Aprendiendo a complacer (2)
Con cada coche que pasaba me ponía más y más nerviosa, por miedo a que me viera alguien conocido, por miedo a que algún desconocido me propusiera algo
Con cada coche que pasaba me ponía más y más nerviosa, por miedo a que me viera alguien conocido, por miedo a que algún desconocido me propusiera algo realmente no sabía que era lo que más temía, pero estaba bastante cagada a la par que intentaba mantener una actitud altanera y decidida, como si eso de disfrazarme de puta y esperar en la esquina de un descampado fuera parte de mi día a día.
Recuerdo que aquel día era domingo, y serían las cinco o las seis de la tarde. Aquella tarde se corría la última fecha del mundial de Fórmula 1, aquel que tan disputado estaba entre Fernando Alonso y Hamilton.
Finalmente, un coche paró justo enfrente de donde yo estaba. No recuerdo el color, ni la matrícula, ni mucho más. Sólo que tuve que cruzar por el paso de cebra para salvar el refugio y que él bajó del coche. Era un tipo normal, delgadito, con el pelo moreno largo con ese largo justo para que las madres insistan en que hace falta un buen corte. Llevaba camisa, como yo le había pedido, porque me encanta eso de ir quitando botón a botón, y vaqueros. Se acercó a saludarme, y se le cayeron las llaves del coche. Recuerdo que en ese momento pensé que era bastante torpe; sólo más tarde se me ocurrió pensar que él también podía haber estado nervioso. Nos dimos dos besos y fuimos al coche, donde él me abrió la puerta para sentarme, detalle que me molestó bastante no soporto esos detalles superficiales que hacen que los hombres se crean caballerosos, mientras que a nosotras nos tratan como a inútiles.
Me preguntó que si quería ir a algún sitio antes, peor yo no quería pasearme mucho así vestida por la ciudad, así que le pedí ir al chalet, y él me ofreció la posibilidad de trayecto corto o trayecto largo. Largo. Por supuesto, estaba demasiado nerviosa para ir directamente al grano. Durante el viaje le pedí que me diera su DNI, para comprobar que el número era el mismo que me había dicho por msn. Soy bastante paranoica con eso de no fiarme de la gente, y menos de los hombres, sobre todo si los conozco por Internet, así que había memorizado el número, y eso a él pareció hacerle gracia.
La urbanización de chalets a la que llegamos al cabo de un rato estaba bastante apartada de la ciudad, y dada las fechas que eran, se veía muy solitaria, y en cierto modo abandonada, cosa que me daba miedo por un lado, y morbo por otro, porque podría gritar a gusto de placer. Bajamos del coche cuando él aparcó y entro dentro del chalet a conectar las luces, o algo así. La verdad es que no me enteraba muy bien de lo que él me decía: recuerdo hablar de su trabajo en el viaje, pero poco más. Estaba demasiado nerviosa, demasiado a la expectativa de lo que iba a pasar.
Para no eternizarme, diré que nos quedamos en el salón y de ahí, concretamente del sofá, no pasamos. Hablamos unos minutos más para romper el hielo, sentados uno al lado del otro, hasta que el dijo:
-- Bueno, vamos, ¿no?
Y se tiró a besarme. Me encantan los hombres que besan bien: me parece increíblemente erótica la sensación de una lengua caliente y mojada entrando en mi boca. Es como follar, pero la sensación en la boca, en los labios, y con las lenguas me sigue pareciendo suprema. Tanta humedad Me caliento con solo pensarlo. Con los ojos cerrados recuerdo sus manos agarrando mi cabeza y sujetándome del pelo, para poder introducir su lengua mejor en mi boca. Después sus manos bajaron a mi pecho, y yo no dudé ni un segundo en separarme de él para quitarme el sujetador y tirarlo a un lado.
Y él, sin quitarme la camiseta, sacó por encima del escote mis tetas, y dijo una frase que se convirtió en un chiste propio:
-- "Menudo par de berzas".