Apertura española

En una partida de ajedrez cada movimiento se calcula, se piensa detenidamente, con un único objetivo, derrotar al contrincante... o acaso firmar tablas si sientes que aquel merece la pena.

Karpov, Karpov, que hueles a Caldofrán, la réplica de la parodia viene a mi mente en ese preciso momento, haciéndome añadir un ja a la onomatopeya. Luego mi dedo pulsa el enter y la respuesta se pierde en el ciberespacio hasta llegar a su destinatario. Supongo que para él será un orgullo haberme hecho reír a carcajadas, aunque éstas sean escritas, mientras que para mí es sólo un movimiento más en esta partida múltiple que juego desde mi ordenador.

Ahora son seis los chats que tengo abiertos, dentro de un rato podrán llegar a ser diez, once tal vez. Detrás de cada uno de ellos un hombre, de distinta edad, distinto físico, distinta inteligencia. Todos contra mí solita; no importa, sé que puedo con todos ellos, a la vez, que los iré venciendo uno por uno, hasta que firmen su rendición. Me entretiene, diría más, me divierte mantener este tipo de conversaciones desde la tranquilidad de mi habitación. No me cuesta ningún esfuerzo encontrar la frase para responder a cada uno, de hecho me sobra el tiempo para volver a ver la parodia de Karpov en youtube o jugar a las cartas con mi ordenador. A ellos les cuesta más; buscan la réplica, tratan de excitarme, alguno incluso hasta de seducirme, y eso me deja tiempo para mantener todas estas conversaciones a la vez.

Ya hay tres que me piden que conecte la cámara. Yo decido siempre qué hago y con quién; cuando la partida se pone pesada deja de tener gracia, así que con una serie de movimientos rápidos destrozo sus estrategias, los voy arrinconando, haciendo caer sus torres hasta dejarlos por mate; se despiden diciendo que la próxima vez sí, que la próxima vez me enseñarán la gloria de sus penes. No me importa demasiado ahora que ha aparecido un galán entre el bosque de alfredolandas. Ya he hablado con él otras veces, lo conozco lo suficiente como para saber que vencerlo requerirá toda mi atención, así que me entretengo en cerrar todas las conversaciones, antes de centrarme en él.

  • Me pongo como ausente pero sigo aquí, no quiero que me molesten- le digo. Él es lo suficientemente inteligente como para no hacerse el pretencioso y responde con un lacónico OK.  Siguen unos movimientos de tanteo, para saber como respira el contrario, para ponernos al día y comprobar que no nos hemos olvidado. Me gusta, sabe cómo hablarme, cuándo hacerme reír y cuándo calentarme sin hacerme entrar en ebullución. Desgraciadamente está demasiado lejos como para pensar en hacer reales estas conversaciones y lo que surja. Lo que sigue soy yo cerrando el resto de pantallas. Ni vídeos, ni música, necesito concentrarme para jugar esta partida. Únicamente abro una carpeta para elegir la foto de perfil adecuada: mi mano abrazando mi propia teta, lo suficientemente explicita para saber en qué modo estoy, lo suficientemente casta para que no me bloqueen el perfil. Podría decirme a mí misma que es un movimiento trampa, uno de esos en los que haces creer al oponente que te has equivocado y le has cedido la iniciativa, pero en el que realmente sigues teniendo el control, pero ya he decidido que éste, al otro lado de la pantalla, merece firmar tablas.

  • Te apetece cam??- le digo. Para entonces ya he visto su cuerpo en distintas fotos, las ha ido dosificando, aumentando la carga erótica a medida que la conversación adquiría esos derroteros. Algún otro día me pidió una foto de esas, pero le dije que no tenía. Es mentira, claro que las tengo, cuando menos se lo espere le sorprenderé con una imagen exclusiva para él, pero será en otro momento, otro movimiento en una partida que no me importaría que se eternizara.

La primera imagen lo sorprende; he orientado la cámara para que apunte directamente a mis braguitas. Sin embargo está lo suficientemente despierto (no está, lo es) como para no soltar un exabrupto:

  • ¿Son corazones?- pregunta así, usando los dos signos de interrogación, por el estampado de mi ropa interior.

  • No, son fresitas- le digo. Él dice que mejor, que tiene hambre, yo le digo que si se come primero el postre luego no va a querer comerme más, él dice que quien ha dicho que estuviera hablando de las fresas, yo me muerdo el labio, sonrío y apartando por un segundo la tela le enseño el plato principal. La conversación va ganando poco a poco temperatura, en paralelo al crecimiento del bulto bajo su calzoncillo. Dejo la cámara quieta, de manera que encuadre el final de mis pechos, mi vientre no demasiado perfecto y el ir y venir nervioso de mi mano entre el teclado y mi piel.

  • Puedo verte la...?- pregunto con falsa timidez. A estas alturas sé de sobra que no hay hombre que no quiera mostrar su pene y cantar sus glorias; él, pese a que me pese, tampoco es una excepción. Va bajando poco a poco su boxer, hasta que la polla salta de la tela reclamando su espacio. Llevo el suficiente tiempo en internet para saber que las hay mejores, pero no está del todo mal. Le digo que me gustaría tenerla y por un instante él se queda sin palabras. Su manera de reaccionar es masturbarse para hacerla crecer un poco más. Luego se instala el silencio por unos instantes, hasta que él golpea con su rabo la mesa de su ordenador y yo le respondo gimiendo imaginando que son mis labios los que acaba de golpear con su rabo. Estoy cachonda de verdad. Mi mano desaparece bajo la tela de mi braga, los labios se pliegan al paso de mis dedos. Me toco, dibujo círculos con mi mano tratando de estimular el clítoris. Él asiste en silencio, sin reclamar la desaparición de mi ropa interior. Me deja mi tiempo y eso me gusta, no es de los que pide y pide, ni de los que suelta una burrada tipo te iba a reventar a pollazos, o que follada tienes, no. Él se toma su tiempo, luego su mano abandona su polla y escribe. Yo leo, sin pelos y con señales, la descripción detallada, y casi puedo sentir los aleteos que, dice, su lengua va a prodigar en mis labios. Quizás en otras ocasiones tenerlo ahí, arrodillado y entre mis piernas supusiese mi victoria, pero esta partida es distinta.

  • Dámela- le digo, y él acerca la polla tanto a la cámara que casi estiro la mano para alcanzarla. Después observo, sus manos desapareciendo de plano para escribir, y mientras yo leo y me caliento con su respuesta, sus manos vuelven a asirse al mástil. Mientras él vuelve a teclear, yo me recreo en la descripción, en cómo dice que me va a tirar de los tobillos hasta acercarme a su cuerpo, va a acercar su polla, la va a pasear por mis labios y en el momento en el que menos me lo espere me la va a colar entera de un sólo golpe; luego, sigue apareciendo en mi pantalla a medida que él escribe, me va la va a sacar despacio, casi entera, sólo dejando el capullo preso en la entrada de mi vagina y va a volver a empujar. Yo, más que excitada, me contorsiono para, sin tener que levantarme, conseguir quitarme las bragas. Las levanto, las muestro ante la cámara, él entre emoticonos haciéndoseles la boca agua dice que le gustaría olerlas, yo río, él dice que habla en serio, y muy en serio yo me quedo pensando que tal vez, si esto sigue repitiéndose en el tiempo, quizás debiera pedirle la dirección y mandárselas para descargar en ellas sus finales.

  • ¿Dónde estábamos?- dice él.

  • Estabas follándome- le recuerdo.

  • Siempre estaría follándote ;-)- escribe él y me siento sonreir como una idiota. Para devolver la conversación al punto de no retorno bajo la cámara, la centro en mi sexo, y ayudándome de un par de dedos separo los labios y le muestro mi coño abierto. Se queda embobado por unos instantes, sé que ha caído por él y le cuesta remontar desde las profundidades; luego vuelve a teclear: fóllate para mí, dice. Acerco mi dedo índice, lo paso por el clítoris y finalmente presiono lo justo para colar la primera falange. Él espera, me muestra como se masturba pero mi vista ya no está fija en la pantalla. Ahora que con la cámara orientada hacia abajo sé que no corro el riesgo de enseñarle la cara, miro la acción de mis dedos. Sólo cuando el sonido me advierte de un mensaje nuevo levanto la vista para leerle pidiéndome más. Yo obedezco, sumo otro dedo y una nueva falange.

Cada vez más rápido, imagino la consistencia de una polla dura en lugar de mis dedos entrando y saliendo. El calor me va ganando, recompongo la postura en mi silla para seguir masturbándome. Con los párpados a medio caer levanto la vista; se sigue pajeando para mí, mostrándome orgulloso su pene enrojecido por la fricción. En mi coño también estoy a punto de conseguir hacer saltar chispas.

  • Chúpate los dedos- veo en un momento dado. Tengo que volver a leer. Sabe que no tolero que me den órdenes, pero por esta vez se lo perdono, imagino que está tan excitado como yo y que ha buscado el modo más breve de decir que él lamería mis deditos empapados en flujos hasta emborracharse de mí. Hago caso omiso, mis dedos no abandonan mi coño pero sí incremento el ritmo. No es para él, es por mí, la humedad ha ido aflorando y ya casi chapoteo. Sumo la otra mano, restriego la pipa sin parar de meterme, ya enteros, dos dedos en un frenético ir y venir por mi coño. Me voy descontrolando, ya no necesito leer sus frases. El momento de la excitación ha quedado atrás y ahora me basta a mí solita para continuar ante su mirada. Separo las piernas todo lo que la silla me permite, sigo colando los dedos de la mano diestra mientras que la otra mano alterna viajes entre mi clítoris y mis pechos.

Gimo, me muerdo el labio y ya no sé si es parte del juego o es que simplemente deseo correrme. Desearía algo más contundente que mis dedos, miro a mi alrededor pero no tengo ningún juguete a mano y no puedo parar. Froto mi pipa todo lo rápido que puedo, hasta que el antebrazo se me empieza a cargar. Mis dedos han abandonado el ritmo, ahora penetran y se quedan enterrados por minutos. Quiero correrme, se lo digo sin recordar siquiera si había encendido el micrófono. Da igual, él entiende que ha llegado el momento. Muevo mis manos todo lo intenso que puedo, en un gesto natural, nada forzado. Sé que tengo su mirada fija en la pantalla, que lo he llevado donde he querido y que espera impaciente el momento en que mi cuerpo deje de convulsionarse para incrementar el ritmo de su paja y eyacular para mí. Lo hace, mientras mi cuerpo todavía se agita al ritmo que marca el palpitar de mi coño, él recoge en una toalla vieja el fruto de su corrida.

  • No ha estado mal, verdad? Besitos, chau- escribo antes de que la conversación se alargue y yo corra el riesgo de olvidar que esto es sólo un juego.