Aprendiz sumisa (2). Primera visita.

Ania y su amo se conocen en persona, tras una noche en la que mantienen una primera toma de contacto por web cam.

—Hola.

—¿Esa es forma de contestar?

—Hola, mi amo.

—Así me gusta. ¿Cómo ha pasado la noche mi aprendiz sumisa?

—Bien… Oye, me gustó mucho lo de anoche, pero me parece una locura. Lo siento. No te voy a seguir el juego. Siento haberte hecho perder el tiempo.

—Me has desobedecido.

—¿Qué?

—Te ordené que no volvieses a tocarte.

—Lo siento, ya te he dicho que no voy a seguir con esto.

—¿Y por qué has accedido antes saludarme como debes?

—…

—¿Cómo te sentías anoche cuando te golpeabas los pechos y te lamías los pezones, con las piernas abiertas?  Lo hiciste para mí como una buena sumisa y nunca habías estado tan entregada y a la vez, tan excitada. ¿Me equivoco?

—Bueno… Me gustó sentirme así, pero por un rato. No voy a seguir con esto, lo siento.

—Tus gemidos no me decían eso.

—¿Y qué te decían?

—Que nadie te ha podido llevar a ese límite y que nunca has disfrutado tanto de sentirte como una sumisa obediente, capaz de cualquier cosa, hasta de humillarte como una puta; y eso te excita y te asusta tanto a la vez, que no eres capaz de aceptarlo. Sabes que me necesitas y no podrás volver atrás, aunque te de miedo.

—Lo siento, tengo que colgarte. —Y eso hice, colgué el teléfono.

Probablemente no pasaron ni cinco minutos, cuando me di cuenta de que estaba empapada y tenía los pezones duros. ¿Por su forma de hablarme? ¿Su seguridad? ¿Cómo podía él tenerlo tan claro? Tenía razón. Necesitaba más. Le necesitaba.

—Hola, mi amo…

—Hola, Ania.

—Lo siento.

—¿Qué sientes?

—Me parece una locura, pero quiero más, me gustaría seguir con esto. Lo siento. Siento vergüenza de mí misma, pero… me gustaría volver a sentir lo mismo. No sé explicarme, lo siento.

—Te has empapado porque te he llamado puta, sumisa y obediente; ¿es así?

—Sí.

—Muy bien. Si me lo permites, voy a sacar lo mejor de ti. Esto será como un contrato en el que tú pones los límites. Vas a poder alejarte de mí siempre que quieras, pero tienes que confiar en mí.  Debes asumir que tendrás que hacer todo lo que te ordene. ¿Lo harás?

—Sí.

—¿Qué has dicho?

—Sí, mi amo.

—Vas a ser una buena sumisa. Iremos poco a poco.

—Haré lo que me pidas.

—Anoche me desobedeciste y tendrás represalias.

—Asumo la culpa. No pude evitarlo, nunca me había sentido así. Me corrí muy rápido y hasta dejé un charco de flujo en el suelo.

—A partir de ahora, me pedirás permiso para correrte siempre que quieras hacerlo. Tenemos que confiar el uno en el otro, poco a poco. ¿Estás de acuerdo?

—Sí, mi amo.

—Bien, ahora vamos a empezar. Desnúdate totalmente, coge un pintalabios rojo y ponte delante de un espejo.

Me coloqué desnuda delante de un espejo, de pie, con el pintalabios en una mano y el teléfono en la otra. —Ya está.

—Deja a un lado el pintalabios, lámete las yemas del dedo índice y del corazón y acaríciate el clítoris con ellas, formando un círculo pequeño. Voy a empezar a contar y cuando llegue a cinco, paras.

—Sí, mi amo.

—Uno, dos, tres, cuatro, cinco… para.

—Sí, mi amo, he parado.

—Muy bien, ahora otra vez. Uno, dos, tres, cuatro, cinco… para.

Me hizo repetir el hasta diez veces, hasta que no podía más. Tenía los pezones muy erguidos y estaba tan mojada que me goteaba algo de flujo por las piernas. Me estaba llevando al límite.

—¿Puedo correrme?

—Háblame como debes.

—¿Puedo correrme, mi amo?

—Dime cómo te sientes.

—Me siento capaz de hacer cualquier cosa para que sigas. Dios, ¿qué me pasa?

—Eres una buena puta sumisa y has descubierto lo que te gusta.

—Sí… mi amo. —Me gustaba sentirme suya y me daba vergüenza decirlo en voz alta, tenía las mejillas rojas de la vergüenza y de la excitación a la vez. —Mi amo, estoy muy mojada.

—Vas a coger el pintalabios y vas a escribirte “puta” en tus pechos, con letras grandes. Es lo que eres, ¿verdad? Me desobedeciste porque eres una cerda que no puede evitar tocarse cuando no debe y ahora quiero que lo tengas bien presente.

—Sí... —Estaba tan excitada que le respondí entre gemidos, sentía como me palpitaba el clítoris.

—¡Hazlo! ¡Ahora!

—Sí, mi amo.

—Vas a aprender a obedecer.

—Ya está.

—¿Cómo te sientes?

—Me gusta cómo me veo…

—Ahora píntate los labios con ese mismo pintalabios. Después, te vas a poner tu mejor sujetador, una blusa blanca, una falda ajustada, unos zapatos de tacón y vas a venir a verme. Sé que aunque estés asustada, lo estás deseando. No debes tener miedo, confía en mí.

— Sí, mi amo.

No podía soportarlo, necesitaba verle como fuese y que me viese entregada a él. Seguí sus órdenes y me dirigí hacia la dirección que me indicó. Tenía miedo, nunca había quedado con alguien por internet y jamás pensé que lo hiciese por esta circunstancia, pero nunca había estado tan excitada y eso me superaba.

Cogí un taxi para llegar a su casa y notaba el roce de la blusa en mis pezones. Era blanca y creo que se transparentaba un poco la palabra puta que lleva escrita bien grande. La sentía como un tatuaje que me calentaba la piel y pensaba que podían notármelo, una idea que me excitaba mucho. De repente me di cuenta de que me estaba acariciando un pecho por encima de la blusa y me fijé en que me miraba el taxista de vez en cuando. Me hice la tonta y seguí acariciándome muy sutilmente hasta que llegamos al destino. Cuando fui a pagar, el chico debía tener la polla muy dura porque pude ver que le sobresalía del pantalón, lo que hizo que me excitara aún más. Me cobró la mitad de lo que marcaba el contador.

Estaba en la puerta, el corazón me iba a mil. Llamé al portal y me abrió sin decir nada. Cuando llegué arriba se me iba a salir el corazón y creo que me temblaban las piernas. Abrió, me miró de la misma forma en que lo hacía a través de la cámara, me puse muy roja, se dio cuenta y sonrió.

—Hola, Ania.

—Hola.

—¿Has perdido los modales o te puede la vergüenza?

—Hola, mi amo.—Las emociones contradictorias me hicieron agachar la cabeza mientras decía esas palabras, no conseguía aguantarle la mirada más de unos segundos.

—Eres preciosa, aún más preciosa de lo que se te ve por web cam . Gracias por haber venido. Vas a tener la puerta abierta siempre, no quiero que tengas miedo.

—Gracias. Tú eres aún más atractivo de lo que se te veía por web cam . —Me temblaba la voz.—Perdóname, aún no me creo que esté aquí. Es una locura.

—Haré que nunca quieras salir de aquí.

Me llevó a un salón bastante grande en el que había una mesa enorme de madera, algunas sillas, un sofá enorme y una televisión. También tenía una estantería con una gran librería. Era simple pero acogedor y hacía la temperatura perfecta. Me pidió que me sentara con él, me ofreció vino y hablamos de las normas que íbamos a seguir. Su forma de hablar me relajó mucho, pero me empezó a excitar aún más rápido que a través de la cámara. Se dio cuenta.

—Colócate de pie frente al sofá. —Me dijo muy sereno mientras seguía sentado. Vi cómo se fijaba en mis pezones que estaban bastante marcados, pero no me tocó. —Ahora quítate la camisa.

Deseaba que me viese desnuda, que me tocara y desde el día anterior, me moría por comerle la polla. Había perdido casi toda la vergüenza que traje al llegar. Necesitaba que me viese ya desnuda, gimiendo por y para él.

Me quité la camisa, la dejé sobre una silla y me coloqué frente a él de pie, con las piernas abiertas. Vio entonces la palabra puta escrita en mis tetas, recogidas en un sujetador de encaje azul oscuro.

—Ahora saca tus pechos del sujetador, sin quitártelo.

—Sí, mi amo. —Así lo hice. Mis tetas se veían enormes así y me encantaba que él lo viese.

—Muy bien. Dime, ¿qué sientes?

—No sé verbalizarlo, mi amo. No estoy segura.

—No tengas vergüenza conmigo. Voy a sacar de ti lo que estás deseando.

—Sí, mi amo. —Por primera vez, asentí mirándole a los ojos.

—Ahora súbete la falda. —Así lo hice y dejé al descubierto unas braguitas a juego con el sujetador, que estaban empapadas.

—¿Por qué llevas bragas? No te he dicho que te las pusieras.

—Lo siento, mi amo, no me di cuenta. ¿Puedo quitármelas?

—Hazlo, ponte de cuclillas ahí mismo y quédate quieta.

Mientras lo hice, se levantó y cogió una caja de un armario. Al abrirla vi vibradores de diferentes grosores y tamaños.

—Vamos a ver tus medidas.

Cogió uno a uno, empezando por el más pequeño y me pidió que me los introdujera en posición de cuclillas. Estaba tan abierta y mojada que los primeros se me resbalaban y caían al suelo.

—Cuando consigas mantener uno dentro durante 30 segundos, podrás tener una recompensa. ¿Qué te gustaría?

—Estoy deseando tu polla. —Dije en voy muy bajita, muerta de vergüenza.

—Pídelo bien.

—Deseo lamer lamerte la polla, mi amo. —Esta vez me salió más fuerte, desde dentro.

Seguí probando hasta llegar al vibrador que conseguí mantener dentro de mí. Él empezó a contar.

—Uno, dos, tres, cuatro… —Así hasta treinta, mientras me miraba a los ojos y me obligaba a mantenerle la mirada.

—Aaah… No puedo más, por favor, mi amo. —Empezaba a sentir contracciones en la vagina y no pude evitar gemir y suplicarle su polla.

—Muy bien, aquí tienes. —Me acercó su polla a mi boca, la lamí y la introduje en mi boca sin poder parar de chupar. —Lo haces muy bien, voy a correrme en tu boca para que saborees lo que vas a poder tener de ahora en adelante, puta obediente.

—Sí, mi amo, por favor. —Afirmé, apartando la boca por un segundo.

—Vas a tener lo que quieres. Tócate el clítoris otra vez en forma de círculos y no te corras hasta que yo te diga.

—Sí, mi amo. —Así lo hice y él empezó a golpear mis tetas mientras a su vez, yo seguía chupándole la polla.

—Ahora, mi puta sumisa. Puedes correrte.

—¡Aaaaaaah! —Gritamos a la vez.

Mientras yo me corría y se me cayó el vibrador al suelo, él se corrió en mi boca y parte de mi cara. Le lamí la polla en forma de agradecimiento, para saborear todo lo que pude aquello que me llevó al límite.

Caí sentada en el suelo mirándole. Él seguía de pie, sonrió y me acarició la mejilla.

—Lo has hecho muy bien.

—Gracias, mi amo.