Apocalíptico hero (Parte Segunda)

Segunda parte de la serie. En un mundo futuro arrasado por la enfermedad, la guerra, el crimen y el odio, un hombre arrastra a parte de sus seres queridos supervivientes en una huida hacia la paz, la libertad y el amor.

I

Había días en los que el mundo parecía un lugar pacífico, en los que no había malas noticias y en los que el grupo se podía sentar a comer o a descansar tranquilamente. Eran días en los que parecían estar ellos solos sobre la faz de la tierra; y eso que pudiera parecer deprimente a Joss le hacía sentir optimista. Entre los tres adultos, Asn, Yio y Joss, apenas habían tenido una conversación en todo aquel tiempo en el que viajaron en compañía, todo lo más para hablar de planes de huida, organización del campamento, distribución de la comida… Uno de esos días tranquilos Joss anhelaba una charla tranquila con ellas, o al menos con una de ellas, para aliviarse de sus problemas de ansiedad de todo aquel tiempo, problemas por cierto bien disimulados hasta ese momento para no alarmar al grupo. Después de varias semanas Joss también empezó a anhelar otro tipo de alivios, por eso cogió condones de aquel supermercado, albergando poder tener sexo con alguna de sus compañeras. Pero Joss en su fuero interno no creía apenas en sus posibilidades de poder lograr su deseo. Antes de la hecatombe casi no había reparado en ninguna de aquellas dos mujeres, y quizá no habría expresado una opinión positiva ni de la una ni de la otra. Sin embargo, ahora era bien distinto, y si no en el plano afectivo y personal, sí empezó a valorarlas en el sexual. En Asn, su cuñada, una mujer que le pareció siempre un tanto mojigata, pero que a la vez vio como una amiga cercana, ahora veía a una atrayente mujer de casi cincuenta años con la que bien podría pasar un rato placentero. Se le iban los ojos detrás de sus voluminosos senos, un tanto caídos sí, pero enormes. De pelo oscuro y corto, un metro sesenta y cinco, culo un pelín escurrido, trato amable, una voz un poco chillona, mujer abnegada en los cuidados de los chicos y también de él mismo; llevaba desde hacía un par de años gafas de montura color rosa que le añadían cierto interés a su rostro. Por otro lado, Yio, también con sus gafitas de toda la vida, que le daban un aire inocente que poco tenía que ver con su personalidad determinante en algunas formas de actuar ante la vida, aunque alguna vez tuviera dudas tras la hecatombe. No variaba su estatura demasiado con respecto a la de Asn, pero paradójicamente de tetas andaba escasa y qué casualidad, poseía un culo de infarto. Pelo oscuro, al igual que Asn, quizá más largo y un año más joven que mi cuñada.

Joss anduvo con disimulo en cuanto a la atracción que sentía por ambas, y las respetó. Temía que si se insinuaba, una bomba de enfados o malentendidos pudiese estallar. Lo que hizo al respecto fue como mucho masturbarse alguna que otra vez, escondido tras algunos setos y fantaseando sexualmente con alguna de las dos. Hasta que algo con lo que no contaba Joss sucedió.

II (Joss)

Era un día caluroso, en aquella eterna primavera en la que esperábamos alguna lluvia; yo oteaba el horizonte desde aquel cerro en el que acampamos un par de días atrás. Lo hacía con unos prismáticos que llevaba el tío que abatí en el anterior campamento. No quería alarmar al grupo pero tenía la sospecha de que alguna patrulla podía acecharnos, y que podía estar instalada en una cabaña de madera por la que nosotros pasamos una semana atrás y que quedaba a unas tres horas de coche. Por eso yo permanecía alerta y podía transmitir en cualquier momento la orden de levantar nuestro campamento y huir por el corredor sur del cerro en el que nos encontrábamos y que era una vía de escapatoria opuesta al lugar por el que podía llegar la patrulla. Teníamos ensayada la huída y nos podía llevar unos diez minutos recoger todo y largarnos de allí. Como cuento, hacía algo de calor y dejé la guerrera sobre uno de los asientos del coche, para acercarme a un risco desde el que vigilar. Al cabo del rato volví y pronto reparé en mi error: dejar ropa que las mujeres pudieran lavar. Aquella colada me cogió de improviso y cuando regresé junto a ellas, con los críos jugando a la pelota por otro lado, las vi poner ropa al sol y las vi ponerme mala cara a ambas. Por primera vez me dijeron algo así como “que querían hablar las dos conmigo”. En privado los tres, Yio me mostró la cajeta de preservativos y todo lo que había cogido de la farmacia para menesteres sexuales:

-Asn y yo queremos que nos expliques lo que significa esto -dijo.

-Bueno... -balbuceé avergonzado, comprobando que Asn me miraba con la misma severidad con que lo hacía Yio.

-Mis hijas son solo adolescentes…-comenzó a decir Yio y la interrumpí tajante…

-¡Qué estás diciendo!, ¡Yo jamás me atrevería a algo semejante!¿Por quién me tomas?-exclamé casi en un grito.

A buen entendedor pocas palabras bastan, como suele decirse. Ambas mujeres, albergando alguna duda, callaron. Yo salí caminando airoso y en silencio en dirección al valle, con una determinación.