Apostando lo más sagrado

Juan me llamó desesperadamente... estaba metido en un buen lío. En una noche todo parecía caérsenos encima por una estupidez. Ahora me tocaba a mí sacarle del embrollo.

Nada más coger el teléfono percibí en la voz de Juan que su llamada era alarmante. Se le notaba excesivamente alterado. Entre lágrimas y con expresiones entrecortadas me pedía que recogiera urgentemente los papeles que tenía en su cajón de la mesilla de nuestro dormitorio, donde guardamos todos los contratos, facturas y demás.

Pero ¿qué pasa Juan? Me estas poniendo nerviosa – le decía yo sin saber qué le podía ocurrir.

Tú tráelo, cariño, no te demores, vente al restaurante del polígono con todos los papeles... cuanto antes.

Pero Juan, dime algo, no me tengas así

Estoy en un lío gordo, amor y necesito eso ya, anda. Ya te lo explicaré– repetía él al otro lado del teléfono con nerviosismo.

Hice lo que me solicitaba, recogí todas las carpetas, las bolsas con tickets, otras con garantías y principalmente las que llevaban las escrituras del piso, tal y como me había recalcado. Lo metí todo en una pequeña bolsa de deportes y me dirigí a su encuentro a toda prisa.

No conseguía entender en qué tipo de lío podía andar metido pero suponía que en todos aquellos papeles había algo que le solucionaría esos problemas. Llamé a un taxi y partí urgentemente hacia el polígono. El restaurante que él me había mencionado estaba cerrado, aun así, despedí al taxi y llamé a los cristales de la puerta persistentemente. No parecía que hubiese nadie dentro, hasta que después de insistir varias veces un hombre apareció en el interior y acudió a abrirme. Antes de hacerlo me observó detenidamente a través del cristal, repasando con una mirada viciosa todo mi cuerpo, de mi cabeza a los pies. Con las prisas no había reparado en que había salido a la calle con mi vestido veraniego, el que solo utilizo en casa porque me está demasiado corto, pero a él pareció encantarle, a la vista de su expresión y la boca abierta. Siempre he presumido de piernas bonitas, pero tanto como para enseñarlas hasta el comienzo de mis braguitas, no precisamente. Me sentí desnuda con su mirada obscena.

El restaurante está cerrado, guapa. – me dijo sin apartar la vista de mi canalillo.

Perdona, soy la mujer de Juan… Juan Montero. – le rogué.

Ah, eres tú… vale, pasa, pasa…te están esperando adentro.

Me acompañó hasta la parte posterior del restaurante, justo en la zona que usan como almacén  donde se estaba celebrando una timba de póker. Todos los tipos estaban enfrascados en la partida, riendo y vociferando, hasta que notaron mi presencia y se callaron al unísono. Volví a sentirme desnudada, esa vez por varios pares de ojos. Imagino que una chica joven con un reducidísimo vestido siempre causa sensación, pero en aquel ambiente creo que todavía más.

Entre todo aquel rancio almacén y esos rudos hombres distinguí la figura de Juan, que se acercó apresuradamente hasta donde yo estaba.

Cariño,  ¿lo has traído? – me preguntó nervioso.

Sí, pero ¿Qué es esto, Juan?, ¿Me vas a explicar?

Calla, y dame la bolsa. – respondió bruscamente.

Nunca antes Juan me había tratado de esa forma, se le veía tan desesperado que no entendía qué le había podido llevar a tanta agitación.

¿Así que esta es tu linda mujercita, eh Juan?- preguntó uno de los jugadores de la partida, un viejo verde que me miraba fijamente y que parecía ser el dueño del local.

Se levantó de la mesa de juego dirigiéndose hasta mí, girando a mi alrededor. Su forma de mirarme era de lo más impúdica.

Nenita, no vienen muchos bombones como tú por aquí. ¿Cuántos años tienes pequeña?

Veintiuno. – respondí con turbación.

Mmm, rubita, pero si eres una criatura preciosa.

Déjala en paz, Moncho. – le increpó por fin mi marido, aunque sin mucho afán, ya que seguía rebuscando entre los papeles que le había traído.

Oye, no me habías dicho que estaba tan buena, vaya con la palomita. – insistió aquel tipo que seguía dando vueltas a mi alrededor. Al mismo tiempo todos los demás tíos seguían observándome desde la mesa y fijándose en la breve tela del vestido que me cubría y que yo intentaba estirar hacia abajo, todo lo que era posible. Me sentía acosada con sus desvergonzadas miradas.

Seguía sin entender absolutamente nada, intentaba que Juan me defendiera un poco frente a tanto buitre mirón, pero no parecía estar en lo que celebraba, solo se limitaba a buscar revolviendo el interior de la bolsa con insistencia.

¿Has traído las escrituras? – me preguntó con el brillo de las lágrimas en sus ojos.

Sí, cariño… pero ¿Me vas a explicar qué pasa? Me estás asustando

Juan me miró durante unos segundos pero no respondió, se sentó en una silla y continuó buscando entre los papeles con la bolsa en su regazo. El tipo asqueroso que seguía girando alrededor de mi cuerpo fue el que habló a continuación con su boca cerca de mi oído.

¿Quieres que te cuente yo lo que pasa, bombón?

Afirmé con un movimiento de cabeza, muerta de miedo en aquel lugar tan tenebroso e intrigada por descubrir qué demonios podía estar ocurriendo.

Verás, preciosa, tu marido… un mal jugador de póker…  lo ha perdido todo en varias partidas. Primero, todo lo que llevaba encima, después se ha jugado el sueldo del mes… hace rato que perdió el coche, le hemos fiado nada menos que 100.000 euros más y ahora quiere recuperarse de todo apostando con la garantía de las escrituras de vuestro pisito. Eso es lo que pasa, nenita.

¿Cómo? – respondí alarmada dirigiendo mi mirada hacia Juan para que me confirmara tal disparate.

Volvió a callar enfrascado en encontrar los papeles como si no hubiera oído nada en absoluto.

Juan, dime: ¿Es cierto eso? – volví a preguntarle acercándome hasta él y agarrándole del brazo para que me hiciera caso de una vez por todas.

¿Sí, Qué?

Es cierto cariño… pero no te alteres, ahora me va a venir una racha de suerte, lo presiento, ya lo verás. Tú tranquila.

Pero, pero… ¿Estás loco Juan? ¿Te vas a jugar nuestro piso? De ningún modo voy a permitir eso… - contesté totalmente enfurecida y arrebatándole la bolsa con todos los papeles y tirando igualmente de él para que me acompañara a la salida de ese antro.

Me dirigí hacia la puerta con la bolsa y tirando de la mano de mi marido, totalmente ido, con la intención de abandonar aquel asqueroso lugar,  pero el tipo que me había acompañado al principio me detuvo por orden del viejo llamado Moncho que intervenía como jefe de todo aquel tinglado.

No tan deprisa, preciosidad. – añadió ese hombre – tú podrás largarte si quieres, pero tu maridito nos debe 100 verdes y los papeles del coche, así que él, de momento… se queda hasta saldar la deuda.

Pues sí él se queda, yo también. – respondí firmemente - A lo que no estoy dispuesta es a que se juegue las escrituras de nuestro piso, de ninguna manera.

El tipo, bastante gordo, con manchas de restos de comida sobre su camisa, de indefinible color, barba mal afeitada y un aspecto sucio, me observaba con lascivia, enfrascado en mi corto vestido que exponía mis piernas hasta buena porción de mis muslos, por no hablar de mi escote, que en tan reducida prenda parecía abultar aun más mi pecho.

Él ya lo ha decidido por los dos… - añadió el viejo.

Pues él habrá dicho lo que quiera, pero el piso está a nombre de ambos y no permitiré entregarles nada a ustedes. – contesté airada mirando a mi esposo, totalmente consternado, sin saber defenderse.

¿Ah no? Y dime, muñeca, ¿cómo estás dispuesta a saldar la deuda? – eso último lo dijo observando mis piernas y mi escote con cara de cerdo.

Pues no sé, habrá alguna forma de hacerlo legalmente, supongo… pidiendo un préstamo, no sé

Jajaja… Hay una cosa que no entiendes, preciosa. Nosotros no hablamos de legalidades, explícaselo tú, Juan.

Mi marido levantándose de inmediato me llevó a un lugar apartado de aquella sala y entre susurros me describió sorprendentemente el lío que se traía entre manos con aquella gente. Llevaba, según decía,  bastante tiempo jugando con ellos y había conseguido ganar algo de pasta jugando al póker, pero en las últimas semanas todo se le había complicado y a pesar de ello insistía en estar convencido de un cambio en su mala racha. Lo que me dejó más que clarito es que con aquella gente no se jugaba y que no podíamos ir a reclamar a ningún lado, ni hablar de futuros apaños o arreglos mutuos, que teníamos que pagar inmediatamente o él no saldría de allí, eran definitivamente un grupo de mafiosos que reclamarían a toda costa la deuda y no por cauces precisamente legales.

Reconozco que me quedé bloqueada, aquello me impresionó tanto que no fui capaz de llorar, ni de gritar, ni de salir corriendo en busca de la policía, de un juez, de algo racional entre todo aquel infierno en el que me veía metida tan repentinamente… pero sí entendía perfectamente que no había posibilidad ninguna de cambiar las cosas. Intentaba pensar, pero no lo conseguía, parecía estar viviendo un sueño… o una pesadilla, más bien.

Cariño… déjame jugar una baza más, verás cómo me voy recuperando. – volvió a insistirme Juan reclamando la bolsa con las escrituras.

Pero, ¿No te parece bastante lo que has perdido ya?,  ¿Tu sueldo del mes, el coche, 100.000 euros más? Y ahora ¿Quieres perder también nuestra casa?

No, querida, dame esta oportunidad. Las escrituras son mi aval, pero lo voy a recuperar todo, ya lo verás.

No, del piso olvídate. Haremos otra cosa. – le contesté y me dirigí directamente al hombre que llevaba la voz cantante que por cierto continuaba mirándome con esa cara de puerco en el centro de ese inmundo almacén.

Dime muñeca. ¿Qué podemos hacer?– contestó el jefe del clan.

Pues quiero que mi marido recupere todo lo perdido pero no con las escrituras, sino con esta pulsera.

Levanté la mano para que observaran mi pulsera de pedida. Era de oro con incrustaciones de brillantes, que le había costado a Juan toda una fortuna el día que me pidió en matrimonio.

Vaya, muy bonita – contestó el gordo seboso – ¿Así que quieres apostar la pulsera?

¡No! – contestó Juan, sabiendo que aparte del precio material de aquella joya, tenía un gran valor sentimental para los dos.

Creo que no tenemos más opciones cariño y desde luego no me voy a jugar el piso… - dije increpándole.

Moncho cogió mi muñeca observando con detenimiento la pulsera. Creo que evaluaba su valor y sonriendo aceptó finalmente mi nueva garantía.

Está bien, preciosa… No quiero que pienses que no soy un caballero. Haré una excepción y porque aprecio a tu esposo. Acepto tu pulsera como aval, pero evidentemente no podrá cubrir toda la apuesta, eso sería demasiado. Con ella pagarías… no sé, haciéndote un gran favor,  el sueldo que se jugó tu maridito. – a continuación besó mi mano.

Pero… ¿Qué dice? Esta pulsera cuesta muchísimo más – contesté retirando mi mano de su sucia boca y reclamando su verdadero valor.

Sí, es posible, que valga más, pero para mí está usada. Y a mí, nenita, no me gustan las cosas usadas.

Tras pensarlo durante unos segundos y ante nuestra complicada situación acepté a regañadientes que se jugara la pulsera contra el sueldo del mes que había perdido aquella noche, confiando en lo que Juan me acababa de pronosticar minutos antes y que de una vez por todas se acabaría su mala racha recuperando todo poco a poco. Los cinco hombres se sentaron alrededor de aquel tapete verde y aunque me invitaron a hacerlo a mí también preferí continuar en pie, al lado de mi marido intentando darle todo tipo de suerte apoyando mi mano sobre su hombro.

Por suerte, la partida fue buena para Juan, y pudimos recuperar el talón con el sueldo del mes que se había apostado anteriormente. Se levantó y nos dimos un abrazo… En ese momento debería estar dándole mil bofetadas y maldiciéndole por haber llegado a ese punto, sin embargo, me contagié de su alegría e intenté centrarme en recuperar todas las demás cosas que aquellos tipos querían arrebatarnos sin remisión.

Juan recogió el talón de la mesa y con su mano acarició mi muñeca y de paso también la pulsera que casi estuvimos a punto de perder. En la siguiente jugada intentó apostar el talón nuevamente contra las llaves del coche, pero a Moncho y al resto de jugadores no les parecía suficiente como garantía, de modo que también puse la pulsera sobre el talón a pesar de que Juan insistiera en lo contrario.

La fatalidad nos acompañó en esa segunda jugada perdiendo de golpe el talón y la pulsera, que recogió rápidamente Moncho entre risotadas que en ese momento sonaban indecentes... despreciables para mis oídos. Con las manos apretadas quería gritar de rabia, insultarles a todos, incluyendo a mi marido, pero solo una lágrima de impotencia era la que recorría mi mejilla y una desazón interior que me recomía por dentro.

Creo parejita, que hoy no es vuestro día, me temo que vais a tener que poner las escrituras sobre la mesa si queréis recuperarlo todo, jajaja.

¡No! – grité apoyándome sobre la mesa desafiando la mirada de Moncho – No me vais a quitar el piso, ¿Entiendes?

Tranquila, muñeca, no te alteres, que os dejaré vivir en él, por un módico precio, jajajaja

Juan y yo nos mirábamos sin saber qué hacer, sabíamos que no teníamos ninguna alternativa y esa era nuestra única oportunidad, que no disponíamos de más propiedades, de más garantías con las que apostar… Mi marido resignado sacó las escrituras de la bolsa dispuesto a ponerlas sobre la mesa de juego. Todo me daba vueltas, no creía estar viendo como el piso de nuestra vida se escapaba de esa manera tan sencilla de nuestras manos, tenía que haber algo para detener aquello.

Un momento, por favor. – dije deteniéndolo – Quisiera una segunda oportunidad para intentar recuperar mi pulsera y el talón.

¿Ah sí? ¿Y contra qué? No os queda nada. – añadió Moncho sin despegar su sucia sonrisa de la cara.

¿Y  si me desnudo? – añadí de sopetón.

Juan me miró con los ojos asustados, no comprendía mi extraño comportamiento.

¿Cómo es eso, preciosa? – preguntó con curiosidad el viejo verde echando un repaso por todo mi cuerpo.

Pues que si ganamos, recupero mi pulsera y el talón. Si perdemos me desnudo delante de ustedes. – afirmé así de categórica.

Suena bien… pero no sé… No te ofendas, veo que con ropa, tu cuerpo es una maravilla y sin ella imagino que más, pero ver una mujer desnuda no vale tanto, creo yo, por muy buena que esté y tú desde luego lo estás.

Déjeme al menos hacerlo por la pulsera. Es muy importante para mí – fue mi reclamación desesperada.

Está bien nenita, tendrás una segunda oportunidad. Trato hecho. Creo que merecerá la pena esa visión. Si pierdes te quedarás en pelotas delante de todos durante el resto de la partida ¿No, chicos? – dijo esto refiriéndose al resto de jugadores que poco voto tenían, la verdad, pues allí quien decidía todo era Moncho, pero no dudaron en asentir sonrientes y complacidos.

Mi marido no estaba dispuesto a que diera ese paso, pero le insistí aduciendo que él mismo me había convencido de jugar su mejor baza, que se lo pedía por lo que más quería, que en el peor de los casos solo iba a mostrarles mi cuerpo desnudo y nada más. Comprendió que no teníamos más alternativas y convencido de ganar, confiaba en su suerte y que mi cuerpo era uno de los mejores avales.

De un tiempo a esta parte, Juan ya no me prestaba la atención de un año atrás, justo cuando habíamos decidido casarnos con tanta precipitación totalmente enamorados con tan solo veinte años cada uno. Por más que yo mantenía mi bonita figura, él parecía distante conmigo. Me compraba prendas atrevidas, lencería de lo más sugerente que la mayoría de las veces pasaba desapercibida para él.

El hecho de pensar que en ese momento un grupo de hombres tenía posibilidades de ver mi cuerpo desnudo me resultaba raramente atrayente, aunque la situación no lo fuera tanto, pero sentirme deseada por todos ellos era algo que me faltaba por parte de Juan y la verdad no comprendía su falta de interés en mí, sabiendo que provocaba tanto al resto de los hombres. En el terreno sexual tampoco debería sentirse desatendido, pues soy una mujer ardiente y activa en la cama, entregada a todas sus peticiones… o casi todas, pues solo me negué a una: el sexo anal. Por lo demás, tenía mi cuerpo por entero para él. Y yo además intentaba complacerle en todo lo posible

El juego continuó en aquella mesa, complicándose una vez más. La mala fortuna se presentó de nuevo ante nosotros perdiendo esa mano, incluso llevando buenas cartas, ante una banda de canallas que se relamían. El gordo nos observaba y se reía viviendo nuestra situación más bochornosa.

Adelante bonita, queremos ver ese tentador cuerpo desnudo. – añadió Moncho invitándome a quitarme toda la ropa.

Incapaz de mirarles a los ojos, totalmente avergonzada y con los míos llenos de lágrimas, me desabotoné el vestido y me lo quité dejándolo sobre una silla vacía. Al levantar la mirada todos, excepto Juan que hundía su cabeza entre sus manos, me observaban con lujuria. Lo percibía en sus miradas impúdicas. En ese momento volvían a mi mente los momentos de un año atrás con Juan, cuando se volvía loco cada vez que me desnudaba en su presencia, de la misma forma que estaba haciendo ahora para mis cuatro espectadores hambrientos de carne fresca. Mi conjunto de lencería que tan a propósito me había puesto en exclusiva para mi marido, era un reducido tanga de color burdeos con el sujetador diminuto a juego.

Aparte de mi vergüenza, las miradas de admiración y unos piropos subidos de tono pronunciados por ese conjunto de hombres salidos me alentaba para quitarme la ropa con cierta sensualidad y así lo hice despojándome en primer lugar del pequeño sostén exponiendo mis tetas orgullosamente, pensando al mismo tiempo de qué otra manera podríamos salir de todo aquel embrollo sin tener que perder nuestra vivienda.

No tengo un pecho excesivamente grande, pero si lo suficiente y bien puesto para que el guarro de Moncho lo hiciera público.

¡Preciosas tetas, nena!

Casi como una autómata y ruborizada me deshice de mi tanga, que se ajustaba pegado a mi piel cubriendo ligeramente mi sexo abultado y colándose entre mis glúteos por detrás en una reducida tira de tela. Lo había escogido con todo el cariño, especialmente para mi esposo y poco a poco desaparecía entre mis muslos, ante las observaciones más pormenorizadas de ese público improvisado, hasta quedarme íntegramente desnuda. Sin ser excesivamente alta, mi juventud y mi figura se conservan en su plenitud, con mi piel morena, bien depilada, mi vientre plano y mi sexo arreglado, con el vello de mi pubis ligeramente recortado y depilado a la altura de mis ingles. Sin duda, que ante aquellas sucias miradas, debía ser todo un reclamo sexual.

Joder, sí que estás buena – afirmó Moncho relamiéndose.

Intentaba juntar mis piernas y cruzar mis brazos abrigando mi desnudez ante aquellas miradas que disfrutaban de mi pecho desnudo y de mi sexo. Por otro lado algo me empujaba a lucir esa desnudez ante todos ellos a modo de demostración a Juan, para que viera cómo era una deseable carne apetecible para esos tipos hambrientos a pesar de que él no me prestara casi atención. Mi juventud, la tersura de mis tetas y mi culo respingón, provocaron distintos tipos de alabanzas por parte de la concurrencia y palabras que me hacían sentirme aun más deseada.

No sé por cuánto tiempo permanecí en medio de aquella habitación siendo observada con detenimiento por aquellos hombres, pero no dejaba de pensar que no teníamos más posibilidades… ya que todo parecía haberse acabado. Aparte de lo ya perdido, debíamos más de 100.000 euros y solo contábamos con la garantía del piso, aquello que no quise perder desde el principio. Miré a Juan, que seguía descorazonado incapaz de ver mi cuerpo desnudo, ese que tanto había admirado.

Le arrebaté las escrituras de la mano y las puse sobre el tapete.

Las escrituras como garantía para todo lo que hemos perdido. – dije mientras todos seguían mirándome detenidamente sin apartar la vista de mis curvas.

Era nuestra última oportunidad, la única en la que perderíamos todo en una noche: Nuestras pertenencias, nuestros ahorros, nuestra casa y nuestra dignidad.

Yo permanecí desnuda, junto a mi esposo mientras Moncho repartía las cartas casi sin poder apartar la vista de mí. Juan apenas podía sostener sus cartas entre los dedos temblorosos, nunca le había visto tan mal. Yo debía estar igual, pero aun creía en los milagros y pensaba en cualquier resquicio de salvación.

Creí morirme cuando volvimos a perder en esa nueva jugada… lo estaba viendo y no lo podía creer, todo se nos caía encima.

Bien, chicos, ha sido todo un placer jugar con vosotros, jajaja… ahora nos firmáis un contrato de compraventa y os podéis ir a casa… ah bueno, a mi casa, jajaja… - añadió el vil mafioso que nos había extorsionado de forma tan despectiva y cruel.

Nunca he sido rencorosa, ni mucho menos conocía la palabra odio, pero si en ese momento hubiera tenido una pistola en mi mano, estoy convencida de que habría disparado contra aquel tipo hasta vaciar el cargador, sin inmutarme. A pesar de todo, no tenía fuerzas ni para insultarle, solo veía desaparecer de entre mis manos mis bienes más preciados.

Ah, por cierto preciosa, ha sido un placer poder contemplar ese bonito cuerpo desnudo. No creas que no ha servido para nada, nos has hecho pasar un momento inolvidable. – dijo cuando me disponía a recoger mi vestido.

No recuerdo el tiempo que había pasado desde que Juan me decía cosas así… Los hombres me miraban por la calle, me piropeaban constantemente, ahora, una panda de cerdos se relamían con mi cuerpo y de algún modo me devolvían la autoestima haciéndome sentir muy halagada y ciertamente excitada a pesar de la surrealista situación.

Juan no reaccionaba, ni tan siquiera me miraba… mientras los demás no dejaban de comerme con los ojos. Miré hacia el techo, queriendo buscar fuerzas de donde fuera, pero no veía claro de dónde. Me sentía perdida, utilizada, traicionada… Necesitaba buscar una salida a nuestra ruina. Toda aquella locura, no podría llevar más que a la desesperación. Por eso creí encontrar una salida: Sabiendo que hablaba con un jugador empedernido, me tiré el último farol… un órdago como la copa de un pino. Me puse frente a él con las manos en las caderas y le desafié:

Estoy dispuesta a ofrecerle mi cuerpo si podemos recuperar todo lo perdido.

Se hizo un silencio sepulcral en aquel inmundo almacén, sin que nadie dejase de mirarme extrañado, Juan el primero, como si no me conociera. El pobrecillo no se podía creer lo que oía y mirándome intentaba buscar en mis ojos un atisbo de cordura.

¿Qué estás diciendo cariño? – preguntó al fin mi esposo.

Lo que has oído, Juan…- le respondí con rotundidad - En este momento no nos queda nada. Lo hemos perdido todo… absolutamente todo, hasta la vergüenza y todo ello gracias a ti. ¿Te das cuenta? Ahora deja que yo intente salvar lo poco que nos queda.

Juan volvió a sentirse humillado, golpeado en su orgullo por mis palabras, más en ese momento por saberse perdedor de todo y ahora también del sexo exclusivo de su mujer.

Es una buena oferta, preciosa – apuntó entonces Moncho – porque no niego que follar contigo debe ser una auténtica maravilla, imaginando que tu precioso coño sabrá adaptarse a las circunstancias, teniendo en cuenta que es uno de tus bienes más valiosos, sin embargo, como sabes no me gustan las cosas usadas… y tu chochito ya lo está

Ni siquiera esa última apuesta que yo le ofrecía a la desesperada parecía satisfacerle del todo. El muy canalla no se conformaba con nada, ni aunque nos rebajáramos aun más.

-         De todos modos, muñeca, hay otra cosa que puede estar sin estrenar y me puede servir.

-         ¿El qué? – pregunté confundida.

-         Tu culito, evidentemente… ¿Lo tienes virgen todavía?

-         ¡Noooo! – gritó Juan, intentando detener aquella barbaridad que me proponía el sucio y bastardo mafioso.

Guardé silencio, permanecí mirando a ese hombre fijamente, con total descaro, sin que me importara permanecer desnuda ante su sucia mirada cargada de desprecio y arrogancia. Intentaba recopilar y reorganizar todas las ideas en mi mente, pero desde luego no contaba con la de tener que ceder la parte más sagrada: Mi culo.

Pensé en las veces que Juan me lo pedía y las mismas que siempre se lo había negado, temerosa de que me hiciera daño, de algo que me empujaba a no regalárselo como merecía, con todo mi amor, pero siempre desechaba esa opción, me horrorizaba y ahora me arrepentía a todas luces de no haberlo hecho. Pero en ese momento, ¿Qué otra alternativa tenía?

Sí, soy virgen por ahí. – contesté totalmente hundida, pero intentando disimular mis miedos, mis odios, mis abatimientos

Vaya, que interesante… Podemos hacer negocio, entonces. Estoy dispuesto a hacer el intercambio. Tu culo virgen para mí a cambio de toda la deuda. Sin juegos ni trampas ¿Estarías dispuesta?

¿Contra toda la deuda?

Sí…preciosa.

Estoy de acuerdo, entonces.

Parecía que ni él se lo creía y el pobre de Juan me miraba suplicante, con sus ojos llorosos y casi en un grito inaudible me decía "No" totalmente avergonzado, postrado a mis pies, pidiendo clemencia.

Juan… No tenemos nada y esto es solo sexo. La decisión la tomo yo, del mismo modo que tú tomaste la tuya, llegando a esta situación. Te pido que no lo pongas más difícil, por favor. Algún día me agradecerás que te sacara de este lío… mejor dicho, que ambos saliéramos de este lío.

Se sentó en una de las sillas con aspecto mareado y se echó las manos a la cabeza, pues sabe que cuando tomo una decisión, es irrevocable.

Bien, si todos estamos de acuerdo, pongamos las condiciones. – sentenció Moncho con aquella estúpida sonrisa en sus labios.

Adelante. – dije con mis brazos en cruz de forma retadora y chulesca.

Tienes una mujer valiente y decidida. Te felicito.

El jefe de la banda mafiosa se dirigía a Juan, pero este continuaba derrotado, mirando al suelo, con su cabeza entre las manos

Será un placer estrenar ese culito virgen –añadía Moncho-. Las condiciones entonces son, que sin jugada de por medio, yo os devuelvo las llaves del coche, los 100.000 euros, el talón, la pulsera y las escrituras del piso. A cambio, sobre esta misma mesa yo estreno tu precioso culo. ¿Estamos de acuerdo?

Sí… - respondí con decisión.

Hay un pero… solo yo disfrutaré de tu virginidad, eso está claro. Así que después de mí, tendrás que ceder tu perfecto trasero a los otros tres jugadores. No será virgen, pero al menos tendrán su buena parte de recompensa. No se ven culos así todos los días ¿Sigues dispuesta entonces?

Me parece justo.

Esto último lo dije dándome cuenta que la situación no me estaba incomodando tanto como yo pensaba en un principio. Si bien, sentirme empalada por semejante cerdo y sus compinches era la cosa más repugnante del mundo, mi sexo parecía pensar lo contrario y estaba empezando a humedecerse con la sensación de imaginar la situación de verme sometida, de ser casi violada por aquellos asquerosos tipos. Cuantas veces había tenido esa fantasía, sentirme entregada a unos desconocidos, a cuatro hombres sedientos de mi cuerpo. Provocar esa sensación era excitante para mi incontrolable mente. Estreché la mano del despreciable ser que iba a desvirgar mi orificio posterior sin intentar pensar en las consecuencias, porque si le daba más vueltas, estaba segura de querer arrepentirme.

Juan se agarraba arrodillado a mis piernas en un último intento por pedir algo de juicio por mi parte.

No por favor, no lo hagas… por Dios… no me hagas pasar por esto. – repetía lloroso.

¿Pasar por esto? – Pensaba yo - Resultaba hasta gracioso escucharle decir eso, siendo yo, la única que iba a pasar por el duro trance de poner mi culo en prenda. Ni siquiera me atreví a contestarle, me limité a acariciar con cariño su pelo, pues los dos nos encontrábamos en la encrucijada, intenté pensar que ese era el precio que tendríamos que pagar los dos: Yo, el ser sodomizada por cuatro cerdos y él… contemplarlo.

El viejo verde se fue despojando de la ropa, hasta quedar desnudo, ofreciendo una imagen todavía más desagradable que incluso vestido. Su cuerpo amorfo y gordo, se mostraba repulsivo, velludo, sudoroso y con una enorme barriga. Su miembro se erguía vigoroso, sediento de alojarse en mi estrecho agujero. No sé de qué manera pero al mirar hacia mis pezones noté que estos estaban duros. Preferí no pensar en que aquella situación me estuviera gustando, sin embargo, era evidente que no parecía desagradarme del todo.

Bien preciosa, ponte sobre la mesa boca abajo y deja tu culo en el borde. – me ordenó Moncho.

No quise pensarlo durante más tiempo, de modo que pegué mi pubis contra el borde del tapete y apoyé todo mi cuerpo y mis tetas aplastadas contra la mesa en la que tanto nos habíamos jugado. Imaginaba que mi culo en pompa debía estar expuesto al completo ante aquellos tipos y esa sensación provocaba que mi sexo palpitara, sintiéndome observada y mi cuerpo enteramente codiciado, entregado a sus sucios placeres y ¿Acaso a los míos?

Rápidamente noté entre mis glúteos los dedazos de Moncho que intentaba separar los cachetes para abrirse paso e ir allanando el terreno cercano a mi esfínter. Esos dedos hurgando mi perineo y rozando el final de mis labios vaginales me estaban provocando un gusto interno, absolutamente incontrolable.

Nena, ponte los tacones, porque me quedas algo baja. – dijo sin dejar de sobar mi trasero, la parte interna de mis muslos y mi rajita que seguía emanando fluidos.

Acaté su nueva orden. Me calcé los zancos y volví a ponerme en posición, hecha una "ele" tumbada boca abajo contra la mesa y agarrándome al borde del otro extremo. Enfrente de mí estaba Juan sentado en una silla mirando al suelo, incapaz de ver lo que se avecinaba.

Chúpame los dedos, preciosa, lubriquémonos. – añadió el viejo acercando su mano hasta mi boca.

Sin darme tiempo a rebatir, los dedos gordezuelos de ese espécimen, se introdujeron entre mis labios hasta quedar fuera tan solo sus nudillos. Pensaba para mí, que el dolor podría ser insoportable sino se los chupaba, de modo que también accedí. Saqué toda la saliva que pude y la esparcí con mi lengua por esos dedos. Me sentía sucia de hacerlo, pero más teniendo a mi marido delante, me sentía como una vulgar puta.

No podía verlo pero parecía que Moncho se untaba aquella saliva sobre su verga y a continuación en la entrada de mi esfínter que se abrió paso con cierta dificultad a uno de sus pulgares que pronto estuvo insertado casi en su totalidad. Di un pequeño grito al verme invadida de esa forma tan repentina. No dolía pero era del todo incómodo.

Que estrecho, bonita, me vas a hacer ver las estrellas. Verás que bien que lo pasamos, princesita – añadía el gordo seboso – Y tu maridito se ha perdido este divino culo que yo voy a perforar ahora, no me lo puedo creer. Juan, ¿Cómo has dejado escapar semejante preciosidad?

Metía y sacaba su dedazo de mi ano, al tiempo que soltaba risotadas nerviosas. Mi esfínter poco a poco se relajaba. Los demás disfrutaban de la escena y alguno había sacado su polla para masturbarse ante aquel show. Aquella situación tan extraña, estimulaba mis más oscuros sentimientos encontrados, por un lado la repulsión y por otro el hechizo de una fantasía incumplida.

Nena, creo que debes relajarte sino quieres que te haga daño. – volvió a insistir el cerdo, introduciendo otro dedo.

Mi respiración iba en aumento, me sentía tensa al notar como un segundo dedo quería hacerse paso, estaba aterrada y gimoteaba entre miedo y una sensación de placer extraña.

¿Ves como te gusta? Creo que con esta estrechez me vas a dejar bien seco, bonita. Aunque no sé si lo que más me gusta es romperte el culo o hacerlo delante del cornudo de tu marido… jajaja

Tendría que gritar, solo por oírle decir aquello, sin embargo a mí me estaba pasando algo parecido, me sentía feliz de cumplir una de mis fantasías más soñadas, ser sometida por un ser despreciable y el morbo de que mi marido estuviera presente, tan cerca de mí.

Recordé los momentos en los que Juan y yo éramos novios, aquellos en los que nos conocimos, cuando éramos tan felices y ahora la cosa estaba siendo bien distinta, ni siquiera nuestros encuentros sexuales llegaban a nada, en un polvo rápido de fin de semana. Y creo que hacía tiempo que no me sentía excitada, pues casi tenía que fingir mis orgasmos, medio apagados con él. Ahora un tipo asqueroso, al que no hubiera ni mirado a la cara en otra situación, estaba hurgando mi sexo y mi ano con sus torpes y calientes dedos, proporcionándome un placer desconocido.

De pronto noté como la cabeza del miembro de Moncho intentaba adentrarse en mi culo lentamente. Me agarré con fuerza al borde de la mesa, arrugando el tapete verde entre mis dedos. Seguí pensando en los encuentros con Juan, nuestros besos, nuestras caricias, nuestras sesiones de sexo en la playa… intentando sacar de aquellas veces la comparación con una que ahora debía ser ultrajante, hasta que aquel corpulento hombre me penetró con fuerza, empalándome con su grueso pene al completo.

¡Ahhh!- Grité con todas mis fuerzas al mismo tiempo que Moncho comenzaba a bombearme con toda su verga en el interior de mi inexplorado orificio.

Abrí los ojos y podía ver entre lágrimas la cara de asombro de Juan, viendo la mía, sufriendo ante aquella intromisión de mi parte más sagrada, la que nunca tuvo él ocasión de probar, a pesar de rogármelo en tantas ocasiones.

Que apretadito nena, como me gusta, eres una maravilla. Exprímeme fuerte, preciosa… - seguía diciendo aquel hombre, mientras yo no dejaba de emitir lamentos y gritos ahogados. Me estaba gustando demasiado y quería a toda costa convertir mis gemidos en lamentos.

Ese hombre me estaba sodomizando, me estaba humillando delante de todos… delante de mi marido… pero los músculos de mi esfínter querían agarrarse desesperadamente a la carne que invadía mi interior, abrazándolo… el placer superaba al dolor y a medida que aquella verga se metía más y más adentro de mi culo, más me gustaba, hasta que cerrando los ojos, intenté reprimir un orgasmo que me invadió por completo, haciéndome estremecer de placer. Abrí los ojos viendo como Juan me miraba extrañado, viendo como me estaba corriendo mientras aquel viejo gordo me estaba follando el culo impunemente. Dirigí la mirada hacia su pantalón y note que estaba teniendo una erección, estaba excitándose viendo como se follaban a su mujer, como le partían el culo sin remisión, en una sensación seguramente incontrolada como el propio orgasmo que yo estaba viviendo tan gustosamente.

Moncho resopló como un caballo desbocado y en pocos minutos se corrió en el interior de mi culo, percibiendo el calor de su semen inundándome los intestinos. Respiré ciertamente cuando detuvo sus embestidas, pero sentí incluso cierto dolor, cierto desasosiego cuando hubo extraído su miembro de mi oprimido agujero. Cerré los ojos intentando reponerme, pero duró poco tiempo… pues una segunda polla se estaba abriendo paso en mi culo para seguir embistiéndome, para seguir castigando mi dolorido ano y al tiempo enardecer todos y cada uno de los poros de mi piel, abordando placeres internos que desconocía por completo. No podía creer que algo tan delicioso pudiera estar ocurriéndome en una situación así de dramática. Volví a correrme una vez más cuando aquella nueva polla inundaba de semen mi culo y se desbordaba cayendo por mis temblorosos muslos.

Preferí no mirar hacia atrás para saber quién era el que me estaba penetrando, prefería dejar pasar el tiempo lo más rápidamente posible, avergonzada de mí misma, de no querer reconocerme en algo que debería resultarme repugnante y no estar viviendo uno de mis mayores placeres… el mejor de mi vida, posiblemente. Intenté concentrarme en otra cosa y pasar el trago de mi atormentada mente de la mejor manera posible. Pero cuando un cuerpo lujurioso se ausentaba de mi espalda, volvía a soñar con otro, lo anhelaba. Por algún momento me olvidé de Juan y de cómo sería nuestro futuro a partir de entonces, a saber si nos podríamos perdonar mutuamente todo… seguramente nuestro amor y el tiempo cicatrizarían las heridas.

Intenté ahogar nuevamente el placer y hundí mi cabeza contra el tapete verde cuando el último jugador me folló el culo como un bestia y me adentré en un nuevo orgasmo que me hizo temblar, que me hizo estremecerme hasta lo insólito. Todo mi cuerpo se transformaba, se producían cascadas de placer que nunca antes había recibido.

No sé muy bien si perdí el conocimiento tras ese instante o el cansancio me dejó dormida después de tanto dolor, tantas sensaciones, tanta locura. Cuando abrí los ojos, me encontré a Juan frente a mí, vistiéndome y esbozando un amago de sonrisa, intentando borrar nuestro padecimiento en algo que sabíamos había sucedido para salvar nuestro patrimonio, pero que nunca podríamos olvidar… y al mismo tiempo nos preguntábamos si salvaría nuestro matrimonio.

Hoy no me arrepiento de que aquellos cuatro cerdos me desvirgaran el culo delante de mi marido… estoy más arrepentida de que aquello me hubiera gustado tanto y no estoy segura del todo, nunca se lo pregunté, pero creo que a Juan también le gustó.

Sylke (27 de enero de 2009)