Aprendiendo a ser una guarra 4
Un señor mayor, por llamarle de alguna manera, se masturba en el vagon del metro de Valencia mirandome. Yo, lejos de indignarme, juego con el hasta el punto de humillarlo. Ni que de decir tiene que todo lo que cuento aqui es real.
Termine mi carrera de psicología hace unos años, recuerdo que hubo un fiestón en la zona de pubs de Valencia, iba un poquito perjudicada, pero no lo suficiente como para caerme de boca.
Despuntando el sol me dispuse a pillar el metro de cercanías, supongo que serían las seis y algo, madrugada del domingo. Sábado salvaje.
El vagón en el cual me senté estaba vacío prácticamente. Frente a mi había un señor mayor, de unos 70 años quizá. Al verme con minifalda de cuero negro y una camiseta ajustadita muy fina de color blanco, al vejete se le descompuso la cara, fue para él como si la Virgen se le apareciera. No le di importancia y me senté a oír música.
No sé en qué momento me percaté de que el puto abuelo se estaba tocando la polla descaradamente por encima de su pantalón de pana, se puso a decirme guarradas y no pude escuchar sus mierdas gracias a que Black Sabbath sonaban en mis orejas. Lo cierto es que lejos de levantarme y pegarle una patada en la boca, o grabarlo con el móvil y subirlo a un periódico con el victimismo e indignación necesarios, le sonreí, sin más. Mascando chicle mire a la ventana y le pregunte al reflejo ¿Por qué no?...
Me apetecía ser mala, reírme de ese garrulo y practicar un poco mi exhibicionismo. En el vagón había cámaras de seguridad, lo que haría mi experiencia más morbosa y peligrosa.
El abuelito seguía tocándose el rabo y soltándome sandeces. Me abrí para él las piernas, y comencé a acariciármelas suavemente, subiéndome poquito a poquito la minifalda de cuero. No tenía bragas, no las suelo llevar cuando salgo de marcha, por si toca mear en la calle. El pareció palidecer, sus ojos se clavaron en mis manos como si fueran hipnóticas, cuando parecía que el señor iba a disfrutar de un primer plano de mi coño, volví a bajar el telón de cuero.
Me reí como una niña traviesa, que sabe que tiene el poder. Me pidió hacerlo otra vez. Me volví a subir la faldita, muy lentamente. Esta vez sí me apetecía enseñarle la raja. Puse mi pierna en el asiento de al lado para que disfrutara de un chocho jovencito y rasurado, húmedo, más que por él, por el morbo de que me vieran desde la cabina o en seguridad. ¿Y si venia un vigilante a echarme? mmmm jajajaja.
El viejo se sacó la polla, lo cierto es que tenía un buen cimbrel. Comenzó a cascársela sin ni siquiera pensárselo. Yo me frote el coño con los dedos, esta vez mirando con cara de vicio el domo de seguridad. Cuando quise darme cuenta, el puto sátiro se levantó para sentarse a mi lado. Me arranque los auriculares y le dije que como diera un paso más comenzaría a chillar. Él se volvió a su sitio como un niño castigado. Me pidió permiso para seguir tocándose. Su voz ni siquiera era agradable, con ese acento valenciano cerrado que me saca de quicio. Me dio hasta pena no dárselo. Le dije que si quería que volviera a ser una guarra tenía que ser obediente y no levantarse. Me puse de nuevo a los Sabbath. Volví a mi juego y él a su masturbación.
Me quite el sujetador por dentro de la camiseta. Quería que se me marcasen los pezones, comencé a acariciármelos por fuera. Paramos en una estación. Yo baje mi pierna y el metió su polla. No entro nadie. Nadie vino a por mí para echarme. El tren prosiguió su camino.
Volví a subir mi pierna y a abrir mi coño, mis pulgares volvían a estimular mis pezones. Estaban totalmente tiesos y duros. Comencé a mojarme seriamente, manchando el asiento. Subí mi fina camiseta poco a poco, hasta la mitad de mis tetas, sin enseñar las areolas. Quería que viera solo un aperitivo de mis pechos. Me lleve un dedito a la boca y lo chupe despacito, luego lo pase bajo mi camiseta para endurecerlos más. Él acelero su ritmo, haciéndose un pajote de proporciones épicas.
Me puse de rodillas en el asiento, de espaldas a mi víctima, y le enseñé mi precioso culo, mirándole por encima del hombro, con cara de zorra, sin parar de mascar chicle, sin parar de excitarle. Empezó a resoplar, estaba a puntito. Quedaba una sola parada. Se acercaba mi destino. Me puse en pie, y agarré la barra junto a la compuerta de salida y termine de subirme la camiseta. Manosee mis tetas para él, estirándome los pezones. El abuelo gimió como un cerdo.
Con las tetas al aire, me acerque a él. Puso cara de terror, pensaba que le iba a pegar una hostia o a gritar o yo que sé. Me senté a su lado y le quité las manos de su entrepierna de un manotazo. Lo cierto es que para tener más años que la propia Valencia, su polla parecía la de un chiquillo. Sentía curiosidad. Quise acariciársela y acabar yo misma la faena.
Me agarro la cabeza para que me la metiera en la boca. La mirada que le eché le hizo desistir de tal maniobra. Comencé a hacerle una paja, le miré a los ojos mientras hacía globitos de chicle, él no se creía lo que le estaba pasando.
¿Te gustan las niñas viejo de mierda? – Le dije – Tantos años acosando jovencitas y al final una te ha acosado una a ti. Córrete para mí. El empezó a sobarme los pechos. Temblaba como un ratoncito. Me gustó.
Cuando note que se venía, le estire la piel hacia abajo, de tal manera que el glande estaba súper tenso y el placer para él sería extremo. El chorro de semen empapó su vestimenta y parte de los asientos de atrás. Respiraba compulsivamente. Parecía que le fuera a dar un puto infarto.
La luz de la estación se podía percibir, volví a bajarme la camiseta rápida y torpemente. El seguía con la mirada fija en el techo. Bajé del vagón y me marche sin volver la vista atrás. Pensé que era yo quien se había propasado con ese tipo de alguna manera, lo cierto es que le había obligado a entretenerme.
Ni siquiera me sentía avergonzada. Nadie me paró a la salida. Nadie me puede parar.