Apatrullando la ciudad

Mi encuentro con una patrulla en una noche de lluvia intensa...

APATRULLANDO LA CIUDAD

Era una noche muy fría, llovía suave y constantemente. Mi mente volaba a mis sitios lejanos, al color del Caribe, a mi infancia en el mar.

De vez en cuando, un toque de bocina me recordaba que ahora estaba en mi esquina. Mi compañera, algo nostálgica, se perdía viendo las eternas luces que decoraban la avenida que, a cada minuto, anunciaban que era Navidad.

Yo sólo podía pensar en el mar y que mi cuerpo creyera que estaba allí.

Nuestro chulo nos obligaba a vestir sólo con abrigo, medias de encaje y botas de plataforma muy altas, hiciera frío o calor.

Mis ojos cerrados

Yo seguía en el mar cuando, de repente, mi compañera grita:

-¡Corre, la policía!

No tuve tiempo de reaccionar y, por culpa del suelo mojado, resbalé. De mi amiga no había ni rastro. Resultado: mi culo en el suelo helado, mi tobillo lesionado y un tacón partido. Pero lo peor aún estaba por suceder; allí estaba la patrulla. Ya no podía hacer nada

Eran dos; con mis nervios sólo les pude sonreír. Aún sin levantarme les mostré el tacón roto tratando de explicarles el motivo por el que todavía estaba allí. Intenté levantarme nuevamente pero el dolor de mi tobillo no me permitió hacerlo. Junté las rodillas y uno de ellos vio mi mercancía; buscó mi mirada e intenté cerrar las piernas pero fue imposible.

-Sola no podrás hacerlo, dijo bajándose del coche.

Era alto y bien formado; de penetrantes ojos azules y cabellos muy negros.

-¡Joder! Si lo hubiera visto en otras circunstancias…, pensé.

Con una mano sujetaba el abrigo para que no se abriese mientras él trataba de ayudar a levantarme y, a lo lejos, divisé a "Caramelo", pero disimulé. Allí estaba yo sola.

Al primer intento no pude levantarme y volví caer como un trapo dejando, a la vista de él, todo mi cuerpo desnudo y mojado.

-No te muevas; espetó dando una orden, y mis nervios, ahora sí, me traicionaron.

Me levantó en sus brazos y me introdujo en el temido coche patrulla, dando un portazo.

Allí estaba yo, en el asiento de atrás y, al girarme vi entre la lluvia a Caramelo copiando lo que supuse era la matrícula.

Acelerando nos alejamos del lugar y comenzaron a hablar en clave lo que me preocupaba mucho. Pensé en qué sería lo peor que me pudiera suceder: ¿sólo morir?, ¿la cárcel? Definitivamente, la cárcel

Cometí el gravísimo error de quitarme las botas y mi tobillo que se expandió mucho más de lo normal, cuando advertí que el coche se detenía. No se veía ninguna luz y yo trataba de ubicar el lugar; no era la Jefatura, no era un hospital; ni siquiera había ningún edificio cercano. Cuando acostumbré mis ojos a la penumbra lo reconocí: era un descampado y antes había estado allí.

Pasaron unos eternos segundos hasta que el policía "samaritano" abrió la puerta y descendió. Le vi deshacerse de su correaje y, dejándolo en el asiento que antes ocupaba, abrió mi puerta. Se sentó junto a mí y levantó mi pierna para estudiar el lastimado tobillo. Al hacerlo vio mi desnudez y, paradójicamente, sentí vergüenza cuando ya debería estar acostumbrada a esto. Pero él me hacía sentir vulnerable

-¡Quítate el abrigo! Y, mientras lo hago veo a su compañero ajustando el retrovisor para no perderse la escena.

-¿Cómo te llamas?

-Depende

-Vamos, tu nombre de guerrera.

-"Chupeta"

-Entonces debes chupar muy bien.

-Eso dicen

No sé qué le dijo a su compañero pero se bajó y fue directamente al maletero. Sentí cómo se abrió y se cerró y apareció junto a la ventanilla con una porra muy usada, algo rugosa y marcada. Una porra veterana que entregó al que a mi lado estaba.

La puso entre sus piernas mientras desabrochaba los botones de su camisa, mostrando un pecho corpulento y bien formado.

-¡Chúpala!

-¿la porra?

-Sí, quiero ver lo que ofreces.

Recogí mi melena para que pudiese ver mis artes pero me obligó a dejarlo suelto. Era muy gruesa pero cabía perfectamente en mi boca.

Comencé a chupar el inerte palo maloliente y empolvado y él recogió mis cabellos en un moño urgente. Empecé a mamarlo imaginando que era su polla y no aquel asqueroso palo putrefacto. Dejaba ver mi lengua porque lo que deseaba era excitarlo y parar aquella farsa.

Su compañero encendió un cigarrillo. Sentí deseos de lamer sus abdominales iluminados por la luz del mechero pero tirando el moño hacia atrás lo impidió.

Este juego me estaba excitando y deseaba ver la verga de este policía en mi boca. Quería chupársela por lo que puse lo mejor de mí en el teatro que él había organizado.

Su pecho desprendía un leve olor a madera, hojas frescas, anís y tabaco que perturbaba mis deseos y acrecentaba mis ganas. Lo mejor de todo era que mi chulo no me controlaría el tiempo.

Comencé a escupir en la vieja porra viendo correr mi saliva por ella. Juntando las manos la masajeé en una fingida paja que él disfrutaba porque presionaba más fuerte el moño.

Por fin retiró la falsa verga y puso mi cara en su pecho. Un solo beso en el centro, un beso húmedo y cerrado que fue siguiendo el rastro de su perfume hasta verme con mis labios en el botón de su pantalón. Lo abrí despacio y bajé su cremallera.

Me encontré con el negro vello púbico bien recortado, negro como sus cabellos, y busqué sus ojos para llevarnos el secreto de que yo lo estaba disfrutando.

Su verga era enorme y muy gruesa. Se le marcaban las venas dándole el aspecto de ariete leñoso y experto que tanto me gustaba. Su glande rotundo estaba húmedo de excitación y, presionándolo lo lamí para limpiarlo a fondo. Comencé a mamársela como nunca antes lo había hecho y los gemidos de placer se hicieron más desenfrenados. Eran de su compañero mirón que se corría.

Por fin me puso las manos encima y lo hizo en mis caderas acompañando la danza, arriba y abajo, como una perrita buena. Mis tetas chocaban con sus muslos dejando mis pezones duros que deseaban ser mordidos.

Estirando el moño me llevó directa al eje de su placer y tragué su enorme verga que me ahogaba.

Sentí como golpeaba mis nalgas con la porra y, abriéndolas, la introdujo sin miramientos.

-Me la vas a mamar al mismo ritmo que yo clavo la porra en ti. ¿Lo has entendido, puta?

Su compañero quiso ofrecerse para participar en el juego pero él se lo impidió.

Fue entonces cuando me levantó para clavarme en su polla pero noté su enorme cabezota tratando de reventar mi culo y, apretando mis caderas, se hundió de manera triunfal.

-¡Mastúrbate con la porra! Me gritó. Y yo obedecí sumisa.

Se aferra a mis tetas y veo a su compañero ofrecerme su sucia lengua lasciva.

-A mí también me follarás, me dice desde su asiento.

La danza de mi poli se desenfrena y comienza a gritar. Sus uñas se clavan en mi piel, muerde mi espalda, la porra cae al suelo y su leche inunda mis intestinos

Al retirarme deseo mamársela y lo hago. Sí, me siento una cerda junto a él.

No sé porqué pero no quiero que me olvide, quiero volver a verlo

Ha llegado el esperado turno del compañero. La lluvia es torrencial.

Me sacan del coche entre los dos y, el poli guapo, se recuesta en el capó mientras el otro tira de mis cabellos y me lleva hacia allí. Sigue erecta la tremenda polla que se derramó en mí y otra vez me obliga a clavarme en él. El semen que antes dejó ahora cae por sus huevos aún hinchados y abre mis piernas para que su compañero vea mi coño abierto. Éste se acerca y chupándose cuatro dedos los hunde sin sutilezas, hasta el fondo. Trataba de meterme todo el puño y yo podía sentir como se chocaban en mis adentros. La excitación fue máxima cuando se montó sobre mí y folló mi coño con violentas embestidas.

Me muerden, me chupan… Me empapan de leche

El poli mirón me dice que me quiere mear y frota su polla por mi cara, entre mis tetas

Abro los ojos. Lluvia en mi cara.

Cierro los ojos.

Luces de colores, gente… Noche, silencio

Puedo verte, Caramelo. La veo llorar de felicidad por mi regreso.

Paso de largo y me bajo en mi esquina.

Ojos azules se lleva mi tacón…, pero él volverá.

Margarithe Pourlamer.