Aplicando justicia (30)

Me divierto en la isla, salgo a cazar y las dos mujeres se quieren poner al día.

ACTIVIDADES EN LA ISLA -

Estuve un rato despierto esperando por Herminia, pero no apareció, en todo ese rato me quedé pensando que esa mujer tendría toda una historia detrás, Jacinto no daba el tipo por el cual las mujeres corrían detrás de él y me hice mi propio guion.

Quizás hubiese sido una bailarina que también trabajaba en la prostitución, quizás un embarazo no deseado o un “escape” apurada para tratar de zafar de quienes la explotaban, la aparición de Jacinto al que tomó como una “tabla salvadora” para huir, refugiarse en el culo del mundo y poder tener a su hijo/a sin presiones.  Daba para una buena película y pensando en todo esto apagué la estufa.

Me abrigué y me fui relajando ayudado por ruidos distintos a los que estaba acostumbrado, ora en el techo e imaginé ratas o comadrejas, ora algún animal en la espesura de las islas y el consabido golpe de algún coletazo en el agua de peces que saltaban o de alguno de los “grandes” que cazaba y se alimentaba, sí, para que negarlo, pensé en el Surubí pues sabía que atontaba a sus presas con golpes de su cola para después tragarlos, por eso la mayoría de las capturas se hacían enganchándolos por la cola.

Estaba en el mejor de los sueños y, aunque mínimo, el chirrido de la puerta al abrirse me hizo poner en tensión.  Estaba seguro que era Herminia y entreabrí los ojos para ver su figura difusa y alumbrada tenuemente por una linterna de bolsillo, se estaba desnudando y no quise interrumpirla.  Las formas se dejaban ver apetecibles, con la ventaja de no poder notar adiposidades o estrías o celulitis, aun sin creer que las tuviera.  Sin hacer ruido se acercó a la cama y se metió debajo de las frazadas apretándose contra mí.

“No te asustes, soy yo, Herminia , necesitaba sentir tu calor” , -dijo poniendo la boca junto a mí oído” …  La dejé esperando ver que hacía y fue deslizando el torso hacia mi entrepierna sin dejar de mover las manos cuyos dedos apretaban en uno u otro lugar… ¡Ay, madre de Dios, me encanta esta verga! , -expresó con admiración desde debajo de las sábanas y se prendió enseguida.  La tocaba con las dos manos y besaba y le pasaba la lengua al glande como reconociendo lo que se iba a tragar.  Efectivamente, eso fue lo que hizo, se la “tragó” haciendo sólo una parada.

Cuando su nariz se aplastó en mi pubis no pude contener un gemido de placer, me había aferrado de las caderas y no me dejaba mover para dedicarse a lo que parecía encantarle.  Los labios apetecibles me apretaban el tronco al entrar y salir, pero yo sabía que después de la primera impresión placentera que tuve cuando la introdujo en su garganta me podía contener sin mayores problemas.  Se le iba a acalambrar la boca si pretendía hacerme acabar así, aunque se esmerara en esto y vaya que se esmeraba.

“Dejá mi culo en paz” , -le dije cuando aventuró un dedo por allí- y me acomodé para realizar un “69” , hundí sin más mi cara en su vagina depilada y su gemido de satisfacción fue larguísimo.  El gusto a crema humectante me dio a entender que se había rasurado para mí, era evidente que o la hija le había contado y nos había escuchado, como fuere, me encantó el gesto y me dediqué a darle placer con la boca y la lengua.

No pudo seguir con su mamada, se desconectó de todo cuando comenzó a tener orgasmos con el paso de mi lengua en sus labios íntimos y mientras la introducía lo más adentro que podía, el clítoris bastante desarrollado me pareció un chupetín y me prendí a él como si lo fuera. Herminia no se pudo aguantar esto y tomó la almohada para ponérsela sobre la cara y ahogar el grito producido por la descarga del orgasmo que no parecía tener fin.

No quise que se recuperara totalmente y la acomodé boca abajo poniendo la almohada bajo su vientre, sus nalgas eran duras y las acaricié reconociéndolas con las yemas de los dedos y las palmas de mi mano como si fuera un ciego, lo que toqué me encantó y poniéndome de rodillas por detrás acerqué el glande a la vagina empapada.

Herminia se quejó cuando iba entrando, pero tenía más de morbo que me transmitía que de dolor, no tardé en estar completamente alojado en ella tocando sus nalgas con mi pubis y desde allí comencé a incrementar mi ritmo de entradas y salidas.  Le daba fuerte y profundo, sacando casi toda la verga para después introducirme hasta el final sin hacer paradas.

Así lo hice varias veces y cuando ella llegaba al borde del orgasmo, aminoraba el ritmo y lo hacía más despacio, quería cortarle los orgasmos hasta que tuviera uno mayor y quedara desencajada, pero… la experiencia es un grado y sus ganas atrasadas me jugaron en contra porque comenzó una serie de orgasmos chicos sin importarle el ritmo que yo pusiera.

Me la comprimía con sus músculos vaginales como si quisiera estrujarla y la soltaba cuando la contracción aflojaba para que siguiera entrando y saliendo.  El pulgar en el orificio del culo la hizo saltar y el grito de “hacelo, hacelo” , no me hizo dudar.  Apunté el glande apoyándolo y ella comenzó con movimientos de sus caderas para ir acomodándolo a medida que entraba, me apretaba y me soltaba el tronco con el esfínter, era ella quien dominaba la penetración y eso no me disgustaba.

Para mejor, su estrechez ayudaba al placer de los dos, yo trataba de no forzar la entrada, pero cuando faltaban unos cuatro centímetros no aguanté y el golpe de caderas hizo que llegara hasta lo más profundo, ella gritó al no esperarlo y continué con un ritmo fuerte haciendo que retumbara en la cabaña el golpe de las pieles al chocar.

Si tuvo un orgasmo no lo demostró porque tenía la cara incrustada en el colchón, aunque el apretón de su contracción y su inmediata lasitud a posteriori me dio a entender que había existido, entonces me apuré a terminar yo y la llené escuchando su gemido de satisfacción.

Nos quedamos quietos por un rato y luego me salí cuando comenzó a moverse, se bajó de la cama y uso la misma toallita que había usado la hija.  Yo prendí la linterna grande apuntando a una de las paredes de la cabaña y, sin tanta penumbra, pude observar el físico que tenía Herminia , no tenía nada que envidiarle a la hija y no sabía de dónde había salido lo de “gorda” , no existía en ella ningún gramo de más, luego, peinándose con la mano me habló:

  • No me pude aguantar y los vine a espiar cuando estuviste con María José , quería venirme enseguida para acá apenas ella salió, pero preferí afeitarme allá abajo, te escuché que decías que no te gustaba y eso es un placer que me encanta recibir.
  • Me alegro por ello, espero no haberte defraudado, aunque podrías haber entrado cuando estaba con tu hija.
  • No puedo, no me gustan las mujeres y menos que menos con mi hija, las dos sabemos lo que hacemos, pero no nos mezclamos.
  • Por mi está bien, creo que la vamos a pasar muy bien en estos cuatro días.
  • Vamos a estar para lo que nos necesites, Jacinto es un buen hombre y me ha ayudado mucho, pero hay necesidades que él no tiene y yo sí.

No eran necesarias más charlas, la miré cuando se vestía y me acerqué para darle un beso que me devolvió con pasión, recién ahí acaricié sus tetas de pezones erguidos, no tenía la dureza de las tetas de María José, aunque no podría hablar de flojedades, eran tan apetecibles como las de la hija.

Empezaba a abandonarse de nuevo cuando me puse detrás y le tomé las tetas a la par que le apoyaba el miembro morcillón en sus nalgas, pero se desligó diciendo que quería volver, pues no estaba tranquila con Jacinto en la casa.  No le insistí y cuando se fue retomé el sueño enseguida.

Ya a las siete de la mañana, el sonido del canto de los pájaros me sonó a un redoblar de tambores, hice un largo rato de remoloneo, estaba molido pero muy satisfecho, luego me cambié, tomé una toalla de las mías y me fui a lavar la cara.  Terminé con esto y la vi aparecer a Herminia con una taza y una jarra que contenía chocolate caliente, lo dejó sobre la mesa del interior de la cabaña después de darme los buenos días y la seguí.

  • ¿Cómo estás, descansaste bien?
  • Sí, muy bien, pero, me hice la valiente y tengo el culo al rojo vivo, jajaja.
  • Perdón por la parte que me toca, es que tu culo es adictivo y tentador.
  • No, está bien, a mí también me gusta, pero, la falta de costumbre y el grosor de tu verga se hicieron sentir.  Vas a tener que tener cuidado con María José , no tiene experiencia en ciertos “rubros”.
  • Quedate tranquila, me voy a tomar mi tiempo, pero no aseguro que no le vaya a doler.
  • Eso no se puede evitar, aunque si le toma el gusto va a ser mejor que la madre, jajaja.

Se fue riendo de sus propias picardías y yo me di el gusto con el chocolate, estaba exquisito y al poco rato apareció Jacinto y llevaba en la mano el rifle Winchester.

  • Buen día hombre, ¿durmió bien?
  • Mejor imposible, esto es todo tranquilidad, me hacía falta todo este entorno.
  • Mejor así, allí le dejé todo preparado, hay cañas, reeles, plomadas, líneas de mano, tanza, sólo va a tener que sacar carnada chica.  Si se quiere ir a cazar, este es el rifle que tengo.

Me lo alcanzó y tuve en mis manos una joya en lo que a armas se refiere, además como apareció en tantas películas de vaqueros, al tomarlo en las manos uno se hacía a la idea de ser un cowboy del Lejano Oeste americano.  Me fijé que no estuviera cargado y lo sentí acomodado a mi hombro, estaba muy bien cuidado y la palanca trabajaba con suavidad y docilidad.  El aparato de puntería (mira y alza) parecía estar bien, tendría que probarlo.

Le pedí permiso a Jacinto y cuando me lo dio diciendo que hiciera a mí gusto, le puse una bala en la recámara y apunté a una mancha redonda que tenía un árbol que estaba a unos cincuenta metros.  No era muy lejos, una bala disparada por este rifle apenas si llegaba a alcanzar los doscientos metros. pero a esa distancia llegaría con fuerza de choque y precisión.

¡Una pinturita! , el blanco fue perfecto y Jacinto se asombró por esto diciendo que, si me animaba podíamos ir a ver si se ponía algún chancho a tiro, le vendría bien para llevar carne al restaurant.  Media hora después estábamos yendo hacia el interior de la isla.

Caminamos por casi una hora sorteando diverso tipo de malezas y plantas que muchas veces llegaba a nuestra altura porque no quisimos ir por la huella que había dejado anteriormente el tractor. pero, aparte de huellas de distintos animales no encontramos nada para cazar o algo respetable para usar el rifle. Jacinto me dijo de ir hasta una especie de laguna formada en un claro y le dije que estaba bien. aunque de no encontrar nada deberíamos volver.

Estábamos por llegar a la laguna y me hizo señas para que me agachara, quedamos detrás de unas matas y me señaló hacía el lugar, había allí una cantidad enorme de carpinchos de todos los tamaños. Jacinto me dijo al oído si me animaba a dispararle a dos, quería uno de tamaño chico para cocinarlo a las brasas con el disco y uno más grande para llevarse carne y repartir entre los vecinos. ¡Mierda con el pedido! , si sonaba el disparo del rifle podría caer uno. pero los demás desaparecería como por arte de magia.

Que pensara Jacinto lo que quisiera, yo dejé el rifle apoyado en el piso, saqué la pistola y mientras él miraba asombrado, le coloqué el silenciador que llevaba en uno de los bolsillos.  Los animales se agrupaban como a veinte metros, la mira laser me daba la seguridad del acierto y el silenciador jugaba a mi favor, no era muy “de cazador deportivo” pero, eso de repartir la carne entre los vecinos podía conmigo.  Busqué a uno de los que consideré como de seis o siete kilos, apunté debajo de la paleta y disparé.

El “plop” apenas si se escuchó y sin que los demás se espantaran, uno de ellos cayó de costado y quedó con las patas al aire, Jacinto me señaló a uno de los grandecitos parecía ser un macho joven y era mi oportunidad para usar el rifle.  Apunté con cuidado para atinarle debajo de la paleta y disparé con los ojos bien abiertos

El sonido del disparo se debe haber escuchado a kilómetros, los pájaros cercanos y quizás no tan cercanos alzaron vuelo y los carpinchos corrieron como ratas sin colas desapareciendo del lugar.  En realidad, tenía entendido que pertenecían a la familia de roedores y algunas similitudes tenían.  En el lugar quedaron tendidos los cuerpos de los dos animales y guardé la pistola sacándole el silenciador antes de acercarnos.

Uno de ellos era bastante portable pero el más grande pesaría unos cuarenta kilos o más, no iba a ser sencillo llevarlos, en gran parte lo solucionó el isleño, con un machete que llevaba le cortó las patas que eran como pezuñas anchas adaptadas para nadar, de hecho, eran excelentes nadadores.

Hizo lo mismo con la cabeza, cuadrada de hocico achatado y con un cuchillo más chico le abrió la panza y lo vació.  La carne me pareció rodeada de mucha grasa y se lo comenté, me contestó que había que desgrasarlo porque cocinar la carne con la grasa adherida le daba mal gusto, ellos sabrían yo sólo quería probar esa carne y ver que resultaba.

Después hizo lo mismo con el más chico y arrojó los restos al agua de la pequeña laguna, las cabezas y las patas las arrojó hacía el interior de la vegetación, “acá nada se pierde, para mañana serán huesos pelados” , -me dijo y se lo creí-.  Envolvimos lo que quedó en un plástico que él llevaba en su mochila y lo metimos en un bolso impermeable en el cual, no sé cómo, entraron los dos animales.

Aún con lo dejado en el lugar el peso era considerable, rondaba los treinta kilos o más y eso lo arregló con el machete al cortar una vara de un poco más de un metro de largo, pasó las asas del bolso por un extremo, las ató en la mitad para que no se movieran y, con un extremo de ésta vara en cada hombro, con él haciendo punta pegamos la vuelta cargando lo cazado.  El regreso lo hicimos por la huella de vegetación aplastada que había dejado el tractor en algún momento.

Estábamos como a doscientos metros de la casa y Jacinto se arrodilló, luego se tiró de panza al suelo y me hizo una señal para que nos quedáramos quietos, como a diez metros hizo su aparición un enorme jabalí negro, se quedó parado en la mitad de la huella que iba cruzando y nos miró.

Estos animales son de atacar sin previo aviso, su ataque parece ciego y alocado en su carrera, pero sabe bien lo que hace, cuando llega a tu lado un giro de su trompa, merced a los colmillos largos y afilados como navajas que tiene, puede llegar a destriparte, ni hablar de causarte un daño tremendo en las piernas.

Son muy veloces a pesar de sus patas cortas y su cuerpo robusto, éste podría andar solo o con una piara, eso sería un problema muy grande porque no había árboles altos para treparse y nos podrían atacar en conjunto, de correr en ese momento, ni pensarlo.  Yo había quedado arrodillado y el animal luego de gruñir varias veces y mirarnos enojado, se lanzó a la carrera hacía nosotros dos. Jacinto agachó la cabeza poniéndola entre sus brazos y apenas si tuve tiempo de apuntar.

El disparo le dio en la frente y el cuerpo pareció un acordeón, dio un giro para atrás y quedó detenido junto a la cabeza del isleño apuntándolo con sus patas traseras.  Lo primero que se debe hacer con un jabalí supuestamente abatido es no confiarse en su inmovilidad, el tiro de gracia dado con el cañón casi metido en su oreja no dejó dudas.

Jacinto todavía temblaba cuando levantó la cabeza y miró al gran chancho que estaba caído delante de él, ¡Ahh, mierda, creo que me cagué encima! , -dijo mirándome con una sonrisa medio estúpida-.  Yo no pensaba averiguarlo y le tendí la mano para que se incorporara, “este chancho le va a dar de comer a muchas familias” , -dijo Jacinto mirando al animal y sin poder disimular su alegría-.

Me quedé pensando en eso, muchas veces los que tenemos o nos movemos con cierta libertad económica o sin necesidades básicas que nos cueste cubrir, no nos detenemos a pensar en las necesidades de los demás y saber que existen en demasía, te suele “cachetear el alma” .

Le pregunté al isleño como haríamos con ese animal, eran más de cien kilos y moverlo no era “moco de pavo”“Lo dejamos acá y lo buscamos luego con el tractor y gracias Carlos su reacción nos salvó la vida a los dos” …  Le dije que se dejara de joder y seguimos caminando hasta llegar a la casa.

Las mujeres estaban expectantes y nos salieron a recibir, “hay que preparar el tractor, Carlos mató a un chancho grande, es cerca, pero es enorme” , -expresó el hombre-. María José se fue para el lado del tractor y Herminia preguntó si estábamos bien, le dije que si con la cabeza y llevamos el bolso con los carpinchos a una gran mesa que había al costado de la casa.  Se pusieron los dos a trozarlo y a separar la grasa de los pedazos de carne.  La joven se acercó para preguntarme si iba a acompañarla y Jacinto me dijo que no me olvidara de llevar el rifle.

Íbamos de camino y yo me había parado detrás del cuerpo de María José , me parecía que lo estaba esperando y pasé mis manos por sobre sus hombros para prenderme a las tetas duras y acariciarlas a la par que apretaba sus pezones, el gemido de placer se le escapó sin que hiciera nada por contenerse y ella misma se levantó la remera para que mis manos tuvieran un mejor acceso.  Se contrajo y tembló sólo con las caricias y tuvo el buen tino de sacar el pie del acelerador.

El tractor se detuvo suavemente y ella se giró tratando de desabrocharme el pantalón, la ayudé con esto y no tardó en llevarse la verga a la boca después de mirarla.  No era la madre en la mamada, pero se esmeró en lo que hizo, para más, yo venía excitado por la cacería y tomando su cabeza traté de llegar a lo más profundo de su boca, las arcadas no tardaron en aparecer y no le di bola, sólo aflojaba la penetración para dejarla respirar y volvía a introducirme con ganas.  No dijo nada, pero las lágrimas le caían de los ojos cuando le llené la garganta de leche y se vio obligada a tragar.

De seguido no perdió tiempo y se abocó a la tarea de limpiar toda la verga con lamidas y saliva, la dejó reluciente y después me dijo: “Mamá me pidió que me afeitara y quedé toda peladita” , eso merecía un reconocimiento y la ayudé a bajarse el pantalón pidiéndole que se apoyara en el asiento dejando sus nalgas al aire.  No era un trabajo profesional pero no tragaría pelos, esto lo pensé cuando metí la boca en su vagina anegada y ya no fue gemido, se le notó la desesperación para reprimir el grito de placer y movió sus caderas casi como por instinto.

Yo ya estaba listo nuevamente y dejé el trabajo de mi boca para apoyar el glande en su agujerito más chiquito, se tensionó y frunció el esfínter, aunque sólo lo hice para que lo sintiera, me tomaría mi tiempo para eso.  En su vagina ya no tenía que tantear ningún “terreno” y entré sin detenerme, el grito no fue de tanto placer… “Ayy, está más grande que anoche Carlos , pará un poquito, pará, se me estira todo por dentro como si se fuera a romper algo” …  No había nada que romper y no me detuve.

Enseguida pareció agradecerme y se movió adaptando mi ritmo, ella terminó primero con varios temblores y gemidos y cuando no pude más la saqué y todo fue a parar al costado del camino, no tuve tiempo de esperar a que se diera vuelta para llevarla a su boca.

  • ¡Uff, por Dios que linda cogida!, con mamá nos contamos todo y me dijo que anoche le rompiste el culito, pero estaba muy feliz con eso, ¿cuándo me lo vas a romper a mí?...
  • Ya veremos, tiene que ser algo con paciencia, lubricación y dilatación, te tiene que gustar y no que te quede una aversión, esta noche o mañana me vas a sentir en tu culito.
  • Cuando quieras , -dijo arreglando su ropa y poniéndose en marcha nuevamente con el tractor-.

La forma de hablar y de expresarse era bastante inocente y podría haberle hecho el culo sin contemplaciones, pero eso estaba lejos de mi forma de actuar con una mujer, llámenle ego o como quieran, a mí me gustaba hacerlas gozar y que me recordaran.  Cuando llegamos al lugar en que estaba el chancho puso la pala del tractor casi totalmente por debajo del cuerpo del animal y lo único que tuve que hacer es tomarlo de dos patas y hacerlo girar, quedó en el hueco de la pala y pegamos la vuelta.

Al llegar a la casa vimos que se encontraban con Jacinto y Herminia , dos hombres más de la edad del dueño de casa, dos mujeres más grandes y dos muchachones de unos quince años. Jacinto me los presentó y resultaron ser los vecinos más cercanos, se habían acercado alertados por los disparos, si había disparos podría haber algún animal cazado y estaban prontos para ayudar a carnear. Herminia había cortado en trozos y limpiado la grasa del animal más chico y lo había apartado en una fuente, eso era para nosotros, lo mismo con un gran trozo de carne de carpincho que apartó Jacinto , eso se lo llevaría al restaurant.

Limpiaron la mesa y quisieron ver al chancho grande, María José acercó el tractor y lo depositó sobre la mesa grande.  Faltó la música para que la fiesta fuera completa, Jacinto dijo que él se quedaba con la mitad de uno de los cuartos, le quedó media nalga y todo el jamón, eso también se lo llevaría para venderlo, ya tenía compradores que siempre le pedía jamón de jabalí.  Para Fulano, para Mengano, para Zutano y otros, cada pedazo de carne quedó separado y ellos se ocuparían del reparto consiguiente.

El marido de Herminia me pidió permiso y ante mi aceptación le regalo a cada uno una botella de vino para acompañar la comida que iban a hacer, no permití que me agradecieran, sólo les pedí que lo disfrutaran.  Eran como las dos de la tarde cuando se fueron contentos como “perros con dos colas” .  Se había pasado la hora de comer y Herminia dijo de preparar unos fideos con salsa, esto fue rápido y comimos con ganas haciendo bromas por lo que contaba Jacinto del susto que se había pegado.

Herminia y María José dijeron que tenían que ir al almacén y Jacinto estuvo un poco reacio a darle dinero, les pregunté si podría acompañarlas y que no se hicieran problemas a la hora de gastar, que yo invitaba, estuvieron todos de acuerdo, pero Jacinto dijo que él se iba a dormir una siesta y que cuando volvieran estaría listo para irse a la ciudad, que llevaran la lancha grande que era mejor.  Yo fui a asearme un poco y una media hora después salimos para el almacén, teníamos unos treinta minutos de lancha.

María José conducía despacio y noté que las dos mujeres tenían polleras, estaban sentadas una al lado de la otra en los asientos de la lancha, yo estaba sentado sobre una tabla transversal mirando sus espaldas, luego de doblar en un recodo del río Herminia se sentó a mi lado y no le pidió permiso a nadie, comenzó a comerme la boca con ganas y sin inhibiciones mientras una de sus manos me aflojaba el cinturón, bajó el cierre, la dejé que me bajara los pantalones y los bóxer y se sentó sobre mí y, como si fuera una equis, pasó las piernas hacía atrás.

Con la remera levantada y las tetas al fresco dejó que la pollera volara tapando todo desde atrás y se penetró sin hacer escalas, bailó sola moviendo sus caderas, subiendo, bajando y apretándome con sus músculos vaginales.  Me besaba como enloquecida diciendo entrecortada que la volvía loca, una de mis manos fue llevada a una teta, de la otra se ocupó ella, luego siguió con ritmo hasta que explotó en un orgasmo con convulsiones y gemido altos de placer.

María José se volteaba a mirar y se relamía con ganas, la madre se levantó con las piernas que le temblaban y le dijo a la hija, “ahora te toca a vos” .  Ésta le dejó la conducción de la lancha e hizo el mismo trabajo, pero con una diferencia sustancial, se acercó a mi oído y me dijo: “Me puse un montón de crema, ponela en el culo”

Se me puso como un hierro y le contesté que ella la fuera guiando y que lo hiciera despacio, se movía para que calzara bien en el recto y luego de pasar el glande y apretarlo fuerte porque el dolor se hizo presente, esperó para poder continuar.  Lo hacía despacio y mordiéndose los labios en su intento por contenerse, pero lo iba logrando.

Todo iba genial y sin llegar al final María José se movía con algo de placer sintiendo la carne que le llenaba el recto y yo trataba de sostenerla para que no se apurara, pero, el Diablo metió la cola o Carlos su pija hasta el fondo.

Todo sucedió por una ola pequeña que Herminia tuvo que saltar, la lancha dio un pequeño brinco, común para los que navegan en lancha, pero no tan común para quienes se dedicaban a otra cosa.  No la pude sostener, el culo de la joven se movió y se dejó caer, podría haber causado gracia si su culo estaba acostumbrado, pero…

Nada de eso sucedió, al bajar se la enterró toda y el grito que pegó no tuvo nada de gracioso, “se rompió, algo se rompió, sacala, no la aguanto, es muy grande” , -gritaba sin poder contenerse-.  Sus ojos se llenaron de lágrimas y hasta la madre se asustó del grito que dio la hija, dejó de acelerar la lancha y se acercó a María José , le decía que no pudo evitarlo y le pedía que se calmara y no se moviera.  Yo le acariciaba el cabello y le daba besos en el cuello mientras tocaba sus pezones, de a poco logramos que se calmara y tratara de participar.

Esas dos me iban a terminar secando, porque no bien se calmó y se relajó, se auto cogió el culo con ganas, entrando, saliendo, moviendo las caderas y usándome a mí como si fuera un consolador de carne y hueso.  No daba para aguantar más cuando ella terminó le llené las tripas de leche, todavía se quedó un rato más ensartada y se movió para salir cuando ya me había “desinflado” .

Tenía “huellas” que Herminia se ocupó de limpiar, primero con un trapo húmedo y luego con su saliva, María José se limpió con otro trapo.  Al rato nos reíamos los tres porque María José contaba lo que había pasado y el miedo que le agarró porque la sentía tan adentro y creyó que nunca se podría sacar la verga del culo.

  • Te apuraste, tendrías que haber esperado a estar tranquila en una cama , -le dijo la madre-.
  • Ya está, al final no dolió tanto, fue más la impresión que otra cosa.
  • Menos mal que estaba Carlos y tiene un aguante bárbaro, cualquier otro te lo hubiera destrozado…
  • Bueno, veo que se acuerdan de mí, ya pensaba que era sólo un pedazo de carne.

Las dos se acercaron riendo, previa desaceleración de la lancha y me comieron a besos que, lógicamente traté de responder.  Ya estábamos cerca del almacén y nos arreglamos la ropa comportándonos como personas normales y no como animales en celo.  El lugar era enorme, “de todo como en botica” dice el dicho, pues aquí era “de todo como en almacén de isla” .  Las mujeres se desataron cuando les dije que compraran lo que quisieran después de averiguar en la caja si me aceptaban dólares americanos.

Me los tomaban a un precio un poco menor a los de las Casas de Cambio, pero, como los dólares me habían venido “de arriba” no me interesaba eso.  Vestidos, zapatillas, lápiz de labios, maquillajes, cremas, ropa interior (algunas elegí yo) , vaqueros, un par de herramientas, adornos para la casa, artículos de bazar (tazas, platos, cubiertos, jarras, vasos y otros) , suéter, otro par de camperas y no, no se olvidaron de Jacinto , algunas cosas recibió.

Después les tocó el turno a los comestibles y llenaron un par de changos grandes, al momento de pagar no llegaba a trescientos cincuenta dólares, como no me daban el vuelto y la suma tenía que ser exacta, metieron varias cosas más en los changos.  Ambas mujeres estaban enloquecidas, no sabían cómo agradecerme, me reí diciéndoles, “sexo no, por favor, me están secando” , las dos me respondieron con “pucheros” y muertas de risa.  No voy a decir que la lancha iba a hundirse, pero iba cargada por donde se la mirara y yo me sentía muy bien.

Cuando regresamos a la casa Jacinto nos estaba esperando, bajamos todas las cosas en el muelle y amagó con decirme algo por el gasto que había hecho, “no me joda Jacinto, la que tengo no me sobra, pero está para gastarla, ustedes me reciben muy bien, tómelo como un regalo de agradecimiento” , le contesté-…  No me dijo más nada y se lo notaba contento por las cosas que le trajeron a él.  Luego subió a la lancha y sólo me dijo: “Si va a pescar desde el muelle, no tire en aquella punta, hay mucho enganche allí” .  Iba a pasar un par de días en la ciudad y yo tenía para entretenerme…

Continuará…

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