APOCALÍPTICO HERO (Parte primera)

En un mundo futuro arrasado por la enfermedad, la guerra, el crimen y el odio, un hombre arrastra a parte de sus seres queridos supervivientes en una huida hacia la paz, la libertad y el amor.

Muchos sí pudieron imaginar un mundo así. Se conocieron guerras, horrores y genocidios en el pasado y por eso cualquier situación catastrófica actual no era impensable; lo que sí es cierto es que se mantenía la esperanza en este nuevo siglo de que una situación similar no llegase a vivirse nunca. Joss, nuestro héroe, por llamarlo de algún modo, se preguntaba ocasionalmente por qué alguien como él había logrado sobrevivir en medio de aquel caos y sí tendría fuerza y coraje suficiente para lo que consideraba una titánica tarea aquella que tenía que desempeñar a partir de ese momento. Había leído libros y visto películas sobre distopías, hasta el punto de que aunque para él solo eran ficción, había conseguido extraer bastantes conclusiones que, por qué no, ahora podrían resultarle prácticas. Por lo pronto se trataba de salir adelante, y salir adelante era emprender una huida.

I (Joss)

Me quedé solo en el interior de aquel supermercado solitario, concluyendo el aprovisionamiento -o como otros dirían,saqueo-. Mi grupo me aguardaba en la calle -en el interior del monovolumen en el que nos desplazábamos nómadas en pos de tranquilidad, seguridad y libertad-; y lo hacían vigilantes a pesar de que me habían rogado que no me demorase en volver a unirme a ellos y así emprender de nuevo la ruta. Me acerqué a una estantería de la sección de parafarmacia para buscar algo de entre los pocos artículos que quedaban; poco importaba a veces que lo que rapiñábamos estuviese caducado. Así que encontré una cajita de preservativos, otra de viagra y un tubo de lubricante íntimo y lo guardé todo en un bolsillo interior de mi guerrera de camuflaje.

II (Asn)

Sufrí la pérdida de casi todos mis seres queridos. Los más cercanos que quedaron fueron mis pequeños sobrinos y mi cuñado, el marido de mi hermana menor; hasta ella había caído, al igual que lo hiciera mi marido. La enfermedad y los sangrientos crímenes asolaron prácticamente todo lo que amaba, excepto a quienes me he referido. Deseé caer también, no parecía quedar nada por lo que luchar, pero lo natural era aferrarme a la vida, luchar también por ellos, y huir con ellos. A pesar de que temí que Joss me considerase un lastre, fue de él la propuesta de que me uniese al grupo.

III (Yio)

Enterré a mi marido con mis propias manos. Unas de mis hijas me ayudó a cavar en la tierra y fue un trago muy penoso. Tuvimos que cavar con una sola pala a la luz de la luna, pues temía que en pleno día alguien nos sorprendiese y pudiese atarcarnos. De la poca gente que quedaba en pie había quienes me recomendaban que huyese lo antes posible del lugar, que desde el norte pronto llegarían más de los autodenominados agentes del Nuevo Orden y con peores intenciones de las que ya llevaban los que de avanzadilla merodeaban por nuestras calles. De hecho la gente cargaba lo imprescindible en el vehículo del que pudiese echar mano y después se dirigía hacia el sur. Anduve despistada y quien quiera que fuese nos robó el todoterreno, que hubiese resultado idóneo para nuestra escapada. Entonces lloré, me sentía incapacitada para aquello; debía arrastrar a tres hijos conmigo y sinceramente no supe si hacerlo hacia la vida o hacia la muerte. Fue cuando un monovolumen se detuvo ante la puerta de mi casa.

IV (Joss)

Intuí vida en el interior de la casa de uno de mis mejores amigos y por eso detuve el monovolumen justo ante su puerta. Asn, mi cuñada, me dirigió una mirada de extrañeza mezclada con cierta contrariedad, dando a entender así lo que opinaba de si se me ocurría prestar ayuda más allá de mi propia familia… Dejé el motor en marcha y les dije que no tardaría más de cinco minutos. No sabía de mi amigo, de su esposa o sus hijos desde hacía días, y no es que les debiese nada, pero cuando vi moverse la cortina de una de las ventanas estuve convencido de que algo podía no marchar bien. Golpeé fuerte con los nudillos en la puerta, sin querer llamar la atención con más ruido del necesario en aquel barrio en apariencia solitario. No esperaría más de unos segundos si no obtenía respuesta de nadie, pero fue entonces cuando Yio abrió sigilosamente la puerta principal sujeta a una cadena de seguridad; ambos nos miramos a los ojos durante unos instantes sin decir nada. Noté que lloraba y le pregunté por su marido temiendo la respuesta: él había caído y solo quedaban sus hijos y ella. Le advertí de que lo mejor era que huyesen y ella asintió. No tenemos en qué irnos, me dijo entre lágrimas, así que yo miré hacia el monovolumen desde donde a su vez Asn me observaba fijamente, y le respondí: os vendréis con nosotros.

V (Joss)

A Asn no le gustó en absoluto que Joss incorporara a otra familia monoparental al grupo,y quizá éste desagrado se hizo evidente en su gesto, pero por cierto instinto calló y transigió. Le hubiese gustado decir a su cuñado que por el propio bien de sus hijos lo mejor hubiese sido no recoger a más gente por el camino. Cuando Yio y sus hijos subieron al coche con apenas unas pertenencias, casi no intercambiaron palabras con el resto de los ocupantes. No perdieron tiempo alguno; afortunadamente el depósito de combustible iba repleto y les daría para un largo trayecto; solo quedaba hacer una cosa en aquella ciudad maldita: parar en una armería o cualquier comisaría o acuartelamiento para intentar hacerse de una o varias armas, aunque esto tan solo fuera plan de Joss sin que lo supiesen Asn y Yio, sus compañeras, a las que más tarde Joss tuvo que explicar, no sin controversias, por qué era mejor llevar con ellos los dos rifles de asalto que tuvo la fortuna de encontrar en una cabaña de cazadores.

Las dos mujeres estaban bastante asustadas, sin duda, pero también lo estaba Joss en lo más profundo de su ser, por ellos mismos, por los chicos y por el ambiente amenazador que se respiraba, si bien se sucedían decenas de días sin que viesen a ningún otro ser humano pisar sobre la tierra; acaso algún que otro cadáver putrefacto cuya presencia intentaban obviar e ignorar. Las gentes se rehuían como animales, pero siempre debían estar alerta. Fue duro para Joss disparar la primera vez contra otro hombre, pero fue necesario y así lo entendieron a duras penas sus compañeras. Tuvo fortuna a decir verdad, pues no cogía uno de aquellos artefactos desde que veinticinco años atrás hizo el servicio militar. Aquel hombre se les acercó portando también un rifle; en principio no aparentaba llegar con malas intenciones, pero el miedo interior de Joss hizo que este cogiese uno de los subfusiles del portaequipajes y disparase contra el extraño, siempre después de advertirle que no diese un paso más, a lo que aquel se negó. El tío solo dio un fuerte grito cuando Joss erró su primer disparo, pero inmediatamente apuntó hacia el grupo con su rifle; las dos mujeres gritaron y se echaron al suelo. Entonces una segunda ráfaga de balas lanzada por Joss alcanzó a la cabeza del visitante.

Tras el incidente Joss pasó unos días sumido en el silencio. Admitió que quizá el miedo le pudo y fue de Asn de la que recibió el mayor reproche, y sin embargo Yio defendió su actuación; parecía que el extraño tenía la determinación de haber disparado finalmente contra el grupo; hizo bien en abatirle sin contemplaciones. En realidad se trataba de la primera vez que Joss mataba a alguien, y eso fue duro para él como lo hubiese sido para cualquiera. Yio le apoyó, aunque tampoco le gustase la idea de matar a nadie.

VI (Yio)

Después de la muerte de aquel tipo en el campamento que montamos junto al río, perdí algunos de los miedos que tenía en el momento de unirnos al grupo de Joss. Decidió llevar armas y estas me daban un miedo y un respeto tremendo; eso además me hacía pensar que mi vida, y sobre todo la de mis hijos, estarían amenazadas. Pero cuando abatió a aquel hombre mis consideraciones cambiaron y empecé a sentirme más segura junto a Joss y a confiar en él. Con el paso de los días, el grupo de ocho personas que componíamos se iba aclimatando, acostumbrándonos los unos a los otros. Recordaba a mi marido a veces, pero la huida y la preocupación por la supervivencia me tenían demasiado ocupada y distraída, por lo que había días en los que su imagen no venía a mi memoria. Nos costaba encontrar alimento, pero solíamos tener siempre vituallas almacenadas por si venían malos momentos; Asn tenía ciertos conocimientos de dietética y parecía controlar las necesidades alimenticias de cada cual, pero he de reconocer que tenía cierta desconfianza hacia ella; de sobra sabía que el hecho de que mis hijos y yo nos uníesemos al grupo no le hizo demasiada gracia. No es que estuviésemos enfrentadas y a decir verdad a ambas nos preocupaban todos los menores, tanto a ella mis hijos, como a mí sus sobrinos, en cuanto a cuidados y alimentación se refería. Pero al final descubrí en el fondo de mi ser la razón del recelo mutuo que manteníamos la una hacía la otra.