. Él retiró el dedo, y Sophia miró mientras se lo metía en la boca para lamerlo hasta dejarlo limpio.
"Sin embargo, lo que quiero es una verificación." Más de diez personas, hombres y mujeres, se adelantaron para ayudarle. Pero él se dio la vuelta y se dirigió hacia su joven primo del campo. "Edward, ¿has estado alguna vez con una virgen?"
El joven se sonrojó hasta la raíz de los cabellos y admitió que sí. De modo que Devine le instruyó para que se lamiera el dedo y contrastara la virginidad de Sophia por sí mismo. Sophia cerró los ojos ante esta nueva invasión cuando sintió de nuevo que un dedo se movía en su interior. De nuevo se detuvo como si alcanzara una barrera. Edward retiró el dedo rápidamente y confirmó que el virgo estaba asegurado. Devine le agarró la muñeca y se la llevó hasta la cabeza de Sophia.
"¿Te has probado alguna vez, esclava?"
Ella agitó la cabeza, confundida. Luego él guió el dedo de Edward hacia la boca de Sophia y le ordenó que se lo metiera. Cerrando los ojos, tomó el dedo humedecido en sus propios jugos, dentro de la boca. Incluso esto no era suficiente para su torturador. "Chúpale el dedo. Vas a tener que aprender a chupar bien de verdad, esclava."
Un hombre gritó, "Yo le daré algo con lo que practicar, Dev." Devine agitó al cabeza. "Voy a tener que prepararla y entrenarla antes de permitirle demostraciones."
Sophia sintió, de nuevo, que se estremecía antes sus palabras. ¿Qué podía ser peor que lo que estaba soportando ahora mismo?
"Ahora creo que necesito la opinión de una mujer." Hubo varias voluntarias decididas, pero escogió a una joven actriz que calentaba en aquellos días la cama de su mejor amigo, Peter Lacey. Disfrutaba claramente con el juego y se adelantó ansiosa.
"Tenéis unos dedos tan finos que necesitaréis usar dos dedos. Dejadme que os los humedezca." Devine le chupó los dedos a la actriz mientras ella se reía nerviosamente y Lacey bufaba. Avanzó los dedos en el interior de Sophia donde los hizo dar vueltas a uno y otro lado. Un cálido rubor manchó las mejillas de Sophia al ser explorada de aquella forma por una mujer.
La actriz asintió con la cabeza, llena de seguridad, "A mí me parece que es virgen, mi Señor."
Devine volvió a lamerle los dedos. A continuación se dirigió a Sophia, "Puedes darte la vuelta ahora, boca abajo, y espérame." Mientras Sophia cerraba agradecida las piernas y se giraba apartando el cuerpo de los ojos curiosos, Lord Devine le dio una palmada en el trasero, dejando una marca roja en su piel blanca y pálida. Apretó el cuerpo contra la mesa y se le ocurrió mirar hacia arriba justo cuando Sir Geoffrey dejaba la sala.
La miró apiadándose de ella antes de irse sigilosamente, y se reprochó por haber tardado tanto en agenciarse a la muchacha para sí mismo. Si se hubiera dado cuenta de lo mercenaria que era su tía en el fondo, lo habría utilizado hacía meses. Ahora ya estaría fuera de su alcance para siempre. Si la mitad de lo que había oído sobre Devine era cierto, arruinaría a la muchacha. Allerton suspiró de nuevo. Podría haber tenido una existencia mimada bajo su cuidado. Oh, ciertamente, la habría compartido con sus dos hijos, pero eso no era nada comparado con lo que Dev le tenía preparado. Agitando la cabeza, salió afuera, bajo la lluvia.
En poco tiempo, Devine se aseguró su "posesión" y abandonó la casa de juegos. Le hizo dejar tras ella todas sus pertenencias, incluyendo toda la ropa, a excepción de una capa oscura que arrojó sobre su desnudez. Cuando se iba, su tía la llevó a un aparte para hacerle una última advertencia. "Acuérdate de tus hermanos."