Antonia 1

¿Quieres escuchar? Necesito contar esto a alguien. Compartir este volcán de sensaciones en el que se ha convertido mi vida íntima.

Desnuda en mi cama contemplaba las cortinas mecidas por el aire fresco del amanecer.  Mi esposo desnudo, como yo, dormía profundamente, con su glorioso sexo recostado sobre el muslo.

Quiero a José, mi esposo, llevamos cinco años casados y tenemos un niño de tres.

Me moví con sigilo y recosté mi cabeza sobre su muslo, dejando el extremo del pene muy cerca de mi nariz y mi boca. Una leve caricia con la lengua provocó que mi esposo, a pesar de dormir aún, reaccionase a mis atenciones y comenzase a engordar.

Cuando se quiso dar cuenta de lo que sucedía, la erección ya había provocado que sus sensaciones placenteras le llevasen a dejarse hacer y su goce le inundaba como una marea que anegaba todo su cuerpo. Cerró los ojos y pretendió seguir dormido, pero mis caricias en sus testículos y mi concienzuda succión sobre el capullo le hicieron suspirar primero y jadear después hasta que sus músculos se tensaron y un rio de leche caliente llenó mi boca.

-¿Has pensado en lo que te propuse de tener una experiencia con otro hombre?- me preguntó mi esposo después de limpiarle con la lengua los restos de semen.

A José le encanta que haga eso, que retire los restos de su corrida con lametones y caricias.

Al principio me resultó humillante y sufrí un gran desengaño al saber que José, mi amado José, al que yo profería una admiración y un enamoramiento incondicional, soñaba con verme en brazos de otros hombres y que se excitaba cuando algún extraño me contemplaba con ojos sucios.

Pensé seriamente en dejar nuestra relación, estaba aturdida y confusa. Pasé semanas sin poder dejar de pensar en ello. Nunca me había planteado, ni pensaba hacerlo, dejar que otro tío pusiera sus manos en mí, ni siquiera para satisfacer los torcidos anhelos de mi amado. Pero admiré su sinceridad el día que me lo confesó.

“José. ¿Desde cuándo tienes esos pensamientos en tu cabeza? Le había preguntado días más tarde”

La curiosidad me llevó a preguntarle. Estaba deseosa de saber si aquello era nuevo, aunque me temía que no.

“Desde que te conocí Antonia. Desde que disfruto de tu boca y de tus senos, y desde que hacemos el amor. Siempre he deseado compartirte. Ver como otro hombre te tiene, como restriega su sexo contra tu preciosa boca. Sueño con tu mirada en mis ojos mientras un pene ajeno te penetra a cuatro patas en la cama, yo sentado en el sofá, viendo tu cara de placer de frente mientras otro te posee. Tenerte como puta, ser tu chulo. No por dinero, sino por el simple placer usar el poder de ser tu dueño”

Casi me desmayo al oír su confesión. Casados desde cinco años atrás, era la primera vez que me contaba sus verdaderos anhelos.

Pero poco a poco aquel cáncer fue entrando en mí. Tal vez por el amor que le tengo a mi marido, dejé que la idea de ser usada por otros hombres fuese dejando de resultarme repugnante. Forcé mi voluntad para imaginarme en otros brazos, brazos extraños. Y comencé a fantasear y a excitarme con aquellas fantasías nuevas para mí.

Estamos en verano, finales del verano de 2017. Todo sucede de nuevo ahora en mi cabeza. Como si estuviese allí otra vez.

Hemos dejado a nuestro hijo con los abuelos para irnos José y yo dos días a la playa.

“Antonia, como a quince minutos hay una playa preciosa, con inmensas dunas de arena en la que la gente toma el sol desnuda”

“Pero ahí se juntan babosos viejos verdes y mirones” Le objeté.

“¿Y………? Eso qué más da. Sabes que me gusta que te miren.

José ha insistido tanto y tanto en ir a la dichosa playa nudista que al final he consentido. Jamás he estado en una playa de esas.

Cuando llegamos paseando por la arena, los pies se hunden en la duna. Nos cuesta avanzar y mi marido elige un lugar oculto entre arbustos desérticos, pero no lejos del mar. Nos damos un chapuzón, lo que provoca que los primeros mirones se fijen en mí.

Me siguen con la mirada. Nos siguen, hasta fijarse donde nos ocultamos.

De regreso en la toalla nos tumbamos. Es agradable la sensación de calor, después del baño. Se siente el sol con fuerza en la piel. La verdad es que no estoy a gusto. Algunos mirones pasan de vez en cuando y se detienen a observarme. Y eso me hace sentir algo incómoda. Pero mi esposo está tan excitado que debe darse la vuelta y ponerse boca abajo para disimular su erección.

A José siempre le ha excitado exhibirme a otros hombres. Ya de novios me fue transformando poco a poco. Yo era muy mojigata, jamás había vestido sexy.  Por su culpa mis camisetas y suéteres se fueron ajustando más y más, marcando mis senos. Luego consiguió que dejara de llevar sujetador y que mis falditas fuesen más y más cortas.

Creo que tenerme ante la vista de otros hombres en la playa nudista es una de sus fantasías pendientes y ahora se está cumpliendo.

Yo no me he desprendido del tanga, aún, de todas formas dos tíos maduros se han quedado de pie a pocos metros mirando mis tetas descaradamente. Otros mirones habían pasado de largo pero estos dos se han quedado fijos, como a tres metros.

Me siento excitada por esas miradas ajenas y por la erección de mi esposo. Me cautiva la idea de ser por primera vez la zorra que mi esposo quiere.

Uno de ellos se toca el pene sin disimular. Cuando me doy cuenta se lo digo a mi esposo en voz baja y él me contesta:

“Que quieres Antonia. Estás tremenda y ellos vienen a mirar mujeres mucho menos atractivas que tú. Eres todo un regalo para sus ojos. Déjales que disfruten. Deja que se pongan cachondos. Luego se harán una paja y punto. Un poco de semen sobre la arena y nada más. ¿Qué es eso? Sabes que me gusta que te miren. Dame gusto cariño.”

“Qué me miren sí” le digo “pero que se masturben mirándome… Eso es otra cosa muy distinta.”

“Mejor aún, Antonia. Mira como me tienes”

Mi esposo está desconocido. Miro su erección tremenda, de la punta de su capullo escapa una gotita de líquido pre seminal.  La verdad es que no me esperaba aquella situación tan explícita y menos tan pronto. Casi no llevamos media hora en la playa. Pero me encuentro muy, muy cachonda, excesivamente caliente por la situación y el sol que baña mi piel.

No puedo evitar dejar volar mi imaginación. Sueño. Esa polla, mientras se la toca, sigue creciendo y me empiezo a excitar ante la complicidad de José, mi esposo, con los mirones.  Imagino brotando el semen de sus falos, cayendo en mis pechos y resbalando por mi estómago hasta el tanga en el que se marca mi sexo mojado.

Me siento extraña. Y estoy algo mojada ya. Por un lado excitada, pero por otro avergonzada con la situación, por las miradas de los extraños, por sus falos rectos y duros.

“¿Por qué no te das la vuelta, abres las piernas y les enseñas bien tu entrepierna bajo el tanguita?” Me pide José al oído. Los dos tíos ya tienen muy duros sus penes. Se han envalentonado ante las sonrisas complacientes de mi marido.

Me doy la vuelta, hago caso a José y abro las piernas. Cierro los ojos. Uno de los mirones se acerca tocándose una erección, que ya es definitiva. Mi esposo le hace una señal para que se acerque todavía más. Estoy tumbada boca abajo en la toalla sobre la arena caliente cuando veo sus pies junto a mí. Mis ojos suben y compruebo que se masturba. Me sonríe y abre sus piernas para dejarme ver sus testículos.

Llevo mi mano atrás entre mis nalgas y toco mi tanga mojado, apretando contra el coño que ya humedece. Me he mojado al ver la polla y muerdo mis labios mirando al señor. Es mi primera mirada a los ojos de ese extraño, que se masturba admirando mi espalda y mi trasero. Es mayor tendrá casi cincuenta.  El se agacha y se pone de rodillas en la arena, dejando su verga a escasos centímetros de mi cara.

Siento pánico. Miro a José, mi esposo, y el asiente complacido y sonriente. Me anima. Pero yo jamás le he chupado la polla a otro hombre desde que me casé y mucho menos delante de mi él.

José se incorpora se pone detrás de mí y tira del tanga hacia abajo. Lo saca por mis pies y me deja desnuda. A adivinado lo caliente que me encuentro y que ya no voy a oponer resistencia a sus deseos. Luego abre mis piernas para apartarlas, para que el otro mirón pueda contemplar mi raja abierta, rosada y brillante por la humedad.

Aquello parece no tener ya freno. Todo se precipita. Abro mi boca y el cincuentón tuerce su pene hasta colocar el glande entre mis labios.

Saco tímidamente la lengua mientras José se acaricia la polla y se masturba mientras ve como mi lengua juega a lamer la cabeza roja del extraño. Yo siento como se humedece más y más mi  coño. Sé que detrás de mí hay dos pollas masturbándose y entonces trago por primera vez la verga del cincuentón más de la mitad dentro de mi boca.

Le acaricio los huevos mientras lamo el tronco. Él saca las cadera y abre las piernas. Yolamo sus testículos mientras le masturbo con la mano.

José le da el bote de aceite al otro mirón y de repente siento gotear en mis glúteos y mi coño el ungüento caliente y la mano ajena, que llega y comienza a extenderlo todo, rozando con descaro mi vulva y metiendo algún dedo. José frota por mi culo su verga mientras sigue masturbándose  y yo meto los huevos del cincuentón en mi boca chupándolos mientras lo pajeo con fuerza.

José me incorpora, me pone a cuatro patas y en ese momento compruebo que hay por lo menos siete mirones atentos al espectáculo. Algunos miran, pero tres de ellos se masturban ya.

El segundo mirón, el que llegó con el cincuentón, es más joven. Tendrá treinta y tantos años y es el primero que me penetra en la posición del perrito. Todo mientras sigo con la felación del cincuentón.

Luego se desencadena un verdadero río de semen. Uno de los nuevos mirones se acerca y se masturba frente a mi cara. Su esperma me chorrea la frente y el pelo. El cincuentón no aguanta y se corre en mi boca y en mi cara. Y mi esposo me tumba boca arriba para que los demás me toquen y se pajeen. Un bosque de manos me tocan el coño, las tetas y uno tras otro se corren en mis tetas, mis cabellos, mi vientre, mis piernas y hasta un pervertido toma mis pies y se vuelca en ellos.

Tengo tres orgasmos grandes e intensos, tal vez todo dura una hora, bañada por esperma, oliendo a leche de varón. Luego tomamos José y yo un baño y nos vamos a casa. En silencio, sin comentar nada, sin asimilar lo que nos acaba de suceder.