Aprendiendo Inglés XII
Empezaba a acercarse el momento en que debía elegir con quien seguir, si Helena o Laura.
Me excitaba y mucho, una parte de mi deseaba que me follara allí en esa clase, encima de las mesas de mis compañeros. Pero mi ego estaba dolido e iba a luchar por defenderse.
Necesitaba algo para enfurecerme y olvidarme de su contacto y así poder librarme de ella. Ella tan solo me miraba con lujuria esperando y sabiendo que yo no aguantaría mucho. Encontré el pensamiento perfecto, el recuerdo más horrible visto, el de su cuerpo agitado por las embestidas de su novio. Me entró debilidad, pude notar que hacía una mueca de preocupación pero no se apartaba. Notó como mi cuerpo entraba en flojera como mis piernas me sujetaban milagrosamente, me apoyaba más en la puerta. Pero rápidamente ese dolor se convirtió en furia. Pudo notar ese cambio en mi mirada, ya que expresaba odio, ni si quiera pestañeaba, me sentía como un lobo acechando a su presa, me sentía fuerte, inmune a ella.
- Veo que me tocara enseñarte.. –fingió indiferencia a mi odio.
- No es posible enseñarme. –respondí con más odio, ensanchando mis hombros, creciéndome en mi mismo cuerpo-. No olvides que aquí la domadora, soy yo.
Meditó esas palabras un rato, seguía acorralada por ella, pero porque yo me dejaba. Tan fácil me sería empujarla y mandarla a la otra punta de la clase. Sus manos ya no estaban tan firmes, ahora la débil era ella.
- Abre ahora mismo la puerta. –amenacé.
- ¿O qué? –se atrevió a responder. Al instante le cogí la muñeca y empecé a apretarla con mucha fuerza mientras yo andaba hacia delante, caminando ella hacia atrás-. ¡Me haces daño. –protestó.
- No soy tu novio, no soy tu asqueroso perrito faldero. –mis palabras iban regodeadas en victoria-. A él lo usarás a tu antojo, pero a mí no. –le solté la mano, lo cual ella inmediatamente se la frotaba con la otra en señal de dolor.
- ¿Helena? –escuché una voz masculina a lo lejos.
- ¡Abre ya! –le hablé con desprecio. Corrió hacia la puerta ya que si nos encontraban allí encerradas nos ganaríamos una buena.
- ¿Sí? –preguntó ella algo asustada al abrir la puerta.
- Cariño, llevo rato buscándote. –murmuró su novio mientras la besaba, cual beso ella no respondía con ganas.
- Aquí estás. –sonrió Laura con dulzura. Helena la miró con asco, fue Laura quien debió decirle a él donde estábamos para ayudarme-. ¿Estás bien? –dijo acercándose demasiado.
- Sí, ahora estoy perfecta. –respondí guiñándole el ojo.
- Así me gusta. –me respondió imitando mi gesto. Helena nos miraba a través del hombro de su novio mientras le daba un abrazo. De golpe nos quedamos a oscuras, el conserje estaba cerrando todo.
- Será mejor que nos vayamos. –dije nerviosa a la vez que sentía como Laura tomaba suavemente mi mano. Debía admitir que nunca había sentido unas manos tan suaves.
- Sí, ve tras de mi para no hacerte daño. –susurró dulcemente. Ella era lo contrario a Helena, ambas me cuidaban mucho. Era muy pronto para saber mis sentimientos hacia Laura pero iban por buen camino.
Bajamos las escaleras con algunas dificultades, ya que la oscuridad y el que dieran tantas vueltas no lo hacía algo demasiado sencillo
Al llegar al último piso había luz, Helena pudo ver como Laura me daba la mano. Podía sentir su impotencia, sus celos arrasándola por dentro, eso me gustaba, estaba dispuesta a darle de su propia medicina. Como dice el refrán: La venganza no cambia el pasado, pero sienta de maravilla.
Nada haría que olvidase ese día en su casa, pero me ayudaría a superarlo. Laura me soltó la mano, ya no era necesario y estábamos en plena luz, donde ya había cámaras y el conserje. Salimos al parking lo cual yo ese día había ido en autobús, miré el reloj.
- Mierda. –protesté. Ya había pasado el último autobús.
- Esa boca.. –escuché su voz dulce quejándose por mi palabra.
- Perdón. –me avergoncé-. He perdido el último autobús.
- Lo sé. –me sorprendió-. No está tu coche, te llevo a casa. –La cara de asco de Helena me proporcionó el mayor poder jamás visto.
- ¿Seguro? Hace mala noche, si llueve no permitiré que conduzcas en esas condiciones. –eso lo decía en serio, no con intención de molestar a Helena, últimamente llovía de forma anormal, era peligroso.
- Más ganas de llevarte entonces. –sonrió.
- Bueno en ese caso, buenas noches. –me despedí de la parejita sexual.
- Buenas noches. –dijo Laura, y pude ver como sonreía con dulzura a Helena, como diciéndole: Ahora es mía.
- Buenas noches chicas, disfrutad que podéis. –dijo tan feliz el novio.
Nos dirigimos a una parte del parking interno que nunca había ido, ni sabía que existía. Me atraganté con mi propia saliva.
- Joder que coche. ¿Enserio es tuyo? –menudo audi r8.
- Oye, lavaré esa boquita tan hermosa con jabón. –me acarició los labios-. ¿Sabes? No te pega nada hablar así, se te ve tan dulce y tierna que parece mentira.
- Aaa.. –titubeé, no me salían palabras ante eso, sentía vergüenza de mi misma, era cierto yo era una niña bien, muy bien educada, grandes modales y esa palabrería no iba conmigo pero la lengua hace mucho daño en este siglo, todo se engancha.
- Poco a poco te ayudaré, es normal en los jóvenes. –intentó animarme. Agaché la cabeza, me daba cosa mirarla.
- Sí. –respondí mirando el suelo.
- Hey hey, no bajes la cabeza..
- ¿Que si no se me caer la corona? –la interrumpí antes de que acabase, ya me conocía ese refrán.
- No. Me sé uno mejor. –hizo una pausa-. La cabeza solo se baja para ver cómo te comen el coño. –estallé en una gran risa que no podía parar, mis nervios de estar con ella y su frase me dejaron atontada.
- Anda que tú también muy fina.. –respondí mientras reía.
- Venga va entra ya en el coche.
Entré tan cuidadosamente en ese coche, se veía impecable, parecía recién comprado. Le dirigía según íbamos por el camino. Empezaban a caer algunas gotas en el cristal. Eso empezó a acelerarme el corazón, yo sola, ¿toda una noche con ella? Llegamos a mi casa y llovía ya horrores. No podías bajar del coche, mi casa estaba en una avenida grande y estaba en bajada, casi no se notaba la bajada pero el agua iba más rápido lo cual te arrasaría hasta media pierna.
- Caroline, ¿puedes abrir la puerta grande de la calle? –llamé a la asistenta que vivía interna en casa. Inmediatamente empezó a abrirse la puerta corrediza automática principal.
- Mmm.. mira que bien vive la señorita. –dijo con cariño.
- Tampoco veo que puedas quejarte. –dije acariciando el coche, se le escapó una risita dulce.
- ¿Es necesario que entre? Luego tendré que salir.. –parecía esperar algo.
- Eres mala..
- Un poco, pero dilo. –dijo jugando.
- Dije que si llovía te quedabas aquí a dormir. –mi vergüenza se apoderaba de mi.
- ¿Seguro tendrás espacio? –la miré fijamente y soltó una carcajada-. Vale vale, tranquila he visto la casa, bueno parte de ella seguro que hay mucho más detrás.
Entramos y como ya sabía Caroline también abrió la puerta del garaje, por lo cual nos metimos dentro, le indiqué el mejor de los aparcamientos para ese coche, tenía hasta una lona para cubrirlo.
- Y.. –tragó saliva-. ¿Vives sola? –no pude evitar reírme.
- Mis padres son liberales, pero no te habría invitado si estuvieran aquí. –seguía riendo, pareció asustada.
- ¿Están de viaje? –preguntó todavía asustada.
- No. –respiré profundamente-. Esta casa se quedaba ya grande para ellos, decidieron mudarse al centro en algo más sencillito, me dejan a mí la casa ya que tengo toda la vida por delante. Mis hermanos viven fuera, uno está en París, el otro poco se de él, me cae mal aunque sea mi hermano, está en Barcelona, con una novia que ella misma dice que no sabe si lo aguantará.
- Menudo panorama de hermano. –sonrió con su habitual dulzura.
- Mucho. Y por último es un bala perdida, ese si es un completo panorama, es adicto al sexo. –me reí, eso hacía gracia pero era un tema serioso-. Lo tiene prohibido, se fue al Tibette de retiro espiritual, allí en contacto con la naturaleza.
- No será cosa de la familia, esa adicción.. –se mordió el labio produciendo un cosquilleo en mi interior, al lado de ella mis sensaciones se intensificaban más de lo normal.
- Yo creo que sí. –me ruboricé.
Salimos del coche, ya estaba muy nerviosa, mejor entrabamos dentro. Notaba cierta admiración en su cara, observando la casa. Entonces escuché la habitual estampida que me alegraba la vida. Se lanzaron ambas perras encima de mí tirándome al suelo, los días de lluvia se notaba su euforia ya que no podían salir fuera.
- ¡Madre mía que bonitas! –exclamó embelesada.
- Sí, son mis tesoros, esta es la mejor parte del día, llegar a casa y saber que alguien te espera con ansia, cada día sin cansarse uno solo, al contrario, te esperan aun con más ganas con el tiempo. –se notaba mi felicidad. Estaba estirada en el suelo con ellas lamiendo mi cara.
- ¿Cómo se llaman? –preguntó con ganas de saberlo. La primera en dejarme fue la cachorra que se alegraba al ver a cualquiera y se abalanzó también a ella. Casi la tira al suelo.
- La que está saltando a tu lado es Ellen, tiene 6 meses.
- ¿Enserio? Es gigante. –dijo asombrada.
- Si es por su raza. Me ha tocado un mastodonte. La que está aquí conmigo aun es Xena.
- Yo quiero esto, llegar a casa y que alguien me reciba así. –sus palabras me asombraban, no había mejor forma que conquistarme que ver amor hacia los animales.
- ¿Tienes alguno más?
- Bueno ya el resto son gatos, ese Jerry. –señalé el que dormía en el sofá como un tronco-. Max el que duerme boca arriba espatarrado al lado. Y falta Nina que estará por alguna habitación.
- Estás bien acompañada. –su voz expresaba alegría.
- Pues no has visto la mejor parte, tienes la suerte de que esta semana los haya traído aquí un tiempo. –me miró curiosa-. Sígueme.
- A donde tu quieras. –sonrió. Me ruborizaba con cualquier cosa con ella.
Caminamos hasta la cocina y salimos por la puerta trasera de ella que daba al jardín, cogí un cochecito pequeño de dos plazas, similar a todo terreno a su vez parecido a un carrito de golf para así no mojarnos. Cruzamos rápido parte del jardín hasta llegar al cobertizo con la puerta grande. Ella me miraba sin entender nada, metí la llave en la cerradura.
- Ojalá te guste, lo que hay aquí dentro es lo más preciado de mi vida.
Estaba oscuro, tenía que ir a encender la luz. Nada más encenderla me quedé observándola con detenimiento.
- ¡Son cuadras! –exclamó alegre-. ¿De verdad tienes caballos?
- Jejeje, sí. –sonreí ante su reacción.
- ¿Dónde? Quiero verlos. –exclamó impaciente-
Caminábamos por en medio de las cuadras, había no muchas, unas 12, estaban a los lados divididas 6 en un lado y 6 al otro, estando en frente todas. Hasta que llegamos a las últimas.
- Te presento a Lady. –era mi yegua alvina, con ojos azules, raras de ver normalmente.
- Santo cielo, ¡es preciosa! –vi su fascinación.
- Y este.. –caminé unos pasos más, a la cuadra de al lado-. Este es mi grandullón Eros.
- Joder. –exclamó-. Es gigante.
- ¡Ehh! Esa boca.. –la regañé. Era cierto, Eros era castaño oscuro, con una mancha que le cubría más de media cara blanca y calzado de tres, eso significa que tres de sus patadas eran en parte blancas, y su morro rosado que era lo que más me gustaba.
- Algún día los haré criar a los dos, el potro que nazca se que será lo más bonito del mundo, aparte de físico también de cabeza, con buena mente.
- Me lo quedo yo si los haces criar. –me reí.
- Ni en broma. –sonreíamos sin parar-. Y por último te presento al diamante de esta casa, a la bolita peluda más bonita.
- Awwww.. por favor, me he enamorado. –murmuró con ternura.
- Este es, Woody. –era un pony A, que son los más pequeños. Todo negro, muy peludito, parecía un peluche.
Estuvimos rato achuchando al pequeño de la casa, era una ternura. Pero empezaba a tronar muy fuerte lo cual indicaba que debíamos volver.
Le pedí a Caroline que hiciera la cena esa noche ya que estaría entretenida enseñándole a Laura la casa, y su habitación.
Cada parte que le enseñaba la fascinaba mucho, no solo por lo grande si no por la decoración.
Llegada mi habitación de princesa le causo su risa más dulce escuchada por mi.
- Bueno, puedes dormir aquí conmigo.. –no lo decía por ser lanzada, pero cuando yo iba a dormir a casa de alguien me sentía incomoda durmiendo sola en un lugar que no conocía.
- Si a ti no te molesta. –dudó un poco.
- Para nada, además estaremos acompañadas de la manada.
- Ah, entonces me quedo seguro.
Cenamos perfectamente, no gran cosa pero si un vino para acompañar.
Cosa que hizo que cogiéramos un pequeño mareo. Nos costó algo subir a la habitación, ya que cada escalón nos parábamos a reír. Al entrar por la puerta ella se tiró a la cama medio muerta.
- ¡A dormir chicas! –chillé como pude y acudieron las perras solamente los gatos estaban ya durmiendo por algún rincón.
Se subieron a la cama, cosa que era gigante echa expresamente para que entráramos todos. Acomodé a Laura y la desnudé, lo básico, dejándola en ropa interior. Y le puse una camiseta gigante de propaganda. Yo me acomodé también igual a ella pero me quité el sujetador. Con ella me sentía diferente, era más como yo, no me parecía alguien superior a mí como Helena, no la notaba distante, no parecía mi profesora.
Me tumbé algo tensa por estar así medio en carnes a su lado. Ellen se estiró acomodándose más en la cama y me empujó hasta dejarme rozando a Laura. Yo miraba el techo. Mi respiración estaba agitada, yo en si estaba excitada. Su mano se movió, causando un roce con la mía. Mis palpitaciones se desbocaron, notaba mi pecho ascender y descender de una manera muy exagerada, me faltaba el aire. Intenté moverme y solo conseguí que Laura se acomodara quedando medio encima mío. Me quedé en posición petrificada, no me movía trataba de moverme lo mínimo al respirar.
Su mano reposaba debajo de mi cuello, y su brazo estaba en medio de mis pechos. No podía hacer más que tragar saliva. Cuando su mano empezó a ascender por mi cuello. Cada caricia me volvía loca, las mariposas en mi estómago no cesaban, cada vez revoloteaban con más ímpetu. Su mano acarició un largo rato mi barbilla, produciéndome cosquillas y excitación al mismo tiempo. A estas alturas no sabía como debería tener mi ropa íntima, pero me daba vergüenza que lo pudiera notar al día siguiente ya que yo era de las que mojaban mucho.
Finalmente su mano acarició mis labios. Separé ligeramente los labios, ya que me costaba demasiado respirar.
¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué mi cuerpo reaccionaba así? ¿Por qué la deseaba tanto?
¿Y Helena? Ahora estaba realmente confusa, Helena me volvía loca, me encantaba, pero si buscaba paz el resto de mi vida y armonía debía quedarme con Laura. Aunque era demasiado pronto para pensar eso. Debía empezar a aclararme.
Pero si hacía lista de pros y contras, Helena perdía, ella tenía media vida ya formada y no por edad si no por estilo de vida, tenía ya su familia montada y yo la estaba destruyendo. Podía odiar a su novio pero lo entendía, el luchaba por ella, a su modo, cosa que no me gustaba pero era normal que luchase. En cambio, como regalo de la vida me envían a Laura. Una mujer libre, apenas sabía nada de su vida, pero me bastaba lo que había conocido esta noche, con ella sentía paz, libertad, tanta armonía me embelesaba. La necesitaba, sabía que en mis malos días ella me cuidaría y me distraería.
En cambio Helena, lo único romántico que hizo por mi fue pasar las noches en el hotel sin intentar nada perverso, fue su demostración más grande en tanto tiempo. Desde que la conocí me traía problemas. Dios mío, no podía pensar y menos con esa mujer encima mío. ¿Pero que debía hacer? Necesitaba una señal, algo que me ayudase a aclarar mis sentimientos. Porque algo me decía que si seguía con Laura así me enamoraría locamente. Debía tomar una decisión. Cuando de golpe su mano volvió a moverse, esta vez descendiendo por mi cuello, iba en dirección a alguna parte concreta de mi cuerpo.