Aprender sobre el terreno (Cena de conf. 2)
Documentación práctica
APRENDER SOBRE EL TERRENO (segunda parte de cena de confraternización)
Pasó un mes de aquel incidente y yo ya casi lo tenía olvidado aunque, eso sí, desde entonces leía con más atención los relatos de Georgina semanales en la revista.
Pero una tarde sonó mi teléfono:
-Hola, soy Georgina. ¿Te acuerdas de mí?
Yo no se lo había dado, pero no es difícil conseguir un número trabajando en el mismo sitio.
-¿Cómo no? ¿Qué se te ofrece?
-Me preguntaba si querrías, y podrías, tomar un café conmigo esta tarde. Quería pedirte tu opinión sobre una cosa del trabajo.
-Sí, claro que puedo y quiero.
-¿Conoces la cafetería Hontanares?
-Conozco dos.
-La que está en el cruce de la Avenida de América con Francisco Silvela.
-Claro.
-¿Quedamos allí a las seis?
-De acuerdo.
-Pues hasta luego entonces.
No tenía ni idea de lo que pretendía, si repetir la escenita de la otra vez, o cualquier otra cosa. Pero como no tenía nada mejor que hacer y la curiosidad es un buen incentivo, me ilusionó la cita.
Mujer al fin, me hizo esperar más de un cuarto de hora hasta que apareció en la cafetería. Yo me había quedado en la barra para que ella escogiese el sitio donde sentarnos.
No me llevó a una mesa de las más escondidas, por lo que lo de repetir lo de la otra vez quedaba descartado. Cuando nos sirvieron lo que pedimos, pregunté:
-¿Qué es lo que querías consultarme?
-Es que estoy escribiendo un relato sobre una mujer que va por primera vez a un club de esos liberales o de intercambio de parejas, pero como yo no he ido nunca no soy capaz de describir sus sensaciones y vivencias.
-Bueno, yo he ido muchas veces. Puedo contarte lo que quieras…
-No –Me interrumpió-. Tu punto de vista sería masculino, y además no sé describir nada si no lo experimento por mí misma.
“Pues con lo que he leído tuyo”, pensé, “no eres tan tímida ni tan felizmente casada como dices, si es cierto que tienes que vivir las experiencias para reflejarlas”. Pero dije:
-¿Entonces qué puedo hacer yo?
-He pensado que tal vez no tendrías inconveniente en acompañarme a uno de esos clubes.
-¿Y tu marido?
-Está de viaje. Lo hace frecuentemente por su trabajo. Además, nunca se prestaría a una cosa así, está muy chapado a la antigua.
-¿Chapado a la antigua sabiendo cómo aportas dinero a casa? No me lo puedo creer.
-Sabe que escribo, pero no sabe qué. Está demasiado inmerso en sus propios asuntos.
-¿Y cuando habías pensado ir?
-¿Esta noche mismo?
-Por mí bien.
-¿Y a qué hora abren esos sitios?
-La mayoría ya están abiertos.
-Pues nos vamos en cuanto terminemos esto.
La llevé a “Swingersmadrid”, en la calle Agastia 115, era el que más cerca cogía y no había que meterse en el infierno del centro de Madrid.
Tras el obligatorio paso por la barra para pedir las consumiciones, entramos a la primera sala de sofás, donde se suelen poner las parejas “primerizas” que no dominan el ambiente.
-¿Nos quedamos por aquí? –Pegunté.
-No parece que haya mucho ambiente.
-Aquí se suelen hacer los primeros tanteos, pero si quieres nos metemos ya más en “profundidad”.
-Si, por favor.
Pasamos a la otra sala. Allí la gente estaba ya un poco más “desmadrada”. Había parejas y grupos tocándose a más y mejor, incluso algunos que había bajado del jacuzzi sólo con la toalla. Nos sentamos en uno de los pocos sitios que quedaban libres.
-¿Esto te gusta más? –Pregunté.
-Sí, ya me está empezando a producir “sensaciones”.
- Es muy probable que alguien intente tocarte, pero si dices que no, no insistirán.
-Bueno, pero podías empezar tocándome tú. Aquí podemos hacer lo que la otra vez, pero con más libertad.
-Por supuesto, pero hoy me correspondes al mismo tiempo.
-Naturalmente.
Se levantó la falda, abrió las piernas y apartó las bragas para ofrecerme el coño. Yo me saqué también la polla y empezamos a acariciarnos. Esta vez no reprimió sus gemidos cuando mis dedos masajeaban su clítoris.
Como era de esperar las cosas no tardaron en “animarse”. Una pareja que estaba sentada enfrente, los dos en ropa interior, hicieron gestos solicitando acercarse.
-Goergina –Dije-, es pareja de ahí quiere venir con nosotros. ¿Les dejamos?
-Claro, lo que sea. ¡Uf como estoy! Y llámame Gina.
Les hice un gesto con la mano de que se acercaran. Y lo hicieron, pero no sólo ellos, sino otra pareja que estaba a su lado. Al poco, Gina estaba como muestra la foto, y yo, bien “atendido” por dos mujeres.
-¿Por qué no nos subimos arriba? –Preguntó una de ellas -, estaremos más cómodos.
-Sí, dijo uno de los hombres -, pero antes todos al jacuzzi.
Subimos los seis, nos desnudamos por completo y dejamos la ropa en las taquillas, cuyas llaves te entregan siempre con la consumición.
El jacuzzi es enorme, y aunque había ya unas cuantas personas teníamos sitio de sobra. Allí todo el mundo hizo de todo con todos. Sólo el festival de gritos y gemidos de las mujeres; los hombres somos menos expresivos en ese ámbito; ya te ponía a mil. Incapaces de aguantar más propusimos irnos a la cama. Aunque había habitaciones con camas más o menos normales, nosotros, como casi todo el mundo, elegimos la “redonda”, que era cuadrada pero de unos cuatro metros por cuatro.
¿Para qué contaros? Llegó un momento que ya no sabías dentro de qué coño o de que boca tenías la polla, ni donde ni con quien te corrías.
Una hora y media después, agotados, decidimos; al menos Gina y yo; marcharnos. Pasamos por las duchas y nos vestimos. Una vez en la calle le pregunté:
-Bueno, ya tienes experiencias propias para escribir, ¿no?
-Por supuesto, nunca había pensado que se podría gozar tanto. ¡Madre mía que gusto! Por oye, tenemos que volver, y ya no para aprender nada, sino para volver a correrme como una cerda. ¡Ni sé los orgasmos que he tenido con tanta polla para mí!
-¿Y tu marido?
-¡Que le den por culo! ¡Si el gilipollas fuese capaz de entrar en este delicioso juego! En cuanto vuelva le mando de viaje otra vez. Pero contigo quiero volver cada vez que podamos.
Estas eran las palabras de una mujer “tímida”.
FIN