Aprendiendo a disfrutar
Necesitaba saborear aquel semen que hasta entonces había acabado dentro de mi culo y no paré hasta vaciarle las pelotas sintiendo el líquido caliente y espeso bien dentro en mi garganta, de la que no salió hasta que me corrí yo también sobre las sábanas.
A los veinte años me follaron por primera vez y aquello cambió para siempre mis gustos y aficiones sexuales, por lo que quiero dedicar esta historia a aquel que sin saberlo, ya que nunca se lo quise decir, abusó de mi culo hasta convertirlo en una extraordinaria fuente de placer. Ocurrió un fin de semana y, aunque una vez que decidí irme con él sabía que aquello iba a pasar, no fui consciente de cómo iba a cambiar mi idea del sexo a partir de entonces.
Era un tío de cincuenta y pico años, muy bien conservado, de pelo canoso, cuerpo fibrado, estatura más bien bajita, siempre bronceado por el sol y aficionado al deporte, que volvía locos a todos los chicos a los que, como mi amigo Santi, le gustaban los tíos mayores aunque no era mi caso, por lo que huía como la peste cuando alguno parecido, que de sobra me doblaba la edad, se me insinuaba como él llevaba haciendo ya desde hacía dos años cuando le conocí gracias a Santi, al que sí logró llevarse al huerto para dejarle poco después abandonado ya que a Jaime, que era como se llamaba, le gustaba ir cambiando continuamente de chavalitos.
Solía usar una estrategia que le daba buenos resultados y que a mí por entonces me parecía repugnante. Tenía un lujoso apartamento en la costa valenciana al que invitaba a pasar el fin de semana a aquel jovencito que en ese momento estuviera interesado en trajinase. Yo aquello lo sabía en parte por Santi y en parte por él, ya que no se cortaba un pelo en contarme con pelos y señales cómo se los follaba y cómo habían disfrutado todos con él, pensando tal vez que así acabaría cediendo algún día.
Así pasaron dos años hasta que un buen día de finales de septiembre le sorprendí diciéndole que sí, que me iba con él de fin de semana. Salimos un viernes por la tarde, nos instalamos en el apartamento y me llevó primero a cenar y luego a varios bares de ambiente en donde estuve a punto de arrepentirme de estar allí con él en vez de con alguno de los jovencitos que nos miraban. Sin embargo, la velada había sido muy agradable y tanto él como yo habíamos bebido y nos encontrábamos a gusto y relajados.
Al llegar al apartamento ya no había marcha atrás, tocaba empezar a pagar todos los detalles que hasta ese momento había tenido conmigo, lo que me hacía sentir como un vulgar chapero. Sin embargo, una vez que acabamos en aquella amplia cama con sábanas de seda, con todas las luces apagadas pero con las cortinas y las puertas de la terraza completamente abiertas desde donde se veía la arena de la playa, ya que estábamos en un primer piso frente a la misma, no me arrepentí de nada de lo que allí paso.
Cuando nos acostamos llevábamos puestos tan sólo los slips, por lo que al abrazarse a mí sentí por primera vez aquella piel extremadamente suave y aquel olor suyo a sexo y a deseo tan característico. Me metió su lengua en la boca y le dejé hacer mientras sobaba todo mi cuerpo y yo empezaba a hacer lo mismo con el suyo hasta que bajé hasta su slip y toqué por encima de este su polla ya dura y que de repente empezó a parecerme la más apetecible del mundo. No sé si se debía al alcohol, a su olor o al morbo que me daba estar allí a oscuras con la luz de la luna iluminando la habitación y la sensación de que si alguien paseaba por la playa en aquel momento podía vernos, pero me sorprendí a mi mismo sacándole los slips para acercarme a contemplar aquella preciosa polla oscura de tamaño incluso pequeño en comparación con la mía, pero muy suave y rodeada de una mata de pelo blanco, y cuyo olor me resultaba irresistible, por lo que me dediqué a pasar mi nariz un buen rato sobre ella.
Decidí comenzar por sus huevos, metiéndome primero uno, luego otro y finalmente los dos a la vez para gran deleite suyo, para luego acabar introduciéndome su polla en la boca y empezar a hacerle una mamada como no recordaba haber hecho nunca, pero que rápidamente interrumpió para que cambiáramos de postura. Me tumbó sobre la cama, me bajó el slip y cuando pensé que me la iba a chupar, me hizo poner boca abajo y me empezó a lamer el culo. Era la primera vez que me dejaba hacer algo así y lo disfruté tanto como él hasta llegar al ya ansiado momento en que me metió la polla que, a pesar de no haber sido nunca penetrado, entró y se ajustó a mi culo como si fuera un guante. Se movía como un auténtico profesional y si bien el tamaño de su polla no era como para desgarrar a nadie, follaba con bastante intensidad, sacándola casi del todo para acabar después metiéndola hasta el fondo y vuelta a empezar.
A pesar de que en aquella postura ambos estábamos disfrutando a tope, fue lo bastante generoso para darme la vuelta y colocando mis piernas sobre mis hombros, follarme en aquella posición que le permitía meneármela al mismo tiempo. Le detuve con la mano ya que si no me iba a correr enseguida y al rato, sin decirme nada, noté tanto por sus gemidos como por el líquido que empezaba a derramarse en mis entrañas, cómo se corría a lo que mi polla reaccionó, sin ni siquiera haberme tocado, expulsando también una generosa ración de semen. Era la primera vez que me corría de esa manera pero nunca había tenido una polla dentro de mi culo, por lo que tampoco me resultó tan extraño como a él, que fue el primero en comprender hasta que punto me había hecho disfrutar con aquella primera penetración.
No recuerdo nada más de aquella noche, sólo que cuando ya estaba amaneciendo, noté su polla dura frotándose contra mi desnudo culo y que poco después, ensalivándome la mano y su polla, me la introdujo de nuevo en aquella postura en la que ambos yacíamos de lado para luego acabar a cuatro patas y volver a sentir cómo se vaciaba en mis entrañas hasta quedar finalmente acostado con Jaime encima y su polla todavía dentro de mí.
Me debí volver a quedar dormido ya que cuando me desperté era totalmente de día y me sorprendía ya duchado y vestido y con el desayuno en una bandeja. Devoramos todo lo que trajo, ya que ambos teníamos hambre y poco después volví a dar rienda suelta a mi lujuria quitándole la camiseta y los pantalones cortos de correr que se había puesto y tirándole sobre la cama para sacarle las deportivas, masajearle los pies con aquellos calcetines blancos inmaculados y llegar a sus slips de lycra también blancos que empecé a lamer hasta que ya se adivinaba su polla a través de ellos. Se los quité y en esta ocasión le sorprendí con una placentera y larga mamada ya que él se había ya corrido dos veces en menos de diez horas. Necesitaba saborear aquel semen que hasta entonces había acabado dentro de mi culo y no paré hasta vaciarle las pelotas sintiendo el líquido caliente y espeso bien dentro en mi garganta, de la que no salió hasta que me corrí yo también sobre las sábanas.
Después pasamos todo el día en la playa, comimos, nos bañamos y volvimos a salir a tomar algo, pero poco antes de la medianoche ya estábamos de nuevo en aquella cama justo encima de la playa donde me sorprendió follándome en prácticamente todas las posturas posibles para acabar dejándome decidir cómo quería que nos corriéramos. Repetí en la misma posición que la noche anterior, intentando acompasar mi momento al de sentir cómo iba derramando su leche en mi interior y, aunque esta vez me pajeé, fue igual de placentero llegar juntos al clímax.
Al día siguiente nos quedamos dormidos hasta bastante tarde, salimos a desayunar y a darnos un último baño en la playa antes de regresar a Madrid. Nos seguimos viendo durante algunas semanas más y luego cada uno siguió su camino. Desde entonces solo busco a tíos de entre cuarenta y cincuenta años que disfruten follándome y vaciando sus pelotas dentro de mí.