Apetecible. Paul Sheldon.
¿Sueñan los destripaterrones con zanahorias eléctricas? ¿Lo hacen?
¿Era sexualmente apetecible? Terriblemente.
¿Estaba a mi alcance? Ni en sueños.
Tenía una belleza difícil de describir, una belleza de otra época. Yo la comparaba con aquellas actrices de los cincuenta, salidas del desguace de la Gran Guerra. Altivas como divinidades paseando su desprecio desde las revistas, décadas antes de la explosión de lo cibernético. A su lado me sentía empequeñecido y vulgar. Ella era una musa. Yo, un destripaterrones.
Con todo, una vez, una sola vez, estuve muy cerca de algo.
Cogimos el ascensor al mismo tiempo, me saludó cordialmente. El vuelo de su falda contrastaba con lo ajustado de su camisa, quedando sus pechos desproporcionados en relación a su cintura. Me aplasté contra el espejo.
Subimos cuatro pisos. De camino al quinto, el ascensor se paró. Me miró interrogante y yo hice lo mismo con el cuadro de mandos.
Pasaron diez minutos, veinte. Yo me afanaba, hacendoso, pulsando el botón de alarma, como si hubiera mil formas distintas de hacerlo.
Ella se descalzó despacio, primero un botín y luego el otro. Se acercó a mí, me tomó suavemente la mano y la retiró del pulsador.
"Déjalo, anda, que me va a estallar la cabeza".
Se me quedó la mano floja en el aire mientras trataba de memorizar la sensación de sus dedos sobre los míos. Estúpidamente, me sorprendió su verdadera estatura. Nunca se me había ocurrido que yo podría ser más alto que ella.
Intenté iniciar una conversación.
"Creo que nunca te había visto sin tacones Debo ser unos diez centímetros más alto que tú ¿No?"
Me miró como quien ve a una zanahoria hablar. Permaneció unos segundos eternos en silencio, valorando si merecía la pena ofenderse. Luego se acercó un poco más a mí y yo me aplasté un poco más contra el espejo.
Nunca la había tenido tan cerca.
Se puso la palma de la mano en la cabeza y, muy despacio, la movió en horizontal hasta meterla con firmeza entre mis labios. Pensé que debía aceptar esa dádiva dándole un beso en la mano pero tenía la boca paralizada. Luego puso su otra mano sobre mi cabeza y valoró el espacio entre ellas.
"Creo que tienes razón".
No recuerdo si parpadeé.
"Estamos a una polla de distancia".
Abrí y cerré la boca varias veces, intentando decir algo, pero en mi cabeza sólo había sitio para una palabra, rebotando y transformándose en infinitas variaciones, explotando en burbujas, parpadeando en neones eléctricos, haciéndome señales de humo.
"Polla, polla, polla, polla, polla "
Se acercó otro poco más, apoyándose descaradamente en mí, y entonces, como una alcahueta rencorosa, como la más perfecta encarnación del mal, el ascensor se movió.
Todas las burbujas explotaron, el ascensor llegó al quinto y, finalmente, abrió sus puertas.
Sin ni siquiera mirarme, salió del ascensor y, allí mismo, en el suelo del rellano, dejó los botines y se calzó. Mientras se cerraban las puertas, se giró y comprobé, ambos comprobamos, que volvía a ser más alta que yo.
06/07/10
PaulSheldon
paul.sheldon.00@gmail.com