Aprovechando la situación 1

Mi amigo Enrique lo está pasando mal con su pareja y yo le presto ayuda

APROVECHANDO LA SITUACIÓN

Mi nombre es Fernando, soy bastante alto, en torno al 1, 85, tengo el pelo negro y  rizado, ojos negros, tez morena, labios prominentes, en forma, con buen cuerpo y bastante velludo en piernas, pecho, pubis y culo. En resumen, un tío bueno, según lo que se dice por ahí.

Sexualmente soy muy activo, y aunque principalmente me gustan las mujeres, no le hago ascos a un tío que esté buenorro, o que simplemente me entre por el ojo.

En fin, os contaré la historia que me ocurrió hace unos meses: Tengo un amigo que se llama Enrique al que desde hace mucho le tengo ganas, pero resulta que está casado, tiene hijos y quiere enormemente a su mujer, por lo cual me he cuidado siempre de intentar nada con él, a pesar de que es muy guapo y me pone mucho.

Un día que habíamos quedado para tomar algo lo noté especialmente triste y cuando llevábamos dos cervezas logré tirarle un poco de la lengua y que me contara qué le pasaba:

-  Verás, Fernando, -me dijo- llevo meses sin hacer el amor con Melania.  Me       putea vivo, se acuesta con cualquier tío que se le cruza por delante y luego me lo         restriega por mi cara mientras que se niega a hacer nada conmigo porque dice que ya no me desea, que ya no la pongo.

-Joder, tío, ya te vale… ¿Y por qué no te buscas la vida y le devuelves la pelota?

-Eso quisiera, pero no puedo.  He intentado irme a ligar por ahí y ponerle los        cuernos, como ella me hace a mí, pero es superior a mis fuerzas, la quiero           demasiado.

-Perdona que te diga, pero tú eres tonto, colega.  Soportas todo eso y aún así le   guardas la cara.  No puedo entenderlo, tío, porque yo en tu lugar ya habría        puesto remedio.

Enrique me miraba con cara de querer darme la razón, pero por otra parte no hacía nada más que poner excusas para defender lo indefendible de su postura.  Así fuimos pasando la tarde, y entre cerveza y cerveza me fue explicando lo caliente que iba, lo perraco que se ponía cuando veía cualquier imagen en la tele de una tía desnuda o cómo se la meneaba en la ducha pensando en su mujer.

Yo por mi parte me iba poniendo a tono imaginándome a Enrique en esos menesteres y me moría de ganas de ser yo quien le quitara la calentura, ya que mi amigo es un tío muy masculino y muy guapo, y cualquier mujer o cualquier hombre se habría sentido atraído por sus ojazos verdes, su cara bronceada con facciones que recuerdan a un árabe, su pelo liso y rubio y su cuerpo esbelto y bien proporcionado, con una piernas fuertes como columnas rematadas por un culito redondo y pequeño que llenaba los vaqueros.

De esa forma continuamos con nuestra juerga particular entonada por los cubatas que sucedieron a las cervezas, y la cara de Enrique iba mejorando conforme el alcohol hacía sus efectos.

Tras unas cuantas copas pusimos rumbo a mi casa, ya que a mi amigo no le apetecía en absoluto ir a la suya, a tomarnos la última allí.  Una vez acomodados en mi salita pusimos la tele y había un programa de sexo, que empezamos a ver sin muchas ganas.

A medida que el programa iba avanzando se iba subiendo de tono y yo, que no perdía detalle del comportamiento de Enrique, veía cómo su paquete se iba inflamando con los comentarios y las imágenes que veíamos.

Como me daba cuenta de que mi amigo estaba tan excitado que podría ser una presa fácil, me lié la manta a la cabeza y pensé que era la ocasión para lograr lo que quisiera, que si la dejaba escapar difícilmente volvería a tener otra oportunidad parecida. Por tanto, me armé de valor y me dispuse a intentar algo.

-          ¿Qué pasa, Enriquito, parece que te está alegrando el programa, no?, le dije mientras posaba mi mano en su muslo.

-          Ya te digo, ja, ja, ja, ja… Con el tiempo que hace que no mojo, con cualquier cosa me pongo bruto,  colega.

-          Pues si no mojas es porque no quieres, te vuelvo a decir- en esto, yo seguía palmeando su muslazo con mi mano.

-          Ya, tio, pero… no sé… no puedo.

-          Bah, sandeces… Pero bueno, algo tendrás que hacer.  Alguna vez tendrás que desahogar “la tensión acumulada”.

-          Ya, pero no sé, tío… en fin, me la meneo y eso, como te he contado, pero se me queda corto.

-          Vale, pues calla ya-dije de mala gana-que entre el programa y la conversación me estoy poniendo muy cachondo. Así que creo que como hay confianza,-empecé a forzar la situación-me voy a hacer un pajote, porque ya no son horas de ir a buscar ligue y no quiero que me duelan los huevos.

-          Tú tranquilo,-comentó Enrique-. Como si estuvieras en tu casa, jejeje.

Dicho esto, me puse de pie, me desabroché la camisa, me quité los pantalones y me dejé los bóxer puestos.  Eran unos bóxer marca Levi’s Strauss negros con la cinturilla roja.  En ellos ya se me notaba una potente erección y una mancha incipiente de líquido preseminal delataba dónde se encontraba la cabeza de mi nabo.  En esas, me volví a sentar dejando adrede menos espacio entre la pierna izquierda de Enrique y mi desnuda pierna derecha y, mientras con la mano derecha empecé a sobarme el pollón por encima de la tela de los calzoncillos, con la izquierda empecé a acariciarme el pecho y a pellizcarme los pezones, pues cuando me pongo caliente se me endurecen y se me ponen hipersensibles, de manera que cualquier roce me sirve para potenciar enormemente mi placer.

Enrique por su parte no dejaba de mirar fijamente la pantalla sin perder ripio del programa que se iba poniendo más subido de tono por momentos. Yo me saqué la polla por la cinturilla y empecé a restregar el precum por mi capullo, lo que me hizo suspirar profundamente. Mi amigo giró su vista y sonrió mientras yo seguía a lo mío y movía la pierna que quedaba en contacto con la de Enrique, y a pesar de la tela de su pantalón, notaba el calor de su carne.

Con el roce que le estaba propinando a mi verga, aumentó la expulsión de precum y eso provocó que el olor a sexo se expandiera por la salita de mi casa.  El calor había aumentado y la situación hizo que por fin Enrique se decidiera a acompañarme:

-          Hostia, Fernando, estoy que no puedo más.  Se me está agarrando un dolor de huevos que voy a reventar, así que creo que te voy a acompañar con la paja.

-          De puta madre, pero antes de empezar vete al baño y coge papel, que nos hará falta.

-          D’abuten, colega.

Cuando Enrique volvió con el papel tenía la bragueta de los vaqueros a punto de estallar. Aproveché los breves instantes en que dejaba el rollo de papel higiénico sobre la mesa y se quitaba la ropa para admirar su cuerpo mientras se iba desprendiendo primero de los zapatos, luego de los calcetines, la camisa, el pantalón… para quedarse como yo en calzoncillos.  Yo, excitadísimo como estaba, me estaba poniendo peor al ver el cuerpazo de mi amigo, al que, a pesar de compartir mucho de nuestras vidas desde niños,  había tenido muy pocas oportunidades de verlo con poca ropa y nunca la de verlo desnudo del todo desde que desarrollamos y nos convertimos en hombres, y es que Fernando era muy reservado para sus cosas y bastante mojigato, todo hay que decirlo.  Esa, en mi opinión, era una de las causas por la que su mujer le había adornado la frente, ya que al parecer ella no tenía suficiente con los polvos que Fernando le procuraba, y claro, ella tenía que buscarlos por ahí.

En esos breves momentos pude observar su espalda fornida, ancha en los hombros y estrecha en la cintura; su pecho marcado de gimnasio, pero sin exagerar, adornado por una gran mata de vello rubio y por dos pezones pequeños y dando muestra ya de querer guerra; su ombligo, rodeado por una maraña de esos vellos que se extendían hasta por debajo de su pantalón, donde se oscurecían bastante.  Cuando se desprendió de sus pantalones vaqueros ceñidos, que dibujaban perfectamente cada uno de los músculos, pude admirar esas piernas bien torneadas, velludas, de hombre… y en este caso de un hombre muy guapo y muy bien hecho.

Esas piernas se juntaban en un culo pequeño y redondo que se adivinaba duro, cubierto con un slip con la parte de delante celeste y la parte del culo a rayas celestes y blancas; por delante, las piernas recogían un paquete enorme, no sólo por la erección más que evidente, sino porque mi colega parecía tener unos cojones de buen tamaño.

Con esta visión mi polla se me puso más dura que el cerrojo de un penal y cuando Enrique se sentó a mi lado, se abrió de piernas y su peluda pierna rubia se rozó con la mía, llena de vello negro, un escalofrío recorrió mi cuerpo  y me cortó la respiración y cuando  se estiró el calzoncillo  y dejó salir aquel cimbel enorme y gordo, con una cabezota como una seta, no pude por menos de lanzar una exclamación:

-          Joder, Enri.¡Vaya pollón!

Él me miraba y sonreía tímidamente mientras yo no podía apartar la mirada de ese rabo, adornado por un abundante vello púbico que se adivinaba bajar hasta los cojones y hasta el escroto.  Por mi parte pensaba en cómo su mujer era capaz de dejar escapar semejante ejemplar de hombre tan bien armado.  Una pena, vamos.

Por fin estábamos los dos con nuestras pollas en la mano viendo los reportajes subidos de tono que estaban poniendo por la tele.  Yo estaba disfrutando a tope de sentir el contacto aunque fuera de la pierna de mi amigo, y más de ver su pollón tan apetecible sacudido por su mano, cómo se iba poniendo más duro y se humedecía progresivamente su capullazo mientras yo iba haciendo mis cábalas mentalmente de cómo le podía entrar sin que se liara, y me relamía lentamente de pensar en semejante festín.

No tenía mucho tiempo, pensé.  Una paja no es eterna.  Se me estaba brindando una oportunidad que sería muy difícil que se repitiera: uno de mis amigos más guapos, con la guardia baja por su  situación personal, allí los dos prácticamente desnudos y su polla a una cuarta de mi mano.  Si no buscaba la manera de sacar partido de todo eso, a lo mejor no se me brindaba esta oportunidad nunca más.

Volví la vista momentáneamente hacia la tele y de pronto, en el video que estaban dando se incorporó un segundo hombre a la acción mientras la pareja  que habíamos estado viendo hasta ese momento follaban, la mujer debajo y el hombre encima, con las piernas de la mujer anudadas a su cintura.  Como decía, entró un segundo hombre, mulato, musculoso, con un pollón bien puesto y un culo perfecto, casi sin pelo, que se acercó a los que estaban follando y empezó a subir su mano por las piernas del hombre hasta alcanzar su culo; en esas yo no pude evitar soltar un gemido que hizo a Enrique abrir los ojos y mirar también hacia la pantalla.

Al ver la escena que se desarrollaba ante nosotros, noté cómo aumentó el ritmo de su paja y eso fue la señal que necesitaba: puse mi mano derecha encima de su muslo, y al ver que no hubo rechazo por parte de mi amigo, sino un leve estremecimiento, me armé de valor y separando su mano, cogí su rabo con la mía y seguí con la paja.

Enrique me miró sorprendido a la vez que abrió la boca y empezó a balbucear como intentando pedir una explicación.  Yo, armado ya de valor, me acerqué y lo besé con fuerza, callando con mi lengua cualquier intento de  protesta.  Él me respondió al beso, pronto su lengua jugueteaba con la mía y la saliva entraba y salía de nuestras bocas mientras mis manos seguían meneando su polla y la mía.

Pronto me dejé caer sobre él, recostado como estaba en el sofá, empecé a pasarle mi lengua por todo su cuerpo, desde el cuello hasta sus tetillas para bajar hasta el ombligo. Me recreé en sus sobacos, aspirando ese intenso aroma a macho mezclado con los restos del desodorante; olía a hombre, a excitación. Era su olor corporal, ese que conocía tan bien desde siempre, ese olor que no era en absoluto desagradable y que me hacía volverme loco. Chupé sus pezones hasta la extenuación, los saboreé, los mordí y los degusté hasta que me harté; jugueteé con mi lengua en su ombligo mientras a mi nariz llegaban los olores  que emanaba su sexo…

Enrique me acariciaba la cabeza, resoplaba y me seguía el juego, y yo, pensando que de perdidos al río agarré con ganas aquel pollón y sin dejar que mi amigo reaccionara me lo metí en la boca de golpe.  Su reacción fue dar un quejido hondo y largo de placer, abrir la boca y dejarse hacer.  Ahora sí le bajé los calzoncillos y pude contemplar el vello castaño salvaje que le poblaba la base de la polla, los cojones y las ingles, hasta perderse hasta el perineo.

Dejé de mamar, y le propuse irnos a la cama para estar más cómodos.  Enrique se levantó y con todo su pollón tieso se dirigió hasta mi cuarto; el recorrido por el pasillo lo aproveché para contemplar su hermoso culito, adornado de un vello rubio oscuro suave que poblaba los bordes de sus cachetes y escondían la entrada a su maravilloso cuerpo