Aprendiendo en la Universidad (9)

Un nuevo día, un nuevo piso, de nuevo un botellón, Samuel haciendo de las suyas, Lucas, el compi de Julio espectante...

Capítulo 9 – Viernes noche

Como cada mañana, la dictadura del despertador me devolvió de nuevo al mundo de los despiertos. Puntual como siempre a las 8 de la mañana comenzó a darme voces para que me despertase. Me costó mucho más de lo normal despegar los párpados, debajo de las mantas aún quedaban muchas horas de sueño por consumir, pero no serían esa mañana. Debía levantarme para ir a clase. Quedaban pocos días y los profesores, en lo que parecía un complot, nos habían asegurado desde todas las asignaturas que pondrían en los exámenes temas dados esos últimos días, con el fin de evitar el ausentismo propio de esas fechas para poder ir estudiando.

Me arrastré hasta la cocina como pude para prepararme un colacao y picar algo antes de ir a clase.

-Hola qué tal – le dije a Fernando, el compañero cotilla con el que tenía el gusto de compartir piso.

-Buenos días Julito, ¿qué tal ayer? ¿mucha fiesta?, creí que no irías hoy a clase – dijo mientras cogía unas galletas de un estante.

-Eh, ya, sí, bueno, hay que estar a las duras y a las maduras – dije con cierto tono de indiferencia – también yo pensé que tú no te levantarías para ir a clase hoy.

-Ya bueno, volví pronto a casa – me dijo sin más.

Empecé a calentarme la leche y a prepararme el resto del desayuno cuando de nuevo su voz sonó.

-Vaya calcetines más marranos llevas tío, ya les toca pasar por la lavadora ¿no? – dijo mirándome los pies.

Tenía la costumbre de andar descalzo por casa, pero aquella mañana había olvidado que debería llevar los calcetines del uniforme, que no eran otros que los de Samuel con varias corridas y suciedad de varios días, sino semanas. Por la cabeza se me pasó soltarle un exabrupto y alguna lindeza del tipo, "porqué no me los lavas con la boca", pero me contuve.

-Sí, es verdad tío, están un poco cerdos, ya les toca –dije dándole la razón al tiempo que pensaba en que tendría que usar zapatillas para andar por casa o cambiarme de calcetines y evitar así comentarios de ese tipo por parte de mi querido e insoportable compañero.

Como era costumbre en mí, y pese a levantarme con cierto tiempo iba con la hora justa. Tras una ducha empecé a vestirme. Por error me puse un bóxer limpio, aunque recordé las palabras de Samuel, quien me había dicho que si me veía por ahí y no tenía el uniforme puesto me olvidase de volver por su casa y así lo hice. Con el bóxer y los calcetines lo tenía mejor para disimularlos, pues no se verían, pero con la camiseta tenía un serio problema, pues no solo me quedaba pequeña, muy pequeña, sino que encima era de un amarillo chichón que haría que pareciese un gusiluz en mitad de la clase. Aprovechando que la mañana amaneció más bien fresca me puse encima una camisa de manga larga abotonada casi hasta el cuello y me fui a clase.

Por el camino fui reflexionando en todo lo que había hecho la noche anterior, y encima ahora alguien de mi entorno cercano conocía mi otra vida, Lucas. Por fortuna esa mañana no fue a clase. La fiesta debió prolongarse hasta altas horas la noche anterior y debía estar durmiendo. Durante toda la mañana estuve inquieto. Cuando salía por los pasillos al servicio, a la cafetería o a cambiar de aula, iba como si me fuese a encontrar con Samuel, pero tampoco debía estar despierto. Desde lo más lejano de mi conciencia a veces sonaban voces para que lo dejase todo y retomase mi vida normal, pero no podía, era incapaz, incomprensiblemente disfrutaba demasiado a pesar de la batería de putadas del Samuel del día anterior.

El resto del día transcurrió con relativa normalidad. Conforme pasaban las horas hacía más y más calor, pero no quería quitarme la camisa y dejar al descubierto mi uniforme. Cuando estaba terminando de comer en el comedor del campus mi móvil vibró en el bolsillo. Salí al jardín y leí el sms, era de Samuel.

"A ls 8.30 n mi csa sklavo"

Ese era uno de esos mensajes que debía apartar de la mirada de indiscretos, como por ejemplo mi compañero de piso. Lo borré directamente y me quedé con la información almacenada en la cabeza. Como si el que hubiese estado bebiendo la noche anterior hubiese sido yo, poco a poco fui recordando cosas que me habían ocurrido. Entre otras recordé que hoy tendría que ir a casa de Ángel, Christian y mi compañero de clase Lucas a servir en lo que parece sería otro botellón. Por un lado me gustaba tener que servirles pues era lo que me molaba de verdad, pero Ángel, y como bien me había prevenido Sergio, era un autentico cabronazo, especialista en puteos y humillaciones, y Samuel, por si fuera poco, la noche anterior le había dicho que todavía les enseñaría todo lo que sé hacer, y eso pintaba horrible para mí, a la vez que terriblemente excitante.

Puntual como normalmente era, a las ocho y media de la tarde estaba tocando el botón del portero. La voz de Samuel me indicó que subiese y así lo hice. En cuanto estuve dentro del piso comencé a lo que a partir de ese momento sería descubrir el uniforme en vez de ponérmelo. Cuando me había quitado las zapatillas, Samuel a voz en grito me hizo sobresaltarme.

-¡Esclavo ven aquí ahora mismo! – me dijo.

Fui casi corriendo hasta el salón. No parecía haber nadie más en la casa. En cuanto llegué, Samuel me miró de arriba abajo fijándose en mis pies, que ya lucían los sucios calcetines del uniforme.

-Qué pasa, además de comer pollas te gusta ir por ahí descalzo o qué – me dijo con cierto recochineo.

-¿Eh?, ah no – dije por fin – estaba desnudándome, y eso

-Ah, claro, eso, bueno, no hará falta ahora mismo, coge mi mochila y mete dentro las bebidas que sobraron ayer del botellón, venga rapidito que no nos da tiempo.

Enseguida metí la botella de vodka y de whisky que habían sobrado la noche anterior así como una de cola.

-Venga, vamos – me dijo Samuel.

Con la mochila a la espalda salí tras él. Tuve el tiempo justo para coger mis zapatillas al vuelo. Bajé los escalones descalzo y ya en el portal me las puse. Sin siquiera tiempo para atármelas al salir a la calle. Tras unos cuantos metros yendo casi detrás de él, se paró frente a un supermercado.

-Dame la mochila, vas a entrar, y pillas una botella de Whisky, y unos refrescos de limón ¿entendido?.

-Por supuesto.

Le fui a entregar la mochila pero no hizo ni amago de cogerla, así que la dejé en el suelo junto a él. Antes de entrar me pidió terminó de hacer la lista de la compra.

-Y hielos también, que estos nunca tienen, se los deben fumar – me dijo.

Entré en el supermercado. Aproveché para atarme los cordones, aunque sabía que no durarían mucho así. Cogí todos los artículos y me fui a la cola de la caja. Caí en que no me había dado dinero, y que por lo tanto debería pagarlo con el mío, aunque sabía bien que no me lo devolvería. Al salir la cara de Samuel era de total impaciencia.

-Venga coño, joder que es para hoy, ¿te has ido a Escocia a por él puto Whisky o qué? – dijo con mal tono.

-Lo siento señor, había mucha cola.

Inició la marcha a toda velocidad. Parecía que fuese a perder el autobús. Me eché la mochila a la espalda y le seguí. Por fin paró frente a un portal. Era algo antiguo y cuando vi el botón que tocó, concretamente el 5-B, esperaba que tuviese ascensor. Y así fue. Reparé en que para ser la casa de Lucas nunca antes había ido. Una vez frente a la puerta tocó el timbre. Mientras esperábamos a que nos abriesen la puerta Samuel me lanzó una advertencia.

-Mas te vale que te portes bien o no volverás a pisar mi casa – me dijo en voz baja.

La puerta se abrió y uno de los hermanos gemelos fue el responsable, el problema es que aún no sabía quién era.

-Hola chicos, pasad – dijo.

-Hola Christian – dijo Samuel.

-Hola – dije sin más.

Me quedé con su indumentaria, una camiseta azul, unos vaqueros y en los pies unos calcetines blancos, probablemente los mismos que se negó cabezonamente a que yo le lamiese.

-Enséñale al esclavo donde está la cocina para que deje los hielos y lo que hemos traído – le dijo Samuel.

-Por aquí – me dijo Christian.

El piso pese a ser viejo había sido reformado y tenía bastante mejor pinta que el de Samuel. Seguí a Christian por un pasillo hasta la cocina, Dentro estaba el otro hermano, el que yo conocía.

-Vengo con el esclavo, dile dónde guardar las cosas que trae.

Dicho lo cual se marchó y me dejó a solas con Lucas, por primera vez desde que se enterase que tenía una doble vida.

-Hola – le dije un poco cortado – he traído hielos y bebidas.

-Ahí está la nevera – dijo señalándola con un dedo mientras terminaba de hacer unos sándwiches.

Metí todo en la nevera mientras le observaba.

-Me tendrás que pasar los apuntes de esta mañana, estaba un poco resacoso para ir a clase – me dijo.

-Por supuesto, eso está hecho – le dije con una sonrisa.

No parecía que mi nueva realidad hubiese alterado la relación que teníamos. Sin embargo, había algo que no me terminaba de cuadrar.

-Oye Lucas

Pero no pude terminar, la voz de Samuel volvió a resonar en mis oídos, esta vez en otro piso.

-¡Esclavo!, ven aquí inmediatamente y tráete la mochila.

Sin poder cruzar una sola palabra con Lucas cogí la mochila aparentemente vacía y fui donde me pareció que estaba el salón, ya que había pasado frente a él de camino a la cocina, aunque no reparé demasiado. Tampoco se parecía en nada al del piso de Sergio, Víctor, y como no, Samuel, este tenía todos los muebles nuevos, un conjunto de sofás y hasta una tele plana.

-Joe que chulo – se me escapó nada más entrar.

Christian estaba sentado en uno de los sofás y por su parte Ángel y Samuel en otro justo frente al televisor.

-Mola ¿eh? -dijo Ángel, es de un tío mío y nos lo deja de puta madre de precio.

-Sí, sí que mola –dije.

-Ssssh a callar esclavo – me ordenó Samuel – y qué coño haces aun con la ropa, te dije que trajeses la mochila pensando que estaría tu ropa dentro, ¡vamos, quítate todo eso que te sobra!.

Un poco cortado comencé de nuevo a desatarme los cordones, me saqué las zapatillas a las que les siguieron los pantalones y por último la camisa de manga larga que tanto calor me estaba dando, aunque hacía perfectamente su función, tapar la llamativa camiseta amarilla que había sido de Sergio.

-Jajajaaj que bueno, parece una especie de superhéroe que se desnuda y tiene el disfraz debajo – dijo Ángel.

-Si al menos fuese un superesclavo – dijo Samuel con sorna.

-Aquí está la cena –dijo una voz a mi espalda.

Era Lucas, entrando con la bandeja llena de sándwiches.

-Estás bobo ¿eh?, sabías que hoy tendríamos esclavo y te pones a hacer tú la cena – le recriminó Ántel.

-Nunca fue muy listo –dijo de pronto Christian buscando claramente las vueltas a su hermano.

-Sí, bueno, es genético –dijo Lucas en una ágil respuesta.

Una carcajada sucedió a su frase. Lucas se sentó junto a su hermano y repartió la comida. Realmente eran dos gotas de agua, aún no comprendía cómo Samuel podía distinguirlos.

-Vete preparándonos las copas – me dijo Christian cuando estaba apurando su sándwich.

-Enseguida – dije obediente.

Salí a la cocina y no tardé en regresar con todas las bebidas y lo necesario para ir poniéndoles las copas. Parecían entretenidos viendo la tele y contándose chismes, pero no fue hasta que les puse la primera copa que repararon de verdad, en que yo estaba allí.

-Oye porqué no le pides al esclavo que continúe limpiándote los calcetos, que parece que ya huelen menos jajajaa – dijo entre risas Christian dirigiéndose a Ángel.

-¡Coño!, buena idea –dijo este sacándose las zapatillas con los pies – venga esclavo, a continuar lo de ayer.

Para mi desgracia debía ser cierto que Ángel pertenecía a la cofradía de un par de calcetines al año, como Samuel y los ya conocidos calcetines rojos del día anterior me esperaban de nuevo. Me arrodillé frente a ellos y comencé a lamérselos. Apestaban tanto o más que el día anterior, se veían claramente negros por abajo, y por si fuera poco estaban húmedos y calientes por el sudor.

-Jajajaaj me encanta – dijo Ángel.

-Cuanto te canses de esos te pones con los míos- dije Samuel plantándome sus grises y sucios calcetines junto a los pies de Ángel.

Ni siquiera le había visto descalzarse pero ya se me acumulaba el trabajo. Durante un largo rato me tuvieron lamiendo, oliendo y sobando sus pies, incluso se ponían ellos mismos las copas para no dejarme parar.

La cena que todos habían consumido parecía haber sido insuficiente, y no tardaron en empezar a mostrar síntomas de embriagadez. Ángel repitió el estúpido chiste de atarme su cinturón al cuello, y todos le rieron la gracia. Al menos se olvidaron del episodio de usarme como un caballo, cosa que mi espalda agradeció, ya que aún me dolía de cargar con Ángel la noche anterior. Cuando se cansaron de que les lamiese los pies me usaron como alfombra mientras seguían bebiendo, aunque los gemelos no pudieron disfrutar de ese servicio por estar en el sofá contiguo.

-Bueno, y qué son esas coas que sabe hacer tu esclavo, que nos dejaste ayer con la incógnita – dijo Ángel con cierta dificultad.

-Mmmm ¡ah, sí! – dijo Samuel como si se le hubiese iluminado una bombilla en la cabeza.

Pisándome el paquete se levantó y se puso a rebuscar entre los departamentos de la mochila en la que estaba mi ropa. Le costaba atinar con las cremalleras.

-Pues resulta que le encanta chupar pollas – dijo de pronto.

Hubo una carcajada seguida de un silencio, desencadenado por la seriedad con la que Samuel lo había dicho.

-¿En serio? –dijo Christian mirándome.

-No jodas – dijo Ángel con una media sonrisa.

Lucas por su parte parecía ajeno a todo lo que pasaba, o estaba muy borracho o no le interesaba lo más mínimo.

-Pues sí – dijo Samuel sacando por fin de la mochila unas esposas.

Sin duda, sus esposas que había metido él en la mochila. No conforme con humillarme haciéndome pasar por su perro, su felpudo, su camarero, también quería que demostrase mis habilidades con una polla en la boca.

-¿Y esas esposas? – dijo Ángel con cara de sorpresa.

-De rodillas esclavo, y date la vuelta – dijo una vez se colocó junto a mí –ahora lo vas a ver – dijo dirigiéndose a Ángel.

Obedecí tal como me dijo y además puse las manos atrás para que me las atase.

-Además le encanta chuparla estando atado, le vuelve loco, es un vicioso –dijo Samuel cerrándome las esposas.

-Jajajaaj, os estáis quedando conmigo, los dos, no me lo creo – dijo Ángel.

La respuesta al desafío por parte de Samuel fue sacarse la polla y metérmela en la boca. Las caras de asombro comenzaron a dibujarse en los rostros de todos sus amigos. Me sentía avergonzado y abochornado, así que decidí concentrarme en lo que tenía entre manos y empezar a chupar.

-Uff lo hace de muerte, teníais que ver la cara de bobos que se os ha quedado a todos – dijo Samuel.

-¡Qué hijo de puta eres! – dijo Ángel con una sonrisa enorme, como la que se le pone a un niño la mañana de reyes.

-Venga, dejaros de chorradas y venir, aquí, apuntaros a la fiesta – dijo Samuel.

Apenas terminó de decirlo, Ángel se la había sacado y se estaba masturbando junto a mí. Los gemelos por su parte parecían seguir expectantes. Dejé la polla de Samuel y me puse con la de Ángel. Tras unos pocos lametones alcanzó sobre los 20 centímetros y era algo más gruesa que la de Samuel.

-Y vosotros qué, ¿no os animáis? – dijo Samuel a Christian y Lucas mientras se masturbaba delante de mí.

Por el rabillo del ojo vi cómo el hermano de mi compañero de clase se ponía entre Samuel y Ángel y se la sacaba. Me sorprendió verle completamente empalmado, era la polla más pequeña que había en aquella habitación y pasaría bien de los 16 centímetros. Por extensión y si todo estaba como debía estar, también se la había visto a su hermano, ya que siendo gemelos no esperaba cambios significativos en su polla.

Cuando me la metí en la boca la noté húmeda. Parecía que a Christian le estaba gustando eso más que recibir un masaje de pies con mi lengua, a lo cual se había negado el día anterior reiteradas veces. Durante un rato alterné en entre las tres pollas que tenía, habría podido pajear a los que estaban en espera pero tenía las manos atadas a la espalda.

-Vamos Lucas anímate – le dijo Ángel – la chupa de vicio.

Parecía estar más avergonzado y cortado que yo por lo que estaba ocurriendo. Sin embargo finalmente se animó y la polla gemela de Christian se colocó junto a la de Samuel. La tenía durísima. Empecé a chupársela tan pronto la tuve delante. Sabía exactamente igual que la de su hermano.

-Y si hacemos parejas, me somos demasiados –dijo Ángel de pronto.

-¿A qué coño te refieres? – le preguntó Samuel.

Sin mediar palabra y cuando estaba con la polla de Lucas, Ángel me agarró del pelo y orientó mi cabeza hacia su enorme polla.

-Abre bien la boca esclavo – me dijo – pero no la cierres.

La abrí todo lo que pude y me la metió colocándola a un lado.

-¿Ves?, queda sitio, venga nos la puede chupar de dos en dos, nosotros dos, y vosotros dos, que para esos sois hermanos.

A Samuel le pareció una gran idea y la metió junto con la de Ángel. Eran demasiado grandes las dos juntas y me dolía la boca.

-Mmmm así así – gimió Samuel.

No se daban cuenta que realmente estaban dándose placer entre ellos, aunque yo aportaba mi granito de arena. Por fin me dejaron cambiar y los dos gemelos metieron sendas pollas en mi boca. Como eran más pequeñas pude chupárselas casi a la vez. Estaban lubricando cual fuentes y me resultaba muy fácil. De pronto noté algo cálido y húmedo impactando contra mi mejilla.

-Ummmm

Ángel me lanzó dos grandes chorros de leche mientras se la chupaba a los gemelos. Por su parte Samuel apuró y pese a que apuntó a mi cabeza su corrida salió disparada a mi pobre camiseta. Aceleré el ritmo con las pollas de los gemelos. El primero en terminar fue Christian.

-Ufffff sí, sí

Noté cómo se me llenaba la boca de leche y manchaba también la polla de Lucas. Pensé que la retiraría, pero no fue así y el también se corrió gracias a la facilidad con la que me lengua se deslizaba por su capullo tras la corrida de su hermano.

-Mmmm.

No daba abasto. Aunque eran las pollas más pequeñas y eso que no estaban mal, fueron las más generosas en cuanto a leche. Prácticamente no había diferencia de sabores, y pude tragarme casi todo, aunque algo se me escapó por la comisura de los labios en cuanto los dos me la sacaron.

-Maravilloso tío –dijo Ángel aún con más dificultad – además de esclavo putita.

-Uff ya lo creo – dijo Christian.

Lucas no dijo nada. Se limitó a metérsela en el pantalón. Así lo fueron haciendo todos mientras se sentaban y me contemplaban. La imagen debía ser horrible, con la cara y la camiseta empapadas en lefa, arrodillado y atado.

-¿Seguimos la fiesta por ahí? – preguntó Samuel.

-Sí, será lo mejor – se apresuró a decir Lucas.

Christian y Lucas se fueron a sus respectivos cuartos. Samuel y Ángel se limitaron a ponerse sus zapatillas en el salón.

-¿Qué hacemos con él? –dijo Ángel mientras se ataba los cordones de sus puma rojas.

-Le soltaré para que recoja y se pire – le dijo Samuel.

-¿Y si me lo dejas esta noche?, bueno y mañana.

-Claro, eso está hecho, es todo tuyo, que se quede aquí.

-Aunque no me fío – dijo Ángel mirándome.

-Vamos, hombre es de confianza no te va a quitar nada.

-No, no es eso, digo que no se vaya a pirar y cuando volvamos no esté.

-Eso se arregla fácil.

Con los cordones ya atado, Samuel se levantó y tiró de la improvisada correa que era el cinturón de Ángel haciéndome caminar a cuatro patas. Me hizo parar frente a un viejo radiador de hierro pintado en plata, que delataba la verdadera edad del inmueble. Se sacó una llave del bolsillo y me desató las esposas de un lado, me levantó los brazos y pasándolas por las aberturas del radiador me las volvió a cerrar.

-¿Ves?, así no se irá a ningún sitio – dijo Samuel con una risita.

-Jajaja, qué hijo de puta eres Samu, tío - dijo Ángel acercándose a mi cuello para recoger su cinturón.

-¿Y eso? – dijo Christian vestido y perfumado desde la puerta mirándome y señalándome con el dedo.

-Nada, Samu, que nos deja al esclavo, está ahí para que no se escape.

-Que putos cabrones sois – dijo sin más.

Lucas se quedó en el marco de la puerta mirándome, pero no dijo nada. Cuando nadie le miraba me hizo un guiño. No entendí lo que quería decirme con ese gesto.

-Venga vamos –dijo Ángel.

Todos fueron saliendo. Apagaron la luz y cerraron la puerta. No tardé en oír el portazo de la puerta de entrada. No sabía muy bien cómo había ocurrido, pero estaba sentado apoyado sobre un radiador, con las manos esposadas en su parte de arriba, en una casa que no era la mía, con una camiseta empapada en lefa, un bóxer agujereado por el culo y unos calcetines que daban ya más pena que asco, con una corrida en la cara aún fresca, y por si fuese poco con una erección que me costaba entender y sin poder aliviarme. Esa noche no iba a ser fácil.