Aprendiendo a Obedecer (I)
Gaia pensaba pasar unas vacaciones tranquilas. Freya, su prima, no opinaba lo mismo.
Junio. Para ser exactos 24 de Junio. ¿Qué diferencia había del día anterior? Gaia lo tenía muy claro: libertad. Había conseguido acabar el segundo año de la Universidad, y se encontraba a menos de un mes de cumplir sus tan esperados veinte años. Era todo un logro. Esperaba poder pasar unas vacaciones de verano tranquilas, en su casa, con sus amigas en la piscina, de fiesta... todo lo que una joven deseaba. Pero ese mismo 24 de Junio, cuando pensaba que la libertad y la tranquilidad venían de la mano hacia ella, pero una pared se interpuso en su camino.
Su madre entró a su habitación, sin tocar. Gaia alzó la mirada de su teléfono móvil, se encontraba hablando con sus amigos, con que no la molestó mucho.
—Cariño, empieza a hacer tus maletas. Nos vamos a la casa de verano con tu prima y los tíos.
Gaia se quedó perpleja, pero como había entrado, igual de rápido salió. ¿Cómo que se iban de vacaciones? ¿Con sus tíos? ¿Con su prima? Gaia odiaba a Freya. Era la única prima materna que tenía, siendo la contraría un año menor que Gaia.
La pelirroja se levantó de la cama y salió de su habitación en busca de su madre. La encontró en el salón, sentada, mirando a la nada. Se quedó parada al lado de la puerta. Fue ahí cuando lo comprendió. Sus padres se habían divorciado apenas hace unos meses, y la que peor lo había y lo seguía pasando era su madre. Quizás quería pasar tiempo con su hermano. Quería desconectar. Cogió aire para suspirar. Su madre le miró. Tenía que improvisar.
—¿Por cuánto tiempo nos vamos? — La madre de Gaia esbozó una sonrisa. Cansada, pero era un amago de sonrisa.
—Todo el verano cariño. Lo necesito. — Lo único que hizo Gaia fue acercarse, abrazar a su madre. Se quedaron unos minutos así, en silencio.— Anda, ve a hacer la maleta... vendrán a por nosotras en un rato.
Gaia se levantó del sofá, volviendo a subir a su habitación. Suspirando se dejó caer de rodillas al suelo para sacar su maleta de debajo de la cama. La subió encima de esta y comenzó a empacar, metiendo todo lo necesario para pasar un buen verano. Lo único bueno que podía sacar era que a esa playa solían acudir chicos de muy buen ver. Cuando terminó de hacer las maletas volvió a sentarse en la cama, suspirando. Ahora debía dar las noticias a sus amigas.
Minutos después, el claxon de un coche resonó dentro de la casa. Gaia supuso que serían sus tíos. Se levantó de la cama, bajando la maleta de esta y revisó una última vez su habitación. Suspirando, salió de esta y bajó al piso principal. En el Hall principal, su madre abrazaba a su tío. Eso sin dudas le dio más fuerzas para esbozar una sonrisa y acercarse a saludar.
—¡Gaia qué grande estás! Hace meses que no nos vemos. — Comentó su tía, acercándose a abrazarla. Gaia le devolvió aquel abrazo con sinceridad. La única a la que no soportaba era su prima y por ahora no estaba a la vista. — Freya está en el coche, estaba hablando con una amiga y ha dicho que ahora salía.
Gaia asintió, con el rostro impasible. Se acercó a saludar a su tío, que tan cercano como siempre, le revolvió el pelo. Minutos después, su madre y sus tíos comenzaron a meter las maletas en la furgoneta que tenían por coche.
Gaia entró al coche, encontrándose con el rostro sonriente de su prima. Cogió aire para todo lo que debía aguantar. Esbozó una sonrisa falsa segundos antes de que la morena la abrazase. Su voz salió tan falsa como ella.
—Gaia, querida, estás preciosa... qué buena suerte tenemos de que vamos a poder pasar tres maravillosos meses juntas. ¿No? Así nos uniremos más, que te veo siempre muy fría conmigo... y eso no puede ser. — Freya esbozó una sonrisa ladeada, mientras golpeaba suavemente el muslo de la contraria. Gaia simplemente la miró, sin decir ni una palabra. Los progenitores entraron al coche unos segundos después y comenzó su camino hacia la playa. El viaje se le hizo eterno a Gaia. Su prima estuvo hablando las cuatro horas de trayecto, pero siempre de ella. Quería y debía ser el centro de atención.
Llegaron a la casa de la playa casi a la hora de comer. Gaia tenía bastante hambre, pero lo primero que hicieron nada más bajar del coche fue repartirse las habitaciones. Sus padres las conocían, sabían que se pelarían por la mejor. La decisión fue echarlo a suerte. La fortuna le sonrió por primera vez en ese día y Gaia se quedó con la habitación más grande. Pudo ver la cara de amargada de su prima y esbozó una sonrisa victoriosa. El verano comenzaba bien.
Gaia sacó su maleta y bolso del maletero y se dispuso a entrar a la casa. Seguía como hace años, cuando iba con sus padres y el resto de su familia allí. Se quedó parada en mitad del salón, contemplando aquella casa. Tenía tan buenos recuerdos... Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando su prima chocó contra ella, adrede.
—Gaia, ten cuidado por dónde andas. Como seas siempre así de torpe... — Gaia no dijo nada. Simplemente cogió sus cosas y comenzó a subir hasta la parte más alta de la casa. En el último piso, había un desván, que años atrás había sido aclimatado como una habitación. Era su favorita de la casa. Tenía sitio para ella, para hacer todo lo que quisiese.
Comenzó a deshacer su maleta, limpiando el polvo que se había acumulado en los armarios de tantos meses sin ser usados. Cuando terminó, decidió sentarse en su cama, suspirando. Se dejó caer hasta quedar tumbada, mirando el techo. ¿Y ahora qué?
—¡Gaia! —La pelirroja se levantó. Salió de su habitación asomándose por el hueco de las escaleras. Su madre la miraba desde abajo.— ¡Nos vamos a comprar suministros! En unas horas estamos aquí. ¿Te parece bien?
¿Que si le parecía bien? ¿Quedarse sola en aquella casa? Pues claro. Gaia asintió, con una sonrisa y volvió a su habitación. Entornó la puerta para volver a tumbarse en la cama. Un pensamiento intrusivo apareció en su mente. Hacía mucho que no lo hacía. Giró su cuerpo hasta tener mitad fuera, y sacó la maleta de debajo de la cama. Abriéndola, cogió una pequeña bolsa que había dejado dentro, lleno de juguetes sexuales. La examinó con minucia, y se terminó decidiendo por un consolador, de un tamaño medio.
Lentamente bajó los pantalones vaqueros que llevaba, hasta las rodillas. Su mano derecha voló hacia su pubis, para acariciar suavemente por encima de la ropa interior. Con el dedo índice y corazón, comenzó a frotar en el lugar en el que se encontraba su clítoris. Se embarcó en esa tarea durante unos minutos hasta que comenzó a sentir oleadas de calor hacia su centro de placer. Cerró los ojos, mordiéndose el labio inferior. Cuando notó que sus bragas comenzaban a mojarse, se las bajó. Empapó el consolador en su propia humedad y segundos después se encontraba en su interior. Un gemido fue arrancado de su garganta. Comenzó a moverlo con lentitud, en un mete y saca constante.
Su mano libre voló a sus pechos, comenzando a frotar aquellos pezones liberados de ropa interior. Se la había quitado nada más llegar. Arqueó las rodillas, doblándolas para que el consolador entrase con mayor facilidad. Levantó su camiseta por encima de sus pechos para tener mayor movilidad y sentir con más fuerza el placer. Comenzaba a mover sus caderas al ritmo de su mano metiendo y sacando el consolador. Unos minutos después no podía controlar los gemidos que salían por su garganta, ni siquiera el timbre de estos. Cada vez eran más audibles. El orgasmo estaba cerca. Lo notaba.
De repente escuchó lo que parecía ser el sonido de una cámara al hacer una foto. Se congeló en el sitio. Sin moverse, giró el rostro para comprobar que en la puerta se encontraba su prima Freya, móvil en mano, sonriéndola con descaro.
—No pares, córrete sin problemas, puta. No soy nadie para que no llegues a tu clímax. Yo me quedaré aquí observando... — Gaia no se movió por unos segundos. Segundos después, con una lentitud extrema, comenzó a sacar el consolador de su interior.— Si no quieres que mande todas estas fotos y vídeos, córrete Gaia. Te aseguro que desde aquí tengo una perfectas vistas de tu coño.
Freya habló con seriedad. No se movía de la puerta, con aquella sonrisa irónica, levantando en alto su triunfo, aquel móvil que había documentado todo el hecho. Gaia tragó saliva, era obvio que su prima la chantajearía, pero no pensaba que de esa manera. Lentamente, su mano comenzó a moverse de nuevo. Al principio el placer se había disipado por aquel susto, pero conforme pasaban los minutos comenzó a mojarse de nuevo, y a soltar pequeños gemidos. Cerró los ojos y se dejó llevar. A los minutos se asustó, al notar una mano sobre la suya. Abrió los ojos de golpe y se encontró con la sonrisa de Freya.
—No te muevas. Aparta la mano Gaia. — Gaia obedeció inconscientemente. Siguió mirándola durante unos segundos antes de que la morena comenzase a mover el consolador en su interior, con lentitud, pero metiéndolo lo máximo. Gaia arqueó la espalda.— Creo que eres una perrita Gaia... una perrita que necesita ser educada. Siempre lo he sabido. Y has tenido suerte... porque voy a educarte. Ahora eres mía. Y si te niegas... tendré que usar la fuerza. — Gaia gimió, sin quererlo, procesando con lentitud todo lo que decía, debido al placer que sentía por estar siendo follada por aquel consolador.— ¿Vas a ser una buena perrita Gaia? ¿Piensas obedecer a tu ama? — Murmuró en su oído, agachándose para susurrarlo. Gaia simplemente gimió. Se removió aunque con el cuerpo de Freya reclinado sobre el suyo, apenas podía.
La contraria comenzó a mover con rapidez el consolador, provocando nuevas oleadas de placer a su coño. Gaia volvió a cerrar los ojos. Freya aprovechó este momento para desabrocharse el sujetador, y alzarse aquel top que llevaba. Agarró uno de sus pechos y lo llevó hacia la boca abierta de Gaia. Esta, sorprendida, abrió los ojos. Freya volvió a acercar su pecho y Gaia pareció comprenderlo. Movida por el placer, abrió la boca y comenzó a lamer el pezón, mamando de el. Freya suspiró, con una sonrisa y soltó su pecho, para aumentar la velocidad del consolador, y con su mano restante, alzar un poco la cabeza de Gaia para acariciársela.
Gaia se encontraba en un limbo y un éxtasis que pocas veces había experimentado. Seguía mamando de aquel pecho. Minutos después llegó al orgasmo. A pesar de eso, siguió lamiendo y chupando, por instinto propio. Freya sonrió, y continuó acariciando su cabeza.
—¿Lo ves perrita? Esta es tu verdadera naturaleza... haremos esta sesión todos los días. Para que entre en esa cabecita hueca. Soy tu ama y debes obedecerme. En todo. Es hora de que hagas las cosas bien... sigue perrita... lo estás haciendo muy bien...
Freya sacó el consolador del coño de Gaia, más comenzó a acariciar suavemente su humedad. Mientras con la otra mano acariciaba la cabeza de la pelirroja. La mente de Gaia estaba en blanco. No sabía por qué.
Minutos después, aquello terminó. Freya se apartó y Gaia se quedó tumbada, con los pantalones por las rodillas y la camiseta por encima de los pechos. Las dos muchachas se miraron. Freya volvió a esbozar esa sonrisa socarrona, su plan iba a funcionar perfectamente. Miró a Gaia una última vez.
—Vamos a cambiarte de ropa, la que llevas no sirve más. Pero antes...
Freya desapareció durante unos instantes. A los minutos volvió con un enorme calabacín. Su prima frunció el ceño.
—Tu madre y mis padres han llegado hace unos minutos. No te preocupes. No te han oído... ahora abre las piernas. —Gaia no tuvo más remedio que obedecer. Abrió las piernas y aquel calabacín entró en su interior, hasta la mitad. Siseó apretando los labios.
Freya la obligó a levantarse y le dio un top suyo, que le quedaba hiper ceñido y una falda subida, que enseñaba parte de su trasero y se veía levantada por el pepino, dando una sensación de un pene. La giró para que Gaia se mirase al espejo.
—Esto es lo más recatado que vas a llevar... y falta cambiarte. Mucho. Ese pelo... pero bueno perrita, vete despidiendo... Gaia va a dejar de existir. Solo eres una perra. Mi perra.