Aplicando justicia (23)

Cumplo con otra parte de la promesa.

EL FISCAL -

A las 20.45 horas estaba cruzando la Avenida General Paz, según se dice, “La Avenida más larga del Mundo” tiene 24 kilómetros de extensión y es el límite prefijado de Norte a Oeste de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires(C.A.B.A.) con el resto de la Provincia de Buenos Aires.  C.A.B.A. comúnmente es llamada Capital Federal , la cual tiene una extensión de 203 km cuadrados y una población estimada de tres millones cien mil habitantes (3,1 M.).

La Provincia en sí tiene un estimado de diecisiete millones de habitantes (17 M.), de los cuales, unos catorce millones (14 M.) se ubican en el Área Metropolitana de Buenos Aires, es decir las poblaciones más cercanas a la Capital Federal , la cual se ubica geográficamente en el mapa de la Provincia de Buenos Aires pero es Autónoma de la Gobernación de ésta, pues tiene Gobierno propio, como si fuera una Provincia aparte.

Repasaba estos datos estadísticos en mi cabeza recordando además que tenía que poner en funcionamiento la tablet pues en los treinta minutos restantes pasaría por diversas zonas o Municipios provinciales y éstos tenían servicios propios de controles de tránsito por medio de cámaras.

Como fuere, que se volvieran locos ellos cuando las cámaras dejaran de funcionar por el lapso de tiempo en que recorría unos quinientos (500) metros con el auto, el caso es que a las 21,40 horas, cambiado con el mono, con la mochila y la gorra de visera pasaba por el alambrado que conectaba al barrio cerrado con el barrio más precario.

Estaba bastante fresco y era el horario de la cena, por eso mismo estimaba que no habría personas caminando por la zona y mucho menos fisgoneando por las ventanas, igualmente iba prevenido pero caminando de lo más normal.  Tenía que cubrir casi trescientos metros hasta la casa, las veredas no eran tan anchas, tenían árboles hacía el lado que daba a la calle y hacía el lado de las casas había paredones, rejas o portones pues las casas en sí estaban a veinte o treinta metros de éstos.

El único problema que se me podría presentar eran los perros que pudiera encontrar en cada casa, más que nada por el barullo que podrían hacer, algunos se escucharon desde las casas pero ladraban como para informar que estaban allí y se calmaban enseguida al ver que yo pasaba de largo.

Sólo uno hizo un poco más de escándalo, terminaba un paredón y comenzaba el límite de otra casa protegida con rejas y desde las sombras apareció uno que se me hizo que era un Rottweiler , ladró fuerte un par de veces y se arrojó sobre las rejas, el aerosol lo roció y ya no lo vi ni lo escuché más, era verdad lo que me habían dicho, “también funcionaba en otros animales” .

Tenía que doblar a la derecha cuando llegaba a una esquina y la casa se encontraba a unos cuarenta metros, sobre una calle cortada de unos cien metros de largo.  Tenía rejas al igual que muchas y ya se les debía haber pasado el miedo porque no vi custodios, ni coches policiales en el frente de la casa.

Me encontraba en un terreno baldío bien mantenido y con muchos árboles alrededor, abierto por dos de sus lados que daban a las respectivas calles, por el otro, al fondo, con un paredón que limitaba con la casa vecina y las rejas laterales de la propiedad del Fiscal.

Frente a mí, a unos diez o doce metros de las rejas, tenía el portón doble de una cochera y los fondos de la casa.  Busqué un lugar por donde escabullirme y no me quedaba más remedio que trepar por ellas.  Lo podía hacer por la mitad, las rejas eran cuadradas y la separación entre ellas era de unos siete u ocho centímetros.

Los pies calzaban perfectos para trepar pero yo lo intentaría por una de las columnas, el primer intento se frustró porque las luces de un auto me hicieron desistir y como desde el coche alumbraban hacia los costados de las casas entendí que sería el móvil de la custodia privada del barrio.

Me zambullí de cabeza detrás de uno de los árboles, no tan grueso pero suficiente para ocultarme y saqué la pistola con el silenciador, lo lamentaría por ellos pero nadie me iba a impedir cumplir con mi “castigo” .  Alumbraron el terreno y parte de la casa ingresando en la calle cortada, dieron la vuelta y repitieron la misma rutina al salir, doblar en la esquina y seguir con las otras casas.

Me salvé o se salvaron porque fueron muy negligentes, el haz de luz de una de las linternas pasó en la ida a una altura de un metro sesenta aproximadamente y de regresó, el que manejaba repitió lo mismo, ergo: lo que hubiera por debajo de esa altura quedaba eximido de ser alumbrado, fuera persona o animales sueltos.  Yo no lo hubiera permitido nunca con gente a mi cargo.

No bien doblaron en la esquina no lo pensé más, me trepé a la columna para saltar y no me costó nada lograrlo, luego me moví hacia los fondos de la casa para ver por dónde podía entrar a ella.  El portón de la cochera era grande pero tenía incorporada una puerta más chica con cerradura común y no me resultó nada difícil abrirla con una ganzúa.  Ya dentro de la cochera vi que estaban los dos automóviles estacionados y entendí que la pareja estaría en la casa.

La alarma estaba desconectada y era algo lógico, al estar las personas moviéndose por la casa los sensores de movimientos no debían funcionar, no hubiese tenido problemas para desactivarlas pero era mejor así.  Desde la cochera se pasaba a la cocina por otra puerta interior y recordando que a estas puertas los moradores no solían ponerle llave probé despacio con el picaporte.

Cedió despacio y entré a la cocina que estaba a oscuras pero apenas en penumbras por los destellos de una luz que provenía del living o el comedor de la casa.  Hacía calor allí adentro, la loza radiante funcionaba a todo trapo y me asomé con cuidado, parecían estar viendo una película, él estirado en el sofá y ella sentada en un cómodo sillón, los dos en ropa interior.

No pude dejar de fijarme que la esposa era una rubia teñida de bastante buen ver y el conjunto que tenía puesto de culotte y sostén le quedaba muy bien.  Él era un tipo bien plantado y vestía de remera y bóxer.  Abrí la puerta rápido para sorprenderlos, la mujer dio un salto y un pequeño grito que pareció auto congelarse mientras se llevaba una mano a las tetas y la otra a tratar de taparse la entrepierna.

Era la que tenía más cerca y la rocié con el líquido soporífero, pareció que lo aspiraba con la boca semi abierta y en menos de un segundo cayó de rodillas y quedó con medio cuerpo sobre una mesa ratona que estaba entre los sillones.  El tipo, sin tomar en cuenta que una pistola lo apuntaba, gritó: “hijo de puta, ¿qué querés?” y no tardó en abalanzarse sobre mí o tratar de hacerlo porque la patada en el pecho lo arrojó por sobre el sofá.

De inmediato estuve sobre él y lo rocié en cantidad en plena cara, ninguno de los dos se movió más y me dirigí rápido a revisar toda la casa, era grande pero toda de una sola planta y los baños, los placares y debajo de la camas fueron los puntos que no me privé de mirar.  Satisfecho y seguro que no había nadie más, volví al living y me ocupé primero de la mujer.

La senté en el mismo sillón en que estaba antes, le saqué el culotte y se lo metí en la boca, le di luego un par de vueltas de la cinta de embalar por la cabeza y quedó muda, que gimiera no importaba, tampoco que me viera.  Las piernas quedaron abiertas y le pasé la cinta, primero por un tobillo y sin cortarla, di la vuelta al sillón y le encinté el otro tobillo.  Lo mismo hice con los brazos y el torso.  Noté al pasar que le faltaba depilación y efectivamente, no era rubia natural.

A él le encinté las muñecas con las manos al frente y lo mismo hice con las piernas pero las até a la altura de los muslos apenas por encima de las rodillas, le iba a pedir que me mostrara papeles, documentación o pruebas que los incriminara y le tenía que dejar cierta movilidad.  Cuando consideré que ya los tenía listos le arrojé a cada uno un vaso con agua en la cara y esperé que se despabilaran.

Primero lo hizo la mujer y revoleaba los ojos llenos de terror trató de moverse, muy pronto descubrió que era inútil y se quedó quieta mirando al marido que comenzaba a despertar.  El tipo pronto demostró ser un pelotudo importante porque gritó que él era un Fiscal del fuero Penal y me iba a hacer buscar por todos lados, “no sabés en lo que te metiste” , fue lo último que dijo antes de que el cachetazo dado cerca del oído lo desparramara a todo lo largo del sofá.

“Quedate quieto porque te tengo que dar un mensaje de quien ya sabés.  Dice así: Tenés conocimiento de muchas cosas y, desgraciadamente, cómo estás fuera de tu trabajo ya no nos servís” , -eso fue lo que le dije esperando por algún tipo de indicio que me encaminara al Jefe de la organización delictiva-, no pasaba sólo por la venganza, tenía que averiguar más y él me podría dar respuestas.

  • No te gastes poniendo tu título por delante, a mí no me interesa que seas Fiscal porque bien que te sabés hacer el boludo cuando te conviene.  En realidad los dos porque el Jefe me dijo que tu mujer es un “buitre” peor que vos.
  • Por favor, piénselo, háblele a don Cosme y pídale que lo reconsidere, yo le puedo hacer los caminos más fáciles a usted y a todos, todavía tengo los contactos, no nos mate, por favor, -ya llorisqueaba sin tapujos y sabiendo lo que se le venía encima trataba de negociar-… Le doy todas las pruebas que tengo contra él y contra Mauro su hijo para que usted las negocie, también todo el dinero que tengo y puedo conseguir más .

Tenía mis dudas pero cuando me dijo que Mauro era el hijo del Jefe de la organización lo tuve claro.  El tal Cosme era el Vicepresidente de la Federación de Empresarios a la que pertenecía Alphonse y el hijo, el tal Mauro , era quien atendía un par de empresas de transporte por camiones del padre.  La bronca me corroía por dentro pero traté de mantener la calma…

  • Me puede interesar, dejá que lo piense, Mauro me puede mandar a perseguir por todos lados, ya lo sabés.
  • Sí, yo sé que Mauro es el violento y el que ordena todo pero también sé que Don Cosme es más razonable.
  • No sé, no sé, mi orden es llevarle tu cabeza y los papeles que pueda encontrar, tiene que ser muy bueno lo que me ofreces para que me arriesgue a perder todo.
  • Por favor, por favor, tengo datos de todas las operaciones de Marcos , como ingresa la droga, cuáles son los camiones que utiliza para eso, como tiene repartidas las zonas y más, mucho más que a usted le tiene que servir, además ahora tengo unos cuatrocientos mil dólares pero le puedo conseguir más.
  • No me mientas, no te conviene, ¿cómo vas a hacer, pedirás prestado quizás?
  • No, no, por favor, es verdad, tengo un dinero guardado en una cuenta en Seychelles, un amigo nos puede llevar en un avión privado, le doy el dinero y mi mujer y yo nos quedamos por allí.
  • No me confío de lo que decís, primero mostrá lo que tenés acá, tengo que ver si me conviene, yo también me la estoy jugando.

La mujer asentía o desaprobaba lo que él decía abriendo los ojos o emitiendo un gemido y movía o no la cabeza para los costados o para abajo o arriba, a mí no me interesaba lo que podía opinar y el tipo tenía tanto miedo que se embalaba tratando de convencerme para zafar del problema y no le daba ni cinco de pelota, creo que, si le hubiese puesto la disyuntiva de liberarlo a costa de ella, no lo hubiese dudado.

Era más que evidente que ella no estaba de acuerdo con el tema de darme el dinero y las pruebas incriminatorias, estimo que consideraba que ya estaba perdida y no había dinero que los salvara.  Entendía que esperar que un supuesto sicario que había sido mandado por los jefes de una organización delictiva como la que ellos, indudablemente, conocían bien, se sintiera condolido respecto de las víctimas que tenía totalmente dominadas, era una utopía que sólo podía darse en las películas de clase “D” (más malas incluso que la de clase “B”) .

El miedo y la posibilidad de librarse de todo hacían que el marido ni siquiera mirara a la mujer, muy pagado de sí mismo, había visto un posible salvavidas en medio de la tormenta y trataba de aferrarse a él sin que los demás importaran.  Totalmente decidido me pidió que lo ayudara a llegar a su escritorio, pues allí tenía lo que debía darme, lo ayudé sólo a levantarse del sofá y caminó con pasos muy cortos por delante de mí.

La rubia teñida dejó de gemir y de moverse cuando me giré y la apunté con la pistola, debe haber leído en mis ojos la determinación porque abrió los ojos grandes y enmudeció bajando la cabeza, sin dudas que esperaba el desenlace y la dejé que lo pensara, aún no había llegado el momento.  El Fiscal llegó a su escritorio, abrió un cajón muy despacio porque yo le apuntaba a la sien disuadiendo cualquier intento de tomar lo que no debía.  Adentro del cajón vi la empuñadura de una pistola pero ni acercó las manos a ella, sólo tomó una llave.

Luego corrió un panel disimulado que simulaba libros iguales a los que tenía en toda una biblioteca de esa misma pared e introdujo la llave en una cerradura, luego apoyó en pulgar de la mano izquierda en una célula fotoeléctrica e hizo girar la llave, la puerta se abrió y le pedí que sacara todo lo que allí había y lo pusiera sobre el escritorio que ya había limpiado de un manotazo.

Primero sacó cuatro carpetas que dejó amontonadas y luego toda una serie de fajos de billetes de cien dólares, allí había más de cuarenta fajos e hizo mención a que había que dejarle algo para pagar el alquiler y los gastos del avión, “después vemos eso” -le contesté- y seguí acomodando todo en la mochila, no alcancé a llenarla porque tenía que dejar el espacio para la tablet y otras cosas, por eso use los bolsillos del mono que llevaba puesto y los de la ropa que llevaba debajo.

Lo había mandado a sentarse en una silla y me miraba cuando pasaba las hojas de las carpetas y directamente las filmaba con la tablet.  Allí había mucha información y vi varios nombres pero no podía perder el tiempo ni sacando fotos ni leyendo lo que allí estaba escrito.  Lo hice lo más rápido que pude y desparramé la carpeta filmada en el suelo, a medida que terminaba hice lo mismo con cada una de ellas, incluso con varios extractos de cuenta de un banco de las islas Seychelles.

El saldo del último extracto registraba un importe cercano a los dos millones de dólares pero no me quise entretener, no me interesaba ni podía complicarme la vida tratando de obtener algo de eso, luego lo hice regresar al living.  La mujer había quedado en una posición medio torcida porque había tratado de zafar de sus ataduras, la miré y lo hice sentar a él en el lugar en que estaba y comencé a hablar…

  • Te tengo que decir que no los conozco ni a ese Cosme ni a su hijo Marco, Mauro o como se llame, la deuda que vos tenés conmigo se paga sólo con tu vida.  Está claro que no te acordás de mí, sin embargo, alguna vez te dije que si tenías algo que ver con la muerte de mi mujer y mi hijo lo ibas a pagar muy caro.
  • ¿De qué mujer?, ¿qué muerte?, no sé de qué está hablando, yo no he matado a nadie, ¿de qué carajos está hablando?, teníamos un trato.
  • Bajá el tono pedazo de mierda, es como si lo hubieras hecho, ya no hay trato que valga, por tu culpa y por mirar hacia otro lado incluso cobrando por eso, los culpables directos no fueron castigados.  ¿Quién ordenó el asesinato de “fulano de tal” que le costó la vida a tantos inocentes en el supermercado “tal”?
  • ¡Oh, por Dios, ya lo recuerdo, sé quién es usted!, le juro que no sé qué pasó allí.
  • ¿Así que no te acordás quien fue?, bien tratá de recordar porque tu mujer comenzará a sufrir como sufrió la mía.

Sin decirle nada más, dirigí la pistola hacia la mujer y el balazo silencioso le destrozó la unión del brazo con el hombro, gimió fuerte y se movió con los ojos a punto de salírsele de la cara, “tratá de recordar” , -le repetí- y ahora el disparo le hizo trizas una rodilla a la rubia que ya no gemía tanto y estaba a punto de desmayarse. “No siga, por favor, no siga, eso fue idea de Mauro para quedarse con las zonas del jefe eliminado” , gritó llorando e hincando las rodillas en el suelo mientras trataba de mantener el equilibrio.

Ya tenía al culpable principal y, aunque la rabia y la impotencia aún corría por mis venas, no me sentía bien haciendo lo que hacía, sin embargo, tenía claro que debía terminarlo, el Fiscal y la mujer ya no joderían más a nadie pero tampoco nadie me devolvería a mi mujer.

“Levanta la vista para que entiendas más o menos lo que se siente” , -ordené y levantó la vista, vencido, sabiendo de antemano lo que pasaría-…  Esta vez le disparé en medio de las dos tetas y por si quedaran dudas, el siguiente le entró casi en la mitad de la cabeza y salió por la nuca arrastrando junto a la sangre resto de huesos y cerebro.

“¿Entendiste cómo es?” , -le pregunté-.  No me contestó con palabras, el sollozo sonó como un grito de agonía y cuando levantó la cabeza para mirarme le disparé en medio de los ojos.  Ya estaba hecho, parte de la deuda estaba saldada y me llevaría un par de horas largas de meditación tratar de superar ese momento, no había sido igual que con los otros pero no había forma de cambiar nada.

Junté los cinco casquillos y los guardé en la mochila, por los proyectiles no me hacía problemas, había comprado antes y usado balas ilegales de plomo sin encamisado, éstas venían armadas en la punta con cinco o seis líneas marcadas que se cruzaban.  A corta distancia eran infalibles y con un impacto más devastador.

El plomo se abría al chocar contra la carne y se aplastaba a medida que penetraba en lo blando y aún más cuando tocaba en huesos, decididamente, eso impedía que se pudieran ubicar las estrías del cañón del arma, se hacía imposible la identificación mediante la Balística y les dejaba la pauta que había sido un trabajo de “profesional” .

Seguramente, un “trabajo” encargado por alguien a los que les molestaba lo que sabía el Fiscal pero que tampoco se había tomado el tiempo de recoger los papeles incriminatorios, además, esto los desconcertaría, se habían dedicado a robar dinero o joyas, se habrían llevado la documentación que les importaba y habían dejado otra muy importante a mano.

Sabiendo que les dejaba un rompecabezas, con todo guardado en la mochila, cinta de embalar usada incluida que me ocupé de retirar con paciencia, miré el escenario y cuando estuve seguro de que no me olvidaba de nada, volví a salir por el mismo lugar por donde había ingresado.

Era como la una de la mañana y hacía unos treinta y cinco minutos que había pasado el rondín de la seguridad alumbrando por las cercanías, ya había notado que lo hacía cada hora y me quedaba tiempo suficiente para llegar al alambrado.  Nadie me vio y ni los perros ladraron, llegué, abrí el alambre, salí, lo cerré y caminé tranquilo hasta el auto que había dejado estacionado a unos doscientos metros de la entrada utilizada.

Regresé al hotel y cuando entré en la suite me urgía meterme debajo del agua caliente, tardé un largo rato allí dejando que el agua me golpeara en la cabeza, la nuca y la espalda.  Relajado y completamente distendido, me sequé, me cambié y a eso de las tres de la mañana salí a tomar una copa en la confitería del hotel.  El barman no era el mismo y cuando le pedí un whisky con hielo le hablé:

  • Espero que me despeje un poco, cuando vine de la empresa quise dormir un rato pues iba salir con una conocida y estar dispuesto a cumplir como un señor pero parece que estaba más cansado de lo debido, me dormí todo, jajaja, me deben haber puteado de lo lindo.
  • Se le nota un poco en la cara señor, jajaja, parece que aún tuviera la almohada pegada , -me contestó-.
  • Se me nota, ¿no?, es porque todavía sigo con sueño…
  • Si le apetece, hay una niña en la punta de la barra que puede ayudarlo a que se despabile.

Me giré para mirarla y me gustó lo que vi, la rubiecita de cabello largo y suelto en bucles no era muy alta y apenas si debía ser uno o dos años mayor que Sol , era delgada y de piernas bien formadas pero de culo magro al igual que las tetas que se adivinaban como peritas, lo que me llamaba la atención era su cara de muñeca y unos labios medianos que invitaban a la mamada.

“No creo que hoy dé la talla pero a un pete me animo, si le interesa que suba a mi suite” , -le dije al barman y me fui para los ascensores-.  No habían pasado cinco minutos cuando golpearon suave en la puerta, abrí, entró y se presentó diciendo que se llamaba Camila .  Yo me comporté como un cliente común, ya antes me había sacado el pantalón y la camisa, tenía sólo el bóxer debajo de la robe y le pregunté cuanto salía el “servicio” , le pagué lo que me pidió y me estiré en la cama.

Ella se ocupó de bajarme el bóxer y lo que se encontró no le disgustó, me miró poniendo cara de “trabajadora” y comenzó con las lamidas hasta que se dedicó de lleno al glande y al tronco con las mamadas.  Me calentaba con sólo mirarla esforzándose por tratar de tragar más de la mitad pero con eso no alcanzaba, parecía que no iba a poder pero me engañó y me tomó de sorpresa.

Después de mirarme con una mirada lánguida pareció como que dilataba su boca y comenzó a tragar dando una especie de “saltitos” con sus labios, así hizo hasta que tocó su nariz en mi pubis, así fue por dos o tres veces y luego fueron movimientos rítmicos entrando y saliendo.  Por momentos se la sacaba de la boca, me pajeaba con la mano y volvía a insistir con la absorción del tronco porque eso me llegó a parecer, una absorción…

La rubiecita había sido una sorpresa y se notaba que ella misma se había calentado con mi verga porque no tardó en bajar una de sus manos a su entrepierna y sus gemidos se hicieron evidentes, la muy putita se estaba haciendo una paja tremenda incentivada por mi verga.  Había logrado pasarme de rosca y mis caderas no se quedaron quietas porque quería perforarle la garganta.

No pude hacerlo, me llevaba una ventaja enorme porque ella dirigía sus penetraciones bucales, ya no me podía aguantar, mi verga temblaba y se la sacó de la boca para decirme apurada, “dámela en la boca, no me disgusta” y de seguido la volvió a engullir.  Para mí como si me dijeran “ahora” y, con la nariz de la niña pegada a mi piel, le llené la garganta de leche, fueron tres o cuatro escupidas que se tragó como si nada y no sólo eso, me lamió toda la verga hasta dejármela brillante pero sin ningún resto de leche o saliva.

“Normalmente no lo hago pero me tenté con tu pija, además, en ningún momento me apuraste” , -me dijo mientras se incorporaba-…   Si se lo hubiera pedido no hubiese tenido problemas en sentarse para darme una cabalgada pero no abrí la boca, con eso era suficiente, había surgido como algo impensado y no quedaba en mí ningún rastro de algún supuesto estrés.  Se arregló la ropa, me dio un beso en la mejilla y se fue tranquila, ¿yo? , bueno, yo me saqué la robe por completo y me desparramé.

Continuará…

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