Aprendiendo a complacer (3)

A Fran le gustaba el rollo dominador y no perdía la ocasión de llamarme puta, decirme guarra, o perra. Y a mí me encantaba que lo hiciera.

A Fran le gustaba el rollo dominador y no perdía la ocasión de llamarme puta, decirme guarra, o perra. Y a mí me encantaba que lo hiciera. Cuando tuvo mis tetas en sus manos se tiró a comerme una mientras me ordenaba que yo hiciera lo mismo con la otra. Tengo un par de tetas enormes y siempre he tenido complejo con eso, porque al ser tan grandes, digamos que no es que estén perfectamente puestas, como esas que lees en otros relatos, que son redondas, altas y bien colocadas.

Mis tetas, como ya digo, son grandes y tienen la suficiente caída como para bambolear de un lado a otro mientras me follan en perrito, o para que yo pueda metérmelas en la boca y morder mis pezones.

Y cuando digo morder me refiero a morder, hincando bien los dientes y sorbiendo con fuerza los pezones, ya que son pequeñitos, no muy sensitivos, y hay que insistirles para que se pongan duros. Tengo las aureolas grandes y coloreadas de un tono rosita claro, que según el día puede llegar a salmón o incluso a marrón clarito. Pero el pezón es pequeñito, de un rosa más oscuro, y de color rojo encendido cuando está erecto, porque, como ya he dicho, para que estén duros hay tirar de ellos con los dientes, morder y chupar con fuerza, sin miedo.

Volviendo al relato de los hechos, Fran estaba entretenido en una teta mientras yo me hacía cargo de la otra: a él le ponía ver cómo yo me comía mi propia teta, aunque, como me dijo más tarde por msn, debería haberlo hecho más veces aquella tarde. Él hacía una cosa que me encantaba: levantar y amasar mis tetas, apretando con fuerza, como si me ordeñara, disfrutando de su suavidad, juntando las dos tetas en el centro para poder morder los pezones a su gusto, y al mío.

En un momento dado, dejó de morderme y magrearme las tetas para azotarlas levemente con la palma de la mano. Tengo que decir que tengo la piel muy clarita, de modo que en seguida, y con pocos golpes, y suavecitos, se me empezó a poner más coloradita. A él le gustaba llevar el control, de modo que yo estaba medio reclinada en el respaldo del sofá, con las piernas abiertas, porque, por más que lo intentaba se me abrían solas de la excitación, y él estaba sentado a horcajadas encima de mi cintura, de modo que mi margen de maniobra y de movimiento era bastante escaso.

Me calentaba mucho estar en esa situación, no sabría decir por qué, pero las pocas veces que conseguí ponerme yo encima, él me volvió a empujar y volvió a montarse sobre mi cadera, como demostrando que ahí quien mandaba era él.

Le gustaba especialmente jugar con el tanga. Yo me lo había comprado la tarde anterior, junto con las medias, por si a él le apetecía romperlo. No quería que rompiera uno al que le tuviera cariño (me encariño rápidamente con las cosas) así que compré uno nuevo, por si se daba el momento. Pero ni le dije que era nuevo, ni que podía romperlo, y él, como chico educado y respetuoso para con su puta del momento no lo rompió. Pero si que jugó con él. Más tarde me confesó que hubiera querido jugar más, pero llega a jugar más y yo creo que me muero allí mismo. La idea de jugar con el tanga, eso de ponérmelo del revés y follarme con él (no con él puesto, sino con la tira del tanga rozando mi clítoris) no me parecía atractiva en absoluto, y no lo hicimos, pero sí que se dedicó a tirar varias veces de mi tanga. Muchas veces. De forma estratégica y calculada, calentándome con la fricción de la tela en mi coño, recogiendo mis flujos con la misma tela, y volviendo a tirar, lo que me hacía elevar las caderas… todo lo posible, porque él seguía sentado encima de mí.

No sé en qué momento perdió el la camisa, recuerdo quitársela yo, dando paso a un pecho bastante bien formado, y no recuerdo muy bien cómo ni en qué momento, pasé de estar semitumbada en el respaldo del sofá, con las tetas sacadas por encima del escote de la camiseta, las piernas completamente abiertas como una puta y el rimel corrido, a estar arrodillada delante de él, clavándome el suelo en las rodillas y viendo salir la cabeza de su polla de los calzoncillos.

Como digo, no sé si fue antes o después de adoptar la situación, pero sí que sé que en algún momento dije la frase pactada. Él quería que yo se lo pidiera, en vez de pedírmelo él a mí, como haría con cualquier puta de la calle. Él quería que fuera yo la que lo pidiera. Y así lo hice:

-- Fóllame la boca.