Anton. 3

El destino me esperaba.

Después de otras 3 horas de viaje llegamos a la localidad en la que Anton decía tener su casa. Desde la parada en la gasolinera y el polvo que el me había echado y la mamáda que le había pegado al desconocido, casi no habíamos cruzado palabra, al contrario de lo que había sucedido cuando salimos del pueblo y Anton estaba tan locuaz.

El semen del desconocido se había secado desde mis cejas hasta mi barbilla, y era molesto, al igual que la corrida de Anton en mi culo, que cuando se salió, me chorreo entre los muslos y ahí se quedó seca. A mi ni se me ocurría decir nada, había visto el cambio de humor que se había producido en el y no tenía ganas de verle cabreado.

Cuando ya entramos en población, por fin me habló, y me dijo, - Solo quiero que los 2 lo pasemos bien, te voy a hacer ver el séptimo cielo, y que experimentes todo lo que has deseado, lo único que te exijo, es que seas todo lo sumisa que puedas, y te dejes llevar, será genial para los dos. Sino es así tal vez no sea cierto todo lo que creí ver en ti.

Yo, después de aquello, solo asentí con la cabeza, en aquel momento, hubiera saltado dentro de un volcan si el me lo hubiera insinuado, yo no conocía el amor pero mi deseo por el lo suplantaba todo.

Al fin, llegamos a una zona residencial, allí yo no veía apartamentos, se veían construcciones, carismas, en parcelas inmensas. Nuestro destino fue llegar a la entrada a una residencia, enorme, con un portón enorme y con un vigilante de seguridad. Anton hablo brevemente con el y la puerta se abrió. Ascendimos con el coche, durante un buen rato, y ante mis ojos se presentó la mansión más grande que había visto nunca. Blanca, inmensa, imperial, rodeada de unos jardines inmensos. Mi hombre me dijo entonces que estábamos allí para hacer una visita a un viejo conocido suyo, yo me solo pude asentir, y a mi cabeza se vino el aspecto que debía tener, sucia, despeinada, y vestida mitad chica y mitad chico. Pero después de su insinuación de que fuera sumisa, no se me pasó por la cabeza, decirle nada..

Al parar el coche en la entrada principal de aquélla mansión, enseguida vi abrirse la puerta y una persona muy menuda, vestida de sirvienta y un hombre alto vestido de negro, acudieron a nuestro encuentro. El hombre habló brevemente con Anton, demostrandole mucho respeto, y le indicó donde debíamos dirigirnos. Mi hombre salió andando por un sendero y yo le seguí como una buena perrita. Al rodear la casa después de un largo rato, llegamos a otra zona ajardinada, donde se veía una piscina enorme, y una zona de descanso donde había un hombre de edad indefinida y una mujer en silla de ruedas, conectada a un aparato que tenía una botella de oxígeno, y se comunicaba con ella a través de una mascarilla que tenía entre la boca y la nariz.

Anton y el hombre, se fundieron en un abrazo que demostraba que su  amistad venía de lejos, yo me quedé detrás, esperando que acontecimiento me diría porque estaba allí. Ellos se sentaron a charlar, mientras yo permanecía de pie, el hombre informaba a Anton de que la mujer, su esposa, llevaba en ese estado 10 meses, y de que los médicos le decían que eso era para siempre, su estado no era catatónico, pero casi. No tenía conciencia de dónde estaba, y que sólo sobrevivía gracias a una atención médica permanente.

Yo escuchaba solamente, sin intervenir, de pies, sin saber como actuar, y sin saber qué hacía allí. Entonces Anton se volvió hacia mi, y me dijo.... Joana ven. Fue mi bautismo, yo no tenía nombre de mujer, y mi hombre me lo dio.

Joana, este es Eduardo, mi mejor amigo, y ya has escuchado que Inma su mujer esta en ese estado, por una enfermedad. Te darás cuenta de que Eduardo vive en un status social y económico al que nosotros no podremos llegar nunca. Estos días nos vamos a alojar aquí con ellos, y si haces todo lo que se te diga, tal vez no tengas que volver al pueblo en una gran temporada. Aquí serás Joana, serás una mujer, y tendrás quien te enseñe a feminizarte completamente, mi gran amigo y yo, siempre hemos compartido el gusto por niñas como tu, y tanto mi difunta esposa como la de Eduardo, lo sabían y nos lo con sentían. Yo estos días no voy a estar aquí, te vas a quedar con Eduardo, y te exijo, que seas tan complaciente con él, como lo has sido conmigo.

Yo me quede sin palabras, mis piernas se tambaleaban, y vi a Antonlevantarse e irse. Eduardo, de unos sesenta años, alto, delgado, con barba y pelo blancos, muy cuidados, moreno de tomar el sol en aquel vergel e hizo una seña para que me acercará.

Joana, vas a ser mi niña en estos días, no quiero que tengas miedo, los límites los pones tú, y eres libre de irte cuando quieras, pero si te quedas, vas a descubrir el mundo más libre que puedes imaginar, que me dices?

Recuerdo que yo solo, asentí con la cabeza, no sabía exactame de que me estaba hablando, me encontraba incómoda, suponía que los restos de semen se notaría todavía en mi rostro, percibía la sequedad en mi ano, del semen de Anton que aún salía, mi camiseta estaba traspirada y pegada a mi piel, con lo cual se notaría ese sujetador que llevaba que no podía sujetar mía inexistentes tetas.

Eduardo me hizo un gesto para que me acercará, y lo hice, se puso de pies, me agarro de la cabeza, y me dio el beso en los labios más dulce que, había recibido nunca, mi boca se abrió, y su lengua recorrió todo mi interior, jamás Anton me había besado así, lo suyo era mucho más brusco. Eduardo me transmitía dulzura, sus muanos recorrían mi cuerpo, pero yo solo sentía su lengua en mi alma. Me abrazaba con fuerza y percibía su rabo, pegado a mi, me di cuenta de que sin saber como, me había casi desnudado, solo tenía mis bragas puestas, en un momento dado, caí en la cuenta de que su mujer estaba allí en aquella silla de ruedas, pero estaba ausente, y las caricias y los besos que él me daba, me hicieron olvidarla de nuevo. Casi al instante me vi de rodillas, y su hombría entró en mi boca, me estaba comiendo en un día, otra polla, yo, que apenas había saboreado la de Anton, en el trascurso de unas horas me metía la segunda desconocida. Desconecte, e intenté hacerlo mejor que nunca, olía bien, no había vello en aquellos huevos, sus manos no presionaba, acariciaban, yo la engullia con placer, su presemen sabía diferente, acompasaba sus movimientos, no violaba mi boca, la disfrutaba, gemia, y me decía, que era su niña dulce. Después de un rato de mamarle la polla, me di cuenta de que aguantaba mucho sin correrse, al contrario que mi macho, se percibía su aguante. Dulcemente, me hizo ponerme en pie, y apoyarme en la mesa, sus manos acariandome me bajaron las bragas, con mucho tacto abrió mis nalgas, y al instante note su lengua, rozaba mi ano, lo chupaba, lo expandida, jamás me habían echo algo así, yo solo había recibido escupitajos y entradas violentas. Aquello era diferente, no me follaban, me hacían el amor. Con. Ucho tacto note un líquido en mi ano-coño, y al momento Eduardo empezó a penetrarme, despacio, sin prisa, cada centímetro que entraba era un minuto de pausa, yo lo gozaba como una perra, sentir como se te llena el intestino es indescriptible. Una vez que sus huevos hicieron tope con mi pelvis, empezó un movimiento, lento, rítmico, su capullo, rozaba mi próstata, y yo ascendía al cielo con cada toque. Poco a poco, aceleraba, mi pitó, deslechaba, ese líquido trasparente, que no servía para nada, hasta que note como su polla se hinchaba aún más, y se corría dentro de mi.

Aún permanecimos, enganchados un rato más, hasta que su rabo, se salió por si solo de dentro de mi. Yo estaba segura de haber tenido la mejor sesión de sexo de mi vida, nunca había gozado tanto..

Entonces, hoy a Eduardo decirle a aquella sirviente menuda y que supongo que lo había presenciado todo... Luly, acompañe a la señorita a su habitación. Al momento, recogí mi ropa que estaba por allí esparcida y Eduardo me dijo, a la cena nos vemos Joana......

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