Aprendiendo a amar
Inexpertos los dos, poco a poco fuimos descubriendo los deliciosos misterios que guardaban nuestros cuerpos.
APRENDIZ DE SEXO
Éramos muy jóvenes. Estábamos por terminar el tercer año de secundaria. Era el último año en esa escuela y con un gran sentimiento tendríamos que abandonarla para continuar en la preparatoria, el equivalente al High School de los gringos. Ella ya había decidido su carrera, pues deseaba fervientemente convertirte en maestra, para impartir sus conocimientos a los pequeños que empezaran su educación primaria. Yo, en cambio, aún necesitaba un poco más de tiempo para decidirme y para ello contaba con el propedéutico, en el que tendría que elegir entre seguir una carrera o bien dejar los estudios para ponerme a trabajar.
Me encontraba sentado en mi silla escolar repasando la lección del día, cuando se acercó a mí.
-¿Sabes que me gustas mucho?
Quedé un poco confuso ante la imprevista declaración, sin saber que decir, sin acertar a saber que hacer ante la pregunta tan intempestiva, pues siempre tuve la idea de que las declaraciones las debía hacer el hombre y ahora ella estaba usurpando mi lugar, con ese atrevimiento tan suyo.
-Yo , ¿sabes?..., sí, tú tú también me gustas. Pensaba decírtelo, pero te me has adelantado. Ahora, ¿Qué? ¿Qué se supone que debo hacer?
-Besarme, tonto me dijo rodeando mi cuello con sus brazos y ofreciéndome su ansiosa boca, que no dudé en unir a la mía en un inexperto beso, pues todavía no tenía ninguna experiencia en estos menesteres.
Así fue como sellamos nuestro compromiso de ser novios y a partir de ese momento ya la acompañaba de la escuela a su casa y de ahí, contando con el permiso de sus padres, quienes veían con agrado que estando yo con ella había mejorado mucho sus calificaciones, me quedaba a estudiar hasta muy tarde, despidiéndome de ella con varios besos inocentes, que nos dábamos con la promesa de encontrarnos en nuestros sueños.
Aquellas despedidas se prolongaban cada vez más y los besos ya no eran tan inocentes, pues el deseo empezaba a convertirnos en sus presas, pasando después de los besos a las caricias, que se iban haciendo cada vez más intensas, ya que nuestros cuerpos nos pedían insistentemente el acercamiento.
Poco a poco iba yo conociendo las zonas erógenas de ella y aplicaba mis caricias con la sana intención de que las disfrutara, pero procurando no llegar al extremo de penetrarla, lo que hubiera sido fatal, pues ya teníamos conocimiento de que un derrame de semen cerca de su vagina, podría producir un fatídico embarazo, que daría al traste con todos nuestros planes de estudio.
Cuando ya estábamos bastante excitados, metía mi mano entre sus muslos y al localizar el clítoris, empezaba a frotarlo en forma circular, mientras la besaba ardientemente en la boca para después bajar a sus pequeños senos, que eran besados y chupados con ansia de becerro sediento. Mis caricias en su sexo tenían su recompensa, pues ella frotando mi verga con sus manos lograba que me derramara.
Y la manipulación que llevaba yo en su coño, no tardaba en proporcionarle un orgasmo que la hacía estremecerse y derramarse mojando mis dedos con sus jugos vaginales.
Como había llegado a mis manos una revista erótica en la que se detallaba el acto del sesenta y nueve, se me metió en la cabeza de que podríamos hacer esta posición, pues no implicaba ningún riesgo. Así que le propuse que me dejara lamer su coño, logrando producirle sensaciones distintas a lo que lograba al acariciarle el clítoris con mis dedos.
Luego ella aprendió a mamarme la verga, cosa que al principio no le agradó, pero para agradecerme las atenciones que había tenido para con ella al mamarle el coño, aceptó hacerlo, renuente al principio, pero agarrándole un gran gusto después, pues era de las mujeres a las que excitaba el olor de la verga y se volvía loca tratando de tragar mi cipote con ansia verdadera.
Después vino la experiencia de disfrutarnos mutuamente con la mamada de nuestros sexos, haciendo la posición del 69, logrando deliciosas sensaciones que nos dejaban completamente relajados, para dormir muy a gusto, siguiendo nuestras entregas aún en nuestros sueños.
Como nuestros sexos nos pedían cada vez más, ya no bastaban las caricias superficiales, pues queríamos conocernos más íntimamente, por lo que decidimos que para evitar un problema, se la metiera por el culo, donde podía derramar mi semen con toda confianza sin el riesgo de embarazarla.
Una noche en que sus padres se ausentaron para ir al cine, tuvimos la ocasión para poder llevar a cabo nuestros planes.
Pronto estuvimos en la recámara de ella. Nos desnudamos apresuradamente no queriendo perder más tiempo y después de excitarnos con nuestras ardientes caricias, que me dejaron la verga bien parada, tomé de un pomo de vaselina que había llevado para esta ocasión, me embadurné profusamente la verga para después hacerlo en el sonrosado anito de ella, que se abría y cerraba denunciando las ganas que tenía de ser llenado cuanto antes. Metiendo despacio mi dedo índice en aquella apretada argolla, empecé a distender los pliegues, introduciéndolo lentamente, para evitar lastimarla, hasta que consideré que ya estaba lo suficientemente dilatado para proceder a ensartarlo.
Poniéndola a ella en cuatro patas y tomándola de las caderas, arrodillado ante sus bien formadas nalgas, centré mi verga en el orificio de su ano y procedí a avanzar deteniéndome cuando ella empezaba a sentir una molestia. Fui avanzando lentamente, hasta que todo mi ariete quedó sepultado en su túnel de ardiente carne, para seguir con un movimiento de mete y saca, que ella fue aceptando más fácilmente cada vez y cuando ya había llegado hasta el tope, ella aún quería que se la siguiera hundiendo, pues le iba tomando gusto a ser sodomizada tan completamente.
Fui aumentando la velocidad de mis embestidas, al tiempo que ella echaba sus nalgas hacia atrás para recibir mi pene en toda su longitud, disfrutando de sentirse ensartada tan completamente. Cuando empezó a lanzar suspiros deleitosos que delataban su placer, llevé mi mano derecha hacia su clítoris y procedí a acariciarlo, masturbándolo convenientemente, hasta que sentí los espasmos de ella cuando le llegó el esperado orgasmo que se derramó en mi mano, mientras yo dejaba que mi ardiente lava le inundara los intestinos siguiendo mis movimientos hasta que ella se dejó caer sobre la cama hasta quedar extendida, llevándome sobre de ella, pero procurando que no saliera mi pene de aquel culo tan delicioso que acababa de poseer.
Después de besarla y agradecerle el placer que me había proporcionado, ella se levantó de la cama y fue al baño, donde dejó caer en el retrete todo lo que le había dejado mi verga en el intestino y después de enjabonarse convenientemente, se lavó concienzudamente para evitar que algún rastro de semen pudiera colarse hasta su coño.
Después volvió conmigo y besándome alegremente me dijo:
-¡Pero que cosa más hermosa! ¡Esto es una verdadera delicia! ¡Vamos a tener que repetirlo más seguido!
-¡Para cuando tú quieras, yo siempre estaré dispuesto! ¡Después de haber probado esas lindas nalgas, es imposible que pueda olvidarme de ellas!
Y después de esta sesión, siempre quería ensartarla por el culo y aún cuando sus padres estaban en su casa, buscábamos un lugarcito oscuro y apartado, donde de pie los dos, se la enterraba en el ojete una y otra vez, completando la introducción con las caricias en su coño, hasta que nos veníamos. El problema era poder acallar los suspiros y grititos de placer que ella dejaba escapar al aire y que yo tenía que apaciguar tapándole la boca.
Después vino la parte más difícil de nuestras relaciones y fue cuando tuvimos que separarnos para seguir cada uno nuestro destino, prometiéndonos el reencuentro cada vez que tuviéramos vacaciones, cosa que hicimos las primeras veces, pero al paso del tiempo fuimos olvidándonos el uno de la otra, ya que nuevas aventuras lograban atraer nuestra atención, pero lo que nunca pude olvidar fueron esos momentos deliciosos de aprendizaje del sexo, que nos dejó preparados para afrontar las nuevas situaciones con que el destino pensaba sorprendernos.