Apartamento compartido

(Relato borrado que subo de nuevo a la pagina). Gisela busca compañera de apartamento con desesperación. Al final, encontrará a Adriana, quien cambiará su vida de una manera que nunca pudo imaginar.

Vuelvo a subir este relato que borré. En un un principio, iba a publicar en dos partes. Al final, me he decantado por subirlo completo. Además, he corregido varios errores que se me pasaron por alto y he añadido algunos elementos mas a la historia para hacerla mas completa. Espero que la disfruteis como merece.

Gisela necesitaba una compañera de apartamento.

La anterior se había largado a vivir con su novio a un adosado a las afueras de la ciudad que los papis de este le habían comprado. Aunque en un inicio podría resultarle un fastidio deshacerse de esa pesada fue toda una bendición. En los cuatro años que convivieron juntas no movió ni un dedo, tanto para hacer las tareas domésticas como para aportar algo económicamente. Sin embargo, no podía negar que ahora se hallaba en serios aprietos para pagar el alquiler. Necesitaba a alguien desesperadamente.

Pasaron varias semanas desde que su compañera se había marchado y, durante ese tiempo, estuvo colgando anuncios de aquí para allá, además de promocionarse en redes sociales, todo ello, a la espera de que algún interesado llamase. Sobre todo, quería que fuese una chica y que rondase su misma edad, veintidós años. No estaba por la labor de aceptar hombres, aunque dijeran que fuesen gays. Se mantuvo así, mordiéndose las uñas mientras esperaba a que hubiera llamadas. Un buen día, recibió una.

—Sí, dígame —dijo Gisela algo animada.

—Hola, ¿eres tú la chica que busca compañera para su apartamento? —preguntó una voz femenina que se le antojó agradable.

—Claro —contestó ella encantada—. Mi nombre es Gisela  y si, busco a alguien con quien compartir la vivienda.

—Ya veo —comentó la misteriosa mujer—. Yo me llamo Adriana y, la verdad, tras haber leído el anuncio, he de decirte que me interesa. Me encantaría pasarme un día para verlo y, si no te importa, ya instalarme.

Una súbita euforia revolvió el interior de Gisela. No esperaba que fuera a aceptar tan rápido. Como mucho, tendría que ver el apartamento y luego discutir el tema del precio a pagar por el alquiler. Le resultaba muy raro que quisiera venirse tan rápido. Algo no le gustaba en todo eso.

—¿De verdad te quieres instalar ya? —preguntó sorprendida—. Perdona, pero, me parece muy precipitado que te quieras venir. Primero deberíamos discutir ciertas cosillas.

—Mira, voy a serte sincera —le habló la tal Adriana—. Me he peleado con mis antiguas compañeras de piso y no tengo a donde ir, así que necesito encontrar un nuevo lugar donde vivir. Sé que todo es muy súbito, pero de verdad, estoy conforme con el precio del alquiler y todo lo demás.

La explicación le pareció fiable. Por cómo le hablaba, además, parecía honesta, así que decidió confiar en ella.

—Vale, entonces, ¿cuándo te gustaría venirte?

—Podría ser para principios de la semana que viene —propuso la mujer al otro lado del teléfono—. Tengo que arreglar algunas cosillas primero.

—Por mi perfecto —dijo gustosa Gisela—. Llámame pronto y ya concretamos día y hora para que te vengas.

La muchacha estaba eufórica al ver que tendría nueva compañera, así que en los días previos a su llegada, se dedicó a dejar la casa bien limpia. Por suerte, era pequeña, así que no le llevó demasiado tenerlo todo listo. Para cuando llegó el tan ansiado momento, Gisela estaba comida por los nervios.

Adriana le dijo que llegaría para las cuatro, así que la joven se preparó para estar presentable. Peinó bien su largo pelo castaño claro, conformado en una larga y lisa melena, y se maquilló un poco. Iba vestida con una camiseta de manga corta azul que, realzaba sus grandes y bonitos pechos, y una falda vaquera corta que dejaba al descubierto sus suntuosas piernas. Llevaba una pinta demasiado elegante. Se dijo que no estaba esperando a un chico, pero pensó que debía causar una buena impresión a su nueva compañera.

Cerca de las cuatro, llamaron a la puerta. Gisela dio un respingo, muy agitada ante el momento que se avecinaba. Temblando como un flan, se acercó hasta la entrada. Se quedó allí quieta, sin dejar de darle vueltas a la cabeza sobre con quien se encontraría y qué pensaría de ella. Trató de calmarse, pero sabía que era una tarea difícil de conseguir. Un sonoro pitido del timbre hizo que la chica diera un pequeño bote. Ansiosa, decidió abrir. No podía hacerla esperar más tiempo.

Una vez la puerta quedó abierta, Gisela abrió sus ojos de par en par. Frente a ella, tenía a una hermosa mujer que arrastraba una maleta con ruedas.

—Hola, tú debes ser Gisela —la saludó.

La muchacha no supo qué decir de buenas a primeras, pues se había quedado paralizada, sobre todo cuando notó como ese par de oscuros ojos azules se posaron sobre ella. Parecía como si estuvieran lanzadle un conjuro para dejarla hechizada. Resultaban estremecedores. Notando que iba a quedar muy mal, no tardó en contestar.

—La…la misma con la que hablaste el otro día. —Se notaba muy nerviosa. La voz se le trabó varias veces.

No sabía qué hacer, si darle dos besos o tenderle la mano. Optó al final por la segunda opción, pues no creía que hubiera tanta confianza entre ambas todavía. Además, podría quedar un poco rara, aunque de eso ya se estaba ocupando ella solita con tanto molesto nerviosismo.

—Pues un placer —dijo Adriana encantada—. Pasamos para dentro, ¿no?

—Claro, claro —habló Gisela mientras se hacía a un lado para dejarla entrar— Si quieres, te enseño la casa.

La recién llegada se adentró en la casita y la anfitriona decidió ofrecerle un pequeño tour para mostrarle todo.

Recorriendo el corto pasillo de la entrada, llegaron al final, donde había dos puertas, una a cada lado y, en el centro, unas escaleras. La de la derecha daba al salón comedor, una amplia habitación con un sofá, televisor, estantería, repleta de libros, y una gran mesa rodeada de sillas. La izquierda era la de la cocina, con todos los electrodomésticos y aparatos usuales, además de una pequeña mesa y dos sillas. Al hallarse en la parte de atrás, daba al patio con jardín. La del centro era la despensa.

—Oye, me has mentido —dijo de forma repentina Adriana.

—¿Por qué? —preguntó algo asustada Gisela.

—Me dijiste que esto era un apartamento, pero es, en realidad, una casa —contestó la mujer—. Y bastante acogedora, todo hay que decirlo.

—Si…es que…me da a veces por exagerar las cosillas… —habló la chica balbuceante.

—Oye, ¿te encuentras bien?

Enseguida notó esos ojazos azules sobre ella. Era evidente que se encontraba muy nerviosa y lo disimulaba muy mal, pero aguantar esos hermosos luceros observándola tan detenidamente la hacía resquebrajar. Nada que ver con sus tímidos ojillos marrones claros.

—Es…estoy algo eufórica por tu presencia —se trató de excusar lo mejor posible—. Tenía tantas ganas de verte. Además, eres muy bonita.

Cuando se dio cuenta de lo que acababa de decir, deseó que la tierra se la tragase.

Adriana se la quedó mirando sorprendida. No se esperaba que la dueña de la casa donde viviría a partir de ahora, fuese a piropearla. Gisela estaba tan avergonzada que los colores no tardaron en subírsele a la cara.

—Vaya, gracias —comentó de forma agradable la mujer.

—No, no era mi intención —intentó disculparse la muchacha, aunque le costaba cada vez más trabajo.

—No importa —habló despreocupada Adriana—. Me gusta que la gente me piropee.

Una agradable sonrisa se dibujó en su rostro tras decir esto. Gisela se agitó un poco. No comprendía todavía por qué estaba tan tonta.

—Venga, vamos a ver el piso de arriba —comentó a continuación, buscando dejar atrás el pequeño incidente recién vivido.

Mientras siguió mostrándole el resto de la casa, Gisela no pudo evitar fijarse en Adriana. No había sido un leve cumplido lo que acababa de decirle, de verdad, era una mujer hermosa. Sin que se diera cuenta, observó con más detalle su cuerpo. Llevaba una camiseta negra de manga corta que marcaba muy bien sus pechos. Eran más pequeños que los suyos, pero tenían forma redondeada y la postura erguida los mostraba como una delantera que llamaba bien la atención. Su culo era respingón, bien resaltado por los vaqueros que llevaba. Era delgada, no tan sinuosa como ella, pero se le notaba una figura en forma y, sobre todo, bien bonita.

Gisela se detuvo un momento para pensar en lo que hacía. Siempre le habían gustado los hombres. Se consideraba heterosexual, así que no debería estar fijándose en una mujer como Adriana. Sin embargo, esa oscura duda que, llevaba atormentándola desde su adolescencia, estaba acechando de nuevo, dispuesta a ponerlo todo patas arriba. Y siguió mirando a su nueva compañera como si nada pasase.

—En fin, esta es tu habitación —dijo para concluir la pequeña visita guiada.

Adriana observó con detenimiento la estancia. El dormitorio era amplio y daba a un pequeño balcón donde se mostraban unas hermosas vistas de la ciudad

—Al fondo, tienes el baño —le señaló Gisela—. Es también grande, con su ducha y todo lo demás.

—Perfecto —sentenció su compañera.

Por lo que se denotaba, Adriana estaba conforme con lo que veía. Siguió observándola, fijándose en su deslumbrante pelo negro, cuyo peinado en forma de media melena perfilaba muy bien su ovalado rostro. Tenía un flequillo muy bonito que le daba un aire muy juvenil. Quedó obnubilada ante tanta belleza cuando reparó en algo más que debía comentarle.

—Oye, te quería decir…respecto a si traes a gente…

Adriana se volvió al oírla. Tembló un poco al notar su tan impresionante presencia.

—¿Qué pasa con eso? —preguntó Adriana desconcertada.

—Verás, si te traes a amigos, no me parece mal, pero procura no armar mucho jaleo —le explicó con paciencia—. A mí no es que me moleste, pero los vecinos luego se quejan y no quiero malos rollos.

—Tranquila, por eso no te preocupes —comentó despreocupada la mujer—. No soy de muchos amigos y los que tengo no son muy folloneros.

—Bueno, me parece perfecto —habló Gisela con cierto desconcierto ante lo que escuchaba—. Si traes un chico lo mismo. Además, avísame, no vaya a pillaros en faena…

La incomodidad con la que lo decía le resultó molesta, aunque Adriana no parecía estar perturbada por ello.

—Por eso tampoco te tienes que preocupar —dijo la mujer—. No tengo novio.

Aquello pilló con sorpresa a Gisela. No esperaba que su nueva compañera no tuviera novio. Con lo guapa que era, le resultaba evidente que debía tener pareja, pero no parecía ser el caso.

—Muy bien —terminó la chica—, pues te dejo que te vayas instalado. Yo estaré abajo, por si necesitas cualquier cosa.

Se dio la vuelta, lista para marcharse, pero entonces, Adriana la llamó. Cuando se giró, notó como la miraba apremiante.

—Oye, puedo comentarte una cosilla —le habló con inquieta voz.

La expresión en su rostro dejó asombrada a Gisela. Hasta ahora, la mujer había mostrado una serenidad impresionante, incluso cuando ella misma se había puesto nerviosa, pero de repente, ahora notaba inseguridad. No comprendía nada.

—¿Qué ocurre? —preguntó.

Adriana guardó algo de silencio, lo cual hizo que el ambiente se volviera tenso. A Gisela no le gustaba que la gente se tomara tanto tiempo para decir cosas importantes. Mejor era soltarlas al momento que estar esperando como si creyesen que, por reservarse, nada podría ir a peor.

—Soy transexual.

Afinó sus oídos para oírla mejor. ¿Acababa de decirle que era una transexual? Estaba claro que sí, pero no se lo podía creer. El impacto no fue tan grave como esperaba, pero se preguntó por qué no se lo había dicho antes. Le resultó una actitud muy rara.

—¿Por qué no me lo dijiste antes? —preguntó, tratando de entender mejor lo que pasaba.

De nuevo, Adriana volvió a mostrarse reservada. A diferencia de antes, su carácter desenfadado había dado paso a una timidez que empezaba a resultar exasperante, aunque entendía las razones para hacerlo.

—No quería que me rechazaras o que te negases a dejar que me quedara —le contó un poco temerosa—. En fin, si te molesta, me marcho. No quiero causarte ningún problema.

Fue oír eso y Gisela se le acercó apremiante.

—No, no, tranquila —le dijo con tono conciliador—. A mí no me molesta que seas una transexual. Es solo que me sorprende que no me lo dijeses antes.

—Ya, pero es que a mucha gente parece que personas como yo les damos asco —dijo entristecida Adriana—. De hecho, ese es el motivo por el que me fui del anterior piso. A mis compañeros no les agradaba convivir con una “travesti”. Parecía que fuese a pegarles alguna enfermedad o algo peor.

—Por mí no te preocupes —siguió insistiendo Gisela—. Yo no soy de ese tipo de personas.

—Entonces, ¿puedo quedarme? —preguntó esperanzada la mujer.

—Cla…claro que puedes —respondió la chica.

De repente, Adriana se abalanzó sobre Gisela y le dio un fuerte abrazo. Estrechada entre sus brazos, la joven se sintió algo incomoda al notar su cuerpo apretado contra el de la otra. Sus pechos, grandes y redondos, chocaron contra los más pequeños de su compañera, lo cual la puso más alterada.

—Gracias, gracias, en serio —decía Adriana y, sin previo aviso, le dio un fuerte beso en la mejilla.

Sentir aquellos finos labios sobre su piel, unido al contacto constante entre sus cuerpos, encendió a Gisela. Notó como una electrizante corriente recorría todo su ser, haciendo que un incipiente calor se acumulase en su interior.

—No, no hay de qué —se limitó a decir.

Con una amplia sonrisa, su nueva compañera se dedicó a meter su ropa y demás pertenencias en los sitios correspondientes de la habitación. Gisela, todavía un poco aturdida, decidió marcharse de allí.

Confusa, sin entender lo que acababa de pasar, salió de la habitación. Apoyada de espaldas contra la puerta, cavilaba sobre todo lo ocurrido. Las sensaciones que había notado, ese momento en el que ella la abrazó y besó, enterarse de que era transexual. Habían sido muchas emociones por hoy.

Decidió bajar y prepararse una tila. No para calmarse, pues estaba muy tensa, pero hacérsela la ayudaría a olvidar todos esos pensamientos tan extraños que batallaban en su cabeza.

Los días fueron pasando y, poco a poco, Gisela fue acostumbrándose a Adriana. Para su suerte, la mujer mostró tener un comportamiento correcto y respetuoso. Cada una se dejaba el espacio necesario y, pese a algunas discrepancias iniciales, la convivencia era perfecta. Adri, como prefería que la llamasen, hacía todas las labores designadas, dejaba todo limpio y nunca armó follón. Aparte, a final de mes, siempre tenía todo el dinero preparado para pagar el alquiler. Cuando la chica vio esto, la dejó impactada.

Pasados tres meses, ambas mujeres se habían hecho la una a la otra y prácticamente se consideraban amigas. Gisela pudo conocer mejor a su compañera y, a través de varias conversaciones, descubrir cómo se hizo transexual. Adriana no tuvo una vida fácil. Su transición hacia mujer fue visto como algo horrible por muchos y tuvo que soportar tanto el rechazo de su familia como de sus amigos. Se vio obligada luchar contra prejuicios y discriminación para poder llevar una vida normal. A sus veintiocho años, llevaba tiempo sin ver a sus seres queridos. Según decía, no los echaba de menos.

Gisela, por su parte, seguía encandilada con Adriana. Aun sabiendo que, en otro tiempo, fue un hombre, era muy hermosa, a pesar de que todavía no era una mujer completa. No se había operado la entrepierna para sustituir su pene y testículos por una vagina. No obstante, su aspecto, su voz y su personalidad mostraban que se trataba de una pura fémina. Lo que no podía entender, sin embargo, era la obsesión que la chica estaba desarrollando hacia ella.

Nunca dejaba de observarla, fascinada por su belleza. Siempre estaba presente en sus pensamientos, con una bella sonrisa dibujada en su rostro y esos azulados ojos mirándola tan bella. Por las noches, se le había aparecido en algún que otro sueño y de una manera un tanto subidita. Gisela no comprendía que demonios le pasaba, aunque, en el fondo, lo tenía más que claro. Sin embargo, la chica no se atrevía a reconocerlo. Sentía un enorme miedo a querer enfrentarse a ello. Lo peor, era que su comportamiento se estaba volviendo más errático cada vez que Adriana andaba cerca.

En las últimas semanas, cuando ambas estaban juntas, la chica se mostraba muy esquiva con su compañera, hablando poco y tratando de tener el menor contacto posible. Cualquier excusa era buena para estar fuera de casa y verla poco. Eso hizo que la relación entre las dos se enfriara bastante, hasta el punto de que su compañera ya no se mostraba tan simpática y cariñosa con ella. Le dolía estar de esa manera, pero consideraba que era lo mejor para la pareja, aunque el plan no duró demasiado, pues la culpa la remordía. Ser tan fría con la mujer con la que compartía hogar le resultaba terrible y creyó que se estaba excediendo, así que decidió poner punto y final al conflicto.

Una mañana, ya harta de tanta presión, fue al cuarto de Adriana con la intención de hacer las paces con ella. Sabía que tendría que dar muchas explicaciones sobre su comportamiento o, más bien, inventárselas, pero no le quedaba más remedio si deseaba que la convivencia entre las dos volviera a ser como antes. Algo indecisa, fue hasta la puerta y llamó.

—Adri, ¿puedo entrar? —preguntó la chica.

—¿Qué quieres? —preguntó su compañera desde el otro lado.

—Hablar contigo.

—Vale, pasa.

Entró. Con los nervios revolviéndola por dentro, Gisela no se sentía muy segura de lo que pretendía hacer, pero no le quedaba más remedio. Ya en el dormitorio, se fijó en que Adriana estaba en el baño, así que fue hacia allí. La encontró en el lavabo, terminando de cepillarse los dientes. Tras enjuagarse la boca, se volvió hacia ella.

—¿Que quieres? —le preguntó.

Volver de nuevo a notar esos ojos azules sobre ella, la puso un poco incómoda. Además, como acababa de levantarse, llevaba poca ropa. Tan solo vestía una camiseta de tirantes negra y unas bragas blancas, lo cual dejaba casi toda su anatomía al descubierto. Gisela sintió como algo comenzaba a mojarse por su entrepierna, lo cual no era muy buena señal.

—Te…tengo que explicarte una cosa —comenzó a hablar. Enseguida, los nervios volvieron a hacer acto de presencia—. Últimamente, he estado un poco distante y sé que no he sido buena contigo. Por eso, deseo darte una explicación.

—Ah, no hace falta que me la des.

Cuando la escuchó, Gisela quedó extrañada.

—¿En serio?

Adriana la miró de una manera rara, como si estuviera enfadada con ella. Eso puso muy tensa a la chica. Algo grave pasaba aquí y creyó que, quizás, ya era tarde para dar explicaciones.

—Sí, lo que te pasa es que no te gusta tener por aquí cerca a una chica como yo.

Aquella respuesta no fue lo que esperaba.

—¿Una chica como tú? —La muchacha estaba confusa— No te entiendo.

Su compañera gruñó irritada y Gisela retrocedió un poco al verla tan furiosa. Seguía sin comprender cuál era el problema. Ni siquiera tenía que ver con lo que le ocurría, en realidad.

—No puedo creer que seas tan corta o , yo que sé, igual te lo estás haciéndo —habló frustrada—. Te molesta convivir con una transexual, a eso me refiero.

Nada más oírla, Gisela buscó explicarse. Aquella no era la auténtica razón y tenía que hacérselo saber.

—No Adri, no es verdad. ¡No es por eso! —intentaba decirle desesperada, aunque parecía no convencerla.

La transexual sonrió sarcástica y emitió un resoplido que evidenciaba lo decepcionada que se hallaba.

—Siempre pasa lo mismo. Al inicio todos son muy tolerantes, porque, oye, hay que pagar el alquiler, pero luego, no desean que te cruces con ellos, no sea que vayas a pegarles algo. —Su tono de voz sonaba entre burlesco y resentido—. Pues sabes que, si no te gusta convivir con alguien como yo, si tanto asco te doy, no tienes más que decirlo y me largo.

Gisela se acercó a su amiga, pero ella se mostró esquiva e, incluso, trató de no mirarla.

—Adriana, no es por eso, te lo juro —le dijo impotente la joven.

—Sí, lo que tú digas, pero bien que ya no me quieres tener cerca, ni tan siquiera para hablar conmigo —comentó poco convencida la mujer.

De repente, echó a andar, directa hacia el dormitorio. La muchacha se quedó allí parada, sin saber que decir o hacer para arreglar semejante embrollo. Escuchaba los pasos de su compañera detrás y, para ella, le resultaban como puñaladas en su corazón. Sin poder contenerse más, comenzó a llorar.

—Oh, por favor —dijo Adriana muy disgustada—. No me digas que ahora vas a lloriquear. Si crees que con esto vas a hacerme creer que estás arrepentida, la llevas clara.

Se volvió para mirarla. Varias lágrimas caían de los ojos de Gisela, muy triste por lo que estaba pasando. Intentaba serenarse, pero le era imposible. El dolor la mataba por dentro.

—¿De veras crees que he actuado así porque me disgusta que seas una transexual? —habló entre sollozos.

Adriana la miraba impasible, como si la cosa no fuera con ella.

—Y si no es por eso, ¿por qué se trata?

La miró con los ojos ya rojos de tanto llorar y, sin dudarlo, se lo dijo:

—Porque me gustas.

Al oír esto, su compañera abrió los ojos de par en par en una expresión de inesperada sorpresa.

—¿Cómo? —preguntó estupefacta.

—Que me gustas, joder —espetó Gisela ya harta.

La mujer se acercó sin saber muy bien que decirle y ella rompió de nuevo a llorar, dolida, pero al menos, libre de la carga que tanto había tenido que soportar por mucho tiempo. Mientras seguía ahogando sus penas entre llantos, Adriana se acercó y, sin que se diera cuenta, la abrazó. La pegó contra ella y notó el calor de su cuerpo pegado al suyo. Sentirse estrechada entre sus brazos la alivió bastante.

—Tranquila, tranquila —le susurraba la mujer mientras acariciaba su largo pelo castaño claro.

Más calmada, se apartó de su compañera para mirarla. La veía de forma diferente a antes. No la notaba tan enfadada, se hallaba más serena y alegre. Eso la enterneció bastante.

—¿Así que te gusto? —preguntó Adriana sin más.

—Me temo que si —reconoció Gisela un poco avergonzada—. Siempre me han atraído los hombres, o eso, al menos, me decía yo. Pero tú me lo has desbaratado todo. Ahora ya no sé qué me gusta.

—Tranquila, no te pongas así —comentó la transexual con una juguetona sonrisa.

Se mantuvieron en silencio por un momento. La chica apenas sabía que decir. Estaba muy avergonzada por lo que acababa de confesar y se preguntaba qué demonios pensaría la mujer que tenía delante de todo esto. Ella, de momento, parecía calmada, como si no estuviera afectada por sus palabras.

—Veo que estás hecha un buen lio —le señaló, poniéndola en más evidencia—, pero no te preocupes, yo te ayudaré a arreglarlo todo.

Sin previo aviso, la besó.

La muchacha quedó en un inicio impactada. No entendía a que venía ese beso. No era la clase de reacción que esperaba, pero al notar la pasión con la que se lo daba, supo que aquello era lo que tanto deseaba. Gisela se dejó llevar y correspondió a su compañera apretándose más, mordiendo esos tentadores labios. Estuvieron morreándose un poco más hasta que se separaron.

—Siempre me has vuelto loca —dijo Adriana mientras abrazaba a la muchacha por la cintura y la atraía más a ella.

—¿En serio? —preguntó con sorpresa Gisela.

—Sí, desde el primer día en que te vi ya me parecías una cosita preciosa a la que ansiaba besar y abrazar —comentaba la mujer mientras le daba pequeños piquitos—. No sabes cuánto te he deseado, Gisela.

La chica se sentía morir por dentro. Volvieron a besarse y sus cuerpos quedaron pegados uno contra el otro. Pudo sentir la prieta y delgada forma de Adriana restregándose contra ella y algo muy duro frotándose sobre su barriga. Sabía lo que era a la perfección. Sus bocas quedaron bien acopladas y las lenguas no tardaron en encontrarse para quedar unidas por un húmedo abrazo. Todo resultaba muy excitante y Gisela ya se sentía húmeda allí abajo.

Continuaron comiéndose la boca hasta que Adriana llevó a Gisela contra la encimera del lavabo que había detrás. La joven sintió como el frio borde chocaba contra su culito. La mujer continuó besándola sin cesar, acariciando el bendito cuerpo de su compañera, desde sus delineadas curvas hasta su suave pelo. La muchacha gemía desesperada cuando la besó por el cuello, notando como lamía y mordisqueaba su piel, dejando estelas de caliente saliva sobre esta.

Todo estaba ya descontrolado. Las sensaciones eran increíbles y el calor resultaba agobiante. Gisela disfrutaba como nunca había hecho de la pasión salvaje que acababan de desatar. Jamás había llegado a tanto con alguien. La mayoría de relaciones con hombres eran muy simples y no la estimulaban demasiado, pero con Adriana todo era distinto. Ella la besaba y tocaba de un modo único, como si supiera lo que tenía que hacer para excitarla. Y la excitación iba en aumento.

—Adri, déjame ver tu cuerpo —le pidió mientras se apartaba el pelo de su cara, que ya lo tenía revuelto.

Su compañera no le dijo nada, tan solo se limitó a levantarse la camiseta. Primero, vio su vientre plano, con un gracioso ombligo en el centro que se asemejaba a un pequeño hoyo, pero cuando se levantó la prenda un poco más, pudo ver sus pechos, lo cual la dejó maravillada.

Las tetas de Adriana no eran demasiado grandes, como ya pudo percatarse tiempo atrás, pero eran preciosas. Turgentes y redondas, estaban coronados por unos pequeños pezones que las hacían ver muy apetecibles. Sin dudarlo, llevó sus manos hasta ellas. Pudo abarcarlas por completo con sus palmas y las apretó con cuidado, como si no quisiera lastimarla. Lejos de hacerle daño, Adri gimió, seguramente por el estímulo que le causaba ese roce. Más lo hizo cuando su compañera decidió meterse uno de los senos en su boca.

—¡Agh, Gisela! —masculló.

En su vida había succionado una teta, pero le parecía maravilloso. Primero, la engulló un poco para, a continuación, pasar a lamerla, centrando muy pronto su atención en el pezón. Mientras su mano derecha pellizcaba el otro pecho, con sus labios succionó el duro botoncito, poniéndolo más duro. Lo lamió un poco y acto seguido, le dio unos cuantos mordiscos. Eso dejó el pezón bien erecto. Le lanzó una mirada provocativa a su amiga y fue por el otro.

—Dios mío, esto es maravilloso —gimió enloquecida.

Mientras seguía devorando sus pechos, Gisela deslizó una de sus manos por el vientre de Adriana, hasta llegar a su entrepierna. Una vez allí, no tardó en palpar la dureza que había crecido bajo sus braguitas. Recorrió la enhiesta barra de carne y, rodeándola con sus dedos, apretó, haciendo que su amiga gritase henchida de placer.

—Para, para —le dijo Adriana—, ¡que harás que me corra!

—¿Y no quieres que pase eso? —comentó la chica provocativa mientras hacía círculos con su lengua alrededor del pezón izquierdo.

La transexual no llegó a decir nada, pues la incorporó sin más y le volvió a comer la lengua, pegándola otra vez contra el lavabo.

El beso que le dio fue muy profundo. Le mordió con fiereza los labios y le introdujo la lengua hasta la campanilla. Gisela estaba impresionada ante lo impetuosa que era su compañera. Realmente, estaba desatada por completo y eso, le encantaba.

—No sabes cuantas veces te he querido follar —dijo con ronca voz mientras le levantaba la camiseta negra que llevaba.

Al hacerlo, descubrió los grandes pechos de Gisela, atrapados bajo un sujetador rosa. Sin dudarlo, Adriana los acarició con sus manos, amasándolos con avidez. Volvió a besarle el cuello a la muchacha, quien ya gemía presa del placer.

—Eres perfecta —susurró a su oído.

Le quitó la camiseta y en un rápido movimiento, le desabrochó el sujetador. La chica se bajó los tirantes y la transexual se lo terminó de desprender. De esa manera, las redondas y pálidas tetas de Gisela quedaron al descubierto.

—Joder, son preciosas —dijo maravillada Adriana.

Sin pensarlo, comenzó a acariciárselas. Al principio, iba suave, pero no tardó en amasarlas con ganas, como si sintiera que eran suyas. Gisela no podía más que gemir, encantada de que aquella mujer la tocase de esa manera, pues era a quien había deseado desde hacía mucho.

—Gisela, son magníficas —decía la mujer encantada mientras no dejaba de besarla en la boca, en la cara y en el cuello.

De repente, Adriana abrazó por detrás a su amiga y la elevó un poco para sentarla sobre la encimera del lavabo. Así, sus pechos quedaron a la altura perfecta y, de esa manera, la transexual pudo devorárselos sin ningún problema.

—¡Oh, Adriana! —gritaba ya desatada.

Su amiga lamía, chupaba y mordía sus grandes pechos. Iba de uno a otro, dejándolos llenos de brillantes saliva. Sus pezones rosados fueron devorados con avidez y, con ayuda de sus dedos, los pellizcaba para ponerlos bien duros y sensibles. La chica no hacía más que chillar mientras gozaba.

En un momento dado Adriana elevó su cabeza para buscar la boca de la joven y besarla. Mientras, con las manos seguía tocándole las tetas y pellizcando sus pezones.

—Qué maravilla de tetas —señaló picarona la mujer—. ¿Son de verdad?

La pregunta hizo sonreír a la chica, quien contestó con un suave beso. Siguieron besándose y, a la vez, una de las manos de Adriana comenzó a acariciar sus piernas. Estaban al descubierto, pues llevaba una falda vaquera. Sintió el roce de esos dedos sobre su suave y resbaladiza piel, lo cual la hizo temblar de la emoción.

—Um, que piernecitas tienes —habló Adriana—. En serio, estás buenísima.

Volvió a besarla y la mano se coló por debajo de la falda, en dirección a su entrepierna. Gisela se estremeció cuando comenzó a acariciarla por encima del tanga negro.

—Vaya, parece que estás mojadita —comentó mientras exploraba allí abajo.

Sus dedos se deslizaron por encima de la húmeda tela, adivinando la forma del sexo de Gisela. La chica se retorcía, notando como el calor y el placer aumentaban.

—Adri, ¡no pares, por favor! —suplicó desesperada.

No pensaba hacerlo. La transexual comenzó a masturbar a la chica sin piedad y, al mismo tiempo, comenzó a devorar de nuevo sus tetas. Sus dedos recorrieron los labios de la vagina, de donde no paraba de salir fluidos. No tardó demasiado tiempo en encontrar el clítoris, el cual se hallaba ya hinchado. Adriana lo empezó a tocar con ganas y eso hizo rabiar de ganas a Gisela.

—Sí, sí, ¡no te detengas! —gritó como una posesa.

Adriana se afanó en darle placer. Su boca iba de las tetas de la muchacha a la boca de esta, acallando todos esos gemidos que emitía, tan intensos como aullantes. Sus dedos se siguieron moviendo, haciendo que su compañera se retorciera desesperada. No cesó hasta que Gisela tuvo un orgasmo.

—¡Me corro! —dijo entre alaridos.

Su cuerpo entero se agitó. Sintió una fuerte explosión de humedad en su sexo y su mente se nubló por un instante. Terminó derrumbada sobre la encimera, sintiendo el frio contacto del mármol sobre su piel. Necesitó un rato para recuperarse. A su lado, Adriana la besaba con suavidad.

—¿Estás mejor? —preguntó.

—Si —respondió satisfecha.

Ambas mujeres se besaron, muy felices y alegres de lo que estaban viviendo.

—Adriana, te deseo muchísimo.

—Y yo a ti, Gisela.

Era evidente lo mucho que se ansiaban la una a la otra. Acariciaban sus cuerpos con lujuria, palpando sus formas femeninas en una suerte de seductora danza. Gisela no podía apartar su mirada de la transexual. Le parecía muy guapa y sexy, una hermosa criatura a la que quería amar por siempre.

—Oye, vamos para el cuarto —dijo de forma repentina Adri.

Un súbito escalofrío recorrió el cuerpo de la chica. Sabía claramente lo que ahora quería hacer.

—¿En serio quieres? —preguntó ella un poco reservada.

Los ojos azules de Adriana denotaban con perfecta claridad sus intenciones.

—No puedo más —espetó la mujer—. Tengo que follarte.

Volvieron a besarse y tras eso, Gisela se bajó de la encimera y, cogida de la mano, fue con Adriana hacia su habitación.

Nada más llegar al dormitorio, Adriana abrazó por detrás a Gisela. A la chica la pilló desprevenida en un inicio, pero cuando notó sus labios besándola por el cuello, la excitación volvió a aflorar con fuerza.

—Inclínate sobre la cama —le ordenó la transexual.

Le hizo caso y se colocó así sobre la cama. Entonces, la mujer la rodeó por la cintura con sus brazos y le desabrochó la falda vaquera. Tiró de ella y la dejó en el suelo tras deslizarla por entre sus piernas. De esa manera, su culo quedó al descubierto.

—Wow, menudo culito —comentó Adri impresionada.

—¿Te gusta?

—Um, ya lo creo. Es muy bonito.

Sintió las manos de su compañero acariciando sus redondas nalgas, lo cual la hizo temblar de emoción. Le encantaba que palpase su zona trasera, recreándose en ella, disfrutando con ganas. De repente, notó como Adriana metía su cabeza entre ambos cachetes, como si quisiera comérsela.

—¡Oye, Adri! —dijo un poco escandalizada.

La mujer abrió ambas nalgas con sus manos y lamió por encima de la tela del tanga, haciendo que Gisela se estremeciera y gimiese. Dio varios lengüetazos, haciendo que el placer volviera a resurgir.

—Que calentita vuelves a estar.

En ese mismo instante, Adriana se incorporó y volvió a abrazar a Gisela. Sus manos fueron directas a sus dos tetas, las cuales amasó con avidez. La besó con dulzura en la mejilla y no tardó la chica en llevar su boca a la de su amante, enlazándose en un intenso ósculo.

—Como me gustan tus tetitas —comentó la transexual—. En serio, son increíbles.

Le volvió a pellizcar los pezones, los cuales estaban muy duritos. Gisela sentía lo sensibles que estaban y, con ese estimulo, añadía mayor placer si cabía. Claro que no era lo único que sentía. Contra su culo, notó clavándose la dura polla de Adri. Sin dudarlo, la chica apretó su trasero contra el miembro y comenzó a restregarse. Enseguida, la mujer gimió.

—Gisela, ¡para! —le dijo—. Que me tienes muy mala.

Ella no pareció hacerle mucho caso, pues siguió rozándose de forma lasciva contra el miembro de su compañera, quien emitió un ahogado gemido al sentirse atrapada contra esas prietas nalgas.

Continuaron acariciándose un poco más hasta que Adriana le hizo dar la vuelta y la echó sobre la cama, quedando recostada bocarriba. La mujer se deshizo de la camiseta que aún llevaba puesta y las bragas, que se quedaron colgando de una de las piernas. Acto seguido, se recostó sobre ella y comenzó a besarla de nuevo.

En ese punto, Gisela sabía que la polla de su compañera estaría disponible, así que con la mano, fue buscándola. Mientras, Adriana volvió a besarla y comerle las tetas. Por lo visto, tenía una enorme fijación con ellas. Tanteando con cuidado, finalmente, dio con el erecto miembro. Lo aferró con fuerza, sintiendo su rigidez, y comenzó a frotar con ganas.

—No sigas, por favor —dijo la transexual entre gemidos—. Me tienes a punto.

Pese a sus suplicas, ella continuó, aunque de forma más lenta para que no se corriera. Siguieron así hasta que la mujer decidió bajar.

Fue besando el cuerpo de la chica hasta llegar a su entrepierna. Allí, acercó su nariz y aspiró la fragancia que emanaba de la tela del tanga.

—Um, como huele a coño mojado por aquí —comentó muy gustosa.

Sin dudarlo, apartó la tela y comenzó a lamer la húmeda rajita.

Gisela no tardó en empezar a gemir con ganas. Sentía como aquella larga y correosa lengua se adentraba entre los gordos labios vaginales, rebañando el acuoso interior. Adriana paladeó cada pliegue, disfrutando del amargo sabor que recogía. La muchacha se retorcía, gozando como nunca.

—Oh, Adri, ¡esto es maravilloso! —gritaba ansiosa.

Llevó sus manos hasta sus grandes pechos y se los pellizcó con ganas. Retorcía sus pezones entre sus dedos. Le dolían un poco, pero eso añadía más intensidad al placer que ya degustaba. Siguió disfrutando mientras que su compañera adentraba su lengua más en su chorreante caverna, logrando que, al final, alcanzara otro maravilloso orgasmo.

El cuerpo de Gisela se retorció varias veces mientras que su coño sufrió varias contracciones. Adriana bebía de todo lo que se derramaba de su interior. La chica respiró hondo para tratar de recuperarse mientras que su compañera ascendía hasta llegar a su boca. De ese modo, pudo degustar el sabor de su sexo, amargo y fresco.

—¿Te gusta cómo sabes? —le preguntó ardiente Adri.

—Sí, estoy muy rica —comentó divertida la joven y las dos se echaron a reír.

Entonces, la transexual le quitó el tanga y se colocó encima. Gisela sintió la dura y ardiente polla haciendo presión sobre su vagina, notando como amenazaba con meterse dentro de ella. Mira a Adriana. Sus ojos azules emanaban una intensidad que nunca antes había notado. Parecía como si la mujer ocultara una naturaleza más misteriosa y salvaje en su interior de lo que aparentaba.

—¿Sabes lo que va a pasar? —le preguntó.

Ella se limitó a asentir. No tenían que decirse nada más. Solo con sus miradas, ya se bastaban para entenderse a la perfección. Sin más tiempo que perder, Adriana se posicionó y fue introduciendo su miembro dentro de ella.

Gisela no tardó en dejar escapar un hondo suspiro al notar como aquella dura barra de carne se abría paso por su coño. Era algo más larga y ancha que las que ya habían estado dentro de ella, aunque en ningún momento la lastimaba. Al contrario, le gustaba muchísimo sentirla en su interior. Cuando ya había entrado toda por completo, Adriana comenzó a moverse.

—Sí, eso es Adri, no pares —dijo muy excitada.

La mujer comenzó a mover sus caderas, empujando con todas sus fuerzas hasta lo más profundo de la chica. Ella gemía con ganas al recibir cada embestida mientras sus tetas se movían de un lado a otro ante tanto movimiento. La boca de Adriana no tardó en taponar la suya y se unieron en un húmedo beso. Sus lenguas se entremezclaban entre la caliente saliva al tiempo que las respiraciones de ambas féminas se intensificaban. Sin embargo, la transexual no tardó en despegarse para bajar hasta los abundantes pechos que tenía debajo y volver a besarlos y comérselos.

—Agh, esto es maravilloso —hablaba desahogándose la muchacha.

—Gisela, eres maravillosa —le decía en un suave hilo de voz su amante—. ¡Estás tan calentita y estrecha!

Las dos estaban atrapadas en un torbellino de sexo y pasión irrefrenables. Sus cuerpos, calientes y sudorosos, se frotaban en medio de una increíble desesperación, como si sus vidas dependieran de lo que hacían. Unidas a través de sus órganos sexuales en un candente enlace, ninguna podía ya frenar lo que se aproximaba.

—No puedo más, ¡me vengo! —anunció entre balbuceos Adriana.

—¡Córrete Adri! —le suplicó Gisela, también a las puertas del orgasmo.

De repente, la transexual se salió de dentro de ella. No entendió esa acción hasta que vio como colocaba la polla a la altura de sus tetas.

—Quiero…hacerlo aquí —anunció con cavernosa voz la mujer.

Comprendiendo al instante, aferró el enhiesto pene y comenzó a pajearlo. Al mismo tiempo, la otra mano descendió hasta su húmedo coñito, del cual se desbordaban muchos fluidos y se frotó el clítoris. Ambas ya no podían dar más de sí y deseaban acabar cuanto antes.

—¡¡¡Sí, sí, sí, sí!!! —gritó Adriana desesperada.

—¡¡¡Me corro!!! —gemía Gisela.

Mientras la chica volvía a sentir una húmeda explosión entre sus piernas, la transexual derramó todo su esperma sobre sus tetas. Notó cada chorro de semen cubriendo su busto, percibiendo el intenso calor sobre la piel. El pene que agarraba sufría múltiples espasmos con cada corrida hasta que, al final, cesó.

Adriana cayó justo a su lado, haciendo temblar la cama. Ambas estaban destrozadas, con los ojos entrecerrados y bufando agotadas. Necesitaron un buen rato para recuperar el aliento.

Más relajada, Gisela no tardó en oler la fragancia a semen. Se sentía afortunada. Con su mano, se adecentó un poco el pelo que revolvía su rostro y luego, miró el destrozo que había sobre su pecho. En total, contó cinco estelas blancas y pegajosas bien derramadas sobre sus tetas, dejándola bien llena. Esa imagen, la hizo sentir muy excitada. Jamás en su vida se atrevió a hacer algo así. No tardó en notar como Adriana la acariciaba.

—Vaya, te he dejado bien llenita —comentó sorprendida.

—Pues sí, la verdad es que estoy bien sucia —añadió chistosa la chica.

Se miraron un instante y, sin previo aviso, volvieron a besarse. Pegaron sus cuerpos, haciendo que Adriana se llenase con su propio semen, aunque eso no pareció importarle. De hecho, la mujer volvió a coger las tetas de Gisela y extendió aún más toda la lefa mientras la acariciaba. Siguieron así, tocándose y besándose gustosas, muy felices por todo lo que había pasado.

—¿Que? ¿Cómo te encuentras? —preguntó Adri.

Gisela sonrió muy feliz.

—Genial, todo lo que ha pasado ha sido increíble —contestó.

—Me alegro.

Adriana se notaba muy radiante, como si lo que acabara de suceder hubiera insuflado vida a su ser. Gisela acarició su gracioso flequillo liso y negro, jugueteando con los pelos. Lo mismo hizo la transexual, perdiéndose entre sus largos cabellos.

—Bueno, ahora que nos hemos liado, creo que voy a tener que buscar a otra compañera para compartir el apartamento —dijo Gisela sin más.

Su amante se quedó extrañada ante estas palabras tan curiosas.

—¿Por?

—Esta habitación va a quedar libre a partir de hoy y no quiero que se quede vacía.

No pudieron evitar echarse a reír de nuevo.

—No sé si tendría ganas de convivir con otra persona. Contigo creo que tengo suficiente —le dijo Adri—. Además, un día podemos dormir en tu dormitorio y otro, en el mío.

—Me parece genial.

Se besaron, como si estuvieran sellando un pacto sobre cómo serían sus vidas a partir de ahora. Estarían juntas, desconocían si revueltas con alguien más, pero de momento, estaban felices la una con la otra.

—Por cierto, vivimos en una casa —puntualizó Adriana—. Deja de decir que esto es un maldito apartamento.

—Tomo nota —dijo Gisela mientras volvía a besarla encantada.

Sonrientes, decidieron descansar un poco, pues se hallaban agotadas tras toda la actividad sexual realizada. Luego, quizás se ducharían para desprenderse de todo el olor a pasión que llevaban encima, pero de momento, decidieron dormir un rato.

Abrazadas, cerraron sus ojos y se abandonaron al sueño, sabedoras de que una nueva vida empezaba para ellas. Una llena de felicidad y placer.