Aposté mi virginidad y la perdí.
Una noche de copas, una apuesta y una negociación. Mi virginidad transada como mercancía. Sus manos sujetan mis caderas y su enorme verga roza mi esfínter. Entro en pánico, pero sé que no hay vuelta atrás. Verónica me hará su hembra y lo hará sin delicadeza.
Cerró la puerta detrás de mí y de inmediato entendí que no había vuelta atrás.
Verónica me recibió con un beso apasionado. Tomó mi cuello con ambas manos mientras su lengua penetraba en mi boca y exploraba cada rincón. Yo no opuse resistencia, debía ser sumisa y dejarme llevar. Acaricié su lengua con la mía y sentí el calor de su aliento. Su boca sabia dulce, sabía a hierbabuena y vino.
Mi mente aun no terminaba de asimilar lo que estaba pasando cuando sentí que sus manos comenzaban a bajar desde mi cuello, recorrían mi espalda en una suave caricia y se aferraban fuertemente a mis nalgas. Verónica me sujetó con firmeza y me atrajo hacia sí. Sus redondos pechos presionaron los míos y pude sentir sus pezones erectos acariciar los míos. Pude sentir también un enorme y duro bulto latir y presionar mi entrepierna.
“Hoy te voy a hacer mi hembra” me dijo al oído Verónica, con voz ronca y serena, en un tono que sonaba a promesa y amenaza a la vez.
Me tomó de la mano y me guio a través del salón de su departamento, en dirección al sofá. Yo la seguí obediente. Su departamento era elegante y lujoso -ser una de las scorts más cotizadas de la ciudad pagaba dividendos y aquel departamento lo evidenciaba-. Ella se desplazaba con la gracia y el garbo de una modelo. Era esbelta, elegante, alta; bastante más alta que yo, a pesar de ir descalza. Vestía un pantalón deportivo holgado y un top sin mangas que dibujaba sus hermosos pechos, pequeños, redondos y firmes. El look casual no le restaba femineidad. Sus hombros estaban al desnudo y su rizada melena castaña estaba recogida en una cola de caballo. Su rostro, libre de maquillaje, dejaba ver delicados rasgos femeninos sobre una base masculina. Era evidente que aun antes de iniciar su transformación, tenía un rostro y cuerpo hermosos.
Me sentí torpe caminando, mi preparación con las botas de plataforma no había sido suficiente. Tampoco lo fue mi adaptación al ceñido vestido strapless, el diminuto hilo dental negro, las extensiones de cabello o el sexy maquillaje que Manuela me había dibujado escasos minutos antes.
Carla y Manuela se habían encargado de convertirme en una hembra en menos de 24 horas. Depilaron cada vello de mi piel, delinearon mis cejas, me vistieron y maquillaron como una chica sexy y me enseñaron a comportarme como tal. El roce de la ropa contra mi piel depilada me dejaba unas cosquillas ricas, en roce del hilo dental contra mis nalgas y mi esfínter me ponía erecto y hacía saltar mi pija fuera del panty. Mi cara era casi irreconocible tras el maquillaje, lo que veía frente al espejo no era un hombre, sino una hembra en busca de acción. Los consejos de Carla y Manuela habían sido claros; ahora era una hembra y debía comportarme como tal. Debía caminar sexy y mantenerme erguida, debía ser sumisa y someterme a su voluntad. Verónica sería mi dueña esta noche y debía entregarme a ella, soportar cualquier castigo, pedirlo, disfrutarlo. Debía preparar mi esfínter para ella y usarlo para darle placer.
Sentados en el sofá sus manos comenzaron a recorrer mi cuerpo con morbo, su lengua acariciaba mis orejas mientras sus manos recorrían mis muslos, mi vientre, mis hombros, mis pechos. Su respiración sobre mi cuello me aceleraba el corazón, el roce de sus manos me puso erecta enseguida. Con suavidad, Verónica deslizó mi strapless hacia abajo y descubrió mis diminutos pechos. Mis pezones color rosa, antes ocultos tras el vello de mi pecho, hoy destacaban sobre mi pecho blanco y depilado. Su boca recorrió mi cuello y bajó hasta mis pezones. Los acarició con su lengua haciendo lentos círculos y apenas rozando sus puntas, que a estas alturas estaban erectas como rocas. Luego los sopló con suavidad y la sensación de su aliento tibio sobre mis húmedos pezones me hizo estremecer. Verónica iba del uno al otro, sin prisa. Su lengua me volvía loca, su respiración sobre mi pecho me hacía cosquillas y me excitaba aún más. Podía sentir mi verga dura, desesperada romper el hilo dental que la contenía. Manuela la había hecho invisible sujetándola con cinta a mi escroto. “Secretos de chica trans” me dijo mientras sonreía con picardía.
Recostada sobre el sofá, Verónica me tomó por el cabello y me empujó hacia el piso. Su mano no se detuvo hasta que estuve de rodillas ante ella.
“Veamos que tal usas esa boca” me dijo en ese tono lento e indiferente que tanta incertidumbre me causaba. Desplazó sus caderas hacia adelante y se apoyó en su coxis. Abrió sus piernas y su miembro quedó a centímetros de mi cara. Solo entonces noté que no llevaba pantys y que su verga estaba totalmente erecta. La fina tela de su pantalón se levantaba y delataba un clítoris de dimensiones descomunales.
Me inundó una mezcla de temor y expectativa. Nunca antes había tenido una verga tan cerca y mucho menos había estado a punto de comerme una. Con el pulgar de su mano derecha, Verónica desplazó lentamente la elástica de su pantalón hacia abajo, centímetro a centímetro. Bastante más debajo de aquel piercing que adornaba su ombligo, comenzó a aparecer un diminuto hilo de vellos. La línea se extendió de forma vertical hasta que apareció la base de su pene. Centímetros de piel fueron apareciendo en una cuenta que nunca terminaba. Tras más de 20 centímetros de carne, apareció la cabeza de aquel monumento, redonda y rosada. El pantalón finalmente llegó al final del camino y su pene saltó como resorte. Su verga era sencillamente hermosa, blanca, gruesa, firme, erecta, muy erecta.
Instintivamente saqué mi lengua y recorrí su pene desde la base hasta la punta. Fue un camino largo. Desde mi posición, de rodillas ante ella, pude ver en segundo plano como Verónica cerraba sus ojos, se relajaba y gemía suavemente. Subí y bajé por su miembro varias veces, lo tomé entre mis manos y lo llevé a mi boca. La sensación fue totalmente inesperada. Su miembro se sentía duro en mi boca, más su cabeza se sentía suave. Era dura y suave a la vez. Intenté meterlo todo en mi boca y no pude, mi garganta necesitaba aún mucho entrenamiento para poder devorar semejante verga. Lo chupé una y otra vez, lo lamí, lo estimulé haciendo círculos con mi manos, lento, rápido. Sincronicé el movimiento de mi mano con mi boca, mi mano se desplazaba hacia la base de su verga mientras mi boca se tragaba todo lo que podía. Mi saliva lo humedecía, sus jugos lo lubricaban. Tragué sus salados jugos y mi saliva por igual. Estaba tan concentrada en mi labor que no noté que la mandíbula me comenzaba a doler por el grosor de aquella enorme verga. Verónica no se enteraba de nada, sus ojos estaban cerrados y su mente volaba. Su boca apenas alcanzaba a lanzar gemidos y frases incoherentes. Verónica gozaba mientras yo devoraba su verga.
Cuando mi mandíbula dejaba de responder, sujeté la cabeza de su verga en mi boca y tomé el mástil de su herramienta fuertemente con ambas manos. Moví mis manos hacia adelante y hacia atrás tan rápido y fuerte como pude y masturbé su verga con frenesí. Verónica lanzó alaridos de placer que no pararon hasta que, al borde del orgasmo sujetó mis manos y me obligó a parar. “Tienes talento”, dijo mientras alejaba mi cabeza de su miembro, ahora húmedo y brillante. Luego, se levantó, dio media vuelta y se colocó de rodillas sobre el sofá, enfrentando el enorme espejo que decoraba una de las paredes de la sala. Apoyó sus antebrazos sobre la parte alta del mueble y arqueó la espalda. De rodillas tras ella, pude ver aparecer frente a mí su hermoso culo en todo su esplendor.
Sus nalgas eran atléticas, redondas y firmes. Un diminuto triangulo blanco sobre su coxis delataba el lugar donde en algún momento estuvo su traje de baño. El bronceado multiplicaba la belleza de aquellas nalgas. Su esfínter tenía un tono ligeramente más claro que el resto de su piel morena clara. Estaba apretado, era pequeño, delicado y terso. Estaba tibio y húmedo, pues ella también había comenzado a sudar tras mi llegada. Su olor era intenso más no desagradable. Sin pensarlo, acaricié su esfínter con mi lengua y un sabor ligeramente ácido y salado inundó mi boca. Verónica gimió, giró media vuelta, tomó mi cabeza y con autoridad la enterró entre sus nalgas.
Lamí aquel culo con pasión, lo recorrí con mi lengua una y otra vez, lo penetré. Mi nariz se incrustó en él y su intenso aroma me embriagó. Ella gimió y empujó mi cabeza aún más. Sus caderas giraban con locura y mi cara se mojaba en su sudor y mi propia saliva. Mi cabeza estaba incrustada entre sus nalgas y me costaba respirar. Perdí la noción del espacio y tiempo. Degusté su orificio hasta que, tras recobrar un mínimo de autocontrol, Verónica hizo una tregua y se levantó. Por un segundo, ambos volvimos a la realidad.
Tras incorporarse, Verónica acarició lentamente su culo y luego lamió sus dedos. Me miró y sonrió con lujuria. Luego, me tomó por un brazo y me obligó a levantarme. Con fuerza casi masculina, me rodeó con sus brazos desde atrás y el roce de su cuerpo sudado con mi espalda me hizo estremecer.
Sus pechos presionaron mi espalda y su enorme verga intentó abrirse paso entre mis nalgas. Ella la tomó entre sus manos e hizo lentos círculos alrededor de mi esfínter, aun protegido por un diminuto pedazo de tela. Sentí terror y mi cuerpo se erizó. “la noche es muy joven aún” me susurró al oído, al mismo tiempo mientras empujaba su verga hacia abajo hasta quedar debajo de mis testículos. Pude ver la cabeza palpitante de aquel animal sobresalir delante de mí.
Desde esa posición, comenzó a acariciar mis pechos, mi abdomen, mi cabello, mi clítoris. Su respiración en mi cuello me volvía loca. Verónica posó su mano sobre mi panty y masajeó mi erecto clítoris. Notó que estaba empapado en mis jugos. “Que rico te mojas” me dijo al oído. Mi clítoris, húmedo en mis propios jugos, se soltó de la cinta pegante que lo ataba a mi escroto y saltó fuera del panty.
Verónica levantó mi strapless hasta dejar mis pechos desnudos. Seguidamente, extendió ambos brazos a mí alrededor y mojó sus dos índices en mis jugos. Dos pegajosas gotas colgaron de sus largas uñas. Cuidadosamente, rozó mis pezones con sus uñas y mi cuerpo se estremeció. Mi miembro dio un salto involuntario y soltó aún más gotas de líquido. Mis pezones endurecieron como rocas y no pude evitar soltar un gemido. Verónica había descubierto un punto erógeno desconocido para mí y ahora con pasmosa lentitud se dedicaba a estimularlo. Sus uñas iban y venían lentamente, rozando mis pezones como si fueran las cuerdas de una guitarra. Mi miembro soltaba gota tras gota de líquido mientras yo gemía como loca. Aquel lento vaivén me desesperaba y me enloquecía. Involuntariamente, extendí mis brazos sobre mi cabeza y acaricié la suya. Frente al espejo, pude ver mis manos enredadas en sus cabellos, sus uñas masturbando mis pezones, su boca en mi cuello, sus ojos en los míos. Cerré los ojos y gocé. Ella nunca lo supo, pero en ese momento perdí todo control sobre mí y quedé a su merced.
Tras minutos de acariciar mis pezones, se detuvo y deslizó mi strapless había arriba. Sus manos recorrieron lentamente mis costados y subieron por mis depiladas axilas. El roce me estremeció. Siguió subiendo hasta que el vestido salió sobre mi cabeza y se perdió en el fondo del salón. Una corriente de aire recorrió mi cuerpo. Mi desnudez quedó cubierta únicamente por el diminuto panty negro y las botas de plataforma que terminaban casi en mi ingle. Verónica me hizo girar media vuelta y me tumbó sobre el sofá. Quedé de rodillas sobre el mueble y de espaldas a ella, en la misma posición que ella tenía mientras yo degustaba su culo. En este momento volví a la realidad y entendí mi situación. Estaba vestido de mujer y semidesnudo ante una transexual casi desconocida; mi culo en el aire y a su total disposición. Los nervios me invadieron y por un instante quise salir corriendo, pero el morbo y curiosidad fueron más fuertes y me quedé inmóvil, esperando que Verónica usara mi cuerpo a su antojo.
Separé mis piernas, levanté mis caderas, cerré los ojos y esperé. Verónica hizo a un lado el diminuto hilo negro que se escondía entre mis nalgas y posó su lengua suavemente sobre mi esfínter, humedeciéndolo enseguida. Sentí cosquillas. Sus manos abrieron mis nalgas y su lengua comenzó a hacer círculos rítmicos alrededor de mi agujero. Carla no había olvidado aquel agujero durante la sesión de depilación y ahora las sensaciones se multiplicaban. Gemí y mi pene dejó caer un ligero hilo de jugos. Verónica me comía el culo con maestría y yo lo disfrutaba. Tras varios minutos de caricias anales, se aferró con más fuerza a mis caderas y presionó con su lengua. Mi agujero cedió y su lengua me penetró.
Instintivamente apreté el esfínter y Verónica protestó. Recordé las palabras de Manuela “pasé lo que pase, nunca aprietes” y me relajé. Aquella penetración fue inesperada y deliciosa a la vez. Su lengua húmeda y tibia se movía como serpiente dentro de mí y me tuve que morder los labios para no gritar. Verónica mojó su dedo medio en mis jugos y luego lo llevó a su boca. Lo humedeció aún más y lo puso en la puerta de mi esfínter. El solo roce me erizó la piel. Con pasmosa lentitud empujó y su dedo me penetró por completo. Sentí mi esfínter estirarse y sentí aquel dedo frío moverse sin resistencia. Sentí su uña bastante dentro de mí y di un salto. Un acto reflejo me exigió expulsar aquel cuerpo extraño. Lo alcancé a controlar y dejé que aquel intruso me explorara.
Aquel dedo entraba y salía de mí con suavidad, una y otra vez. Aquel movimiento se alteraba con círculos que se hacían más y más grandes, forzando mi esfínter a estirarse. Sentí la presión de su dedo y sentí un poco de dolor. No había terminado de asimilar aquel dedo por completo cuando un segundo dedo se le unió. Ahora Verónica me penetraba con los dedos índice y medio. La rutina fue la misma y el dolor fue mayor. De cuando en cuando, Verónica sacaba sus dedos y los pasaba alrededor de mi pene, que goteaba sin parar. Sus dedos, empapados en mis jugos me volvían a penetrar sin problemas. Tras varios minutos preparando mi esfínter la velocidad con que aquellos dedos me penetraban comenzó a bajar hasta detenerse por completo. Los sentí salir lentamente y sentí mi esfínter cerrarse tras ellos. Verónica se levantó se acercó a mí. “Ahora viene lo bueno” la escuché decir con suavidad. Su vos andrógina me excitó y aterró a la vez.
Estaba a punto de ser desflorada por esta potra y recordé como había llegado ahí. Recordé como una semana antes me topé a Carla, mi vecina, mientras entraba a nuestro edificio. No había podido esconder mi interés por las dos hembras que la acompañaban y terminé uniéndome a ellas en una noche de copas. Recordé descubrir que las chicas que acompañaban a Carla eran transexuales y recordé como terminé confesando mi atracción por las chicas trans. Recordé que el vino me desinhibió y terminé acariciando a Manuela y Verónica por igual. Como bailamos y reímos hasta estar bastante ebrios. Recordé apostar con Manuela que sería mía si mi miembro resultaba ser más grande que el suyo y recordé ver a Manuela sacar de su panty una enorme herramienta que dejó en ridículo mi modestos 15 centímetros. Recordé las carcajadas de todas y recordé a Manuela exigir mi virginidad por ganar la apuesta. Recordé carcajadas. Recordé a Manuela negociarme con Verónica como si fuera una mercancía. Mi virginidad fue transada por una cartera Dolce&Gabbana. “Estarás mejor con ella, es experta en principiantes” escuché decir a Carla con ironía y picardía. Recordé la mirada lasciva de Verónica y como le exigió a Carla y Manuela que me convirtieran en una hembra para la ocasión. Recordé mi pecho bañado en leche tras pajearme en mi cama aquella noche. Recordé mi depilación, vestidos, extensiones, tacones de aguja y botas. Recordé maquillaje y perfumes. Recordé el pequeño consolador anal de Manuela entrando con dificultad y dolor en mi esfínter. Recordé a una hembra nerviosa y torpe tocando a la puerta de Verónica. Entonces recordé lo más importante, me encontraba desnuda sobre aquel mueble; con mis nalgas abiertas y mi agujero a merced de Verónica y su verga descomunal. Entré en pánico y quise huir.
No tuve tiempo, tampoco valor. De un solo tirón, Verónica me arrancó el panty salvajemente y lo tiró al piso. Ahora no era más que basura. Luego, me sujetó con firmeza por las caderas haciendo que la punta de su verga rozara mi esfínter. Sentí como un hilo de saliva aterrizaba en mi agujero y como su pesada verga haciendo círculos con ella. No hacía falta, mi esfínter ya estaba bien lubricado con mis propios jugos.
El enorme espejo me permitía ver mi cara de hembra; de hembra aterrada. Detrás mí, Verónica aparecía en todo su esplendor.
“Prepárate perra, te voy a desvirgar” dijo en su tono lento e inexpresivo. Yo sudaba copiosamente y apenas me podía mantener de rodillas sobre el sofá. Ya no tenía miedo, ahora estaba aterrada.
Verónica desplazó sus caderas hacia adelante y su verga presionó mi esfínter. Sentí la presión e intenté no apretar. Un segundo empujón hizo que su miembro resbalara hacia abajo. Verónica gruñó en señal de frustración. Tras unos segundos que me resultaron eternos, Verónica tomó el asta de su verga entre sus manos y la guio de nuevo hacia mi agujero. Tras un tercer empujón, esta vez más fuerte y menos cuidadoso, mi esfínter cedió y su enorme verga me penetró.
Grité. Una, tres, cinco, no recuerdo cuantas veces; solo recuerdo la mano firme de Verónica empujando mi cabeza contra el sofá y mis gritos amortiguados por él mueble, el cual mordí instintivamente. Un dolor tremendo recorrió mis caderas y se irradió hacia mis piernas y espalda. Sentí mi culo abrirse en dos, sentí mi esfínter desgarrarse, sentí un ardor tremendo y mi cuerpo se retorció involuntariamente. Mi respiración se desbocó y gotas de sudor corrieron por mi cuello y mi espalda. Sentí una necesidad imperiosa de sacar aquel cuerpo extraño de mi interior, pero no tenía control de mi cuerpo.
Mi cara frente al espejo mostraba dolor, pánico. Estaba enrojecida y el sudor abrillantaba mi cuerpo. Desde atrás, los ojos de Verónica estaban clavados en los míos. Sus ojos denotaban gozo y me intimidaban. Verónica disfrutaba mientras me causaba dolor.
“Wow, que estrecha eres” dijo Verónica en su tono inexpresivo de siempre. Sus manos se aferraban a mis caderas y la cabeza de su verga yacía inmóvil, pero firme dentro de mi culo -la cabeza, sí, solo eso me había penetrado-.
Verónica se dedicó a acariciar con sus uñas mi espalda, de arriba abajo. Yo respiraba aceleradamente y trataba de no moverme. Moverme solo me causaba más dolor. Sus uñas fueron y vinieron por largo rato y poco a poco las caricias en mi espalda se hicieron más importantes que el dolor que sentía más abajo. Tras segundos, o tal vez minutos, mi agujero se acostumbró al enorme intruso y el dolor disminuyó.
Las caricias se detuvieron y Verónica extendió ambos brazos hasta llegar a mis hombros, sujetándolos con fuerza. Pude sentir el roce de sus erectos pezones sobre mi espalda. Seguidamente, empujó violentamente sus caderas hacia adelante y dejó caer su cuerpo pesadamente sobre mi espalda. Como una estocada, enterró cada centímetro de verga en mi recto. No tuvo compasión.
Mi cuerpo no tuvo tiempo de adaptarse a aquel invasor. Aullé de dolor y mi cuerpo se paralizó. Sentí que todo en mi interior se estiraba y tuve un impulso incontrolable de evacuar aquel pedazo de carne. Mi esfínter ardía y palpitaba. Las palpitaciones no eran mías, venían de aquella verga descomunal que latía en mi interior. El dolor inicial se había multiplicado. Mi respiración estaba nuevamente fuera de control y podía escuchar mi corazón latiendo a un ritmo frenético. Volví en mí y me encorvé de dolor. Intenté moverme, pero fue inútil. Verónica, con sus 70 kilos, yacía pesadamente sobre mí y empujaban su verga más y más adentro. A pesar de la agonía que me causaba aquel dolor, mi clítoris se mantuvo erecto.
Verónica lamió mi oreja por minutos, gimió a mi oído y acarició mi cuello con sus uñas. Sus pechos sudados empapaban mi espalda. Yo estaba aturdida y apenas consciente de lo que estaba pasando.
Poco a poco recuperé el control de mi respiración y aquella mezcla de dolor y ardor comenzó a desaparecer. Verónica lo notó y empezó a mover sus caderas en círculos. Lo hacía muy lentamente y con maestría, sin mover el resto de su cuerpo. Noté que su verga dibujaba círculos dentro de mi agujero y sentí por primera vez su roce contra mi punto G. Tras un largo rato, Verónica se levantó y se apoyó en sus pies nuevamente. Lentamente sacó cada centímetro de verga y no pude evitar apretar mi esfínter cuando sacó su cabeza. Me ardió un mundo pero sentí alivio de liberarme de aquella pesada carga.
No hubo tregua. Sus manos sujetaron con fuerza mis caderas y casi de inmediato sentí su pelvis golpear con todo mis nalgas. Perdí el equilibrio y, de no ser porque Verónica me sujetaba con firmeza, hubiera caído de cabeza detrás del mueble. Verónica me cogía en posición de perrito con brutalidad. Sentía su verga rasgar mi esfínter y golpear el interior de mi recto. Parecía no caber, pero a ella no le importaba. Mi cuerpo se balanceaba como un muñeco de trapo mientras trataba de mantener el equilibrio. Ella me empalaba a una velocidad infernal. El golpeteo de su pelvis contra mí sonaba como nalgadas. Sus caderas iban y venían en un baile frenético, sus gemidos me excitaban. Desde mi precaria posición, pude ver que mi miembro seguía completamente erecto y goteando sin parar.
Desplacé una mano hacia adelante y la apoyé al sofá. Logré recuperar el equilibrio. Me sentía usada, abusada, y me gustaba. Separé más las piernas, arquee la espalda y levanté más las nalgas. Giré mi cabeza y pude ver a Verónica detrás de mí. Me cogía sin manos, solo sus caderas se movían. Mordía los dedos de su mano derecha mientras la izquierda descansaba sobre su cabeza. Con la mirada recorrí sus brazos, pasé por sus blancas axilas y terminé mirando sus erectos pezones. Ella notó que la miraba y por primera y única vez en la noche me sonrió.
Tras minutos de castigo, Verónica posó una de sus manos sobre mis caderas y con la otra descargó una nalgada que me hizo gritar. Mi nalga ardió como fuego. Luego se estiró hacia adelante y me cogió de los cabellos con una mano, haciéndome arquear la espalda al máximo. Lo que siguió fue una seguidilla de nalgadas y embestidas que me hicieron sentir como yegua. Gemí y grité ante cada embestida mientras disfrutaba el castigo.
Verónica me volteó y tumbó de espaldas sobre el mueble. Jadeaba y sudaba, su verga dura y mojada había alcanzado un tamaño monumental. Abrí instintivamente mis piernas y las levanté. Mis botas de plataforma quedaron en el aire. Ella ancló sus rodillas detrás de mis muslos, impidiendo que pudiera bajar mis piernas. Luego Se agarró firmemente del espaldar del mueble y puso su verga en la puerta de mi esfínter. Empujó hacia adelante las caderas y me penetró.
Desde esa posición le era más cómodo cogerme. Lo hacía a una velocidad vertiginosa, su verga salía por completo y luego desaparecía dentro de mí. Con cada bombeada forzaba más y más aire dentro de mí, inflando mis intestinos. Aguanté lo que pude, más bastó que Verónica sacara su verga por un segundo para que mi cuerpo descargara el aire que me llenaba. Fue repentino, fue involuntario, fue vergonzoso. Me ruboricé y escondí la mirada. Verónica se limitó a decir “ahora hay más espacio para mi verga”. Tras soltarse del espaldar del mueble, me sujetó por los tacones de las botas y me castigó nuevamente. Luego, juntó mis piernas y se abrazó a ellas. De nuevo, con ese movimiento de caderas letal, me reventó el culo sin piedad. Su tronco se mantenía inmóvil abrazando mis piernas mientras sus caderas iban y venían. Sus ojos, clavados en mí me intimidaban. Mí, culo ya resignado al castigo, no oponía resistencia. Agotada, extendí los brazos sobre mi cabeza y me dejé coger.
Desde abajo podía ver a Verónica gozar. Jadeaba, sus ojos estaban entreabiertos y balbuceaba palabras incoherentes. Me decía puta, perra, diabla. Se refería a mí en femenino y eso me gustaba. Apretaba los labios mientras me cogía, quería hacerme daño, disfrutaba con mi dolor. Yo gemía como loca y aguantaba la paliza como podía.
Tras una breve pausa, Verónica se dejó caer sobre mí, tomó mis manos por las muñecas y las inmovilizó sobre mi cabeza. Desde esa posición me cogió con delicadeza. Su verga entraba y salía con lentitud dándome una sensación placentera, el roce con mi punto G se multiplicaba y mi verga lo evidenciaba. Me besó el cuello y el pecho, recorrió mi boca con su lengua y siguió hasta mis oídos. Su sudor me empapaba, su olor me embriagaba. Me poseía. Su lengua bajó por mi cuello y terminó en mi axila derecha. La lamió con suavidad arrancándome gemidos de placer. Mis axilas estaban depiladas y el roce de su lengua me erizaba la piel. Su lengua continuó su camino hacia mis pechos y jugó con mis pezones. Estaban tan erectos que me dolían. Pasó de un pezón al otro y de ahí a mi axila izquierda, la rozó con la punta de su lengua y casi me hace acabar. Luego se tumbó de lado sobre el mueble y me hizo acostar delante de ella.
Desde esa posición desplazó su brazo izquierdo por debajo de mi cuello y me abrazó. Con su mano libre levantó mi pierna derecha haciéndola apuntar hacia el cielo. Sujetó mi bota en lo alto y me penetró desde atrás.
Mi cuerpo se movía hacia adelante y hacia atrás al ritmo de sus embestidas. Mi esfínter totalmente abierto no tenía escapatoria. Giré mi cabeza y nuestros rostros se encontraron. Instintivamente saqué mi lengua y Verónica la recibió en su boca. Nuestras lenguas se enlazaron mientras ella me penetraba, esta vez con un movimiento suave de caderas. La tregua llegó a su final cuando Verónica soltó mi bota y me envolvió con firmeza con ambos brazos, inmovilizándome por completo. Desde esa posición, retomó el ritmo demoníaco con el que me cogió en posición de perrito y me dio con todo nuevamente. Me sentí más indefensa y vulnerable que nunca, más humillada y también más excitada. Así perdí mi virginidad con Verónica, a ratos me hizo el amor, a ratos me cogió y a ratos simplemente me violó.
Verónica me cogió desde atrás hasta que su cuerpo no le respondió. Entonces, me empujó fuera del mueble y se sentó en él. Escupió su verga y comenzó a masturbarla. Lucía hinchada y dura como roca. Por primera vez en mucho rato volví a estar de pie y la miraba sin saber qué hacer. Ella me miró inexpresivamente y me dijo “que esperas?, cabálgame perra”.
Una vez más obedecí. Me puse de rodillas sobre el mueble, a la altura de su pelvis, e instintivamente humedecí dos de mis dedos en mi boca. Los pasé por mi orificio y noté que mi esfínter había desaparecido. Mi músculo estaba completamente dilatado y lo que sentí fue un enorme agujero suave y húmedo. Guie su verga hacia la entrada de mi culo y lentamente me senté en ella, haciendo desaparecer cada centímetro. No quedó uno solo afuera. Apoyé ambas manos sobre el espaldar del sofá y nuevamente pude ver mi reflejo en el espejo. Esta vez subía y bajaba mientras cabalgaba la verga de Verónica. Estaba sudada, mi maquillaje se había corrido y mis extensiones estaban hechas una maraña de cabellos. La batalla había sido dura.
Cabalgué con todas mis fuerzas. Mi culo se tragaba una y otra vez aquella masa de carne mientras Verónica jadeaba de placer. La cabalgué con mi espalda erguida y mi frente en alto, como toda una hembra. Verónica se comía mis pezones mientras yo iba y venía, haciendo círculos con mis caderas y haciendo que su estaca estimulara mi punto G hasta el delirio. Mi cara de extasis en el espejo me excitaba aún más haciendo que cabalgara con ritmo frenético. Mis piernas comenzaban a acalambrarse cuando Verónica me rodeó con sus brazos y me abrazó con fuerza, impidiendo que siquiera cabalgando y obligándome a quedar inmóvil. Casi acaba dentro de mi.
Permaneció inmóvil por largos segundos, con sus ojos cerrados y la respiración agitada. Luego de recuperar el aliento, me obligó a girar media vuelta, sin sacar su verga de mi culo. Su verga giró como tornillo dentro de mí. Desde esa posición, me apoyé con mis botas sobre el mueble y con mis codos sobre el espaldar del mueble, de espaldas a ella. Comencé a subir y bajar en un movimiento mucho más demandante para mí. Subí y bajé hasta que mis muslos ardían de dolor y terminé cayendo pesadamente sobre la pelvis de Verónica. Una vez más, su verga me penetró hasta lo más profundo, arrancándome un largo gemido.
Sentado sobre Verónica, moví mis caderas nuevamente en círculos de forma frenética, mientras Verónica me masturbaba. Lo hacía duro y sin delicadeza y, de no ser porque mi miembro estaba completamente empapado en mis propios jugos, probablemente me hubiera causado una laceración. Afortunadamente, su mano dejó de moverse cuando estaba por acabar.
Con violencia, me tomó por las caderas y empujó fuertemente hacia al frente, causando que me fuera de bruces. Aterricé sobre mis antebrazos y rodillas. Mi culo estaba tan dilatado que pude sentir en ese momento el aire de la habitación penetrando bastante más allá de mi esfínter.
Verónica sudada y agotada, se tumbó sobre el piso boca arriba y me haló por un brazo, forzándome a cabalgar su verga nuevamente. Entré sin dificultar y comencé a mover mis caderas en círculos. Humedecí mis índices en mis jugos y comencé a estimular lentamente mis pezones, tal y como lo había hecho ella minutos atrás. Mi cuerpo se estremeció y mi verga dio un salto, soltando una gota de líquido que rodó y se estiró hasta llegar al abdomen de Verónica. Cerré los ojos y me olvidé del mundo y de la hembra que me estaba cogiendo.
Aceleré el movimiento de mis caderas sin parar de acariciar mis pezones. De esta forma estimulaba mi punto G con la verga de Verónica y mis erectos pezones con mis propias uñas. Fue alucinante. Gemí y grité como loca, me encantaba y no podía parar. Mi verga siguió dando saltos cada vez que mis uñas rozaban mis pezones hasta que perdí el control y mi cuerpo entró en un espiral de placer incontrolable. No lo pude evitar y exploté.
Pude sentir mi verga disparando chorros incontroladamente mientras mi cuerpo temblaba y mi boca no paraba de lanzar gemidos. Pude sentir mi esfínter recobrar vida y apretarse con cada descarga, estrangulando la enorme verga que aún estaba completamente dentro de mí. Cerré mis ojos subí al nirvana mientras mi cuerpo se estremecía sin control. No fue sino hasta después de 10 o 12 descargas que pude volver en mí y, aun temblando, abrir mis ojos.
Debajo de mí yacía Verónica con sus pechos y vientre cubiertos de mi leche. Mi primer disparo había tenido un trayecto mucho las largo y había aterrizado sobre su mejilla izquierda. Ella, con pasmosa calma, ahora lo recogía con su dedo índice y lo llevaba a su boca. Sus ojos siempre clavados en los míos. Recuerdo una sonrisa dibujarse en su boca, recordar a Verónica tumbándome boca abajo haciéndome quedar de rodillas, con la cabeza sobre el piso y mi culo en lo alto. El resto es aún hoy bastante confuso.
Verónica se incorporó y me clavó con brutalidad. Sus manos se aferraban como garras a mis caderas haciéndome imposible escapar. Me cogía desde arriba como si me montara. Mi cuerpo se impulsaba sin control hacia abajo y hacia adelante con cada envión, mientras Verónica me forzaba a retornar a mi posición inicial. Su verga entraba y salía sin piedad. El ritmo era frenético. Ella gemía y yo gritaba, me dolían las rodillas, me dolía el golpe de sus caderas. Me dolía su verga.
Me cogió hasta quedar sin aliento y luego se salió, se levantó y me haló por las extensiones, obligándome a arrodillarme frente a ella. Mi culo totalmente dilatado, descargaba fluidos que rodaban por mis muslos. En fracciones de segundo, Verónica sujetaba con ambas manos mi cabeza mientras su verga entraba y salía de mi boca. Me estaba cogiendo por la boca. El sabor esta vez era distinto, su verga tenía un sabor acre imposible de describir. Luché por adaptarme al ritmo con que frenéticamente me cogía por la boca, pero no pude. Su verga intentaba entrar en mi garganta impidiendo mi respiración. Tosí sin parar y casi vomito. Ella no se detuvo. Lagrimas salieron de mis ojos corriendo aún más mi maquillaje y dejando amorfas sombras negras sobre mis mejillas. Mi cara era un asco, toda yo era un desastre para entonces. Aquel vaivén me hizo perder la noción de espacio y me sujeté de sus muslos para no caer.
Tras segundos que me parecieron horas, Verónica dejó de mover sus caderas y ahora masturbaba su verga con mi cabeza. Con sus manos, movía mi cabeza hacia adelante y atrás en un vaivén infernal que casi me hace perder el conocimiento. Estaba totalmente mareada y sentí que en cualquier momento me iba a romper el cuello. Sentí que me alejaba de mi cuerpo y me convertía en un simple espectador de aquella violación oral.
En medio de la conmoción, apenas pude notar como mi cabeza dejó de moverse y un gigantesco trozo de verga apareció a escasos centímetros de mi cara. Sin poder reaccionar, fui testigo de cómo Verónica agarró su enorme pija y comenzó a frotarla frenéticamente. Parecía en trace, con sus ojos estaban entreabiertos y susurraba palabras que no pude entender. Yo, de rodillas, miraba hipnotizada aquella enorme cabeza moverse entre su mano a escasos centímetros de mi cara.
Repentinamente, Verónica sujetó con su mano libre mi cabeza. Ausente, pude ver como aquel agujero en la cabeza de su verga se abría y disparaba un chorro blanquecino, tibio y pegajoso que rozó mi mejilla y aterrizó en mi frente. Ella gimió y quedó inmóvil mientras apretaba su verga. Instintivamente abrí mi boca.
Los siguientes disparos fueron más precisos. Verónica explotó una y otra vez descargando chorros de leche que alcanzaron de lleno mi garganta, llenando por completo mi boca. Pude sentir el sabor acre de aquel viscoso fluido que inundaba en mi boca y comenzaba a escapar hacia mis mejillas y mi cuello. Verónica se estremecía y gritaba tras cada descarga, que no parecían acabar. El último chorro aterrizó en mi mentón y se deslizó hasta mi pecho. Verónica quedó totalmente inmóvil, jadeante y agotada.
Desde rodillas ante ella esperé con sumisión. Ella, tras un largo rato recuperó el aliento y se incorporó. Apretó su verga y dejó salir una última gota blanca y espesa. La limpió contra mi mejilla y clavó sus ojos en mí.
De forma intimidante, acercó su enorme verga, ahora en reposo, y la dejó colgar a centímetros de mi frente. Me costaba creer que aquel monumental pedazo de carne había estado dentro de mí tan solo segundos atrás. Luego, me tomó por el cabello y lo haló bruscamente hacia atrás, obligándome a levantar la cara y mirarla a los ojos. De rodillas ante ella, empapada en sudor, sucia, cogida y con la boca inundada de su leche, la miré con sumisión y esperé.
“Te portaste como toda una hembra y mereces un premio” dijo con ironía. Por largos segundos me miró sin decir absolutamente nada, haciéndome sentir más humillada que nunca. Soltó mi cabello, me dio la espalda y se alejó caminando. “ahora traga, perra”, la escuché decir con indiferencia, sin siquiera voltear.
Obedecí. Cerré los ojos y tragué.