Aprendiz sumisa (1). A través de la web cam.

Esta es la historia de cómo conocí a mi amo y cómo, por primera vez, me di cuenta de que me gustaba sentirme como una buena zorra sumisa e incluso llegar a humillarme por llegar a alcanzar su polla. Todo empezó online, sin tocarle.

Le conocí por Internet. Últimamente ni el porno ni todos los relatos eróticos eran suficientes, me pasaba el día húmeda y con los pezones duros y me costaba disimularlo, así que recordé como cuando de pequeña, antes de que pudiéramos acceder a la pornografía como ahora, me metía en chats buscando excitación y me corría compartiendo fotos de mi coño con chicos y chicas a quienes les pasaba lo mismo. Era fácil, mecánico y rápido.

Son rubia natural y tengo una de esas caras de niña buena con ojitos verdes, angelical dicen, algo que con algunas personas me ha impedido follar como me gustaría porque les ha llegado a echar para atrás “ensuciarme” la cara. Tengo 31 años, pero nadie se lo creería porque parezco tener muchos años menos, tal vez porque tengo las palas de los dientes un poco separadas. Tengo los pechos grandes pero naturales, redondos y con los pezones rosados, cuando estoy excitada se intuyen perfectamente a pesar de la ropa. Mi piel es muy blanca y suave y tengo unas curvas de las que estoy orgullosa. No estoy gorda, pero tampoco muy delgada, me gusta ceñirme y a veces le saco buen partido. Un día estaba tan excitada, en el trabajo, que me corrí solo con el roce de la costura de la entrepierna de mis pantalones. Unos movimientos disimulados hacia delante y hacia atrás en mi silla y enseguida estaba empapada.

Me excita pensar que soy como una puta a la se le puede hacer cualquier cosa y siempre quiero más. Podrían jugar conmigo como quisieran. He follado con muchos chicos y también con chicas, pero siempre me quedo con ganas de más.

Cuando me saludó en el chat me preguntó si me gustaba la dominación y le dije que no, aunque no tenía claro lo que era. Él me explicó todo lo que debía saber, los diferentes tipos de dominación, los contratos entre un amo y una sumisa, experiencias, las súplicas de sus sumisas… Cuando me di cuenta llevábamos escribiéndonos una hora, yo estaba empapada y le di mi número de teléfono pidiéndole por favor que me llamara. Lo hizo al momento.

—¿Te gusta ahora la dominación? —dijo él—.

—Creo que sí.., estoy muy mojada. —Su tono de voz imponente, de alguna manera hizo que me mojara aún más.

—Agrégame a Skype ahora mismo, quiero comprobarlo.

—Sí. —Me dio sus datos y lo hice tan rápido como pude. —No me has dicho cómo te llamas, yo soy Ania.

—Vas a llamarme amo y harás todo lo que yo te diga, ¿quieres?

En ese momento se encendió la web cam y pude verle. Estaba tan atenta atendiendo a lo que me decía que no le había preguntado cómo era. Estaba sentado en una silla y parecía tener un cuerpo corpulento e impresionante, no me lo esperaba… se veía cualquier cosa en un chat; era moreno con las facciones muy marcadas, muy masculinas, y con los ojos negros. Debía tener unos 35 años. Llevaba unos pantalones vaqueros y una camiseta negra. Él pareció también sorprendido de verme porque esbozó una sonrisa. Yo estaba sentada en la cama, con el portátil entre mis piernas, pero dejando que me viese entera. Yo llevaba una falda ligera y una camiseta ajustada de tirantes finitos. Él podía ver mis braguitas, que eran sencillas de algodón gris y se veían manchadas de mi flujo. Me empecé a mojar cuando le leía, me empezó a palpitar el coño al oír su voz y al verle… me palpitó aún más.

—Sí, te llamaré como quieras.

—¡Sí, mi amo! —dijo él severamente—.

—Sí, mi amo. —Sentía miedo por lo que estaba haciendo, no me habría dejado ver nunca así por Skype y nunca había dejado que me hablaran así, pero yo seguía palpitando.

—Vaya, no me has mentido, sí que estás mojada. Eres fácil. —En ese momento empecé a acariciarme el coño, pero él me paró. —No vuelvas a tocarte hasta que yo no te lo ordene, o tendrás represalias. Bájate el escote de la camiseta y déjame ver tus pezones. —Obedecí al momento y me sentí orgullosa de mis tetas grandes y lo bien que se veían mis pezones duros. —Muy bien, ahora escúpete en los dos pezones y moja bien tus tetas. —Así lo hice y sin darme cuenta un de mis manos fue otra vez hacia mi coño. —¡Alto! ¡Quita esa mano de ahí! ¿Qué te he dicho? ¿No me tomas en serio?

—Sí, mi amo, lo siento mucho.

—Ahora yo mando sobre tu cuerpo y vas a tener que reprimir tus impulsos. Vas a tener lo que te mereces para que aprendas. Quiero ver cómo estiras tus pezones hasta que se enrojezcan y no puedas más. —Le obedecía al instante y empecé a sentir tanto dolor como placer, algo que no había sentido nunca, y empecé a mover mis caderas como si inconscientemente le estuviera suplicando su polla dentro de mí. —¡Para! Golpea con tus manos esos pezones.  —Y empecé a abofetearme las tetas con pequeños golpes. —¡Más fuerte! — gritó—. Sentí una conexión muy fuerte entre mis pezones y mi clítoris y pensé que podría llegar a correrme así. —¡Para! Quítate esas bragas mojadas. —Lo hice y dejé ver como goteaba mi flujo. —Bien, ahora dime qué tienes para meterte por ese coño.

—Sí, mi amo. Tengo un buen consolador. —Lo saqué del cajón de mi mesilla de noche que tenía justo al lado y se lo enseñé.

—Mételo y sácalo tres veces, luego para y enséñame cómo está de abierto.

—Sí, mi amo. —Estaba tan excitada que gemí nada más meterlo. Nunca había visto mi clítoris tan grande, sobresalía claramente de mis labios y sabía que él lo estaba viendo. Me hizo repetir varias veces la acción. Lo metía y sacaba tres veces, paraba para enseñarle cómo estaba mi agujero y mi clítoris y volvía a repetir el proceso. Yo misma estaba sorprendida de verlo. Me mordía los labios y abría bien los ojos sorprendida mirando también mi coño a través de la web cam.

—Te estás portando bien y por tu cara diría que te gusta. No vuelvas a morderte el labio, debes aguantar.

—Sí, mi amo. No creo pueda aguantar más, si vuelvo a meterme el vibrador tal vez me corra.

—Eres una impaciente. ¡No vuelvas a decirme cuando te vas a correr!, soy yo quién te debe dar permiso para hacerlo.

—Sí, mi amo.

—¿Quieres ver mi polla, verdad?

—Sí, mi amo. No puedo dejar de pensar en lamerla.

—Busca rápido algo más grande que meterte ahí dentro, y más te vale no tocarte mientras no te veo.

—¿Esto será suficiente, mi amo? —Volví con un calabacín enorme de la cocina.

—Siéntate y métetelo bien dentro, pero no lo muevas. —Cuando lo hice entró como si nada y se me escapó un gemido fuerte.

—Déjalo ahí dentro y procura que no moverlo, no tiene que salirse. Ahora vuelve a escupir en tus pezones pero esta vez quiero que después te los lleves a la boca y los lamas, seguro que puedes.

Hice lo que me decía y empecé lamerme bien mis pezones. Él podía ver como lo hacía mientras le enseñaba mi coño inundado, con el calabacín enorme dentro, casi entero, y el clítoris sobresaliendo tanto que iba a explotar. Yo gemía como una cerda, me sentía humillada por un desconocido, pero me volvía loca. En ese momento él se desabrochó los pantalones y me dejó ver su polla.

—Es un regalo por portarte bien. —Era gruesa y larga, era perfecta; al verla comencé a gemir más.

—Mi amo, la quiero, quiero tu polla, no puedo más. —Sentí palpitaciones más y más fuertes en mi coño y el simple movimiento de cadera hacía que se moviera el calabacín por dentro.

—¿Quieres correrte?

—¡Sí, mi amo, por favor, quiero correrme, por favor!

—Pues no lo harás. Vas a volver a dejar el calabacín al sitio y no vas a tocarte en toda la noche. Te aseguro que sabré si lo haces, no vas a poder engañarme, conozco bien a las zorras como tú. Es tu castigo por haber llevado la mano a tu coño cuando no debías, así aprenderás.

—Mi amo… pero…

—Si quieres correrte, tendrás que venir mañana a mi casa. —Entonces recordé que había entrado a un chat de mi ciudad y que vivíamos en la misma.

—Sí, mi amo…quiero ir a verle.

—No, vas a venir para que yo te vea. Voy a comprobar lo guarra que eres y tú vas a ver cómo puedes llegar a humillarte por mi polla.

—Sí, mi amo.

—Muy bien, mañana te llamaré pronto y seguirás mis instrucciones hasta llegar aquí.

—Sí, mi amo.

—Hasta mañana.

—Hasta mañana.

No podía dormir, no pude hacerle caso. Me sentía tan sucia, pero a la vez tan excitada que no puede aguantar. Volví a por el calabacín, me puse de cuclillas en el suelo y empecé a meterlo entero imaginando que estaba sentada encima de él, mientras me apretaba fuerte las tetas y me estiraba los pezones como momentos antes él me había pedido. Me corrí muy rápido y muy fuerte, incluso se me escapó algo de pis que hizo que tuviera fuertes convulsiones. Gemí tanto que debieron oírme los vecinos.

Me sentí más sucia aún por no haber podido hacerle caso, pero me dormí. A la mañana siguiente me despertó el teléfono, era él. Lo que pasó ese día lo contaré, tal vez, en el próximo relato.