Antes de conocer a Dulce (I)
Dedicado a mi lectora favorita.
Dulce, lo que pasó antes y cómo la conocí
Tras mi pequeña aventura con Pilar (leer relatos anteriores) estuve un tiempo muy tranquilo.
Como comenté el papel de Pilar se limitó al estrictamente profesional y ambos lo encajamos muy bien.
Mi vida privada regresó a las rutinas acostumbradas y mi pareja hasta agradeció encontrarme un poco más calmado. La relación que mantenía con Pilar me tenía totalmente excitado y, aunque ella era una estupenda compañera de juegos e infidelidades, mi pareja también tuvo que “sofocar” mis estados desconociendo qué los provocaba.
Nuevamente centrado en el trabajo las cosas marchaban como estaban previstas, los resultados seguían siendo positivos y el crecimiento de la empresa era bueno lo cual me posibilitaba la introducción de algunas novedades en nuestras planificaciones.
Una de estas novedades fue buscar y contratar los servicios de una empresa de marketing y diseño gráfico para mejorar algunos aspectos de nuestra imagen como empresa, de catálogos y servicios.
Tras varias entrevistas con los responsables de algunas de estas agencias y exponerles nuestras ideas y necesidades, tuvimos que empezar a valorar los proyectos de los dos finalistas para hacerse cargo de la cuenta.
Cité a la primera agencia el martes y la segunda para el miércoles. No quería dejar pasar más tiempo y, aprovechando la época estival, necesitaba darle un “empujón” a muchas de las ideas que teníamos entre manos.
Cita del Martes, se presentaron un grupo de 4 personas a la reunión, cuatro contra uno pensé, estoy en desventaja, pero tampoco me importaba mucho. Quería oír y ver algo que realmente fuera interesante y despertara mi motivación.
Ellos estaban coordinados por el que, seguramente, sería el responsable de grandes cuentas, la asesora del equipo y una pareja de creativos (un chico afeminado y una preciosa chavala morena que hacía competencia en elegancia con la asesora).
Tras más de 2 horas de charla y presentación, el responsable del equipo justificó su marcha por otra cita urgente que tenían planeada, pero, ante lo importante de esta, sólo se llevó con él al creativo, dejándome a solas con su compañera y la asesora.
La asesora, Lucia, era una mujer de unos 30/35 años, 1,65 mt aproximadamente, cuerpo muy cuidado y con muchas horas de gimnasio a sus espaldas. Muy elegante (se notaba la alta sociedad) y cuidadosa en los detalles. Vestía un elegante conjunto de falda a medio muslo y tipo tubo, sin medias, zapatillas de tacón alto y blusa de seda abotonada por delante. Las transparencias de la misma dejaban adivinar un caro conjunto de ropa interior en color carne que a veces y gracias a sus movimientos, se dejaba ver por el escote de los botones desabrochados, los justos para alentar a una asomada fortuita.
María, la creativa, era una niña de unos 25 años que vestía más informal y de acuerdo con su edad. Un pantalón tipo leggins negro que dejaba adivinar la dureza de sus muslos y lo firma de sus nalgas (vaya culo), que acompañaba con una camiseta corta que dejaba ver su plano vientre. Aproximadamente la misma altura que Lucía, pelo recogido en coleta y zapatilla baja.
Ambas tenían una perfecta manicura y estaban perfectamente maquilladas. Cualquiera podría volver loco de deseo a quien las viera.
Estuvimos en mi despacho en mi despacho una hora más hablando de los detalles y de mis dudas, para cuando nos dimos cuenta pasaban de las 2 de la tarde. Como lo teníamos aún a medias, las invité a comer y enseguida aceptaron.
En el coche María se sentó a mi lado mientras Lucía en el asiento de detrás de María.
Esto me permitía, cada vez que me giraba para hablar con ella, recrearme con una buena porción visual de sus espléndidos muslos bronceados. Cuando llegamos al restaurante el posicionamiento en la mesa fue el lógico, yo flanqueado por estas dos bellezas.
En la medida que hablamos, bebíamos y comíamos, la confianza fue haciendo aparición y ya no disimulaba los roces de mis rodillas con una y con otra, los comentarios pícaros y con doble sentido que ambas reían o el posado de mis manos alternativamente de una rodilla a la otra (según me inclinara para alguna confidencia o escuchar más detenidamente)
Mi mente dibujaba un escenario en el que ambas se convirtieran en mis hembras ansiosas de macho, esto me excitaba y creo se notaba en mi cara cosa que intentaba disimular.
En un momento concreto me excusé para ir a los lavabos donde entré para desahogar mi vejiga. Estaba lavándome las manos cuando sentí que se abría la puerta y alguien me abrazaba por detrás, al levantar mi vista al espejo vi a María que me sonreía y me decía al oído “la verdad es que tengo muchas ganas de trabajar contigo”
No me lo pensé, me giré, la tomé de la mano y la llevé hasta la cabina cerrando la puerta mientras le comía la boca y la colocaba con la espalda pegada a una de las paredes.
Sin decir nada y mirándola a los ojos directamente, mi mano viajó hasta su cintura, separó los leggins y entró en la búsqueda de su sexo que encontré medio atrapado por el tanga, pero caliente y húmedo, según detectaron mis dedos al penetrarla.
¿A la niña le ponen los maduros? Le dije mientras mis dedos la penetraban con fuerza consiguiendo más humedad y sus jadeos escapados entre los labios. Me sonrió y empezó a mover sus caderas en la búsqueda de su propio orgasmo mientras sujetaba, con sus manos, la mano que tenía metida en su sexo. Mientras nos besábamos llegó su orgasmo con la agitación de las prisas.
Saqué mis dedos y los llevé a su boca, los chupó ansiosa mientras yo le decía “tienes mi número de móvil en la ficha. Si estás dispuesta a continuar este juego con mis reglas, llámame el viernes por la mañana y estate preparada para lo que te pase”
Dicho esto, salí del baño dejándola allí y dirigiéndome hacia la mesa donde me esperaba Lucía algo incómoda.
Me disculpé mientras me sentaba y llené las copas de vino de ambos mientras seguimos hablando y esperando por María.
“Es hora de regresar a lo que tenemos entre manos” dije mientras solicité la cuenta y nos levantábamos. Nos dirigimos hacia el coche y noté un cambio estratégico de situación, ahora fue Lucía la que se situó en la puerta del copiloto son dejar lugar a que María pudiera hacer nada.
Una vez en ruta Lucía dijo “como nos viene de paso hacia la oficina ¿podemos dejar a María cerca de la estación de metro? Tiene mucho material que adelantar y lo que nos queda por ver lo podemos hacer tú y yo”
No dije nada y me desvié hacia la estación del metro. Bajé del coche para despedirme de María mientras le daba dos besos y le susurraba “espero tu llamada”
Regresé conduciendo a la oficina y hablando tranquilamente con Lucía. Volvimos al sentarnos en mi despacho y reanudamos la tarea. Al rato y tras varios temas comentados, Lucía tomó su silla y la colocó a mi lado con la excusa de poder ver los dos juntos ciertos papeles. Ya descaradamente su rodilla estaba pegada a la mía, mis ojos podían ver más del escote, mi mano se posaba distraídamente en su rodilla y ella la aceptaba.
Recibí una llamada de mi pareja, quería saber si iría tarde a casa, miré a Lucía (que seguía entretenida revisando papeles) y le dije que no me esperara para cenar, que tenía mucha faena aún por terminar.
Al colgar me situé detrás de Lucia y, apoyando mis manos en sus hombros, me incliné para leer y ver mejor lo que me estaba enseñando.
Lo que realmente estaba viendo era su escote y aquellos espléndidos senos atrapados entre la tela del sujetador.
Mantuve esta postura mientras seguíamos hablando y mis manos seguían en sus hombros cuando escuché salir estas palabras de su boca
“Bueno, Carlos, esta es la propuesta que te hacemos, dime que hemos de hacer para asegurarnos la cuenta, queremos trabajar contigo y con tu empresa”
Silencio por mi parte…
“Quiero trabajar contigo y con tu empresa…”
Esto segundo lo dijo más pausadamente y fue lo que dio pie a que una de mis manos empezara a acariciar su cuello.
“Mañana tengo otra reunión con tu competencia” le dije sin dejar de acariciar su cuello.
Lucia simplemente separó un poco su silla para incorporarse y pegó su cuerpo al mío. Sus manos manipularon la cinturilla de la falda y dejó que esta cayera hasta el suelo mientras mis manos desabotonaban su blusa para tomar sus pechos.
Se giró y me besó con pasión, con intensidad calculada mientras me quitaba la corbata y se la ponía en su cuello, desabotonaba mi camisa hasta sacarla, se arrodillaba y empezó a desabrocharme el pantalón para llegar hasta mi bóxer. Mi pene duro como una piedra se dibujada en la tela y ella, mirándome desde esta posición, lo repasaba con su lengua para con su mano sacármelo. Pasó su lengua por la punta, lamío, ansalibó y comenzó a tragárselo.
Mientras yo la miraba mi mente y mi cuerpo reconocía que era una mamada fenomenal, de las que me acostumbró Pilar y que ya no tenía.
La mezcla de estos pensamientos o el morbo de la situación hizo que disparara directamente a su boca, creo que no lo esperaba y la escuché resoplar mientras se esforzaba en tragar.
“Sigue, no pares” le dije colocando mi mano en su cabeza y acariciando su delicada melena. Era una delicia tener así a esta señorita de la sociedad madrileña, seguro que niña de alta cuna necesitando demostrar su valía ante su empresa para garantizarse una posición.
Ahora con su boquita llena de mi poya mientras seguía chupando y notando que no desaparecía su dureza.
Me aparté para desvestirme y, tomándola de la corbata que estaba en su cuello, atraerla hacia mí mientras me sentaba en la silla. Entendió sin palabras y separando sus piernas, tomó mi pene en su mano para dirigirlo a la entrada de su sexo mientras bajaba y se penetraba.
Yo em dejaba hacer, mirando su cara, su expresión de placer, acariciando sus muslos, sujetando sus caderas que iniciaban un movimiento.
“Esmérate, convénceme de que vales la pena” le dije cuando me lancé a chupar sus pezones, duros como piedras desde que mi pene la ensartó. Ella redobló los movimientos de sus caderas mientras me sujetaba del cuello y se arqueaba hacia atrás para dejarme espacio y maniobrabilidad con sus pezones.
Su primer orgasmo vino casi inmediato desplomándose sobre mi pecho.
“Creo que has de poner más de ti, corazón, quiero más entrega, más convencimiento” le dije mientras la mantenía sujeta de las caderas. Ella comenzó a moverlas con más brío y, cuando uno de mis dedos entró en su ano, lanzó un gemido e hizo más cadentes sus movimientos.
“Por dios ¡¡ por dios¡¡” decía mientras ahora llevaba yo el ritmo, con mis manos la elevaba para dejarla caer, una y otra vez, en mi pene ensartándola repetidamente.
La tomé de la cintura y me salí de ella para colocarla sobre la mesa, cara a cara, sus muslos en mis brazos mientras le volví a penetrar de golpe.
Ahora me deleitaba con cada entrada y salida de mi poya en su coño, empapado, chorreando su excitación, sus orgasmos, lentamente y viendo como ella agitaba su cabeza de un lado al otro, mirando cómo se llevaba las manos a la boca o mordía sus dedos. Viendo cómo se arqueó y sus pezones casi salen disparados con su orgasmo.
Salí de su ahora hinchado sexo y me dediqué a contemplarla, quería ver en su cuerpo los estertores de este orgasmo y vaya que si los vi.
Sin decirle nada la giré colocándola boca abajo en la mesa, inclinada. Sus zapatillas de tacón hacia que mantuviera sus nalgas en alto, una imagen perfecta. Tomé la corbata de su cuello y procedí a atarle las manos a la espalda
La imagen era divina, más cuando mis manos separaban sus nalgas, las amasaban, mis dedos entraban y salían de su sexo a placer, empapados, jugando con ella y ella, Lucía, dejándose hacer.
Me coloqué entre sus nalgas y pasé la punta de mi capullo entre ellas, la dirigí hacia su sexo y lo penetré salvajemente, con fuerza, ella soportaba mis acometidas como podía y con sus manos, aún atadas a la espalda, me hacía señales para que aminorara, para que fuera más despacio.
“Mando yo” dije y, sacando mi pene de su sexo, lo llevé hasta la entrada de su ano. Por su contracción me di cuenta de que era virgen, que por allí no había entrado ninguna polla y que lo disfrutaría el primero.
“Noo, por favor, por ahí no, me dolerá, nunca lo he hecho” me decía mientras tensaba sus nalgas e intentaba evitar que la penetrara.
“Te dije que tenías que hacer mucho para convencerme, tu verás. Lo dejamos aquí y no ha pasado nada o luchas por conseguir la cuenta y la firma del contrato” dije lentamente para que me escuchara con calma.
Me quedé mirándola, mi pene descansaba entre sus nalgas que ella mantenía tensas, duras y agitaba las caderas no permitiendo nada más.
Silencio por mi parte hasta que vi cóomo se detenía y relajaba las nalgas. Mis dedos viajaron a su sexo del que manaban flujos que caían por sus muslos, los metí y empapé para luego llevar estas humedades a su ano.
“Tranquila y sé buena, lo disfrutarás y hasta me darás las gracias” le decía mientras mis dedos humedecían su ano para, lentamente, penetrarlo con uno de ellos.
Jugué así largo rato hasta notar como dilataba, entonces metí el segundo. Al rato los saqué viendo como ella, Lucía, esta espléndida dama de la sociedad madrileña, movía sus caderas buscando rellenar la sensación de vacío dejada por mis dedos.
Pasé la punta de mi pene por su sexo, subí lentamente hasta su ano, apoyé, empujé suavemente hasta que entró el capullo, paré para comprobar cómo gemía esta dama, contemplé sus nalgas abiertas, acaricié su espalda.
“¿La quieres? Pídela” le dije y vi cómo se revolvía buscando.
“Si, por favor, hazlo ya…no pares” dijo
Obedeciendo su petición comencé a penetrarla lentamente, despacio y hasta el fondo. Cuando sentí sus nalgas en mi vientre paré y dejé que se acostumbrara.
Para mi sorpresa, fue ella la que empezó a agitar sus caderas, a moverlas adelante y atrás, a penetrarse. Me encanta sodomizar, me encanta ver a esta señorita convertida en toda una hembra.
La tomé de las caderas y empecé a encularla con fuerzas, con ganas, con brío mientras ella acompañaba cada acometida con un jadeo, con un gemido.
Se descontroló por completo y sus piernas empezaron a temblar cuando le llegó un nuevo orgasmo que yo gozaba mientras seguía enculándola.
La saqué de su ano, le desaté las manos y ella sola se dejó caer al suelo, lentamente y quedando de rodillas ante mí. Tomé mi pene entre mis manos y me masturbé mientras ella se recuperaba. El primer chorro de mi esperma fue directo a su cara, a su pelo. El segundo ya se depositó en sus labios, en su cuello, en sus pechos. Ella recibía mi corrida mientras se mantenía agazapada a mis pies recuperándose.
La imagen era divina, si me decidía por trabajar con ellos estaba seguro de que lo disfrutaría. Esta mujer tiene un potencial muy bueno.
Lentamente se recompuso, fue al baño de la oficina para arreglarse un poco mientras yo hacía desaparecer los rastros de sexo de mi despacho. Después fui al baño a recomponerme yo.
Cuando regresé allí estaba ella, esperándome como si nada hubiera pasado, arreglada y compuesta como a primera hora, oliendo a perfume.
“Señorita Lucía, la defensa de su proyecto ha sido satisfactoria. Como le dije mañana me entrevisto con su competencia, la señorita Dulce. A ver qué me proponen ellos”
Dicho esto, la acompañé hasta la puerta del despacho y la dejé marcharse para prepararme e irme a casa.
Si al final era esta la empresa de marketing que contratamos, seguro trabajaríamos muy a gusto.