Apetito sexual
El voraz apetito sexual de una mujer de mediana edad por los adolescentes.
APETITO SEXUAL
(Este relato precede cronológicamente a Hermanos en Acción IV, aunque puede leerse como relato independiente)
A estas alturas de su vida, Laura estaba un poco cansada de la pesadez de lo cotidiano. Sentía un mortal aburrimiento por sus hijas, su casa, su trabajo, su marido. Tenía cuarenta y dos años y era consciente de que ya no le quedaba demasiado tiempo para seguir disfrutando del sexo. Oh, el sexo. Eso era lo único que lograba despertarla del letargo de la monotonía de la vida burguesa. Claro que, para ser sinceros, era precisamente esa vida la que le proporcionaba el tren de lujo del que no podía prescindir, la que le proporcionaba de vez en cuando placeres fugaces pero intensos con jóvenes que conocía aquí y allá y que, por lo general, no pasaban de una noche. Hacía tiempo que había dejado por imposible las relaciones sexuales con su marido, un hombre absorbido por su trabajo que era poco más que una máquina de amasar dinero. Así que, un buen día, decidió que, sola o en compañía de algunas amigas que se encontraban en la misma situación que ella, satisfaría su ardor sexual al margen de su marido. Así de simple. Total, ¿a quién iba a perjudicar? ¿A su marido, que siempre estaba de viaje y que la trataba, poco más o menos, como un florero? A sus cuarenta y dos años era una mujer deseable: rubia, de ojos claros, esbelta, elegante, Podía encender el deseo de cualquier hombre, lo notaba en sus miradas al pasar. Y ella también sentía todo el fuego de la pasión. Había días que el deseo sexual la devoraba, y no estaba allí su esposo para complacerla
Podía encender la llama de la pasión del macho, ella lo sabía perfectamente, pero el macho que a ella le atraía singularmente era el jovencito. No es que hiciera ascos a varones de su edad, si eran atractivos y tenían buena planta, pero su deseo la inclinaba, aun en contra de su voluntad, al muchacho adolescente, tal vez una oscura desviación de su instinto maternal. Aunque ella no quería en absoluto enseñorearse de los muchachos; al contrario, quería que los chavales la dominasen en la cama, que ejercieran su papel despótico y la trataran incluso con dureza. El instinto maternal tampoco tenía mucho que ver, puesto que ella no quería sentirse protectora, sino sometida al varón.
Sus dos hijas, Sandra y Sonia, de dieciocho y diecinueve años, respectivamente, eran como un imán para atraer a los chicos. Sandra estaba ya casi plenamente desarrollada, tenía un cuerpo escultural y unos brillantes ojos verdes, y su hermana Sonia, aunque de cuerpo más menudo, también prometía. Ambas habían heredado de su madre su esplendente y sedoso cabello rubio, y sobre todo la mayor era muy parecida a Laura cuando tenía su misma edad. Como animadora del equipo del fútbol del colegio, Sandra había sido la puerta de acceso de su madre a un mundo juvenil hace tiempo olvidado, pero no del todo. Al principio, su deseo sexual por los jóvenes quinceañeros no había pasado de una mera fantasía. A espaldas de su marido se lo montaba con hombres jóvenes, pero de veintitantos. Follarse a un chaval tan joven era algo difícilmente accesible, aparte de que aún existía cierto tabú que la refrenaba. Precisamente por eso, desde que un buen día empezó a asistir a los partidos de fútbol y de baloncesto del colegio en lugar de su marido, con el que nunca se podía contar y que siempre estaba de viaje, comenzó a tomar cuerpo su fantasía más íntima. Recordaba cómo, un día de primavera, se había puesto especialmente caliente después de ver a los chavales, algunos de los cuales estaban realmente bien formados para su edad, despojarse de sus camisetas y exhibir, de forma casi insultante, su dorada juventud, con el cabello revuelto y el cuerpo sudoroso. Ese día tuvo que encerrarse en su habitación y masturbarse nada más llegar a casa. Uno de los orgasmos más gloriosos que experimentó en su vida, jamás logrado en ninguna de sus reglamentarias sesiones de sexo con su marido, cuando visionaba en su mente al joven macho atlético, físicamente exultante, sudado y desarreglado, metiendo su soberbia polla en el coño babeante de la hembra, sometiéndola allí mismo en el ardor de su juventud, clavándola en su miembro viril para hacerla suya, como el macho dominante marca a sus hembras. Ese día se había corrido varias veces seguidas, de forma incontrolada; su cuerpo no le había respondido, experimentando deliciosas convulsiones de placer hasta dejar sus piernas literalmente temblando, como después de la acometida del semental sobre los flancos de la yegua.
Un viernes de finales de mayo, cuando ya empezaba a hacer bastante calor, al regresar a casa se encontró con sus dos hijas, que salían apresuradamente.
Mamá, hoy no comemos en casa. Nos vamos al chalet de la playa. Estaremos allí el fin de semana, así que no te preocupes.
Ya, ¿y qué pasa con los estudios? Si no me equivoco, habéis suspendido Inglés y Matemáticas, y los exámenes están al caer. Además, me parece que vais demasiado a la casa de la playa. Realmente no sé qué es lo que hacéis allí.
No te preocupes, mamá. Precisamente este finde va nuestra profe de Matemáticas. Se ha ofrecido a ayudarnos, y como hace calor, también nos lo pasaremos bien dándonos un chapuzón en la piscina.
Está bien, pero no entiendo por qué tiene que ir a daros clase al chalet, cuando eso mismo puede hacerlo en casa.
Ya sus hijas se iban corriendo, sin atender a razón alguna. En fin, supuso que era lógico que también disfrutaran un poco de la vida. Para eso tenían un chalet con piscina, y el calor empezaba a apretar. A fin de cuentas, ella y su marido ya casi no lo usaban
Sin embargo, algo en su cabeza le decía que las cosas no encajaban. Su sexto sentido de mujer le advertía de algo que sus hijas ocultaban. Dispuesta a averiguar si había o no algo extraño en los asiduos desplazamientos de sus hijas al chalet de la playa, cogió el coche al día siguiente, sábado, después de comer, y se plantó en la villa en un par de horas. Aparcó fuera del garaje, haciendo el menor ruido posible, aunque no era muy probable que las chicas se percataran de su presencia, y se introdujo sigilosamente. Parecía que todo estaba en orden. Con cuidado, para no ser vista, y después de espiar por varias habitaciones, en las que no encontró a nadie, se dirigió a la piscina. Al principio le había resultado extraño el silencio de la casa, pero cuando se aproximaba a la inmensa cristalera que se paraba el salón de la piscina, escuchó voces. Bueno, no exactamente voces, sino sonidos más bien guturales, inarticulados, y algo extraños. Cuál no sería su sorpresa cuando pegó la cara al cristal y vio lo que estaba sucediendo en la piscina. En efecto, allí estaban sus hijas: Sandra, la mayor, montada encima de un chico que a su vez estaba tumbado en una hamaca. El cuerpo escultural de su hija cabalgaba rítmicamente al chaval moreno y bien parecido, que arqueaba la pelvis y le estrujaba las tetas. La pequeña, Sonia, estaba siendo cogida en el agua por un chico rubito, que le sujetaba las piernas, mientras ella se apoyaba en el bordillo y disfrutaba de los empellones del jovencito. Y en el extremo opuesto, al borde del agua, había dos muchachos guapísimos de unos dieciocho años, morenos, musculosos, con el pelo rapado y aros en las orejas, que se estaban tirando a una mujer que, por su físico, no debía de tener menos de cuarenta y cinco años, casi la edad de ella. Uno de los chavales la estaba dando por detrás con fuerza mientras le comía la polla al otro. ¡Joder, vaya pollón que tienen esos chicos! El rabo que se estaba comiendo la tía refulgía a pleno sol, brillante por la saliva, y el otro no cejaba de penetrarle el culo. De repente, sintió que sus fuerzas la abandonaban, que sus piernas cedían y que en cualquier momento caería al suelo. Sintió una comezón tan intensa y sorpresiva que tuvo que apoyarse en un mueble del salón para no caer. En ese instante experimentó un orgasmo salvaje, sin siquiera tocarse, tan solo mirando cómo los dos chavales se follaban a la mujer. Y debían de estar follándosela bien, a juzgar por la expresión de placer de su rostro. Esa debía de ser la profesora de Matemáticas. ¡Joder con los niñatos estos! ¡Y sus hijas! Así que era a esto a lo que se dedicaban en el chalet de la playa todos los fines de semana. Y ella, como una gilipollas, sin caerse del guindo. Vale que su hija Sandra tuviera relaciones sexuales, ya que en un año sería mayor de edad, pero Sonia sólo tenía quince años, y allí estaba, follándosela a pelo un chavalito de su misma edad. Por unos instantes, después de haberse recobrado momentáneamente del orgasmo, que la había pillado desprevenida, valoró la posibilidad de irrumpir en la piscina y echarlos a todos a patadas. Pero luego lo pensó mejor, después de observar detenidamente al trío. Lo que ella tanto había anhelado, aquello por lo que había suspirado y a lo que había dedicado tantos momentos de placer solitario, lo tenía allí mismo, a unos metros. Instintivamente, deslizó su mano por la entrepierna, abrió la cremallera del pantalón, apartó la braguita e introdujo dos dedos en su sexo. Desde la piscina no podían ver donde se encontraba, de modo que aprovechó para disfrutar intensamente el momento. Tuvo otro delicioso orgasmo a continuación, mientras seguía con la mirada a la mujer que recibía los dos tremendos rabos, uno por el culo y otro por la boca. Y deseó ser esa mujer. En ese preciso momento comprendió que lo que más anhelaba era que esos dos chavales se la follaran a ella, que le rompieran el culo, que la esclavizaran con sus potentes falos de semental, que la dominaran y la trataran como a una perra. Más tarde, cuando hubo abandonado la casa sin despertar sospechas, reflexionó sobre ello y se decidió a contactar con la profesora en cuestión. Aún tuvo que masturbarse furiosamente al regresar a casa. La imagen de los dos chavales follándose a la mujer no se le iba de la cabeza. No tuvo que indagar mucho. Pronto supo la identidad de la mujer, y con la excusa de tratar con ella los estudios de sus hijas, se entrevistó con ella en el colegio. Al principio resultó un tanto embarazoso abordar el tema, pero finalmente logró persuadirla de que le presentara a los muchachos. Ante todo, le convenía colaborar, si no quería que sus relaciones sexuales con dos menores salieran a la luz y provocaran un escándalo. Así se enteró de que los chavales eran hermanos: uno se llamaba Hugo y tenía diecinueve años, y el otro, Raúl, tenía dieciocho, la misma edad que sus hijas.
Entonces, pasó a la acción. Un buen día reservó la casa de la playa para ella sola y para los dos chicos, aprovechando que su marido, como de costumbre, estaba de viaje, y que sus hijas se habían ido de acampada. Ya el primer encuentro sexual resultó de lo más satisfactorio. Como es lógico, ninguno puso objeciones a la posibilidad de follarse a una tía como Laura, con un cuerpo soberbio y unas tetazas y un trasero espectaculares. Los tres se dieron un baño en la piscina y luego bajaron a la playa desierta. Hugo fue a darse un baño, y su hermano Raúl no pudo reprimirse y empezó a besarla por el cuello. Laura, que estaba tumbada en la arena, sobre la toalla, se había despojado de la parte superior del bikini. Raúl se colocó encima de ella y empezó a sobarle las tetas y a lamerle los pezones. La lengua del chico los recorría con ansia, dejándolos duros como garbanzos. Laura no paraba de gemir, y aún fue mayor el placer cuando logró colocar la cabeza del chico entre sus piernas y empezó a devorarle el coño. Laura sentía deseos de hacerle una mamada, pero el chaval le sujetó las manos y le dijo:
- Ya tendrás tiempo de comerme la polla. Ahora te voy a joder bien.
Dicho esto, se quitó el bañador, dejando al aire un rabo enorme, y sin más preámbulos, cogió a Laura de las caderas, la levantó como si fuera una muñeca y la sentó de espaldas a él sobre su gloriosa picha. Cuando Hugo volvió del baño, encontró a Laura clavada en la polla de su hermano pequeño, subiendo y bajando sobre el bien formado cuerpo del adolescente. Hugo se colocó justo delante de ella, su cuerpo musculoso brillante por las gotas de agua, como perlas finas o minúsculos cristales sobre el torso dorado del muchacho. Alargó sus manos para sobarle las tetas, y luego se despojó también él del bañador y exhibió un falo aún más grueso que el de su hermano.
- ¿No es rabo lo que querías? Pues te voy a dar rabo.
Escupió en la polla y empezó a meneársela con la mano derecha, y a continuación, tomando con sus poderosos brazos la cabeza de la hembra, que seguía siendo martilleada sin piedad, le metió el rabo en la boca. Laura engullía el pollón como si la vida le fuera en ello, lo devoraba con ansia, se sumergía en el delirio del placer carnal, clavada sobre el rabo del chaval de dieciocho años y poseyendo la virilidad de su hermano mayor, degustando el sabor inconfundible del sexo masculino con el propio del salitre.
En un momento dado, retiró de repente la polla de los ávidos labios de la mujer.
- Ya vale, Raúl, yo también tengo ganas de follarme a esta cerda.
En un abrir y cerrar de ojos, y haciendo uso de su poderosa musculatura, la levantó en el aire, desacoplándola de la polla de su hermano, le dio la vuelta, colocando su culo en pompa, y la penetró violentamente.
- Ahora te voy a dar bien por el culo, que es lo que te gusta.
Laura hizo amago de lucha, pero su resistencia no duró mucho, ya que el muchacho la tenía bien oprimida entre sus brazos, su cuerpo atlético la cubría por completo y la inmovilizaba como una tenaza, su pelvis encajada en el trasero de la mujer.
Ya sé con quién follas por ahí, cabrón, pero yo no soy una cualquiera.
Tú eres tan furcia como las demás. Os tengo muy caladas. Todas queréis un buen rabo. A mi profesora de Matemáticas Rául y yo ya la hemos enculado. Y a ti te vamos a hacer lo mismo, perra. Cuando hayas sentido dentro mi polla, ya no querrás tener otra.
Hugo le estaba clavando la polla hasta lo más recóndito de su orificio anal. Laura, aunque parecía oponerse a toda esa violencia, estaba experimentando un orgasmo bestial siendo sodomizada por la fuerza por el muchacho de la edad de su hija mayor. Cuanto más la penetraba, mayor era el placer, al que contribuían en gran medida los insultos y expresiones humillantes. El chico la embestía furiosamente por detrás, acoplado su cuerpo a la perfección al culo de la hembra, como dos resortes que se acoplan para formar un mecanismo sin fisuras; le lamía el cuello y la espalda y le mordía el lóbulo de la oreja, soltando toda clase de obscenidades que a ella la ponían aún más caliente. Su mayor fantasía, ser violada por un muchacho adolescente, se estaba haciendo realidad. Y le encantaba. No era el hecho de la violación en sí, por supuesto, ya que en este caso era inexistente, puesto que ella misma, en su fuero interno, accedía, sino la sensación bestial de sentirse colmada sexualmente al ser dominada físicamente por un macho joven.
Después la volvió a tomar con fuerza de los flancos y la sentó sobre el cipote. El hermano menor estaba de pie, detrás de ella, haciéndose una paja mientras admiraba el soberbio culo de la mujer subiendo y bajando sobre la picha de Hugo.
- Y ahora, guarra, viene la traca final. Te vamos a hacer lo que le hicimos a la profe. Venga, Raúl, dale duro.
El quinceañero se agarró el pollón y lo dirigió hacia el ano de Laura, penetrándola de un plumazo y sin darle un respiro. Laura, mientras cabalgaba a Hugo, sólo tuvo tiempo de echar la vista atrás y relamerse de gusto al ver aproximarse la gruesa estaca que le iba a perforar el culo. Entonces creyó que ya no podría ir más allá, que sus fantasías sexuales habían tocado techo, allí, en la playa, entre los dos hermanos adolescentes que la estaban empalando con sus gloriosos cipotes, fornicando salvajemente en plena naturaleza, como en el principio de los tiempos, cuando todavía no existía algo llamado civilización.