Aprendiendo a Pelear (Clara 1)
De como empecé a dudar de mis preferencias.
La rudeza, la capacidad de partirle la cara al otro, el instinto primitivo que todos deberíamos aprender ya que según la sociedad, la rudeza nos define como hombres, como machos, la capacidad de defendernos, y de aplastar y abusar de otro hombre, instinto animal le dicen, una regla social disfrazada de naturaleza humana, donde los hombres deben ser proveedores y protectores y las mujeres de lindura y dulzura.
Aún no logro descifrar si aquello fue o no un abuso, era viernes, yo estudiaba en una secundaria técnica, ese día teníamos medio día de taller, una de las materias que a la fecha odio, pues básicamente era una hora de clase y 3 de recreo, pues nuestro maestro se la pasaba durmiendo.
Todo empezó en esas horas de anarquía escolar total de adolescentes de secundaria, con hormonas a tope, empecé a platicar con Rodrigo, el compañero de clase por el que tenía un sentimiento especial, aunque en ese momento me incomodaba sentirlo, y pensaba que era sencillamente amistad y compañerismo, cuando de repente sucedió que empezamos a jugar pesado, ya saben, Golpecillos en los brazos, y una especie de lucha grecorromana en la que invariablemente acabé perdiendo; Rodrigo no dejaba de burlarse de mí por no saber pelear.
Terminó el día de escuela y con la confianza de dos buenos amigos y en vista de ser viernes, nos fuimos corriendo a mi casa a jugar PlayStation.
Conforme pasaban las horas y pasaban los juegos el no conseguía derrotarme en ninguno, y eso que recorrimos desde Mortal Kombat Pasando por Street Fighter EX2 y terminando con Gran Turismo, por lo que en la última revancha que le di de carreras tras vencerlo y como burla cometí lo que hasta ahora no se si ha sido error o acierto en mi vida, me abalancé sobre el para picarle las costillas; el se defendió y se abalanzó sobre mí…
Amé sentir su pecho en mi rostro, amé su aroma de loción varonil barata, ahí justo en ese momento me di cuenta que lo amaba, le dije que me rendía, se quitó de encima mío, Tomé su brazo diciéndole “eres muy fuerte”, el se limitó a acariciar mis brazos diciéndome que yo en contra era demasiado guango.
Nos quedamos mirando a los ojos, esos ojos tan lindos que recuerdo aún, con voz entrecortada y sin saber porqué solo le pregunté – ¿Puedo? -, en completo silencio asintió con la cabeza empecé a acariciar su pecho duro sus brazos, su espalda, completamente dominada por esta parte de mis sentimientos, y sin ningún tipo de inhibiciones le levanté la playera y besé su pancita, besé su ombligo lo más tiernamente que pude expresar, el se quedo inmóvil y no dijo nada.
Con pena agaché mi cabeza y solo atiné a recostarme en su regazo, con mi cabeza en su pierna el solo jugó con mi cabello de una manera que amé.
No hubo palabras ese día, no hablamos de esa tarde nunca más, actuábamos como si nada hubiese pasado, yo solo sabía que él era un hombre maravilloso, y el solo había entendido lo que yo era, tanto que esa noche, tuve que terminar por mi misma en la soledad de mis sabanas, lo que el y yo comenzamos.