Aprendiendo de una madura.
Primer capitulo de la historia de un joven con una amiga de su madre.
Capítulo 1- “El manitas”
Después de poner un entarimado de madera en el suelo de toda la casa y hacer algunas reparaciones sencillas, mi madre se encargó de pregonar entre todas sus vecinas y amigas lo “manitas” que era su hijo para hacer todo tipo de reparaciones y mejoras en casa.
¿El resultado?... Mi madre me encarga que vaya a casa de unos vecinos que han solicitado muy educadamente mi ayuda. Él es un funcionario de una entidad bancaria y ella fue profesora de instituto aunque ahora no ejerce. Ambos rondan los cincuenta o más, ella bastante bien conservada y él el típico oficinista barrigoncete.
— Ve ahora mismo a la ferretería y compras las piezas que necesites. Les voy a llamar para decirles que esta tarde iras a instalárselo todo— me dice mi madre con tono un tanto disgustado pues he puesto mala cara cuando me lo ha pedido, yo preferiría quedarme en casa jugando con la Play.
— Si alguien te pide ayuda debes responder y nunca debes dejar la tarea a medio hacer— añade, con ese tono de consejo-advertencia con el que suele indicarme el camino a seguir para ser un hombre de provecho.
A media tarde me presento con las piezas de repuesto en casa de mi vecina. Se alegra mucho al verme aparecer con la sana intención de cambiarle el desagüe de la pica que hace días que gotea. Nos ponemos los dos a desalojar el armario de los innumerables botes de productos de limpieza que allí almacena.
La vecina al ponerse en cuclillas premia mis ojos con la visión de sus piernas, y en varias ocasiones le veo las bragas blancas que lleva. Es una mujer madura pero todavía conserva buena parte de su encanto. De joven tuvo que ser una mujer hermosa, muy femenina a juzga por las bonitas curvas que adornan su cuerpo.
Tengo que tragar saliva varias veces y carraspear seguido para mantener la voz clara mientras respondo a sus preguntas. No sé por qué a las mujeres de la edad de mi madre les interesa tanto lo que hace la gente joven. Percibo una curiosidad enorme en ellas para saber cómo nos comportamos entre chicos y chicas.
Luego me meto dentro del armario boca arriba y empiezo a manipular los tubos y sifones. Cuando miro hacia fuera solo veo las piernas de mi vecina y la mitad de su falda. Le pido que corra las cortinas para que entre más luz pues apenas veo dentro del armario y no puedo hacer el trabajo.
Después de hacer lo que le he pedido se acerca y me pregunta si ha mejorado suficiente. Cuando levanto la mirada con intención de contestarle puedo apreciar como la luz del sol también atraviesa su falda dejándome ver como mucha claridad su silueta a través de su falda semi transparente al darle el sol por detrás.
La braga le aprieta el pubis y le marca una zona de un par de dedos entre las piernas donde se esconde su rajita. Uhmmm, parece como si estuviese solamente en bragas delante de mi.
Un tanto asustado, miro hacia mi bragueta y veo como ha crecido un bulto que no puedo disimular. Apenas puedo seguir trabajando, pues los nervios me entorpecen las manos. Mi vecina se mueve cerca, quizás esperando que le pida alguna herramienta o que abra el grifo para probar si hay fugas o no.
Deseo que no se haya dado cuenta que tengo una erección de campeonato. Si me preguntase al respecto no sabría que responder para justificarme y si lo comentas con mi madre o sus amigas sentiría mucha vergüenza.
Para mayor desconsuelo, noto como una de las veces que abre el grifo, sale el agua con tanta fuerza que salpica y va a caer justo encima del pantalón.
Tras varios ajustes doy por terminada la operación y salgo del armario. Entre los dos colocamos de nuevo el contenido. Recojo las herramientas y me preparo para marchar.Estoy deseando irme a casa meterme en el baño y hacerme una manola a la salud de esta estupenda señora.
— ¿Te ocurre algo? Te veo un poco alterado. ¿Por qué tienes tanta prisa? — me pregunta mirándome fijamente.
— No te puedes ir así… tengo algo para ti. Considéralo como un regalo, como la forma de agradecerte tu ayuda — me dice poniéndome la mano por los hombros.
Me lleva hasta el comedor y me empuja hasta que mi culo tropieza con el borde de la mesa. Pone la mano sobre el paquete y lo resigue hasta llegar hasta llegar a la misma punta.
— Esto no se lo cuentes a nadie, ¿qué diría tu madre o mi marido si se enterasen? — dice mientras me desbrocha el pantalón y mete su mano para repetir el movimiento, pero esta vez sobre la tela del slip.
Antes que pueda hacer nada, mi vecina ya me ha bajado el pantalón y el slip para dejar al aire mi miembro erecto y duro como una estaca. No me lo puedo creer, es tan inesperado… una mujer de la edad de mi madre me tiene atrapado, veo que quiere hacer cosas conmigo que en este momento no puedo ni imaginar.
Mis piernas tiemblan y mi respiración se convierte en un atropellado jadeo. Me siento a su merced y estoy deseando que continúe. Se está haciendo realidad una de mis fantasías más deseadas.
Acto seguido se inclina hacia mi y se mete toda mi polla e su boca. Noto como la humedece y como el calor de su lengua me envuelve. Tengo una sensación indescriptible cuando empieza a succionar y a estirar de mi miembro con la presión de sus labios.
Luego, con mucho tiento alterna el juego de su boca con mi polla, con los meneos espectaculares que me proporciona su mano. Lo único que hago es agarrarme con fuerza al borde de la mesa, apretar el culo y resoplar fuerte ante sus embestidas.
Noto como mis testículos se han puesto duros y pegados a la base del pene dispuestos a lanzar al aire en cualquier momento todo su contenido. Herminia apoya mi glande sobre sus labios y me da unas ultimas sacudidas con la mano.
Mientras me vacío, ella me masajea los huevos dándoles suaves apretones. Mi corrida es espectacular y no recuerdo haberme sentido tan bien y tan vulnerable como en ese momento.
Herminia con toda la naturalidad del mundo me chupetea el miembro hasta dejármelo bien limpio que con una velocidad asombrosa se retrae, quizás un poco asustado por la experiencia. Me visto mostrando cierto pudor y un poco acomplejado por mostrar una polla que se ha replegado tan rápidamente.
Mi vecina se sonríe adivinando mis pensamientos. Me acompaña hasta la puerta, y antes de despedirse con un beso en la mejilla, me sugiere que venga otro día a ayudarle a cambiar un enchufe y colgar un par de cuadros.
— Mi marido para estas cosas no sirve y me tiene un poco abandonada — argumenta.
Yo balbuceo una respuesta afirmativa y de la mejor manera que puedo, le digo que mañana por la tarde podría ser una buena ocasión para hacer los arreglillos que tiene pendientes. La señora Herminia me da un cachete cariñoso en la mejilla, me sonríe y me dice:
— Por supuesto, mañana por la tarde será un buen momento, mi marido estará trabajando y no te molestará. Yo por las tardes me siento fenomenal, y si hace falta te puedo ayudar —
Deverano.