Antes de ti: Despertando mi deseo
Marta intenta rehacer su vida tras la ruptura con su novio de siempre. ¿Será capaz de despertar de nuevo su deseo sexual?
Antes de ti
Despertando mi deseo
CAPÍTULO 1
—Después de tantos años juntos y con una boda a la vista, el muy cabrón se ha ido y me ha dejado tirada con una vida por montar.
—Pero ¿cuánto hace de eso?
—Ya te lo he dicho, hace ya un mes. ¿Me estás escuchando?
—La verdad, no mucho. Cuando dijimos de quedar me esperaba algo más animado, y con un poco de roce. No estar aquí apalancado en tu sofá escuchando tus lamentos.
—Eres gilipollas.
—Puede, pero estoy en ese momento de la vida en el que no me apetece aguantar a nadie.
—Tienes 21 años, «ese» momento de tu vida todavía no ha llegado.
—Lo que tú digas, pero yo sé cómo animarte. ¿Vamos al tema o qué? —dijo señalando con la mirada a su entrepierna.
—¡Qué tema! Mejor nos vemos otro día, como dentro de unos diez años.
—Si es para quedar en este plan no cuentes conmigo.
—Vete, Kai. No sé ni por qué he quedado contigo.
—Ni yo por qué he venido.
—Tú sabrás, llevas dos días insistiéndome a base de mensajitos por la app .
—Yo qué sé, tía. Vi que eras una MILF y tenía curiosidad.
—¿Una MILF? ¡Tengo 31 años! ¡Lárgate!
Así terminó la tarde con mi primera conquista post ruptura con el amor de mi vida. Quizá me había lanzado demasiado rápido y todavía no estaba preparada. Necesitaba desconectar la neurona y dejar de pensar en qué estaría haciendo Toni sin mí, pero no había funcionado. ¿Cómo podía seguir su vida sin contar conmigo? ¿Cómo podía haber olvidado tan fácilmente todas nuestras rutinas y dejar de planear nuestro futuro juntos?
Necesitaba una afición con la que perder el tiempo cuando Sara no estaba disponible para mí, antes de volverme loca en mi apartamento. «¡Claro! ¡Sara!» Había tenido la solución delante de mis narices todo este tiempo.
Preparé una mochila de deporte sin pensar demasiado en qué metía dentro, y con una sensación de motivación renovada me dirigí al gimnasio para apuntarme.
—Tía, eres una guarra.
—Oye, no te pases.
—Pero mírate, Marta, en solo tres meses de gimnasio y sin venir todos los días te has puesto cañón. Porque sé que eres un poco mojigata que sino te metía mano ahora mismo —dijo Sara todavía chorreando recién salida de la ducha.
Nunca había mirado a ninguna chica con deseo sexual, y mucho menos a mi amiga. Esa chispa no se había despertado en mi interior, pero si en algún momento lo hubiese hecho, no tengo ninguna duda que Sara hubiese sido un peligro para mí.
Mi amiga es pura explosividad. Como monitora de fitness tiene un cuerpo sencillamente perfecto. Todo en ella es firme, incluso sus generosos pechos operados por encima de una talla corriente. Además, siempre luce looks que contrastan con su físico, lo cual la hacen destacar mucho más.
En el gimnasio era habitual verla con ropa deportiva de escasa cantidad de tela y en color rosa. Coronada por un par de moñitos recogiendo su larga melena rubia. Y cuando salía de fiesta las faldas de colegiala eran sus favoritas.
—No te estarás quejando de cuerpo, ¿no?
—Para nada, solo estoy diciendo que con lo buena que estás es una pena que no des alguna alegría a ese cuerpazo —dijo colocándose a mi lado mientras nos mirábamos desnudas a través del espejo del vestuario.
La verdad es que algo de razón creo que tenía. En estos cuatro meses había perdido unos 6 o 7 kilos, consiguiendo marcar ligeramente el vientre y endurecer las piernas y los glúteos. Comparándome con mi amiga parecía un Pokémon sin evolucionar, pero tal y como Sara me decía, cualquier tío podría caer a mis pies si me lo proponía.
—¿Te he dicho alguna vez que me encantan tus tetitas tan firmes y puntiagudas? —dijo poniendo sus palmas de las manos bajo mis pechos en tono descarado.
—Joder Sara, eres una puerca —dije apartándome mientras me tapaba para que mi amiga dejase de dar rienda suelta a su imaginación sin límites.
Mi intención fue apartarme enfadada, pero con Sara era imposible y se me acabó escapando una sonrisa, que acabó con ambas riéndonos a carcajadas.
Un rato después, recompuestas y secas, nos sentamos a charlar, tomando un agua con gas y limón, en el bar del gimnasio.
—¿Has escuchado lo que dicen del escape room que habían abierto en la calle de atrás y que habíamos dicho de ir varias veces?
—No me hagas ningún spoiler que te conozco Sara.
—Qué va, si lo han cerrado. Hay unos rumores muy raros, dicen que entraron un par de chicas y que algo muy chungo les pasó con el game master . Además, alguien ha hecho una pintada en la puerta añadiendo la palabra «sex» delante de «escape room».
—Joder, qué mal rollo me estás dando, prefiero no sacar conclusiones.
La cafetera del bar sonó llamando la atención de ambas sacándonos de la conversación.
—¡Por cierto! No hagas planes para el jueves, he organizado una cena de cuatro con fiesta final en un campus universitario.
—Sara, ya sabes que no me apetece conocer a nadie.
—Ya va siendo hora, Marta. Los de Netflix me han llamado.
—Ajá… —dije asintiendo y arqueando las cejas con cara de incrédula.
—Pues sí, estaban bastante apurados. Me han pedido por favor que te saque de paseo, que no dan abasto a crear tanto contenido el fin de semana para ti.
—¡Venga ya! —dije riendo, lanzándole una servilleta a la cara.
—Además, necesito que hagas compañía al amigo de mi último ligue, no puedes dejarme sola. —Sabía perfectamente que Sara no necesitaba ayuda y que lo estaba haciendo por mí.
—Está bien, iré.
Sara estampó la silla tras de sí al ponerse en pie, y empezó a dar saltos de alegría extendiendo los brazos en señal de victoria. Luego vino corriendo hacia mí y me dio un beso en la cara.
—Marta, nos lo pasaremos genial, ya lo verás.
—Eso espero, hace algo más de tres meses que no tengo ninguna cita.
—Vuelvo al curro que tengo otra clase, pero vamos comentando los detalles estos días. ¡Y no cambies de opinión! —añadió mientras se alejaba—. Por cierto, ¿te había dicho que es una fiesta de disfraces? ¡Búscate algo que sea sexy!
Cuando quise rechistar ya se había largado. La tía había medido bien las palabras y el momento para irse y no darme opción a réplica. Además, no solo no había tenido una cita con nadie en mucho tiempo, la realidad era que ni siquiera me había tocado yo misma desde mi ruptura con Toni. No habían pasado ni treinta segundos y ya empezaba a arrepentirme de haber dicho que sí.
«—Métemela hasta el fondo.»
«—¿Así? ¿Es lo que querías guarra?»
«—¡Sí! Dame más joder. ¡Oh sí! ¡Qué polla!»
—Sara, por favor, quieres quitar eso, hay más gente en el baño —dije mientras me retocaba el maquillaje mirándome en el espejo del local.
—No, es importante que recuerdes cómo se hace. Esta noche te juegas mucho Pocahontas.
En la tienda solo tenían ese o el disfraz de enfermera putilla así que no tuve otra opción.
—Me estás empezando a cabrear, sabes perfectamente que no voy a hacer nada.
—Vale tía, solo bromeaba —dijo parando el vídeo en su móvil—, tienes que relajarte. Tomás es un encanto y está buenísimo, si lo llego a saber me quedo yo con él.
—Pues todo tuyo.
—Marta, sal ahí y baila con él. Intenta pasártelo bien, no pienses en nada más. Solo diviértete —dijo cogiéndome de los hombros y mirándome con cariño.
—Está bien, lo intentaré.
Tomás era un chico agradable, y había conseguido sacarme más de una sonrisa durante la cena. Además, no estaba nada mal, era alto y estaba en forma. Llevaba el pelo corto con mechones dorados, e iba perfectamente afeitado. Me paré unos segundos a reflexionar en la salida del baño y al verlo bailar desde lejos, pensé que no era tan mal partido, así que esta vez me daría una oportunidad a mí misma.
Me dirigí hasta él y con decisión lo agarré de la mano para llevármelo hasta la barra. Allí pedí un par de chupitos para empezar a caldear el ambiente y nos pusimos a bailar. Después de más de media docena de tragos, me sentí más que relajada y me acerqué más a él. Recuerdo que sonaba una canción cualquiera de reguetón que no conocía, pero que me hizo seguir el ritmo haciendo que mi cuerpo buscase el contacto del cuerpo de Tomás.
Mi pierna derecha, entrelazada con la suya, tocaba fondo frenándose con su entrepierna. Mi disfraz de Pocahontas era sencillo, un collar y un vestido corto con flecos, cuya fina tela danzaba sobre mis piernas, escalando posiciones debido al roce contra la pierna de él, dejando ver gran parte de mi muslo.
Aunque los dos éramos plenamente conscientes de que mi pierna presionaba su paquete en cada vaivén al ritmo de la música, ambos disimulamos para seguir con el juego sin tener que dar explicaciones. Tras normalizar la presión en su zona tan íntima, fuimos un poco más allá y el movimiento del vaivén pasó a ser más lento y marcado. Nuestras miradas confesaron lo que llevábamos haciendo ya un rato, y él, que me sujetaba de la cadera, inició poco a poco la misma presión en mi sexo, el cual, sin haberme dado cuenta ya hacía rato que estaba deseoso de tomar contacto.
Habían pasado más de cuatro meses desde la última vez que sentí deseo sexual, y por fin en ese momento volví a recordarlo. Me entraron ganas de lanzarme a por él, atraparlo contra la barra y bajarle los pantalones para hacerme con su bien más preciado, haciéndole entender que desde ese momento yo tenía el control. Pero, ese tipo de cosas solo pasaban en mi imaginación, o eso creía yo.
Sin premeditación, hice que, en el trayecto del balanceo, mi clítoris surcase la pierna de Tomás, en una dirección y otra. Él pasó a sujetarme con mayor firmeza, como si estuviese siendo empotrada y necesitara de su ayuda para no salir disparada.
Subí mis manos por su torso, que tal y como había previsto tenía perfectamente marcado, y ambos nos enroscamos poco a poco en el cuello del otro, oliéndonos, inspirándonos, deseándonos.
Habíamos cruzado una línea, y el pene de Tomás lo supo transformándose en polla. Conscientes de que tendría problemas si nos separábamos para disimular el volumen que había adquirido su paquete, seguimos adelante con nuestro juego sin importarnos las consecuencias. Solo esperaba que los botones de su pantalón resistiesen lo suficiente.
Creció tanto, que notaba perfectamente en mi pierna su forma, sus testículos firmes y en formación de ataque, el cuerpo del pene en su totalidad e incluso podría haber dicho el número de venas que lo recorrían. Y finalmente coronando la bestia, estaba el glande, terso y brillante. No podía verlo con los ojos abiertos, pero todo era perfectamente claro al cerrarlos.
No pude resistirlo más, y esta vez seguí adelante, después de empujarlo contra la barra le bajé los pantalones a tirones como si fuese un animal hambriento. La gente se echó a un lado dejando espacio debido a la energía e ímpetu de mis gestos. Los calzoncillos parecían estar a punto de romperse por la tensión que habían adquirido. Metí mi mano en su interior y una vez agarrado mi premio, tuve que hacer fuerza para poder sacarlo de allí, el cual salió dando bandazos de un sitio a otro como si fuese un trampolín.
Sin pensarlo un segundo me la metí en la boca y despertó en mí algo que llevaba mucho tiempo dormido. Mis bragas se mojaron por completo de golpe, mi excitación había crecido tanto que creía estar a punto de correrme. Al estar en cuclillas, aparté mis bragas a un lado e introduje de golpe dos dedos en mi interior, atrayendo el orgasmo hacia mí.
—Pocahontas, ¿vienes o no? —preguntó Sara.
De repente salí de mi imaginación, creí estar corriéndome, pero si lo estaba haciendo se cortó en seco. Estaba a escasos metros del lavabo viendo a Tomás a lo lejos y dándome cuenta de que quién había estado bailando conmigo en mi imaginación había sido Toni. Todo había pasado en mi mente, excepto la humedad de mis bragas.
—No, me voy a casa.
CAPÍTULO 2
Un suave y continuo murmullo llenaba el aula. En pie, delante de todos, observé cómo nadie me prestaba la más mínima atención. Llevaba ya un rato hablando y no había conseguido atraer más que alguna mirada fortuita con desdén. Probablemente como consecuencia de que mis palabras estuviesen interfiriendo en sus propias conversaciones con los compañeros de al lado.
—Chicos, por favor, ¿podéis callar un momento? —dije intentando levantar un poco el tono de voz.
Solo algunos alumnos de la primera fila parecieron hacer caso a mi súplica, los cuales persistieron de su acto de bondad rápidamente al ver que el resto de la clase seguía a lo suyo.
—Está bien, os dejo apuntado en la pizarra el temario que tenéis que estudiar para el examen de la semana que viene.
Como tantas otras veces, me sentía desmotivada y sin fuerza para enfrentarme a mis alumnos, así que me giré para anotar en la pizarra lo que ellos ya sabrían si me hubiesen estado escuchando.
—¡Vaya culito profe!
—¡Sigue escribiendo, nos encanta cómo lo mueves!
Llevaba unos vaqueros slim y una sudadera ancha que me cubría por debajo del trasero, pero al levantar el brazo para escribir quedó a la vista de mis alumnos. Traté de ignorarles y terminé de escribir con toda la entereza que pude. En ese momento sonó la sirena de fin de clase y salí a toda prisa casi sin mirar atrás, entre silbidos y aclamaciones de «¡Tía buena!».
Ese día tenía que ir al ginecólogo para una visita rutinaria y mi última clase ya había terminado. Me sentía taquicárdica y en lo único que podía pensar era en salir del instituto lo antes posible. Al llegar a la entrada principal del edificio, vi la puerta de salida iluminada por la luz del exterior como si fuese la frontera a otro mundo que estaba a punto de cruzar para alcanzar la paz.
Centrada en el bombeo de mi corazón, mi respiración y mi objetivo de atravesar la puerta, no vi que alguien se dirigía transversalmente a mí hasta cortarme el paso.
—¿Dónde te crees que vas Marta?
—¿Qué? —delante de mí estaba Laura, la jefa de estudios, y me tenía entre ceja y ceja.
—Marta espabila, que dónde vas —me dijo chasqueando los dejos delante de mis narices.
—Perdona, no te había visto. Ya he terminado las clases y tengo que ir al médico, así que voy a salir un poco antes. Lo hablé con el coordinador.
—Haces siempre lo que te da la gana, recuerda que aquí quién manda soy yo. Anda, lárgate y ya hablaremos.
Sin darme opción a réplica o explicaciones, dio media vuelta y volvió por dónde había venido. Salí por la puerta del instituto casi sin aire, no se cómo lo hice para no ponerme a llorar delante de todos los que había allí fuera. Corrí hasta la primera esquina, giré para salir de la vista de todos y exploté en llantos.
Traté de coger aire y relajarme un poco para recobrar la compostura. Saqué el móvil y con el pulso todavía medio tembloroso escribí a Sara para recordarle que ya me dirigía hacia su apartamento. Aquella mañana cuando había salido de casa me di cuenta de que, la noche anterior, me había dejado el monedero con la tarjeta sanitaria en el coche de Sara y necesitaba ir a buscarlo para mi visita en el ginecólogo. Al salir disparada e irme en taxi, pagué con el móvil y no caí en la cuenta de que no llevaba el monedero.
Como tengo una copia de sus llaves para emergencias, habíamos acordado que entrase a recogerlo yo misma, aunque ella no estuviera porque trabajaba. Sara me explicó que al volver de fiesta lo había visto en el asiento del copiloto, dónde yo había estado sentada la noche anterior para ir hasta la fiesta, y ella lo había recogido dejándolo en el escritorio de su habitación.
Su apartamento era pequeño pero moderno, y para lo descuidada que era Sara, estaba todo perfectamente limpio y ordenado. Todo salvo su habitación. Supongo que no había tenido tiempo desde la noche anterior. Tenía la cama por hacer, el armario abierto con varios modelitos descolgados, el disfraz de la noche anterior tirado por el suelo, y todos sus accesorios esparcidos por el escritorio junto a mi monedero.
Estaba ya a punto de salir de su habitación, cuando de reojo vi una especie de libreta acolchada de color rosa encima de su mesilla de noche que me llamó la atención. Cotilla de mí, me acerqué para ver qué era. La libreta tenía un candado, pero estaba abierto con la llave tirada a un lado. Me senté en la cama y apoyé la libreta sobre mis piernas abriéndola por la primera página. No me lo podía creer, era el diario de Sara, no tenía ni idea de que tuviese uno.
Sin pensar demasiado en si estaba bien o mal lo que estaba haciendo, pasé las páginas hasta el final del todo y vi que Sara, había escrito lo ocurrido la noche anterior antes de dormirse, y sin vacilar me puse a leerlo.
«No sé qué le ha pasado a Marta cuando hemos salido del baño, pero me tiene muy preocupada. ¿Qué debería hacer? La he estado llamando durante unos segundos y no reaccionaba, parecía tener la mente en blanco. Finalmente ha reaccionado y ha decidido irse como si algo malo hubiese ocurrido, pero ni ha querido contarme el qué, ni ha querido que la lleve a casa. Ha cogido un taxi sin más y ha desaparecido.
Creo que le daré un poco de espacio y esperaré a ver si quiere contarme algo. Le propondré también ir a la fiesta del gimnasio, así podrá rodearse con gente que conoce y airearse sin tener la sensación de estar en una cita. Al marcharse me ha dejado bastante preocupada, pero he pensado que si me quedaba allí era para pasármelo bien, así que he decidido aparcar el problema para más tarde.
Antes de irme con los chicos, y mientras todavía pensaba en ella, algo ha llamado mi atención. Un poco apartadas de la fiesta, he visto dos chicas hablando. Parecían un poco aceleradas y preocupadas. Pero no ha sido solo eso lo que me ha llamado la atención.
Las dos chicas eran espectaculares, una era rubia y vestía con traje negro y escote, la otra era una explosiva morena que inmediatamente ha hecho activar las zonas más erógenas de mi cuerpo. He reconocido al instante sus disfraces, la chica morena (o quizá era castaña no la veía muy bien), iba disfrazada de Lara Croft, la protagonista del juego de acción Tomb Raider , y su amiga era Jacqueline, una de sus antagonistas en el juego.
Sin pretenderlo, perfilé centímetro a centímetro las curvas de Lara con mi mirada, recreándome en sus generosos pechos y su perfecto culo. Creo que ni yo ni cualquier otro friki de los videojuegos, nos habríamos imaginado jamás, una Lara Croft en carne y hueso mejor que la que estaba viendo en ese momento. Acababa de tomar la decisión de querer conocer a esas chicas, pero cuando iba a dirigirme hacia ellas, ambas se han puesto a correr y se han esfumado.
¿Qué les habrá pasado? La verdad es que no tengo ni idea porque no las he vuelto a ver, quizá solo eran el estímulo que necesitaba para lo que estaba por venir.
En fin, me he quedado súper cachonda y me he sentido totalmente plantada, algo absurdo porque yo no había venido con ellas. Pero entonces, he mirado a la derecha y he recordado al buenorro que me había acompañado a la fiesta. ¿O eran dos buenorros?
Marta ya no estaba, y me acababa de dar cuenta de que tenía a los dos para mí solita.
Conforme me he ido acercando a ellos me notaba más húmeda solo de imaginar lo que estaba a punto de hacer. Al llegar hasta Tomás y Dani, con una mirada pícara les he indicado que me siguiesen. Con toda la intención, he tratado de ir unos metros por delante de ellos, y he procurado contonear mis caderas en cada paso que daba. Estaba segura de que me estarían mirando el culo, ya que la faldita corta del disfraz de colegiala me tapaba lo justo.
Cuando me he alejado lo suficiente de la gente, me he metido entre unos coches y he apoyado mis manos en el capó de uno de ellos. He girado la cabeza para mirarlos por encima del hombro, y mientras me chupaba el dedo índice he pronunciado las palabras mágicas.
—Quiero que me folléis a la vez.
Ambos se han mirado incrédulos. No me esperaba otra reacción, jajaja. ¡Por dentro estaba eufórica! Tenía la total seguridad de que estarían flipando, mi única duda ha sido quién sería el primero en atacar.
El premio ha sido para Tomás, supongo que ya no querrá nada con Marta. Rápidamente se ha adelantado a Dani y sin mediar palabra se ha arrodillado detrás de mí, me ha levantado la falda y se ha quedado observando mi culo. Me ha acariciado y besado los cachetes, parecía estar idolatrando el busto de algún Dios. Acto seguido me ha bajado el tanga y ha empezado a lamerme el coño. He arqueado mi espalda y he dejado que el ansia que me ardía en el interior empezase a calmarse para dejar paso al placer.
He cogido su cabeza con una mano y he hecho más presión sobre mí para notar su lengua más profundamente. Él se ha esforzado en moverla tanto como podía aguantando la respiración, porque estoy segura de que en ese momento estaba totalmente hundido en mí. Después le he soltado y he humedecido mi dedo índice para introducírmelo en el culo. He notado su sorpresa al darse cuenta de que lo iba a tener a su merced.
Sus lengüetazos han ido subiendo y bajando, cambiando de una zona a la otra, humedeciendo ambas por igual, y ha reemplazado mi dedo por el suyo introduciéndolo con cuidado poco a poco hasta conseguir ganar profundidad y firmeza.
Cuando estaba a punto de preguntarme qué estaba haciendo Dani, se ha acercado por el lado con el pene en la mano, totalmente erecto. He dejado solo una mano apoyada en el capó y he usado la otra para masturbarle. Nada más empezar a mover mi mano sobre su polla ha cerrado los ojos mirando al cielo y ha soltado algunos gemidos. Me he inclinado levemente para metérmela en la boca y rodearle el glande con la lengua, mientras sin sacármela de la boca he seguido masturbándole.
No me lo podía creer, más allá del propio placer que estaba sintiendo, el hecho de estar en la calle, dando y recibiendo sexo oral, me ha puesto tan cachonda que me he corrido en la boca de Tomás.
Una vez Tomás se ha bebido hasta la última gota de mi néctar, medio a trompicones se ha quitado los pantalones poniéndose en pie, y polla en mano me la ha metido sin contemplaciones.
—Dios, Tomás, sigue, dame fuerte —le he dicho intentando no levantar demasiado la voz.
Tomás, sintiéndose poderoso, ha sacado la polla de mí, y como si fuese un caballero a punto de acabar con su enemigo usando su poderosa lanza, apuntándola hacia el cielo ha escupido en ella, y me la ha metido de golpe, haciendo que el reflejo del orgasmo anterior todavía resonase en mi interior.
Después de unas cuantas embestidas, Tomás ha decidido explorar otra zona de mi cuerpo. Ha escupido varias veces hasta dar en el centro de la diana, y poco a poco a metido su polla en mi culo. Gracias a la eyaculación de mi orgasmo y a la lubricación que él mismo había añadido, no le ha costado nada metérmela por completo. He querido gemir de placer, pero casi no he podido. La polla de Dani, imponente, surcaba mi garganta hasta el fondo una y otra vez.
Tenía un objetivo y quería cumplirlo, así que he apartado a los dos y me he incorporado. Me he desabrochado la camisa de colegiala y quitado el sujetador para dejar al descubierto mis tetas, le he indicado a Tomás que se tumbase en el suelo. Obediente, ha esperado a que yo misma introdujese su polla nuevamente en mí al sentarme en cuclillas sobre él, dejando mi culo al alcance de Dani, el cual, entendiendo mi plan a la perfección, me ha proporcionado la segunda penetración que yo buscaba desde el principio.
Por fin me he sentido llena y he conseguido reproducir en la realidad lo que minutos antes solo existía en mi mente. Quería disfrutarlo un poco más y me he movido como una serpiente notando como ambos se introducían en mí una y otra vez, perfectamente compenetrados. Mientras, mis enormes tetas, saciaban la sed de Tomás, que no dejaba ni un momento de amasar con sus manos.
Poco después supe que era el momento de correrme y poner el broche de oro antes de que alguno de ellos terminase y me cortara el rollo. Me he corrido y aullado como una puta perra en celo. ¡Madre mía ha sido increíble! Y me ha dado igual estar en la calle o que alguien me pudiese escuchar. Todo mi cuerpo se ha estremecido y me he sentido en el cielo.
Me hubiese dejado caer y dormido allí mismo, pero he tomado consciencia de la realidad y desencajándome de ambos me he puesto en cuclillas para masturbar y chupar sus pollas por turnos. No han tardado en correrse.
Primero ha sido Tomás, lo ha hecho íntegramente dentro de mi boca. Él no se esperaba que no me apartara, me ha avisado un poco antes de correrse y se ha sorprendido envuelto de placer al ver que mantenía la posición degustando hasta la última gota. Además, no hay mejor manera para no mancharse.
Después se ha corrido Dani, que no ha podido controlarse y lo ha acabado haciendo entre mi boca y las tetas. He acabado de exprimir sus últimas gotas y gemidos restregando su glande en mis pezones. Un final perfecto para todos. Tomás que ya se había limpiado, ha sacado un paquete de pañuelos de papel y ambos me han ayudado a limpiarme. Qué majos.
Supongo que gracias a mi aullido he atraído a algún curioso a la zona y hemos empezado a escuchar voces que se acercaban. Al final hemos tenido que salir los tres corriendo de allí a medio vestir para que no nos pillasen.
Cuando se lo cuente a Marta va a alucinar, jajaja.»
CAPÍTULO 3
Quizá leer el diario de Sara no había sido una buena idea. Salí de su casa con la respiración acelerada y el corazón latiéndome a mil por hora. Después de aquello iba a aficionarme a los relatos eróticos, sin duda, daban más de sí que algunas películas para adultos.
Caminé hacia la parada de metro más cercana, tenía el tiempo justo para llegar a la consulta de la ginecóloga y tampoco quería que me viera en aquel estado de perturbación, agitación y humedad. Por suerte, llevaba ropa interior de recambio y toallitas en el bolso.
En menos de veinte minutos estaba en la puerta del centro médico, hacía poco que lo habían reformado por completo y me costó encontrar la puerta de acceso. Me fascinaban los suelos de mármol y la amplitud de aquel lugar. Más que ir al ginecólogo parecía que estaba en una visita turística de alguna capital europea. Me apresuré hasta el mostrador, una chica rubia me esperaba con una sonrisa.
Me indicó dónde estaban los ascensores y la planta a la que dirigirme. Parecía que el negocio iba bien, hacía apenas unos años me visitaba en un pequeño cuchitril en una calle perdida y ahora era todo lujo. Si algún día tenía un hijo, sería allí. No sabía con quién, pero por algo tenía que empezar.
Me senté en los sofás de la sala de espera, sonaba una música agradable de fondo y no había nadie más en la sala. Me sudaban las manos, no podía evitar ponerme muy nerviosa, además estaba teniendo un día bastante intenso. Era una visita rutinaria, pero me parecía de lo más incómodo. Intenté distraerme con un juego del móvil, aunque era imposible quitarme aquel nudo del estómago. Respiré profundo un par de veces y en mitad de la segunda respiración apareció una enfermera pidiéndome que la acompañara.
Justo en ese instante recibí un mensaje de Sara. «¡Hola guapa! ¿Has recogido el monedero? Por cierto, la semana que viene hay una fiesta con la gente del gimnasio, nada de ligues, solo un rato con amigos, espero que vayamos juntas. ¡¡Besos!!». No tenía ganas de más fiestas, ya le contestaría más tarde. Guardé el móvil y seguí a la enfermera hasta la consulta.
Su interior era enorme, tenía la zona con la mesa y el ordenador y por detrás quedaba la camilla y un baño privado. La doctora no estaba. En su lugar se sentó la enfermera para contarme que la doctora había tenido que atender un parto de urgencia y que no podría visitarme tal y como estaba previsto. No le di mayor importancia, lo mío no era urgente y podía volver otro día. Al hacer el gesto de despedirme se apresuró a decirme que podía visitarme otro doctor y así aprovechar el viaje hasta allí. Me habló de un tal Dr. González. Me quedé cortada, sin saber muy bien qué responder. ¿Un hombre? Siempre me había visitado con mujeres, me sentía todavía más incómoda de pensar que un tío estaría ahí tan cerca de mis partes íntimas. Ella seguía con su discurso.
—El Dr. González tiene muy buenas referencias, ha sido durante más de diez años coordinador en el Hospital General. Le encantará.
—De acuerdo, me visitaré con él.
—Perfecto, espere aquí que lo aviso. En un minuto estará con usted.
Dicho esto, salió de la consulta y me dejó sola. Resoplé mirando a mi alrededor. ¿Por qué me costaba tanto decir que no? No quería visitarme con aquel hombre que llevaba tropecientos años de coordinador de no sé qué. Era como si me visitara mi padre. No me gustaba la idea y no había sido capaz de negarme por no quedar mal, por parecer rara. No lo sé, por mil motivos que mi cabeza era capaz de generar sin sentido alguno.
Mientras seguía deliberando conmigo misma entró el doctor. Para mi sorpresa no era de la edad de mi padre, tendría unos cuarenta y cinco años. Llevaba el pelo recogido en un pequeño moño alto y el resto del pelo rapado. La barba, no muy larga, le enmarcaba la cara angulosa. Negra, con algunas canas, le hacía resaltar los ojos verdes. No sabía si era mi ginecólogo o el protagonista de alguna novela turca.
Extendió la mano presentándose y le devolví el saludo. Más que una revisión quería un café con él. ¡Madre mía! Entre lo que había leído en el diario de Sara y el doctor, estaba que me subía por las paredes.
Me hizo algunas preguntas rutinarias y me propuso pasar al baño para ponerme una bata. Entré con las piernas temblorosas, demasiadas emociones se sobreponían e incluso la punzada del estómago se había acentuado. Me desnudé completamente dejando mi ropa colgada en las perchas y me puse la bata frente al espejo. En la piel se me veían las marcas de la ropa, la sombra del conjunto de encaje que llevaba puesto bajo el estrecho vaquero.
Salí de nuevo a la consulta y allí estaba el doctor sentado en su taburete, encendiendo la maquinaria que tenía junto a él. Me senté en la camilla y me tumbé subiendo las piernas en los estribos. ¿Hay forma elegante de tumbarse en ese sitio? Yo todavía no he dado con ella. Con la bata me cubrí mi zona íntima, como si fuera a meter la mano el doctor por ahí en breve, pero hasta el momento iba a mantener mi privacidad. Si lo llego a saber, me hubiera depilado a conciencia. ¡Qué tontería! Solo era el doctor, no un ligue de fin de semana. Pensé intentando engañarme a mí misma.
El médico se puso en pie y se acercó a mí por el lateral de la camilla. Me pidió permiso para abrir mi bata y dejar mis pechos al descubierto, empezaba por la exploración mamaria. Me hizo subir el brazo y me tocó todo el perímetro preguntándome si sentía algún tipo de dolor. Yo giré la cara mirando hacia el otro lado. Mi piel respondió al tacto de los guantes y al frío de la sala. Sentí mis pezones duros y una vergüenza tremenda. Intenté quitarme esa idea de la cabeza pensando que pasaban por sus manos un montón de mujeres cada día.
Una vez terminó me volvió a cubrir con la bata y se dirigió a su taburete para sentarse frente a mí. Empezaba el plato fuerte.
El primer paso era una ecografía vaginal, cubrió aquel cono con lubricante y lo fue introduciendo despacio dentro de mí. Se sentía muy frío, no me dolía nada, pero no dejaba de ser una sensación muy incómoda. Mis ojos estaban clavados en el techo centrados en las grietas e intentando no pensar demasiado en lo que ocurría por allí abajo.
Me confirmó que todo estaba bien. Tocaba recoger una muestra para examinar y habríamos terminado. Aquella era la parte más molesta, pero la hizo con tanto mimo que no sentí ni pizca de dolor. Debía admitir que me gustaba mucho más que mi ginecóloga de siempre. Miré un momento hacía él y lo vi concentrado en su tarea y ahí sí, no pude evitar imaginármelo en una actitud menos profesional y más cariñosa. Tenerlo tan cerca me estaba excitando y la prueba médica era lo de menos.
Apenas un par de minutos después ya había terminado y me estaba ayudando a ponerme en pie para que pudiera ir al baño a cambiarme. Me vi en el espejo y estaba sonrojada, la mezcla de emociones de aquella mañana estaba haciendo estragos en mí. Me vestí rápidamente y salí de nuevo para sentarme frente a él que escribía en su ordenador a toda velocidad.
—En una semana recibirás un aviso en tu móvil para que puedas entrar en la página web y consultar los resultados. Si es necesario, nos volveríamos a ver. Bueno, conmigo no, con tu doctora.
—Perfecto, muchísimas gracias —respondí pensando en lo genial que sería volverlo a ver a él. En otras circunstancias y ambos con poca ropa.
Me despedí y salí de la consulta suspirando por el Dr. González. Al pasar junto a la sala de espera vi a Toni. ¿Toni? ¿Qué hacía allí? Afortunadamente mi ex estaba más pendiente de su móvil que de las personas que pasaban por delante. Me apresuré para llegar a los ascensores sin que me viera, no me apetecía hablar con él ni ser educada. Quería esfumarme de aquel lugar por arte de magia.
El camino de vuelta a casa en el metro fue largo, no porque durara más de la cuenta sino por culpa de Toni. No podía quitármelo de la cabeza, cada vez que se cruzaba en mi cabeza por algo volvían a mí conversaciones imaginarias que nunca habíamos tenido en las que le decía cuánto lo odiaba, el daño que me había hecho y lo mala persona que era.
No tenía sentido seguir torturándome por aquella historia pasada, pero ¿por qué es tan difícil pasar página? Incluso anclada a ese mal recuerdo me parecía estar más a salvo que construyendo una nueva vida. Todo estaba patas arriba y en vez de tratar de poner orden parecía que me dedicaba a regocijarme en el caos.
Me pasé de parada y tuve que volver andando unas calles, hacía frío, pero no me importó. Las bajas temperaturas desatascaban mi mente. Respiré profundamente tratando de retener en mí las buenas sensaciones y dejando salir las malas en cada exhalación. El examen médico había ido bien y encima me lo había hecho mi Can Yaman particular. ¿Le podía pedir más al día?
Me crucé en el portal con una de mis vecinas. No hacía mucho tiempo que se había divorciado y andaba siempre con prisas para organizarse con el crío. Alguna vez me había confesado lo dura que estaba siendo esa etapa de su vida. En cambio, yo veía a una mujer de treinta y largos, muy atractiva y segura de sí misma. Capaz de tener a quién quisiera comiendo de su mano. Aquel día estaba más espectacular que de costumbre y no pude evitar decírselo.
—¡Vaya! Estás muy guapa. ¿Eso es que salió bien la entrevista de trabajo del otro día?
—Ni te imaginas lo bien que me fue, otro día con más tiempo te cuento todo sobre la entrevista.
—Adelántame algo. ¿Hay buen ambiente? ¿Qué tal el jefe? —pregunté curiosa.
—El jefe y la recepcionista son lo mejor de la empresa —respondió guiñándome un ojo y lanzándome un beso al aire.
Le respondí con una sonrisa y me metí en el ascensor.
Eran más de las dos, la hora de comer, pero no tenía hambre ni nada interesante en la nevera así que me tumbé en el sofá esperando que Netflix rellenara el hueco de mi interior con alguna serie interesante que absorbiera mi capacidad de pensar.
Mientras me perdía entre la infinidad de propuestas me vino a la cabeza el doctor, su barba, sus manos grandes y sentí unas cosquillas. Esas que te hacen ir a por el Satisfyer para calmarlas. Me lancé sobre la cama y alargué el brazo hasta el cajón de mi mesilla de noche.
Me quité los vaqueros en una graciosa danza serpenteante hasta desprenderme de ellos y lanzarlos por los aires e hice lo mismo con mis bragas de encaje que cayeron sobre la silla acumuladora de ropa.
Tumbada mirando al techo volvió a mí la imagen del ginecólogo. Recorrí con la yema de los dedos el interior de mi muslo imaginando sus manos en mi piel. Me acerqué a mis ingles y me acaricié muy suave, casi como un roce sutil sin apenas contacto. Sentí la humedad en mí. Encendí el vibrador dispuesta a dedicarme unos momentos con él cuando escuché a los vecinos.
Era un matrimonio joven, me los había cruzado a él hacía un par de días cuando esperaba un sofá nuevo y aquella misma noche los escuché discutir y algún portazo. No pude entender muy bien qué decían, pero parecía que alguna chica se había cruzado en su relación.
Los escuché más apasionados que nunca, ella gritaba pidiendo más. ¿A aquellas horas tenían tanta energía? ¡Era la hora de la siesta!
La verdad, es que en cualquier otro momento me hubiera incomodado mucho tener que escuchar semejante sonata en mi momento de relajación. Pero me habían pillado en un buen momento así que dejé que los gemidos de mi vecina acompañaran la danza de mis dedos y el recuerdo de mi doctor.
Me subí la camiseta para tener acceso a mis pechos y acariciarlos, la última persona que los había tocado era él. Lo sentí allí conmigo. Cuánto más aceleraba el ritmo de mi vibrador más gemía la vecina y más arqueaba yo mi espalda hasta el punto de fundirnos todos con el placer. Aquello era casi como un trío.
Después de tanto tiempo, por fin había conseguido tener un orgasmo sin tener a Toni en mi cabeza. Era el momento de seguir adelante con mi vida. Alargué el brazo hasta mi teléfono y envié decidida un mensaje a Sara.
«¡Me apunto a la fiesta!»
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