Antonia, o nadie es perfecto.
Pepe conoce a Antonia en un bareto y descubre que tiene un regalazo entre las piernas
Como he llegado a esta situación es algo que no me explico, lo cierto es que en estos momentos estoy, seguramente, ante el trance mas importante de mi vida.
Todo empezó hace unas horas. Estuve cenando con unos amigos en un conocido restaurante del centro de Madrid y cuando terminamos nos dirigimos a un garito clandestino que sabíamos que había cerca. Era un bar de copas como cualquier otro, pero este estaba en el primer piso de una casa de vecinos y en el se podía fumar. El local estaba a tope, la gente circulaba con dificultad en medio de nubes de humo, mientras que en las zonas VIP los famosillos fumaban sin agobios. Yo estaba jodido porque de mis amigos soy el único que no fuma. Entonces la vi, como una ninfa emergiendo de las emanaciones mágicas del Parnaso. Fue un fogonazo, me quede deslumbrado y cuando me quise dar cuenta estaba junto a ella babeando y mirándola boquiabierto de arriba abajo. Ella me miraba con interés, supongo que esperando si yo era capaz de decir algo. Cuando lo hice, lo único que salio de mi boca fue un montón de tartamudeos. Me calle y tome aire para tranquilizarme.
– Lo siento, pero me has impresionado, –ella seguía mirándome con interés– por favor, ¿cómo te llamas?
– Me llamo Antonia, –me contesto mientras yo era incapaz de apartar la vista de sus enormes tetas, seguramente operadas.
– Yo soy José, pero los colegas me llaman Pepe. ¿Estas solita?
– Se puede decir que si, he venido con unos amigos, pero ahora estoy sola … para ti.
Se me aflojaron las piernas y el sudor comenzó a cubrir mi muy despejada cabeza. Solo me veía con fuerzas para decir gilipolleces.
– ¿Estudias o trabajas? – que original. Ella me miro largamente intentando descubrir si yo era tonto, o era tonto, no había mas posibilidades.
– ¿No se te ocurre nada mas que preguntar? – me dijo con voz melosa– ¿por ejemplo si … tu me gustas?
– ¡Si, si! ¿yo te gusto?
– Me encantas bribón.
– ¿Quieres otra copa?
– Yo siempre quiero … de todo, –y mirándome la entrepierna, terriblemente abultada me dijo a lo Mae West– ¿tienes una pistola en el bolsillo o es que estas contento de estar conmigo?
Mas cortado que una llave, pedí las copas mientras intentaba recolocar mi instrumento con disimulo. Nos sirvieron las copas y Antonia apuro su martíni como una esponja. Yo, para no ser menos engullí la mitad de mi cubata de un trago y casi me atraganto.
Pegué mi cuerpo al suyo mientras con mi mano acariciaba su espalda, y de ahí a su trasero. De reojo miraba a mis colegas con aire de triunfo mientras ellos me miraban con incredulidad, descojonados de risa, seguramente a causa de la copas. Envalentonado por el éxito y el alcohol, la bese en la mejilla y fui bajando a su cuello. Ella, totalmente receptiva, lo arqueaba ofreciéndomelo. Sujetando su redondo trasero con mis manos la morree con pasión y desenfreno, mientras ella me cogía los huevos con la suya y respondía a mis besos. La cogí de la mano ciego de deseo y dando algún que otro empujón me encamine a los servicios del fondo que estaban abarrotados de parejas fornicadoras, incluso vimos a una tía meando despatarrada en unos urinarios de pared. El olor era insoportable, ya no era posible llamarlo “el baño”, ya era directamente “el tigre”.
–¿Vives por aquí cerca? –la pregunte ciego de deseo.
– No, pero conozco una pensión cerca de aquí, en la Corredera.
Salimos del humeante garito y por Desengaño nos encaminamos a la Corredera. Entramos en un portal oscuro y destartalado, y subimos al segundo piso por una escalera de madera desgastada. Una vieja con mas años que el hilo negro, totalmente vestida de ese color, con el pelo blanco recogido en un moño alto y un aro repleto de llaves colgando del cinturón que ajustaba su cintura, nos abrió. Cuando la vi, se me erizo el cabello … si lo hubiera tenido.
– Diez euros la hora, –dijo directamente sin saludar y extendiendo la mano.
Mire a Antonia de arriba abajo y la pague dos horas adoptando una actitud de macho sobrado. Nos condujo por un pasillo semi oscuro hasta la habitación. No era muy grande, un lavabo adosado a la pared, un orinal, una silla y en medio había una cama niquelada de tubo cuadrado que debieron fabricarla cuando Carlos III fue el mejor alcalde de Madrid.
Me quite la ropa y me senté en la cama, que crujió de tal manera que el ruido se debió oír incluso en la plaza de la Luna. Antonia se quedo solo con el tanga, el liguero, las medias y los zapatos de aguja. Comenzó un baile sugerente contorneando sus sabrosas curvas y amagando con arrodillarse entre mis piernas.
– Pepito, cuando soy buena, soy buena; pero cuando soy mala, soy mucho mejor –me dijo mientras me observaba desde la atalaya de sus taconazos.
Se arrodillo definitivamente entre mis piernas e inclinándose cogió mi polla y se la metió en la boca. ¡¡Dios, como la chupaba!! Una verdadera artista, con su lengua me acariciaba el capullo proporcionándome un placer indescriptible. Me levantó la piernas y pego sus labios a mi ano. Su lengua, como si fuera un pequeño falo, exploraba mi orificio anal provocando una reacción en mi polla desconocida para mi. ¡Me iba a reventar! Mientras me cogía las pelotas con su mano, se introdujo nuevamente mi polla en la boca y al ratito me corrí en ella chillando como un demente. Definitivamente es una diosa.
Antonia siguió incansable y consiguió que la flacidez pos corrida de mi pene, rápidamente se convirtiera en un duro instrumento sexual. Mientras me masturbaba con la mano se recostó sobre mi y me ofreció su boca, todavía con el sabor de mi semen. Me comí su morro como si estuviera poseído y sin importarme nada. Con mis manos masajeaba sus apretadas nalgas e introducía mis dedos buscando su ano. Seguíamos besándonos con frenesí y abrazándola la gire en la cama y la puse debajo de mi. La chupe las tetas metiéndome sus enormes pezones en mi boca. Fui bajando pasando mi lengua por su canalillo y parándome en su ombligo, bellamente decorado por un piercing con brillantitos. Que bien olía. La metí la mano en la entrepierna y agarre algo duro y gordo.
¡Hostias!
¡Me cago en …!
¡Dios, es tu tío!
¡¡Joder!!
¡Y tiene un rabo como la manga de un abrigo!
Mire con incredulidad a Antonia … o a Antonio, que rápidamente sin dejarme pensar se puso a morrearme otra vez. Yo, sin soltar su enorme polla que seguía como pegada en mi mano, me dejaba hacer sin saber lo que hacia. Me bajo la cabeza guiándola con sus manos e introdujo su descomunal rabo en mi boca. Así estuve un rato, chupando una polla que entraba justa en mi boca.
– ¿Dónde cojones tenia guardado algo así? – pensaba mientras seguía chupando.
Después de un rato me puso a cuatro patas y mientras me pajeaba desde atrás con su mano, metió otra ver su morro en mi culo y su larga lengua se abrió paso por mi ano. Yo seguía callado como una puta, note como me metía un dedo que entro con facilidad gracias a la vaselina que me estaba untando. Se levanto y puso su descomunal falo en la entrada de mi culito. Yo mire hacia detrás y vi como Antonia me hacia un gesto con la mano como diciendo “tranquilo, no pasa nada” mientras sentía como mi ano se expandía hasta lo inimaginable. Un momento de dolor y después una sensación indescriptible de placer creciente. Mi cerebro estaba nublado, no entendía nada pero era incapaz de resistirme a los envites de Antonia que seguía fallándome introduciéndome su polla en toda su longitud. Mi polla iba a reventar como un capullo en flor.
Y ahí estaba yo, un machito ibérico, carpetovetónico, homófobo y recalcitrante, a cuatro patas con los calcetines puestos, en una habitación cochambrosa de una pensión de mala muerte, con un travelo de tetas operadas y una polla descomunal que me estaba rompiendo mi virginal culo, que me estaba dando por el culo y me estaba dando bien.
Y lo peor de todo, lo mas espantoso, lo mas terrible e inexplicable para mi prehistórica forma de pensar, es que encima me estaba gustando.