Aprendiendo a ser sumisa

Desesperada por un trabajo, ofrecí mis servicios a cambio de un empleo bien pagado.

APRENDIENDO A SER SUMISA

Me llamo Tara, tengo 43 años en la actualidad, soy castaña con media melena, mido 1’65 de alto y peso 60 kg. No sé mis medidas pero uso una 105 de sujetador y tengo algún kilito que espero perder. Mis ojos son castaños. Soy una mujer liberal y siempre abierta a probar nuevas experiencias en el tema sexual. Mi inicio en la sumisión es de lo que trata este relato. No tenía experiencia pero sí sabía lo que era y decidí probar. La historia comienza cuando me quedé sin trabajo.

Soy una chica con estudios y carrera, pero hace un par de años la empresa donde trabajaba me despidió por un recorte que hizo de personal y me quedé en el paro. Empecé a buscar trabajo pero debido a que ya era mayor se me cerraban casi todas las puertas pues ya solo contratan a gente joven y lo que me salía eran trabajos muy malos y un sueldo de mierda, así que tras unos meses buscando y viendo que el paro se me agotaba me decidí por cometer un acto de locura: ofrecer relaciones a quien me diera un trabajo fijo y bien renumerado, y fue que al poco encontré un trabajo fijo y ganando 30.000 € anuales.

Eso ocurrió poco tiempo después de echar uno de los miles de currículum vitae que lancé a diestro y siniestro. Tras hablar con un señor que me proponía un empleo, quedamos para una entrevista de trabajo. Fui a la entrevista y tras presentarnos nos sentamos a hablar de trabajo.

-Muy buenas tardes, ¿se encuentra bien?.

-Sí, estupendamente, gracias. ¿Y usted?.

-También bien, gracias por preguntar. ¿Qué experiencia tiene usted en el mundo laboral?.

-He sacado mi carrera con una nota excelente-respondí-, lo mismo que mis anteriores estudios, de manera que mi hoja de estudios me ha granjeado diversos trabajos. He traído mis referencias y recomendaciones de mis anteriores jefes, donde me dan una buena nota de mi trabajo y dedicación.

-Estupendo, realmente estupendo. Se la ve muy preparada.

Dijo eso, y fue echarme un largo y tendido vistazo a mi cuerpo, recorriéndome con la mirada desde la cabeza a los pies, y por la forma de mirarme, le gustaba lo que veía (y él a mí tampoco me desagradaba, pues tenía muy buena presencia). Estuvimos hablando de mi currículum vitae como un cuarto de hora hasta que me sacó el tema extra que yo ofrecía. Tras un rato de charlar, se fue a la puerta y la cerró.

-Así estaremos en total privacidad y nadie nos molestará. ¿Le parece mal?.

-No, para nada-dije para hacerme la amable y no causar mala impresión-.

-Estupendo-volvió a decir-. De esa forma estaremos más cómodos-dijo, y volvió a sentarse, esta vez arrimando su asiento un poco, para sentarse más cerca de mí-.

Me quedé escuchándole, perdiéndome en el sonido de su voz, sensual y melosa pero firme y varonil a la vez, una mezcla que me producía una variedad de sensaciones que me gustaba mucho.

-Por favor, ¿le importaría sacarse algo de ropa?. Me gustaría verla mejor, si no le parece mal, claro está.

Al principio dudé, lo reconozco, pero era lo que yo misma había ofrecido, y dado que él había sido todo formalidad y buenas maneras, no me opuse. Yo me empecé a quitar la blusa y la falda, pero él me frenó de golpe.

-No, así no, por favor-me dijo en un tono muy tierno-. Me gustaría que bailara para mí, que se la quitara bailando. Bien, la observo.

Yo no sabía que hacer, aquello me cogió desprevenida. Miré a todos lados, y viendo que no hay había ventanas desde donde alguien pudiera mirarnos, comencé a moverme lenta y sensualmente. Reconozco que me excitó la idea de bailar así para un total desconocido, quien no se perdía detalle de mis movimientos. Con lentitud y sensualidad me quité la camisa, la chaqueta y la falda que llevaba puesta, y me quedé en ropa interior para él.

-Es una mujer muy bonita, realmente preciosa. Siga bailando un poco más, no se corte. Me gusta verla. Es muy deseable.

Me lo dijo con un tono amable, cercano, casi como un amante, y de un modo que me hacía sentirme segura, a pesar de no conocerlo.

-Oh, vaya, esperaba que hubiera traído tanga fino o de hilo, y no las braguitas clásicas de algodón.

Cosa rara, me sentí mal por haberle causado esa decepción, su cara de disgusto me hizo sentir mal por él, y le dije que, si quería, en adelante llevaría tangas finos para él. La alegría que vi en sus ojos me hizo recuperar la alegría.

-Por favor, sáquese el sujetador. Quíteselo, me gustaría verle los pechos.

Con movimientos lentos mientras bailaba me lo fui quitando hasta que mis tetas quedaron al aire. Yo ya estaba roja de vergüenza, pero me lo quité y mis pechos cayeron libres de su cárcel, noté como él se quedaba flipado al verlos al natural y los halagos que hizo al tamaño le gustaron.

-Tiene el mejor par de tetas que he visto en muchísimo tiempo-me espetó con total sinceridad, notando como él se iba excitando-. Realmente preciosas. Son como grandes pasteles para un niño goloso.

El comentario fue algo divertido, pero los halagos me hicieron sentirme mucho más confiada. Debido a mis contoneos, mis tetas se movían un poco para él, y me las toqué un poco a petición suya, poniéndome los pezones erectos en seguida.

-Quítese el resto. Quiero verla totalmente desnuda.

Así lo hice pero con mucha vergüenza. Usando las manos fui bajándome mis braguitas hasta que quedaron a la altura del tobillo, sacándomelas y lanzándolas al otro lado del despacho (al igual que mi sujetador, que él pidió que lanzara lejos).

-Que mujer tan hermosa es usted. Debe ser la envidia de sus amigas con ese cuerpo que se gasta, Srta., y no digamos de los hombres, que se darán palizas solo por tenerla cerca.

Noté cierto tono de orgullo en su tono de voz, quizá porqué sabía que tenía alma de sumisa y él se iba a encargar de adiestrarme como es debido, que ahora yo sería suya para cualquier capricho que a él se le antojara. Iba a tener una mujer-esclava para él solito. ¿A que hombre no le gustaría algo así?.

-Ahora camine un poco, hágame un pase de modelo para admirarla mejor. Me gusta mirarla. Mucho-recalcó-.

Di un par de vueltas por el despacho intentando emular a estas supermodelos que se ven en TV. Me giré para que pudiera mirarme desde todos los ángulos, y noté que me seguía con la mirada. Todos mis movimientos eran cuidadosamente explorados.

-Veo que su culo también es muy apetecible. ¿Hay algo que no sea perfecto en usted?-preguntó con ironía-.

Aquello me hizo reír. Yo me sentía como en una nube de irrealidad por todo lo que estaba pasando, estaba como en trance: lo que había empezado como una entrevista normal y anodina de trabajo se había convertido en una sesión de sometimiento y en un tanteo de mis cualidades de sumisa. Una sesión amo-esclava, la primera de muchas.

-Por favor, siéntese a mi lado. Venga conmigo, sigamos conversando.

Volví a mi asiento sin siquiera vestirme, como él quería. Crucé las piernas para estar más cómoda, pero a él no pareció gustarle.

-No, así no-me dijo-. Despegue la pierna y póngala por encima del brazo del sillón. La quiero abierta para mí, no quiero un solo rincón de su cuerpo oculto a la vista.

Fue algo incómodo, pero lo hice: despegué la pierna izquierda (yo estaba sentada a su derecha) por encima del brazo del sillón y dejé ver mi coño en todo su esplendor. Me sentí muy azorada por ello, y la idea de que alguien pudiera entrar y pillarnos fue de lo más excitante. Casi pensé que él se abalanzaría sobre mí y me follaría viva hasta que me flaquearan las piernas, pero no, se quedó mirándome el coñito abierto, fijándose en la abertura y la forma de mis labios vaginales.

-Su sexo me gusta mucho, tienes unos labios muy bien dibujados-dijo con su habitual tono amable-. Uhm-frunció el ceño-, tiene un pubis un poco más poblado de lo que yo esperaba. ¿Se depila usted, suele rasurarse?.

-No, no suelo hacerlo-y no puso muy buena cara cuando le dije que no-.

-Bueno, quizá eso pueda cambiar, ya se verá. Ahora sigamos hablando, queda mucho por hablar.

Estuve desnuda el resto de la entrevista ya hablando sobre el tema erótico, de tantas cosas que ahora apenas recuerdo ni la mitad pero que de seguro se quedarán en mí durante mucho tiempo. Recuerdo algo sobre sodomía, tríos, felaciones, cunnilingus, masturbaciones y otras delicatessen, aunque el resto es bastante confuso. Lo que sí tengo claro es que aquella relación iba a tener mucha diversión, eso seguro. Y durante el resto de la entrevista que estuve sentada a su lado y abierta de piernas para él no me tocó ni por un momento, ni una vez. Creo que se conformaba con saber que yo había obedecido todas sus órdenes y que lo haría en adelante. No todos los días aparece una chica dispuesta a ser no solo empleada si no también una fiel y obediente esclava.

-Bien-concluyó mirando su reloj-, creo que está contratada. A partir de ahora no sólo será empleada de la empresa si no mi secretaria particular en todos mis negocios. Así que, por favor, vístase, es hora de enseñarle su lugar de trabajo.

Lo primero que hice al levantarme fue a por a mi ropa interior, pero él me lo impidió dándome un toque de atención.

-¡No!. Quiero que camine a cuatro patas por el suelo, que recoja su ropa interior con la boca y me la entregue a mí. Y quiero que me entregue una prenda cada vez.

Y aunque me daba una vergüenza terrible, cumplí lo que me mandó: me puse de rodillas, me agazapé a cuatro patas y caminé a cuatro patas hasta mi sujetador (dándole la espalda y por lo tanto bamboleando mi culo ante él). Sin usar las manos, recogí mi sujetador usando los dientes y como la perra que él quería que fuera le llevé mi prenda hasta sus rodillas, dándole un buen espectáculo debido al bamboleo de mis pechos, que colgaban cual vaca lechera y se movían de un lado a otro. Le vi relamerse los labios al admirar mis perolas colgantes, y de nuevo pensé que vendría a saciar su sed de mujer, pero una vez más me equivoqué, pues contuvo sus impulsos y se conformó con mirar como yo me denigraba de buena voluntad.

-Muy bien hecho, gracias. Ahora recoja sus braguitas, por favor.

Así lo hice, repitiendo mi misma postura de perrita para él, yendo hasta donde estaban mis braguitas y recogiéndolas. En todo el recorrido de vuelta no dejé de mirarle a los ojos, cruzándonos nuestras miradas llenas de complicidad. Debo admitir que me gustó aquella situación, aquel reto que me lanzaba con sus ojos llenos de misterio y de perversión. Finalmente llegué hasta él y le entregué mis braguitas, que él olió a gusto, metiéndoselas luego en el bolsillo de la chaqueta junto con el sujetador.

-Esto me lo quedo en recuerdo de la reunión de hoy y como seña de su devoción y obediencia hacia mí. Ahora vístase, le enseñaré su despacho.

Me vestí delante de él, con cierto temor de que alguien se diera cuenta de que no llevaba ropa interior cuando saliéramos (más que nada por el tamaño de mis pezones, que se dibujaban más o menos bien por los pliegues de la camisa). Salí de allí con cierto recelo, pero iba a su lado y nadie reparaba mucho en mí. Me estuvo enseñando las oficinas y en verdad era algo morboso el sentirme tan expuesta, el pensar que alguien podría notar que bajo la ropa no llevaba nada puesto. Por encima de todo, lo que más me agradó es que mi nuevo jefe fuera tan cortés y respetuoso y ni siquiera hiciera por tocarme, cosa que supuse que tras la firma sería algo muy diferente a lo de aquella tarde, y posiblemente algo muy excitante.

Transcurridos varios días desde aquella experiencia en que estuve sin ropa me llamaron al teléfono. Era él. Me citó a una fecha y una hora concreta para la firma del contrato por el cual yo pasaría a ser empleada suya. Se trataba de un viernes, justo al mediodía. También me había especificado que no hiciera planes para el resto del día ya que después de la firma iríamos a un restaurante a comer y que no sabía cuanto se iba a prolongar. Me extrañó que me preguntase por las tallas de ropa que usaba, pero no me di capaz de darle la réplica de porqué se interesaba por eso. Supuse que ya lo sabría en su momento.

Puntual como un reloj suizo, me presenté en la oficina para la firme. Iba vestida con algo picante, sin llamar demasiado la atención pero sin pasar desapercibida. Como mujer que soy, la lencería es algo que me encantaba y si tenía ocasión de lucirla un poco no la iba a desaprovechar. Además, él me había dicho que en adelante la llevara siempre que fuese posible, por lo que llevarla diariamente pasó a ser algo natural. Mi conjunto era un pantalón negro con un fino tanga a juego, chaqueta americana, una camisa blanca y un sujetador de encaje, que casi me daban aspecto de ejecutiva, más que secretaria. En resumidas cuentas, muy sexy.

Vino hasta mi despacio, donde él tenía el contrato legal y el personal sobre las condiciones que habíamos estipulado. Me pidió que lo leyera con detenimiento para ver si estaba conforme con el escrito. De estarlo, debía coger toda mi ropa y llevarla a su despacho. Como ambas oficinas comunicaban entre sí, no había riesgo de que alguien me viese llevar la ropa de un sitio a otro. Tras esperar a que todo el mundo se fuese, me desnudé y dejé la ropa en su oficina, quedándome desnuda en la mía. Al pedir que fuese a verlo, me dio unas llaves que resultaron ser las de su coche, ordenándome que bajase al parking porque en el coche había un paquete que debía recoger.

Me quedé helada. Él me dijo que quería saber hasta donde podía pedirme cosas y hasta donde estaba dispuesto a llegar con él. No había ascensor, y de hacerlo, debía bajar por las escaleras de servicio para luego volver. Le miré unos instantes fijamente a los ojos, buscando esa complicidad que teníamos entre los dos, y con una sonrisa medio perversa medio nerviosa, cogí las llaves y recorrí toda la oficina desnuda, para después bajar hasta el patio, abrir el coche, coger el paquete y volver al despacho. Me sentí muy excitada y nerviosa por la situación. Nadie me vio, y pude volver sin ser descubierta. Él parecía muy complacido por mi valor.

El paquete era en verdad unas bolsas de una conocida tienda de ropa, con unas prendas que me imaginaba serían para mí. Todo era ropa sexy y provocativa: mini falda vaquera corta, botas negras de tacón alto, sujetador de encaje negro, medias de redecilla con liguero, un hilo de entrepierna (en verdad un tanga, el más pequeño que jamás había visto antes) y una blusa de gasa transparente en blanco marfil. Como remate final, unas gafas (sin graduar) a juego con el resto del conjunto, para terminar de darme esa imagen clásica de secretaria.

Nunca jamás me había vestido con semejantes prendas (entre otras cosas, porqué mi bolsillo no me lo permitía). Mientras miraba aquello, él me iba diciendo que le había gustado mucho mi atrevimiento y mi determinación, y que si seguía por ese camino nos lo pasaríamos muy bien. Mientras me vestía con esas prendas, le deleitaba con la visión de mi cuerpo, ya que él quería que me vistiese a paso lento y de forma sensual, como si acabase de hacer el amor con mi novio o un amante formidable. Era excitante deleitar así la imaginación de un hombre.

Empecé por el tanga, que me ajusté como mejor pude para que no me acabase violando en cuanto diese dos pasos. Aún así  la línea vertical, la del culo, desaparecía entre mis glúteos a la mejor ocasión, y por delante la tela no llegaba a taparme del todo mi monte de Venus. Gracias al aro de metal que estaba en la parte posterior, donde las tres tiras de tela se unían, pude ajustármelo tal como yo quería. Acto seguido le tocó el turno al sujetador, que me quedaba bien y además me realzaba el pecho. Me sentaba mejor que los que tenía en casa. Por supuesto, me magreé bien las tetas mientras me lo ajustaba, tal y como él me había pedido que me vistiera “sexy y elegantemente”.

Cuando iba a coger la blusa me paró, que siguiera con las medias y el liguero y la blusa para después. Accedí, y estirando mis piernas las fui enfundando en su prisión de medias de red, de color suave. Después de las medias vino el liguero, que enganché a las medias tras ajustarlo a las caderas (se me hizo porque muy pocas veces lo había puesto en mi vida, pero todo sería acostumbrarse), y tras el liguero, las botas, que fueron un poco complicadas por que el tacón era un poco más alto de lo que acostumbraba a ponerme normalmente. Tuve que caminar un poco para hacerme a ellas.

Caminé delante de él como si le hiciera un pase de modelos en exclusiva. Noté como se calentaba y como me miraba con ojos de lobo. Su mano derecha fue sin ningún pudor a su paquete, el cual crecía sin parar mientras se lo tocaba delante de mí. Con un ademán me dijo que siguiera, de manera que me puse la mini falda. De hecho, era tan mini que su tamaño era ridículo, en cuanto me agachase una pizca se me verían las ligas y casi el liguero. En cuanto a la blusa, su transparencia dejaba a la insinuación tanto mi sujetador como la forma de mis pechos, por lo que quien me viese vestida de esa guisa se lo iba a pasar en grande.

No pude evitar cierto sentimiento de vergüenza cuando me vi con toda aquella ropa encima, pues aunque se suponía que iba vestida, casi parecía una cualquiera que se disponía a ir de bares a cazar hombres. Fue entonces que me di cuenta que faltaban uno o dos detalles por arreglar, entre ellos el pelo y el maquillaje. Arreglada del todo, ambos bajamos al coche y nos dispusimos a ir a la comida de empresa que me había dicho. En todo trayecto mi jefe no perdió vista de su copiloto: al sentarme, iba enseñando todas las medias y las ligas y no podía bajar la mini falda lo suficiente para taparlas.

Llegamos a un restaurante muy elegante, lejos de posibles imprevistos y se nos acomodó en una mesa al margen de miradas indiscretas. Nos tiramos un buen rato entre charla y charla, aclarando cosillas de los contratos, esas cosas. Incluso hicimos acuerdos sobre como y cuando tendríamos sexo, en función de horarios de trabajo y demás. Todo era increíblemente formal, casi como una operación de compra/venta de acciones o algo de eso. Cuando llegó la comida nos sirvieron opíparamente, y la degustamos con gran placer, aunque mientras comía sentía que a quien se comían con los ojos era a mí.

La mini falda quedaba muy ajustada a mis piernas y me daba la sensación de que mi tanga se veía por encima de ella (algo bastante anti-erótico, o al menos siempre lo he visto así), o por lo menos el aro de la parte posterior. Para colmo de males, no me era posible ajustarlo o acabaría enseñando aún más de lo que pretendía, de forma que quien tuviese cerca iba a recrearse la vista con gran placer por su parte (y de rubor por el mío).

Él me seguía hablando de las condiciones, citándome la “regla del tres”: esto era que hasta nueva orden, solo me estaba permitido usar tres prendas (excluyendo calzado y complementos, como por ejemplo medias). Las que quisiera, pero solo tres. Las podía combinar como desease, pero debían ser tres, más no. Al aceptar esa regla, me indicó con bastante malicia por su parte que llevaba cuatro y que una sobraba, por lo que debía elegir de qué prenda desprenderme. Obviamente, y dadas las molestias que me causaba, elegí el tanga, pero cuando me levantaba para ir a quitármelo al lavabo de chicas, él me sugirió que no hacía falta, que podía hacerlo allí mismo, en la mesa.

Ahí tuve que protestar, alegando que no era sitio para hacer esas cosas, pero él se encogió de hombros y dijo que era lo que deseaba, eran órdenes suyas y yo tenía que cumplirlas. Y si no quería hacerlo, mejor lo dejábamos todo. Reflexionando un par de segundos, vi que la mesa no era muy visible para el resto del local, así que sin decir una palabra metí las manos debajo de la mini falda y cogiendo las tiras del tanga me lo quité y lo puse encima de la mesa mientras le miraba ardientemente. Me sentía como Sharon Stone en Sliver (Acosada) , jugando de forma morbosa con William Baldwin.

Él lo dejó un buen rato allí, como si deseara que alguien más lo viese y supiera que aquella mujer era de su propiedad. Luego se lo cogió y se lo guardó en su puño, en vez de en su bolsillo. Para remate, apoyó el codo en la mesa y la cabeza en el puño en el que llevaba mi tanga, retando a la decencia y a las buenas maneras en la mesa. Le veía muy excitado, y no sería disparatado pensar que mientras él jugaba a estrujar mi tanga entre sus dedos, su otra mano estuviese jugando con su paquete tal y como había hecho antes en la oficina. Me relamí solo de pensarlo.

Aunque seguíamos comiendo como lo más natural del mundo, estaba segura que el camarero que nos servía nos había visto y que estaba pendiente de lo que ocurría en nuestra mesa. Mis dudas fueron corroboradas por la forma en que me miró una vez en que vino a preguntarnos si queríamos repetir plato o si deseábamos postre. La lascivia que asomaba a sus ojos cuando me miró el escote de la camisa (llevaba dos botones sin abrochar, dejando mi canalillo casi al aire) me hizo entender que sabía que estaba con mi sexo al aire y que ese hombre que estaba enfrente de mí sería una especie de amante o algo así. Nunca podré negarlo: estaba avergonzada...pero también excitada.

Cuando terminamos de comer e íbamos a pagar para marchar de allí, comentó de modo pícaro que quería saber hasta donde podía llegar: me dijo que fuese al lavabo de chicas, que me quitase el sujetador, que lo guardase en el bolso, que luego fuese a pagar y de allí al coche. Quedé estupefacta, ya que sin el sujetador no solo se notarían bastante mis pechos, si no que mis pezones quedarían al descubierto. Me negué a complacerle en esa orden, y así se lo hice saber. Él se levantó y dijo que se iba al coche, que esperaría diez minutos y que pasado ese tiempo, se iba sin mí y que olvidábamos todo.

Quedé de una pieza allí sentada, con el tiempo jugando en mi contra y la mente llena de dudas. No sabía que hacer, en aquel momento estaba sobrepasada por todo lo que me estaba sucediendo, era demasiado para asimilar. Sin más dilación fui al baño e hice la prueba para ver que ocurría con mi camisa si me quitaba el sujetador, si tal como pensaba dejaba demasiado a la vista y tan poco a la imaginación. Efectivamente, era tan parecido como ir desnuda, se me veía todo, parecía una calienta braguetas, una buscona de baja estofa. En mi interior se desató un mar de contradicciones. No quería hacerlo, pero el trabajo era tan bueno que no quería dejarlo escapar. ¿Qué podía hacer?.

“Soy una mujer”, me dije a mí misma mirándome al espejo. Una mujer hecha y derecha, con la cabeza en su sitio (aunque no estaba segura de que sitio era ese), y una personalidad formada. Me armé de valor, y más que valor, de astucia, ya que, sin llegar a desobedecerle, añadí algo de mi propia cosecha: me vestí con la chaqueta, a pesar del calor que hacía, y no la abotoné, si no que la dejé abierta, tapándome justo los pezones pero dejando el pecho al descubierto. Con esa guisa y una mirada muy altiva me fui a pagar mi parte de la comida y luego fui al coche donde él me esperaba. Obviamente se llevó una doble sorpresa al verme sin sujetador, pero con la chaqueta puesta, jugando con la insinuación.

Al sentarme junto a él, me preguntó por el camarero que nos sirvió, que si me había visto así vestida. Contesté solapadamente que “el camarero dormirá muy contento esta noche”, con una sonrisa pícara. Él se sonrió y antes de irnos, miró al restaurante de donde acabábamos de salir, fijándose a través de los amplios y grandes ventanales como la gente estaba cuchicheando. Imaginé que hablarían de mí, porque para ir del baño a la barra debía recorrer todo el local. La idea de ser la comidilla de la gente debido a mi descaro no me fue desagradable, ya que al ser una desconocida, no corría riesgo de que llegase a oídos de amigos y/o familiares míos.

Mi jefe arrancó el coche, y volvimos a la oficina, que estaba desierta como tras un holocausto nuclear. Llegamos a su despacho y él se sintió muy complacido por mis aptitudes. Mío era el trabajo si lo aceptaba, cosa que hice sin vacilación alguna. Con mi nueva vida por delante, tocaba que él disfrutara del gran premio que hasta ahora había paseado por toda la ciudad como si fuese su nuevo juguete. Me llevó a mi despacho, se sentó en mi silla y me ordenó que comenzase a desvestirme tan sensualmente como lo había hecho cuando me la puse. Mientras lo hacía él se tocaba su paquete, pero esta vez no hacía falta intuirlo: se había bajado la cremallera y me mostraba su gruesa verga, en todo su esplendor. Imponía más de lo que me había imaginado.

Como señal de sumisión a él, una vez estuve del todo desnuda y con la ropa por todo el despacho, me hizo tumbarme en mi propia mesa, boca abajo. Estaba asustada y excitada, pensé que iba a follarme violentamente, pero me equivoqué: me penetró con delicadeza, me barrenó con fuerza y me terminó con saña. Era un gesto de sometimiento hacia él, para que recordase siempre que en la misma mesa donde yo trabajaría él me había follado por primera vez. Terminé agotada de tanto meneo, mi jefe era un amante consumado, me agotó entre embatidas y sobeteos en mi cuerpo. ¡Ah!, y me obligó a que me lo tragase, porque me lo echó todo en la cara. Quedé allí tirada, agotada, mientras él se despidió con un ceremonial “hasta mañana”. Me había dejado para el arrastre.

Así comenzó mi nueva vida laboral: secretaria a tiempo parcial, esclava sexual a jornada completa...y tan ricamente.