Antecedentes y Sucesiones - 2

Gracias a Mr. F.

Emma se abrazaba a sí misma, contemplando un reluciente Central Park a través de la ventana. Era un día extraño, pues, sólo era viernes por la mañana, como todos los demás, ruidos neoyorquinos: entre naturaleza y urbanismo, bocinas, taladros, pajaritos, un día cualquiera, pero extrañamente no era cualquiera. Siempre pensó que un día así no tenía nada de especial, nada de diferente, que era un día como los demás, que simplemente no se iba a trabajar y que, a la hora, a la que usualmente salía del estudio, estaría en el Plaza, en la Monroe Suite, en un Monique Lhuillier negro de un hombro, único, hecho a la medida, que era como una cascada de chiffon drapeado y que terminaba siendo de plumas hasta por arriba de su rodilla. Podía haber sido demasiado voluminoso como para hacerla ver seis tallas más grande, pero estaba confeccionado de tal manera que se seguía viendo una inmaculada y esbelta figura italiana. Y, como el plus, unos Lipsinka Louboutin de doce centímetros, de cuero negro, suela roja y aguja de metal. Sophia estaría en un Oscar de la Renta que a Emma no le gustaba mucho, pero era lo que Sophia quería usar ese día, y cada quien era dueña de sus decisiones, en especial en ese día.

Respiró hondo, cerró sus ojos, hundiéndose entre sus hombros y, al exhalar, abrió los ojos conforme regresaba sus hombros a la posición original, y vio el día con un poco más de positivismo, más relajada, pues, es que no era un día malo, era simple y sencillamente particularmente extraño. Paseó sus dedos por entre sus ondas rubio oscuro y las mezcló con su cabello café claro, sonriéndole ante el panorama de Central Park, porque realmente le gustaba ver que, entre tanta urbanización, se podía conservar un espacio de tres avenidas de ancho por sesenta y un calles de largo de naturaleza que era arduamente mantenida. No estaba preocupada, por primera vez, por la comida, la música, ni siquiera por la abogado, ni por los invitados, eso no le preocupaba, le preocupaba en realidad que, por seguir una tradición, a pesar de haberse prometido nunca caer en un convencionalismo, no supiera cómo estaba Sophia pues, entre Natasha y Phillip, habían logrado que no se llamaran ni algo parecido, ni una señal de humo, hasta las habían convencido de pasar la noche previa separadas; una escoltada, o más bien acompañada, por Phillip, y la otra por Natasha. Eso era lo más extraño, pasar una noche sin Sophia, estar tan cerca y a la vez tan lejos. Pero si su iPhone era de su completo dominio y, ¿por qué no sólo la llamaba? Nadie iba a saber. Tomó su iPhone, presionó el ícono del teléfono y marcó 2-1-2-1-7-7-1-6-5-0, sólo porque le parecía más rápido que irse a “favoritos” y presionar “A. Sophia”, que tenía la “A” para que fuera el primer contacto en su lista, y presionó “call” pero, antes de llevárselo al oído, colgó, sin saber por qué pero colgó.

*

Enero de dos mil ocho. Sophia se despertó con frío, todavía era temprano, demasiado temprano, pues apenas eran las tres de la mañana, últimamente no podía dormir. Se quedó en su cama, viendo un blanco techo inmóvil, escuchándose respirar, pensando en que ya sólo le quedaban pocos meses para regresar a casa, aunque intentaría buscar trabajo en el área, que dudaba sabiamente que no lo conseguiría, y fue cuando se le ocurrió buscar trabajo en Italia, todo con el motivo de no regresar a casa, no a Atenas, no sabía por qué, pero no quería. Pues, el ambiente en su casa nunca fue insano, pero tampoco era el más sano, simplemente no había afecto alguno entre sus papás. Por lo único que consideraba regresar era por su hermana, Irene, a quien le llevaba siete años. Se acordó cuando su mamá la había llevado a comer al McDonald’s de Lampraki después del colegio, pues era el punto medio entre el colegio de Sophia, que quedaba en Tampouria, y la casa, en Kallipoli, en las afueras de Atenas, o sea Piraeus, y, muy dulcemente, le preguntó si le gustaría un hermano o una hermana menor, y Sophia, quien había sido hija única por siete largos y consentidores años, dijo “¿Por qué no? Sería bonito tener alguien con quien jugar”, claro, en su mente eso era lo que pasaría, no que la atención de sus papás sería repartida entre ambas, al principio setenta y cinco por ciento Irene y veinticinco Sophia, así quedó siempre, pues cuando se había ido a la universidad, tenía diecisiete, Irene sólo tenía diez, y se quedó como la Princesa de la casa, pero, cada verano y vacación de navidad, se volvían a conocer y pasaba que Irene admiraba mucho a su hermana mayor por el simple hecho de verla ya una mujer, y le encantaba escuchar cómo decoraba las casas y todas esas cosas que realmente no hacía más que en su cabeza.

Cuando Sophia llegaba, la atención la seguía teniendo Irene pues hasta ella enfocaba toda su atención en ella, en conocerla, en llevarse bien con ella, en hacer casi lo imposible por entablar una relación estable y contundente con ella, pues verse dos veces al año, si era con suerte, era todavía muy poco, por lo que Sophia había tomado la decisión de escribirle una postal mensual, y se preguntarán: “¿por qué no un e-mail?”, pues es simple; porque a Irene le gustaban las postales, y Sophia que se lo complacía con una postal diferente cada vez, que consiguió un paquete de las postales más representativas de cada Estado. Sonrió ante los recuerdos con su terrible hermana menor, que no la dejaba en paz ni un segundo, todo lo tenían que hacer juntas: comer, dormir, hasta casi bañarse, cosa que Sophia no permitía, no porque le diera vergüenza, sino porque podía ser el único momento en el que tuviera privacidad total. Sophia trabajaba a su hermana al estilo del chantaje: “si tú no eres así/si tú no haces las cosas así/si tú no haces esto…las postales se tardarán más en venir” y así había logrado que su hermana comiera a la mesa tranquila, comiera de casi todo, pues milagros no podía hacer, dijera “por favor” y “gracias”, hiciera sus tareas y que se involucrara en un deporte, en el tennis. Más allá de eso, Sophia se revolcaba en su cama sin poder dormirse, sólo pensando, sin poder dejar de pensar, y, en su desesperante aburrimiento, tomó su teléfono y le escribió un inocente y frustrado “¿Estás despierta?” a Alexandra, conversación que se extendió hasta las seis y media, que Alexandra se quedó dormida y Sophia se fue a clase.

  • Buenos días, Señores- saludó como todas las mañanas que llegaba; con una sonrisa y café y, esa mañana, con una bolsa de rollos de canela y otra de daneses de queso. – Feliz Navidad y Año nuevo, espero que todos estén bien y sus familias también…quiero avisarles que, a partir de ahora, fumar está prohibido, pero pueden hacerlo afuera- y sacó tres cajetillas de Pall Mall rojos, colocándolas al lado del termo de diez litros de café caliente. - ¿Alguna novedad?- sonrió ante los catorce trabajadores. Estaba feliz, pues había pasado Navidad y Año nuevo en Roma, pues no había nada como los Cannoli que Franco le mandaba a Sara, tradición navideña desde siempre, quizás lo único que Emma disfrutaba de él.

  • Necesitamos que nos dé luz verde del acabado del techo para poder sellarlo- dijo uno, era calvo pero joven, fuerte, muy fuerte, y alto, era el jefe de los trabajadores.

  • Muy bien, a tiempo, me alegro- dijo, viendo hacia arriba y viendo que el techo de toda la sala de estar estaba hecho, con cada putito detallito que Volterra le había dejado hacer, contra la coherencia mental, arquitectónica y ambiental, a la futura dueña de la casa, sí, a la que llevaba, por pendientes, las pelotas del millonario marido: “Emma, el cliente siempre tiene la razón aunque no la tenga, y se le da lo que quiere por muy feo que sea”, porque sí, a Emma casi le da algo, y algo feo, bien feo, cuando vio que la viga iba en degradación para que, en la madera, hicieran aquel micro-putito-detallito con los moldes.

  • ¿De cuánto quiere el andamio, Arquitecta?- preguntó. Siempre estaba nervioso, Emma no se lo explicaba.

  • Aaron, por favor, llámeme Emma- sonrió. – De dos y medio estaría bien, pero tome antes algo de café si quiere, no tengo prisa

  • No, Arquitecta…perdón, Emma, enseguida se lo construyo

  • Aaron, primero el café, se le nota que tiene ganas- rió. – Iré a darme una vuelta por los baños…- dijo, dándose la vuelta y encarando a todos los trabajadores. – Jaime- llamó, y un señor ya de edad media dio un paso adelante. – Oiga, esto no es el ejército- rió, bromeando por lo de dar un paso adelante y haciendo reír a sus trabajadores. - ¿La conexión del agua?

  • Está lista

  • ¿Seguro?- sonrió, pues ya le había dicho tres veces que estaba lista y siempre que la probaba se inundaba algo.

  • Un cigarrillo a que lo está

  • Que sean dos- levantó su pulgar y su dedo índice para contar dos, que así era cómo contaba ella, levantaba del pulgar hacia el meñique, y se retiró, escuchando a los trabajadores un tanto extasiados por el café mientras sumergían la mano en la bolsa con comida.

Phillip estaba en plena reunión de Socios y Asesores cuando un mensaje de texto de Jacqueline Hall hizo que su iPhone vibrara sobre la mesa. “Es mi última semana en Manhattan, voy a L.A., guapo. ¿Cambiaste de parecer?- Jackie”. Y no, no había cambiado de parecer, todavía luchaba con aquella imagen de una Natasha, sin apellido todavía, besando a un tipo al que no podía ponerle cara, seguramente era feo, tan feo que por eso su cerebro había bloqueado la imagen, aunque Enzo no era así de feo, simplemente tenía cuatro cosas: cabello hermoso, acento francés, un piercing en la lengua que no dejaba nada sin resolver a la hora del sexo oral, y un miembro de ocho pulgadas y media, por lo demás…era simplemente un tío más. ¿Qué era eso de no poder olvidar a una mujer? No, pero él no estaba enamorado, eso jamás. “Si sabes que sales cada tanto en PageSix, ¿verdad? Nunca te he visto con una novia, guapo. No me ignores. – Jackie”, y no la ignoraba, simplemente lo desesperaba. Detestaba el “guapo”. Después de su injustificado despecho, porque no era despecho, había decidido aceptar las invitaciones de sus compañeros de colegio para salir a un club una que otra vez al mes, por eso de las apariciones en PageSix. “Estoy muy ocupado. Ten cuidado con tus finanzas si las tienes en un banco, esto sólo va para peor. Cuídate, suerte en L.A.” y así la calló para siempre, o tal vez no para siempre, al menos por un par de meses.

Natasha firmaba su nuevo contrato; duración: período de prueba, o sea dos meses, tipo: renovable a un año renovable, paga: aceptable, lo que costaban tres pares de Louboutin y una blusa Cavalli, horario: cincuenta y cinco horas a la semana, tipo de horario: flexible, cubículo: no, oficina: sí, cargo: Senior Strategical Planner. Era cinco de enero, todo Nueva York había vuelto a trabajar, y nunca se sintió mejor después de unas merecidas vacaciones, pues había tenido, gloriosamente, una semana de vacaciones, una semana entera, del veintiocho de diciembre al tres de enero, que había dormido, sin exagerar, doce horas al día y donde sus papás para que Vika la consintiera las otras doce horas, aunque Agnieszka no había dejado de llegar a hacer limpieza en el Penthouse de Kips Bay, eso le había dado tranquilidad hasta más tarde ese día, pues Margaret empezaría a decirle a Natasha que tenía que arreglar ese Penthouse, que con razón no tenía novio. Entró a su nueva oficina, ya vacía, sólo con las libreras, los archiveros, el escritorio, las sillas y una puerta de vidrio que no le daría privacidad alguna, bueno, no es como que antes la tuviera en su cubículo, ah, no, es que ni cubículo tenía porque trabajaba en una mesa enorme que compartía con su equipo. Y se le ocurrió hacer algo nuevo, algo diferente, algo que Recursos Humanos podría hacer pero, como sabía que no lo haría, llamó a una reunión general de equipos.

  • ¿No es peligroso estar ahí arriba?- dijo una voz desconocida, al menos una que Emma no conocía. – Digo, está muy alto- dijo, viéndola desde abajo con las manos en los bolsillos.

  • Se aprende a vencer el miedo- sonrió mientras paseaba sus dedos a lo largo del puto detallado del techo. – He estado más arriba- dijo, presionando un poco para corroborar que estuviera sólido a punto de cemento, y lo estaba. – Ya me acostumbre- se dio la vuelta y vio una cara nueva, una que no conocía.

  • ¿Necesita ayuda?- gritó, pues habían empezado a trabajar con el martillo no muy lejos de ahí.

  • No, estoy bien- y se bajó del andamio con facilidad, se notaba que tenía práctica. – Creo que no nos conocemos- dijo fuertemente, tratando de hacerse escuchar sobre el martillado. – Emma Pavlovic- le extendió la mano luego de habérsela sacudido.

  • Ted Wyatt- estrechó la mano de la Arquitecta con una sonrisa. – No sé qué me impresiona más, si que esté vestida así- dijo, señalando sus Stilettos y su ropa- Y revise el techo y la facilidad con la que se ha bajado de ahí arriba o la rapidez con la que trabaja. ¿Ingeniera?

  • No, Arquitecta- le informó. - ¿Buscaba al Arquitecto Volterra? Se ha retrasado un poco, ya debería estar llegando

  • El día de ahora no me molesta la espera… ¿me podría informar cómo va mi casa, Arquitecta?- sonrió, abriéndole paso para que le diera un tour.

  • Por supuesto, ¿alguna pregunta en especial?- el dueño de la casa sacudió la cabeza. – Sígame y le muestro- y todo lo hacía con una sonrisa, que era en parte ensayada, pues, la costumbre.

No era una casa particularmente pequeña, era en realidad enorme, monstruosamente gigante; tenía ocho habitaciones, diez baños, cocina inmensa porque a Mrs. Wyatt le encantaba cocinar, espacio para diez autos en garaje, piscina, sótano, ático, en fin, una casa que tenía de todo. Emma se tardó cuarenta y cinco minutos en darle un tour relativamente completo por el interior de la casa, explicándole por qué no habían puesto ningún piso todavía, pues era cuestión de proceso: primero el techo y luego el piso, para no dañarlo. También le explicó por qué las tuberías no se reunían bajo la casa en un punto central, como solía hacerse antes, sino que todas iban hacia fuera, para que, por si algún daño, la casa no se dañara, cuestión de precaución e inversión.

  • ¿Alguna pregunta?- sonrió, juntando sus manos con alegría y efervescencia, llegando al punto en el que habían partido.

  • Me lo ha aclarado todo, Arquitecta. Confío en usted que mi casa quedará como planeado, sin ningún error.

  • Está diseñado para que no haya falla alguna, en efectos de construcción y ensamblaje, en un mínimo de quince años…pero, claro, en caso de haber algún defecto o imperfección, el estudio cuenta con cinco años de control de calidad, si usted así lo decide

  • ¡Ah! Emma, aquí estás…veo que has conocido al Señor Wyatt- sonrió Volterra, estrechando la mano de un ahora cohibido cliente. – El auto te espera para llevarte al Archstone…cuando regreses al estudio, me gustaría hablar contigo

  • Como usted diga, Arquitecto- sonrió, tomando su abrigo y su bolso de un perchero que los trabajadores le habían improvisado. – Un placer, Señor Wyatt- y él le sonrió mientras estrechaba su mano, pero no dijo una tan sola palabra.

*

Sophia, por el otro lado, también veía Central Park desde la ventana, se preguntaba qué hacía Emma, si ya se había despertado, si había dormido bien, si se sentía bien. A Sophia le resultaba especialmente difícil no dejar de pensar en Emma, era como si, en vez de sangre, fuera Emma la que le corriera por las venas, la misma Emma que respiraba, que pensaba, que sentía y que saboreaba; podía sonar a obsesión, pero realmente se llamaba “enamoramiento” que no era ciego aunque muchas de las definiciones de tal palabra era precisamente eso: “enamoramiento: dícese de un amor parcial o plenamente ciego”, y no lo era, porque conocía a Emma en su efecto y en su defecto. Que había tenido que aprender a vivir con el perfeccionismo y la puntualidad era pan comido, que había tenido que aprender a amar a Emma y a su Ego, que a veces se refería a él como si fuera una persona más en el apartamento, eso era toda una aventura, pero le gustaba, pues Emma se lo hacía más fácil, se lo endulzaba y le mostraba cómo poder reírse, a carcajadas incluso, de y con su Ego. Hasta había aprendido que ella también podía ser egocéntrica y egoísta, pues era parte de todo ser humano, aunque no le gustaba mucho, pero, ¿quién se niega a sentirse alfa y omega? Y, ante esos pensamientos, Sophia reía calladamente frente a un Central Park un tanto lejano.

*

  • Bueno, ésta reunión no es para hablar sobre rendimiento, no es para regañarlos ni para despedirlos de dos en dos- dijo Natasha, hablándole a sus veintisiete compañeros de trabajo. – Pueden respirar tranquilos y estar tranquilos- continuó diciendo, notando que, por lo menos, el setenta por ciento se relajaba y sonreía. – Quiero que sepan que soy la nueva encargada, me han nombrado Senior Strategical Planner…y quiero que sepan que yo no estoy por encima de ustedes por ser la jefa, por eso, por raro que les parezca, no se van a llamar “subordinados” o “empleados”, como antes, sino “cooperadores”, porque eso es lo que son…ustedes aportan algo a esta empresa, un subordinado o un empleado simplemente recibe órdenes…también quiero que sepan que pueden acudir a mí con la mayor de las confianzas, aunque, sepan desde ya que milagros no hago porque todavía no he aprendido- rió, caminando de lado a lado por el lugar de trabajo. – ¿Qué más?...Ah, sí…quisiera decirles que, por haber trabajado en el “Team Alpha” no significa que “Team Beta” y “Team Gamma” van a ser tratados diferente, todos somos la imagen de “Sparks PR”…y, por eso, tenemos que crear una imagen aquí dentro, esto no es una fábrica

  • No entiendo qué quieres decir- murmuró Brittany.

  • Pues, es sencillo…somos una compañía que planea eventos, ¿qué hay en un evento? Ambiente…y, como ya dije, esto no es una fábrica, tenemos que experimentar, ¿alguien sabe el lema de Pixar?- preguntó, viendo a sus veintisiete cooperadores. - ¿No? Bueno, su lema es “Funny work: work your fun”, lo que significa que éste lugar tiene que ser cómodo para trabajar, porque yo sé la cantidad de horas que se pasan aquí, pongan un poco de música, siéntense mezclados…tengo tres peticiones: la primera es que las que no son Planners y están aquí- dijo, refiriéndose a las asistentes- Pasen de una en una a mi oficina al terminar esto, que ya casi termina…La segunda, es que todos, al final del día, me entreguen un perfil cubriendo los siguientes aspectos: quiénes son, cómo les gusta trabajar, con quiénes, en qué tipo de eventos les gusta trabajar, sus habilidades, sus inhabilidades, qué del evento les gusta cubrir, cómo les gustaría cubrir un evento, cinco cosas que crean que cada evento debe tener, cómo mejorar las estrategias…y, qué les gustaría cambiar, ya sea del ambiente de trabajo, de las agendas, etc. , pero quedémonos en la Tierra, ¿sí?- y los volvió a ver a todos, tomando nota atrasada de lo que acababa de decir. – La tercera es que, de ahora en adelante, todos sean educados, espero por lo menos, las palabras mágicas universales: “por favor” y “gracias”, ¿entendido?- todos asentían, todavía tomando nota. - Ah, una cosa más, necesito un voluntario, por favor, ¿alguien?

  • Si nadie lo hace, yo lo haré- se levantó Stephanie, una de las asistentes.

  • Gracias, Stephanie…necesito que compres veintisiete grabadoras portátiles, por favor, es más rápido que tomar nota, y yo invito, no hay necesidad de consultar a la parte administrativa- sonrió. - ¿Alguna pregunta, comentario, sugerencia, queja, confesión, chiste, anécdota, momento vergonzoso del pasado que quieran compartir con todos?

  • Perdón- dijo Emma. – No sabía que había alguien en el apartamento

  • Pasa adelante, no muerdo- rió aquel hombre, era mayor que ella sin duda alguna, quizás veintiocho ya. – Soy Alfred- sonrió, acercándose a Emma y extendiéndole la mano.

  • Soy la Arquitecta Pavlovic, vine a ver el progreso de la ambientación

  • Pasa adelante…mi hermano no está, mi cuñada tampoco, están en Washington- dijo, caminando por el piso de madera con sus pies descalzos, tenía cuerpo de adulto; que había envejecido rápido, pues sus pies eran joviales, hasta parecían de niño. - ¿Quieres algo de beber? ¿Agua, café, té? ¿Quizás algo más fuerte como un Whisky? Se nota que has tenido un día difícil

  • Un poco de agua estaría bien, por favor- sonrió, poniendo los planos sobre un andamio pequeño que tenía un par de tablas encima. Caminó por la sala de estar y, sólo con eso, supo que parte del piso estaba mal instalado, pues la aguja de su Stiletto, aquel que eran parte de la primera manufacturación de veinticinco pares de Jimmy Choo Cosmic que engañaban la vista al ser una perfecta impresión de piel de pitón, y no una verdadera, sonó hueco, y frunció el ceño mientras refunfuñaba en su cabeza, y se arrojó al suelo, sobre sus rodillas y acercó su rostro a nivel de la planicie, en efecto, madera inflada. Su idea era inspeccionar el acabado del techo, el acabado de las columnas, la uniformidad de la pintura, las adjunciones a los arcos y a las puertas, el acabado de la chimenea, pero el suelo era la segunda pasada de Segrate. Y se hace llamar Ingeniero, como que si ebrio lo hubiera instalado…Ingeniebrio, jaja .

  • Sólo hay fría ¿Con gas, sin gas?- gritó Alfred desde la cocina.

  • Con gas está bien- murmuró, asomándose por el arco del comedor a la cocina, viendo que ya habían llevado el enorme congelador cuádruple para el que habían tenido que quitar un gabinete superior e inferior.

  • Aquí tienes- le alcanzó una botella de Perrier. – Disculpa el déficit de vasos, le diré a mi cuñada que tiene que pensar en eso- guiñó su ojo. Realmente era amable.

  • No se preocupe, así está bien- abrió la botella y se la empinó, controlando sus tragos con elegancia.

  • Ten, otra, se nota que estás no sólo cansada, sino también sedienta- rió, alcanzándole una segunda botella mientras se rascaba el pecho sobre su camisa.

  • Gracias- murmuró sonrojada, todavía con la voz afectada por las burbujas del agua.

  • Si necesitas algo, estaré en la habitación al final del pasillo- sonrió. – Estás en tu casa…si quieres más agua, no dudes en agarrar, que es lo único que tiene éste congelador- abrió la compuerta y era cierto, estaba lleno, sin exagerar, de botellas verdes y azules.

  • Gracias, prometeré trabajar en silencio para no molestarte- murmuró, con cierta vergüenza ante la amabilidad de Alfred.

  • Con tu permiso- dijo, agachando la cabeza y retirándose por la otra salida de la cocina.

Emma lo vio marcharse, era un hombre alto y fuerte, grande pero no gordo, como si había estado en alguna academia militar o naval y luego se había descuidado un poco, de voz áspera y grave, pero no gritaba, simplemente así era el tono de su voz, y su respiración era pesada, como la de un toro. Vestía un jeans gastado que estaba roto de los bordes de las piernas y uno que otro agujero accidental en las rodillas o en los muslos, una camisa que era roja y cuello en “V”, por donde salían un par de varoniles vellos, y un suéter azul de cuello alto y de cremallera hasta la mitad. Tenía el cabello un poco largo, sin ningún o poco producto para el manejo del cabello, unas minúsculas entradas prematuras, cejas pobladas, dos lunares pequeños en su mejilla izquierda, ojos café muy transparentes, dentadura recta pero no precisamente brillante de blancura como la de Emma, pero seguía siendo blanca, era de facciones varoniles, hasta un tanto toscas, pero le daban cierto misterio, hasta pasaba por guapo.

*

Se metió a la bañera, tal y como Natasha le había indicado. El agua estaba tibia, un poco caliente, le gustaba, así le gustaba, era perfecta. Natasha sirvió un vaso con Pellegrino y, justo cuando terminó, Hugh le mandó un WhatsApp de “ya estoy aquí” y Natasha abrió la puerta en silencio, recibió el frasco y le susurró un “gracias” que Hugh siempre agradecía con un “estoy para servirle”, que a Natasha eso le caía como patada en el hígado, pues ya le había dicho sinfín de veces que ella lo veía como un amigo, como algo más que no fuera un sirviente, pues le había hecho compañía y hasta la había consolado en numerosas ocasiones. Tomó el tazón y el vaso y se dirigió al baño, en donde ya estaba aquella delgada espalda sumergida en el agua hasta la mitad.

  • Ten, a comer- dijo, alcanzándole el tazón y la cuchara que había puesto dentro.

  • ¿Estás bien?- preguntó, viendo el frasco salir del bolsillo de su pantalón.

  • Sí, ¿por qué lo preguntas?

  • Porque… ¿estás segura que todo está bien?- preguntó de nuevo, apuntándole con la mirada y con el dedo índice izquierdo al bolsillo del pantalón.

  • Sí, en realidad son para ti…claro, no te tomes una entera, tómate un cuarto de una pastilla nada más y te relajarás- sonrió, viéndola comer con apetito. Se sentó sobre la madera y puso sus manos sobre sus hombros. – Sabes, estoy muy feliz por ustedes

  • ¿Por qué lo dices?- preguntó entre las cucharadas de frutas con yogurt que se llevaba a la boca.

  • Sé que piensas que porque te lo digo no lo estoy, pero quería decírtelo nada más… lo digo porque sé quién eres y con quién te estás involucrando de esta manera y estoy segura que mejor no podría ser, no podría haber resultado mejor, eres lo mejor que puede pasarle y ella a ti- masajeaba sus hombros con sus pulgares, subiendo por el borde de sus omóplatos y bajando por su columna.

  • Ella está como Dios manda y como ella quiere- rió, casi ahogándose con la comida en su boca. Era una de las habilidades que había aprendido de su en ocho-horas-esposa.

  • ¡Oye! Controla a tu hombre interior- rió Natasha a carcajadas, topando su frente a la cabellera de la hermosa fémina. – Pero te doy la razón, los años le sientan mejor, aunque es tragona de años

  • We’re almost Twenty-Ten…- murmuró, un tanto impresionada por el rápido paso del tiempo. – Dame esa pastilla mejor- rió, y Natasha despegó sus manos de sus hombros y alcanzó el frasco, lo abrió y sacó una pastilla, la partió por la mitad y luego otra vez por la mitad, pues la pastilla estaba ya dividida en cuatro, por efecto de fábrica. Le alcanzó la diminuta porción de la pastilla y el vaso con agua.

*

Emma llegó al estudio, luego de haber inspeccionado cada habitación del apartamento, y se sentó a esperar a Volterra mientras veía sus maltratadas cutículas, que le ardían los dedos, ninguna mujer debía sufrir por algo así. Agradeció que Segrate no estaba, ah, es que había algo de él que no le gustaba, pues, lo bufón, lo idiota, eso era tema aparte, pero había otra cosa que no le gustaba, quizás porque tenía la vaga demencial idea de que, fácilmente, era de los que maltratarían físicamente a su pareja. Sólo estaba Pennington, el único Ingeniero al que Emma tragaba, quizás por tímido, pero hasta tartamudeaba cuando tenía que hablar con ella. Volterra decidió aparecer alrededor de las seis y media de la tarde. Pasó de largo, arrojó unos planos sobre su escritorio y salió de su oficina para dirigirse a la sala de reuniones, abriendo la puerta, encendiendo la luz y abriéndole paso a Emma para que pasara adelante.

  • ¿Cómo lo quieres?

  • Al grano, como siempre, Arquitecto- sonrió Emma, sentándose en una silla, apoyándose con sus codos de los brazos de ésta.

  • Te ofrezco trabajo, una plaza de Arquitecta y Diseñadora de Interiores, y te ofrezco no sólo eso, sino también tramitar tu visa de trabajo…y me gustaría pagarte en retroactiva por éstos tres meses que has trabajado aquí, dos mil quinientos por mes por ser mi “Asistente”, aunque eso será en secreto, y la paga mensual, sería de siete mil netos, más la comisión del trece por ciento por cada proyecto en el que estés tú sola, sino se reparte entre los que hayan trabajado en él…- vio a Emma un tanto pensativa, podía escuchar su cerebro maquinar cada pensamiento. – Tienes el fin de semana para pensarlo

  • Acepto la oferta con una condición- dijo a secas.  – No soporto estar con los Ingenieros, quiero mi propia oficina- y lo dijo porque creyó que eso detendría la oferta, muy en el fondo no quería todo aquello, no había sido lo que esperaba.

  • La sala de proyecciones nunca la usamos… es tuya- sonrió, porque sabía por dónde iba Emma, pero, alguien así, tenía que ser un inmenso idiota para no contratarla. – Y la decoras a tu modo, a tu gusto… hazle lo que quieras

  • Está bien- sonrió. – Sólo quiero que me diga por qué

  • Porque Alessio tenía razón, eres de otro planeta, no sólo sabes muy bien lo que haces, pero tienes una conexión con el cliente y con la obra que cuesta encontrar, Wyatt se desvivió en halagos sobre ti durante dos horas…la fachada de Prada no hubiera quedado tan bien si no hubiera sido por tu intervención, la verdad es que mis proyectos han sido un éxito al cien por ciento porque tú los has supervisado, y no quisiera desaprovechar la oportunidad de quedarme contigo para el estudio, serías una enorme ganancia para el intelecto y nosotros te ofreceríamos una amplia gama de clientes

  • Muy bien, acepto, Arquitecto- sonrió, extendiéndole la mano.

  • Llámame Volterra nada más, y creo que puedes empezar tutearme- y estrecharon manos, dándole inicio a lo que sería un paso más cerca de llegar a otro principio.

Después de una tarde de charlas individuales que entraban y salían y se relevaban unas con otras, Natasha Roberts, ahora Senior Strategical Planner at Sparks PR, tenía treinta y un perfiles por leer, cada uno de no menos de cuatro páginas. Había cambiado totalmente el modo de trabajar de Sparks PR en su primer día como “jefa”, pues ahora ella era eso sólo de título y era la que aprobaba los proyectos pero, por lo demás, era una colaboradora más con el pequeño privilegio de trabajar menos horas a la semana. Además, a las asistentes, les había ofrecido una plaza, con una minúscula mejor paga que de asistentes pero estaba bien, nadie sería asistente de nadie.

  • Ciao!- contestó Sara. Estaba en la cocina, llenándole a Piccolo, el perro de Emma, un recipiente con agua y otro con comida.

  • Habla Emma…- su tono era confuso, entre triste pero emocionado, totalmente extraño y ajeno a lo que Sara conocía en su hija.

  • ¡Tesoro! Qué gusto escucharte… ¿estás bien?- Piccolo ladró al escuchar la voz de su dueña, pues, más que su dueña, era su amiga, o algo así creía él.

  • Sí, todo bien…necesito hablar contigo, ¿tienes tiempo? ¿Te desperté?- preguntó, pensando en que ya debía ser pasado media noche.

  • No, Tesoro, estoy dándole de comer a Piccolino- sonrió, acariciando al Weimaraner de su hija por detrás de las orejas mientras bebía agua, que venía de cansarlo al tirarle la bola de tennis mientras ella bebía una copa de vino tinto en la terraza al borde de la piscina y redactaba su Testamento, no porque se estuviera muriendo, sino porque había decidido cambiarlo. - ¿Estás bien?- preguntó de nuevo, pues Emma había suspirado de una inusual manera, así como había suspirado la noche en la que le dijo que necesitaba la herencia de la abuela, y que no le había dicho exactamente qué era lo que tenían en contra de ella, pero Sara, bajo la Capilla Sixtina, no se hacía ni lenta ni Santa, y supo que debía ser algo puramente sexual, sólo que el tipo de material había permanecido en duda.

  • Mami…yo…no sé cómo decírtelo- suspiró, cerrando los ojos, imaginándose la reacción de su mamá, que lo iba a tomar bien aunque en el fondo se sentiría un poco mal.

  • Emma, ¿estás embarazada?- murmuró.

  • ¡Ay, mami! Claro que no- rió. Sara podía ser un poco catastrófica, como toda mamá, aunque Sara no sabía de las discapacidades de su hija, discapacidad que para Emma no era un martirio, sino un alivio que había descubierto a los dieciocho años en una visita al ginecólogo tras creer lo mismo que Sara creía. ¿Alivio? Pues, sí. Emma tenía dos razones muy grandes, y una era que los niños le gustaban, pero de lejos o sólo una dosis de tiempo cada cierto tiempo, la otra razón era muy clara.

  • Entonces lo que tengas que decirme no será tan malo- y Emma pudo sentir cómo sonreía, que caminaba por el pasillo de aquella casa, de su primera casa, apagando las luces a su paso, con Piccolo tras ella, cuidándola de la soledad y de la tristeza que Sara intentaba negar u ocultar entre la minuciosa restauración del “Pecado Original y Expulsión del Paraíso”.

  • No puedo regresar en marzo

  • ¿Por qué? ¿Pasó algo? ¿Estás bien?

  • Mami…es que acabo de recibir una propuesta de trabajo aquí en el estudio…- su voz se fue haciendo cada vez más suave, más baja, más pequeña.

  • ¡Tesoro! ¡Qué buena noticia! Cuéntame todos los detalles, por favor- sonrió, queriendo abrazarla por su éxito, pero sufrió de aquel dolor de desprendimiento umbilical total que le congeló las entrañas.

Lo que diré a continuación puede perturbarles la mente, o simplemente no lo hará, pero es para que entiendan un poco a Sara, si no quieren, estos dos párrafos pueden simplemente obviarlos y leer el siguiente, o seguir con ellos. A Emma la concibieron, entre aburrimiento y obligación, a finales de febrero, en la posición más muerta y rígida que pudo existir. Emma nació el ocho de noviembre, dos semanas antes de la fecha pronosticada, el jueves que a Marco le tomarían una placa de Rayos-X para ver el progreso de la clavícula dislocada, que fue suerte de Sara estar en el hospital en ese momento, pues ahí mismo empezó todo, que en cuestión de dos horas, lo justo para que llegaran los abuelos pero no Franco, Emma Marie Pavlovic Peccorini salió del vientre de su madre, llorando hasta casi desgarrarse las cuerdas vocales. Pesó cinco libras y seis onzas, midió cuarenta y seis centímetros, tenía apenas cabello y era del color del cognac, le contaron cinco dedos en cada extremidad, marcaron sus pies en la carta de nacimiento y la envolvieron en la manta blanca para entregársela a Sara. Franco llegó mucho después, enojado porque la Lira estaba perdiendo valor. Al mes de que Emma nació, a Sara le tuvieron que quitar la vesícula, y, por alguna razón que no recuerdo, no pudo seguirle dando aquel alimento materno. Emma fue de las afortunadas que usaba pañales desechables, al principio, por los primeros dos meses, de bebés prematuros; así de pequeña era. Eso sí, Franco se encargó de que a Emma no le faltara nada, ni leche, ni pañales, ni juguetes, ni cobijas, ni nada; hasta se despertaba para darle el biberón, al principio por los cuarenta días de incapacidad de Sara por la operación, luego por hobby, porque le gustaba sostener a algo tan pequeño y frágil en sus manos, hasta era quien la bañaba, siempre dos veces al día. Le gustaba cuando bostezaba, o cuando se le quedaba viendo y movía los bracitos sin dimensión espacial alguna, pero si había algo que le partía el corazón y lo hacía sentir el peor papá del mundo era cuando empezaba a llorar.

Emma gateó a los seis meses, se puso de pie a los siete meses y medio, dio sus primeros pasos a los once meses. Le gustaba el puré de manzana verde, que fruncía el rostro por lo ácido pero siempre pedía más con la mirada y con la boca, le gustaba que Franco la lanzara por el aire, porque a él le gustaba su risa, y a ella la emoción. Ah, pero los problemas empezaron cuando Emma no daba señal alguna de querer hablar, hasta creyeron que sería muda, o tal vez sorda, pero no, simplemente no se le dio la gana hablar hasta que Laura nació, una semana antes de entrar al Pre-School, o sea a los tres años, un mes y tres días: desastre para Franco. La Consultora en la que Franco trabajaba, gracias a las consecuencias tardías de Mussolini, o así decían muchos, había quebrado, y se convirtió en el equivalente a “Ama de Casa” mientras Sara conseguía las primeras migajas del Vaticano, que eran trabajitos por ahí y por allá en toda Europa, fue hasta mucho tiempo después que terminó siendo lo que es hoy en día. Pues Emma creció, el divorcio no le sentó mal y por obvias razones, era de las detestables en el colegio, pues nunca abrió un cuaderno para apuntar algo y siempre salía con A o A+, no fue hasta los últimos dos años de colegio que tomó algunas notas de las clases y sus notas bajaron a B, pero eso fue lo peor, y porque entregó tarde un trabajo por estar aplicando a la Sapienza. Lo único que Emma le pidió a Sara, antes de la herencia, fue que le pagara lo que quería estudiar y donde lo quisiera estudiar, y fue un alivio para Sara cuando la aceptaron en la Sapienza, pues no se iría a ningún lado, pues, de alguna manera, Emma no era su hija nada más, eran como amigas pero con ciertas condiciones madre-hija. Fue cuando Emma decidió estudiar su Master en Milán que Sara comprendió lo que era perder a un hijo, pues la pérdida de Laura, en el fondo, no le había afectado tanto por el simple hecho de que no eran tan cercanas y, con Marco, tampoco. Nueva York había sido algo peor, pero Sara sabía que era temporal, pero ese día que Emma le dijo que se quedaría en Nueva York, Sara dejó de escuchar lo que Emma le decía, y sólo se concentró en respirar para contener aquel frío y despiadado y miserable dolor, felicitó a Emma, se sintió orgullosa, sintió todo lo que una madre debía sentir, pero, cuando colgó, estalló en las lágrimas más amargas, porque no era lo mismo la soledad temporal que la soledad física hasta que Emma decidiera regresar, ¿y si no regresaba?

Dos semanas después, mientras que el país entero colapsaba, en un sentido general: socioeconómico y político, Phillip Charles Noltenius II veía una lluvia de dólares que aterrizaban en su cuenta bancaria por idear planes de seguridad personalizada ante tal catástrofe de la humanidad. Al mismo tiempo, estaba en el ranking de los “Diez solteros más guapos” de la ciudad, de octubre a enero, en tan sólo tres meses, había subido del puesto número diez al número seis, que muchos dirían que no era mucho, pero le llovían tantas mujeres como dólares. Pero, pero, pero, había un factor muy importante, que él no podía arrancarse a Natasha de la cabeza, al punto que había intentado estar con una mujer en Navidad, en Texas, y no había podido porque sentía la necesidad de sólo estar con Natasha, fue por eso que lo catalogó como una frustrante “obsesión”, peor aún, sexual.

Natasha, por el otro lado, estaba en una encrucijada: aceptar o no aceptar un evento, más bien un cumpleaños. No era que menospreciara un cumpleaños sobre una Premier, o un lanzamiento importante, pero era simplemente que “Mr. F”, que significaba, egocéntricamente, “Mr. Fucking-Awesome”, quería celebrar su cumpleaños en Bungalow 8 porque no todos los días se cumplía treinta años, y en eso tenía razón; como ven, era muy inteligente. Era recién llegado a Nueva York, bueno, era neoyorquino, pero había desaparecido durante unos años, luego de un escándalo de drogas en NYU, universidad a la que solía ir antes de desaparecer. Nadie sabía mucho de él, casi ni cómo era actualmente en su forma de ser, pues en aquel entonces era cuatro cosas: despilfarrador, playboy, millonario y partyboy, que fue en la época en la que su pseudónimo se hizo famoso.

  • ¿Qué tenía en mente?- murmuró Natasha un tanto pensativa, tratando de no ver al troglodita, que era guapo en el nivel de “fornicable” pero no de besarlo, nada romántico, puramente sexual, troglodita.

  • Quiero una fiesta tóxica- dijo, así nada más.

  • Tenemos una política de “no drogas” en nuestros eventos, somos una compañía responsable y sana, promovemos un ambiente seguro

  • Sólo pido que pongan el ambiente, no habrá drogas, eso se lo puedo asegurar

  • Muy bien, entonces no le importará firmar el contrato de abstención de drogas y sustancias ilícitas, ¿verdad?- dijo Natasha, alcanzándole el contrato. – Puede llevárselo a casa, que lo revise su abogado…para empezar a trabajar, necesito el contrato firmado y el cincuenta por ciento- sonrió, viéndolo a los ojos con autoridad.

  • Está bien- tarareó, tomando un bolígrafo que ubicó en el escritorio de Natasha y dibujó un garabato infantil, perdón, firmó el contrato. – Y…- murmuró, sacando su chequera del interior de la solapa de su chaqueta. – Setenta y cinco mil dólares, ¿a nombre de quién?

  • “Sparks PR & Co.”- dictó, recibiendo el contrato y luego el cheque. – Muy bien, tengo una idea, si usted quiere una fiesta “tóxica”, ¿qué le parece una versión de “Tomorrowland” dentro de Bungalow 8?

  • Me gusta cómo piensa, dígame más- sonrió, juntando sus manos y echándose sobre el respaldo del sillón.

  • Luces estroboscópicas, láser, luz negra…música electrónica de su elección, a menos que la deje en nuestro poder de elección, bebidas puras, largas y cortas, frías y calientes, ¿comida?

  • Comida chatarra, bailarines que se mezclen con los invitados, profesionales en tectonic…- Natasha asentía hipócritamente ante la desaprobación aprobada que le daba a su cliente.

  • Muy bien, Señor Weston, su fiesta la tendrá en diez días y las invitaciones las tendrá mañana si aprueba el diseño ahora antes de las tres de la tarde, ¿quiere que nos encarguemos de entregar las invitaciones también?

  • Haré que mi asistente le entregue la lista con las direcciones de cada invitado

  • Muy bien, Señor Weston, le estaré llamando cuando terminemos con el diseño- sonrió, poniéndose de pie.

  • Por favor, llámeme Alfred- dijo, extendiéndole la mano para despedirse.

  • Un placer, Señor Weston- y fue que él creyó que era profesionalismo, pero Natasha sabía que, si lo llamaba por su nombre, sería una relación más personal que profesional, y ella no quería eso.

Emma entró a su nueva oficina, vacía y desalmada, escuchando a la Arquitecta Ross quejarse en silencio por el dramático salto que Emma había tenido; a lo mejor y estaba teniendo algo con el jefe. Se apartó para que los del alfombrado pudieran instalar la protección café oscuro en cada milímetro del piso, para luego aspirarla y ver que los mensajeros cargaban con las piezas de sus libreras y de sus archiveros de roble, que cargaban con el escritorio de nogal, con una mesa de dibujo, una CraftMasterII en negro, con un panel de madera que se deslizaba hasta erguirse ortogonalmente para convertirse en un pizarrón, entraban con todo lo que Emma podía necesitar, que había salido de su bolsillo, cosa que los del estudio no sabían y habían creado un escándalo alrededor de ello, pues ellos no trabajaban para pagar los antojos de alguien que escaló demasiado rápido, pero no sabían que Emma, de por sí, ya era pudiente y que el trabajo en el estudio sería una simple autorrealización aparte que sumaría cantidades de dinero, más del que ya tenía y no necesariamente mostraba.

  • Ah, Arquitecta, un gusto en verla- la saludó, abriendo el congelador y sacando una botella de Perrier para él.

  • Alfred- sonrió, martillando los últimos remaches que tensarían la tela de los asientos de las sillas del comedor. - ¿Cómo ha estado?- la diplomacia era parte de sí, pues, no le negaba conversación a muchas personas, simplemente no tenía corazón para negarse a una plática, a menos que fuera David Segrate.

  • Muy bien, ¿y tú?

  • Bien, también, trabajando, como siempre- sonrió, dándole el último golpe al último remache y poniéndose de pie.

  • No sé cómo haces para andar todo el día en esos zapatos- la halagó, pues era algo digno de admirar, más cuando la veía lijar algo ligeramente en su elegante ropa de trabajo, y siempre en sus zapatos muy altos.

  • Es la costumbre- sonrió de nuevo, tomando otro asiento para tapizarlo.

  • Oye, disculpa el atrevimiento, no quiero que me tomes a mal…- dijo, acercándose a ella con la botella en la mano. Emma emitió un gutural “mjm” que le dio luz verde. – Pues, mi cumpleaños es la otra semana…y quería saber si querías y podías venir- sonrió. – No es una cita ni nada, sólo es un cumpleaños…no quisiera ofenderte ni faltar a tu ética de trabajo, es sólo que pues, hemos platicado mucho últimamente

  • ¿Qué quisiera de regalo?- sonrió, aceptando su invitación sin decírselo.

  • Sólo tu presencia, mi fiesta es distinta a las que has ido antes

  • Está bien, ¿hora y lugar?

  • No te preocupes, haré que te lleven del estudio al club, pues no creo que me quieras dar tu dirección- rió. Emma se quedó callada, pues tenía razón, y no era porque no quería dársela, sino porque, momentáneamente, estaba viviendo en el Plaza mientras encontraba un apartamento que le gustara y, precisamente esa tarde, tenía una cita con un agente inmobiliario que tenía una propuesta de ensueño, según él.

Fiesta de cumpleaños de Alfred James Weston-Ford. Lugar: Bungalow 8. Hora: 7 p.m., algo demasiado temprano para la vida neoyorquina, pero tenía su razón de ser: la toxicidad. Ambulancia: lista. Número de invitados: doscientos setenta y tres. Número de invitados que eran realmente amigos del cumpleañero: doce. Invitados que valía la pena mencionar para la historia: dos. ¿Quiénes? Eso lo veremos a continuación. Era una fiesta dividida, unos que pensaban que era todo un éxito, otros que pensaban que era todo un desastre y, los que pensaban que era un éxito, se la estaban pasando de maravilla, que era la mayoría. Los que pensaban que era un fiasco, se iban retirando paulatinamente de aquel infierno electrónico, que drogaba de sólo escuchar el mismo ritmo. Dos de los que pensaban que la fiesta era un fiasco eran dos personas muy importantes, nada más y nada menos que Emma Pavlovic, extranjera, y Phillip Noltenius, aborrecedor del caos.

  • Mi número- le dijo Phillip, alcanzándole la muñeca para que lo viera.

  • Aquí tiene Mr. Noltenius, ha sido un placer haberlo atendido, Mr. Weston está muy agradecido con su presencia y espera que haya disfrutado- sonrió Natasha en su vestido de encaje negro de manga corta. – Mr. Weston espera poder compartir su próximo cumpleaños con usted- volvió a sonreír, alcanzándole a Phillip su abrigo y una bolsa de agradecimiento.

  • ¿No te acuerdas de mí?- preguntó, elevando su voz, pues la música, cuando abrían la puerta, era muy fuerte. Natasha lo vio por un segundo, y le dio la más remota esperanza a Phillip de que lo hubiera recordado y todavía vio sus manos para ver si localizaba algún anillo de compromiso y no.

  • Sparks PR siempre se acuerda de su familia- sonrió. – Me permite su número, ¿por favor?- siguió Natasha con el hombre que estaba atrás de Phillip.

Phillip salió de aquel club en estado depresivo: “¿Sparks PR se acuerda de su familia?What the fuck is that supposed to mean?” No era más que una respuesta muy diplomática para un “No, Mr. Noltenius, sé quién es por PageSix, pero usted y yo nunca nos hemos conocido en persona, no juegue de playboy conmigo”. El ninguneo había creado, en parte, una frustración depresiva pero, por otra parte, un deseo sinfín de Phillip por conocer a Natasha, por conocerla realmente, pero fue cuando su auto-diagnóstico de “obsesión sexual” salió a flote y decidió desechar la idea de una buena vez.

Sophia estaba en otro tipo de fiesta, que no sabía cómo había dejado que Alexandra la arrastrara a ese Kindergarten, a lo que se conocía nacionalmente como una “White-Trash-Party”. Era en una residencia estudiantil, organizada por los de Publicidad; niñas y niños borrachos, bailando Sean Paul, por primera se sintió mayor, con esa sensación de adultez altanera, pero no le quedó de otra más que quitarse su abrigo y relacionarse con la gente, perdón, con los niños. Fue víctima de un par de embudos universitarios, de aquel juego que apenas empezaba a hacerse famoso, el tal “Beer-Pong”, y también fue víctima de un cigarrillo torcido que olía particularmente extraño, y, entre la inanición que sintió después de tres o cuatro degustaciones inhaladas y la cerveza de mala calidad que corría por su sistema, se encontró escabulléndose a la cocina de aquella casa, lugar que estaba prohibido, sólo para asaltar, entre risas, al congelador. Se sentía extrañamente bien, con hambre pero bien, como si el mundo hubiera disminuido su velocidad normal, o que ella iba más rápido que todos, y se reía, se reía y no sabía de qué o por qué, y sacó unos recipientes herméticos del congelador, devorando en frío los asfixiantes espaguetis y bebiendo un batido de papaya con leche que había por ahí: toda una bomba estomacal, pero era a causa de la inanición.

  • Sophia- siseó Alexandra, sorprendiéndola en la cocina, que Sophia se asustó y levantó las manos como si fuera la policía.

  • Yo no fui- y se reía con sus ojos un tanto cerrados, sonreía estúpidamente al vacío.

  • Sophia, estás borrachísima- rió Alexandra, regresando los recipientes al congelador y arrancándole de los labios el termo de batido.

  • Oye, no había terminado- rió, siguiendo con el rostro el batido, que a cualquiera le habría sabido espantoso, menos a Sophia en aquel estado en el que era capaz de comerse hasta a Alexandra en un sentido más de canibalismo.

  • Tenemos que irnos- murmuró.

  • Shhh…alguien está susurrando- era la simple mezcla del alcohol con la marihuana.

  • Es tu consciencia, y dice que nos tenemos que ir- Sophia asintió, saliendo de la cocina y creyéndose una versión femenina de Ethan Hunt.

Salieron de aquella fiesta, Sophia caminando como podía, riéndose todo el camino de lo que sea, porque Alexandra pujaba al intentar cargar con Sophia. Según Alexandra, Sophia era hermosa pero, ebria y drogada, que no sabía que estaba drogada, era diez veces más hermosa, era juguetona, alegre, muy alegre, le encantaba su risa, más cuando la detenía en la garganta y soltaba algún tipo de onomatopeya mutada y luego reía a carcajadas, Dios, sí que estaba mal. Sophia sacó un cigarrillo y se lo puso a Alexandra en los labios, diciéndole con la mano que no lo quitara de ahí mientras buscaba, en la profundidad de su bolso, un encendedor. Sacó el encendedor y se lo quitó de los labios.

  • Sabe como a frutishas- rió, acordándose de un argentino que había conocido alguna vez, que exageraba su modo de hablar para conseguir más mujeres.

  • Un cigarrillo no sabe a eso- murmuró Alexandra, abrazándose por el frío, que no era mucho, pero estar paradas, en la calle, con mallas y Converse, no era exactamente lo que tenía en mente.

  • No, tu lipstick- rió, pues el encendedor se le cayó de las manos por muchos malabares que hizo.

  • ¿Quieres probar las frutishas?- susurró, aprovechándose del momento y de una borrachísima Sophia, drogada también, pero eso no lo sabía nadie, sólo yo porque lo vi.

Y, muy al norte en el mapa, Phillip entraba en medio de su furia a su Penthouse, abriendo violentamente las puertas, cerrándolas con odio, encendiendo desesperadamente su portátil. Estaba decidido a ir por “Natasha” por simple capricho, no teniendo cuidado de sus acciones, de que su virilidad y masculinidad se verían totalmente comprometidas y no por lo que probablemente se imaginan. Y, justo cuando empezó a digitar “Natasha Sparkle PR Manhattan” en Google, Natasha decidía tomarse quince minutos de descanso, pues la fiesta iba muy bien, como lo tenía planeado desde el principio, además, sólo faltaban un poco más de cien bolsas por entregar y ya era hora de comer algo, y un cigarrillo, sino, no sobreviviría hasta las ocho de la mañana, hora a la que había pronosticado que aquella drogada fiesta terminaría. Natasha sabía, desde un principio, que las drogas estarían presentes, si Alfred era de la familia que mantenía el monopolio farmacéutico en East Coast, con eso no sólo traficaban sustancias no-medicinales, sino también limpiaban cada billete con un imperio farmacéutico por fachada; y Alfred era, en su mundo, el encargado de proveer sustancias de prueba o “lo de siempre” pero, en el mundo exterior, era Vocal de “Weston Medical Research & Tech. Labs”. ¿Cómo sabía Natasha todo eso? No era por experiencia de consumista, sino porque, cuando Alfred estuvo en problemas, muchos años atrás, contactaron a su papá, a Romeo, para que evitara cárcel o cargos que ligaran su “actitud” con la familia y la compañía, Romeo simplemente se negó, y se lo había contado en tremendo secreto, sólo para que no se fuera a involucrar con él, de ningún tipo de relación, y para que ya no comprara más medicamentos fabricados por dicha fábrica.

Natasha devoraba, en secreto, un Cordon Bleu, ya frío, con una mano, mientras lo acompañaba con patatas fritas, ya frías también. Era tanta el hambre que tenía, que no masticaba, simplemente sentía el sabor y tragaba, y tragaba más de lo que fuera. Habían instalado una barra en el pasillo hacia el baño de la entrada, para que el ruido de la música no fuera tanto y se pudiera platicar pero, sólo una persona había sabido aprovecharla. Estaba sentada en uno de los ocho banquillos, vestía muy fuera de lugar, como si hubiera llegado de trabajar, aunque le pareció interesante, pues, ¿qué clase de trabajo tendría para vestir así? ¿Vogue? ¿Harper’s Bazaar? Era una hermosa combinación de una falda gris oscuro, que sabía que era Burberry, una blusa de mangas bombachas pero angostas hasta tres cuartos del brazo, se notaba que la blusa pesaba un poco, lo que la hacía muchísimo más cómoda al ser un tanto transparente y, por ser color crema, se notaba apenas, bajo ella, un sostén del mismo tono de su piel, eso, un Rolex, que lo sabía Natasha porque tenía el mismo, y sus infinitas piernas, que estaban cubiertas por medias negras, adornaban a unos y puntiagudos Christian Louboutin. Bebía un cocktail corto, y no estaba segura de qué era, pero lo bebía despacio y con gusto, acariciándose el cuello como si estuviera desesperada o aburrida, bueno, aburrida sí se veía.

  • I’ll take another ten- dijo por su muñeca, avisándoles al resto de supervisores que estaría fuera de auxilio por diez minutos más y, limpiándose con una servilleta, los labios y las manos, caminó hacía aquella mujer justo para encontrar a su alma gemela.

  • Otro, por favor- dijo al bartender, sin prestarle atención a Natasha.

  • Que sean dos, por favor, Max- sonrió Natasha, pidiéndole un “Mint” al bartender, que significaba “Mint Lemonade”, un cocktail bastante suave y femenino, si así debo describirlo. - ¿Está libre?- preguntó, señalando el banquillo a la par suya. Ella simplemente asintió. – Natasha- elevó su voz, pues “Tomorrowland” hacía su trabajo en el fondo.

  • Emma- repuso, volviéndola a ver y alcanzándole la mano, Natasha se la estrechó y, ambas, de cierta forma, y a su manera, comprendieron que algo raro había entre ellas.

– No eres de por aquí, ¿cierto?- sonrió, viendo el perfil de Emma, un perfil perfecto, pero todavía no lograba ver su rostro del todo.

  • ¿Tanto se me nota?- rió, agachando la cabeza, cubriendo un poco sus mejillas con las ondas que caían por ahí.

  • Sólo un poquito- rió Natasha, recibiendo los cocktails de Max.

  • Gracias- gritó Emma para Max, alcanzándole un billete de veinte dólares.

  • Si sabes que es una fiesta y que el alcohol es gratis porque el cumpleañero ya lo pagó, ¿verdad?- bromeó Natasha, viendo que Emma ingería aquella bebida hasta el fondo. “Wow, sí se quiere emborrachar” .

  • Lo sé, es un gesto de agradecimiento, o “propina” como ustedes le llaman…un Martini, sin aceitunas, por favor- gritó, con una sonrisa ya un poco afectada por los cinco cocktails, las dos copas de champán y el futuro Martini. – Disculpa la pregunta…pero…- dijo, acercándose al oído de Natasha. - ¿De casualidad tienes un cigarrillo?- preguntó, volviéndose a Natasha con una sonrisa.

  • Max, lánzate al estrellado, mete la mano en mi bolso y saca la cajetilla comunal, por favor- gritó al bartender, que no quería gritarle, pero es que joder con la música , para luego beber su congelado cocktail hasta sentir que el cerebro se le congelaba. Max le alcanzó una cajetilla de Marlboro Rojo, le dio dos a Max, que se los colocó tras las orejas, sacó uno para ella y le alcanzó la cajetilla a Emma. – Pero afuera- gritó, sonriéndole, a lo que ya parecía ser un matrimonio de cansancio y ligera ebriedad, con un hijo que se llamaba “qué fiesta más fea”. Se pusieron de pie y salieron del club, viendo una extensa fila de personas que pretendían entrar y que no podrían. Hacía frío, pero no les importaba. - ¿Periodista?

  • ¿Yo?- rió Emma, intentando encender su cigarrillo. Natasha asintió. – No

  • ¿De la competencia?- preguntó, manteniendo el humo en sus pulmones.

  • No conozco ni a quién le estaría haciendo competencia, ni con qué- rió, exhalando el relajante y caliente humo de aquel sabroso cigarrillo, el primero en el día, que era lo único que le afectaba mientras estaba en sus días femeninos: le tomaba más tiempo salir del edificio, ya fuera a la azotea o a la Plaza, que fumar un cigarrillo, que en sus días necesitaba, por lo menos, tres o cuatro para no ceder a la proyección de su mal humor.

  • Equipo de Editores de Vogue o de Harper’s Bazaar

  • Editora de Vogue USA es Anna Wintour, UK es Alexandra Shulman, España es Yolanda Sacristán, Italia, de donde yo vengo, Franca Sozzani…y Harper’s USA está en gestión, UK es Picardie, España Melania Pan y, de Italia, no hay, porque tenemos una versión traducida de la de UK- sonrió, haciendo del estómago de Natasha una alegría total.

  • Está bien, Emma Fashionista- rió, exhalando el humo. – Eres asesora de imagen- Emma tambaleó la cabeza, entre un sí y un no, inhalando profundamente de su cigarrillo.

  • No asesoro imágenes, las creo- era algo para reírse, pero a Natasha le pareció sumamente egocéntrico, que le gustó.

  • Diseñadora no eres

  • ¿Por qué lo dices?- rió, exhalando lentamente el humo mientras veía su reloj.

  • Tuvieras el Ego tan grande que confeccionaras tu propia ropa y no lo haces, falda Burberry, blusa DVF…pues, quizás lo único que pasaría, si lo fueras, fueran los Louboutins…

  • Fashionista yourself- canturreó, elevando la mirada y ambas se vieron, por primera vez a los ojos, que una pensaba que la otra era despampanantemente hermosa y viceversa.

  • Tu mano derecha- dijo, tomando su cigarrillo entre su dedo índice y medio para tomarle su mano derecha. – Cierto, cómo no pensé en eso…eres Arquitecta- rió, dejando a Emma un tanto sorprendida por la deducción. – Pero tienes que tener un plus, escondido, como diseño urbanista- Emma sacudió la cabeza. – Diseño de interiores entonces- rió.

  • ¿Cómo sabes? Digo, viste mi mano y dedujiste la Arquitectura, el “plus”…dime- rió, retirando su mano de las de Natasha.

  • Soy médium- rió, trayendo a Emma a una carcajada, la primera del día, no, la primera de la semana. – No, dijiste que creas una imagen, no la asesoras, pues, eso hace un Arquitecto, ¿no?

  • Podría haber sido Ingeniera

  • Tienes cortaduras de diferentes materiales y grosores y escribes con pluma estilográfica, además, el Ingeniero construye lo que el Arquitecto diseña- rió, sabiendo esto porque su tío, Neil, el hermano de su papá, eso había dicho una vez, hace muchos años, pero supuso que eran agravaciones sin tiempo. – Y no pareces ser del tipo que le gusta recibir órdenes- Emma se sonrojó un poco, dejándole saber a Natasha, sólo con eso, que ella era su propia jefa, a pesar de tener a Volterra en el fondo. – El Arquitecto se preocupa del diseño, el Ingeniero de que sea seguro

  • Algo así, ¿y el Diseño de Interiores?- preguntó, viendo que el cigarrillo estaba a un turno de acabar.

  • Te vistes demasiado bien para ser sólo Arquitecta, no sé, supongo que tienes que proyectar una imagen chic y elegante, como tus diseños- sonrió. – Tú eres tu propio Marketing- guiñó su ojo, haciendo que Emma se riera. – Por cierto…- balbuceó entre su inhalación, acordándose de lo que Agnieszka le había dicho a Margaret, que Natasha vivía en un lugar inhabitable, que quizás por eso no tenía éxito con los hombres, que necesitaba muebles, por lo menos, que ese Penthouse no tenía vida, solo mugre. – Tengo un apartamento, no es la gran cosa, pero no he tenido tiempo de ambientarlo, y creo que me has caído del cielo, ¿te gustaría ambientarlo? Pago bien- sonrió, como si con la sonrisa manipuladora lograría que lo hiciera.

  • Muy amable, pero creo que deberías ver mi portafolio primero- exhaló a través de la nariz. Y eso le gustó a Natasha, que era profesional, pues cualquier novato habría tomado el trabajo de inmediato. O quizás era que no le había preguntado por la paga, bueno, es que ella no tenía idea de cuánto podía costar algo así. Y, justo cuando Emma inhalaba por última vez y empezaba a sentir que el humo se calentaba mucho más, Alfred salió del club.

  • Emma, aquí estás- rió, un tanto ladeado. – Jennifer Lopez- dijo, dirigiéndose a Natasha. – Espero que no te moleste si me robo a la Arquitecta un momento- rió, tomándola delicadamente del brazo mientras Emma le sonreía con motivo de “lo siento por irme así”.

Sophia no sabía a qué se refería Alexandra con “¿Quieres probar las frutishas?” y, culpando a la borrachera y a la drogada incoherencia con la que su cerebro no pensaba, asintió. Alexandra respiró hondo y saboreó el momento de su victoria. Sophia protegió la llama con su mano y encendió el cigarrillo, sintiéndose relajada, lo que necesitaba para poder llegar hasta una cama y quedar como roca. Alexandra le quitó el cigarrillo de los labios y se acercó lentamente a ella, con el olor en el fondo al Sophia exhalar y sacar todo el humo de sus enormes pulmones. Sophia se reía al tener su frente apoyada a la de Alexandra, no entendía por qué. Y Alexandra topó su nariz a la de Sophia y, en menos tiempo del que yo pude notar, le plantó un beso tierno que sólo ella disfrutó, pues Sophia se asustó y se apartó.

  • ¿No te gusto?- le preguntó Alexandra, un tanto enfadada, hasta ofendida.

  • Tengo hambre- dijo  lentamente, obviando el episodio, pues no, no le había gustado, no así.

*

Frente a la vista de Central Park, se desnudó con el único motivo de entrar a la ducha, pues la bañera, ese día en particular, no le llamaba la atención. Encendió la ducha lo más caliente que se podía y, poco a poco, la fue poniendo, no tibia, sino menos caliente, y se arrojó en aquella cabina de vidrio, con el agua mojándole el cabello mientras se detenía con su espalda de la pared, pues había direccionado la cascada hacia ella.  Lentamente se deslizó por la pared, cayendo hasta sentarse sobre el suelo, y echó su cabeza hacia atrás, dejando que el agua le corriera por el rostro. Se estiró para alcanzar el jabón que Agnieszka había abierto especialmente para ella, levantó su brazo para mojarlo y lo dirigió a sus hombros, a enjabonarse toda, sólo sentir el olor del jabón inundar sus pulmones, impregnando un olor a almendra muy suave sobre su piel. Sabía que tenía cuatro horas, por lo menos, para que llegara la “Estampida de la Belleza” al apartamento de Phillip, en donde le harían todo y ella no movería ni un tan sólo dedo, sólo los labios para decir si le gustaba o no. Masaje de pies a cabeza, manicure, pedicure, retoque de corte de cabello, peinado hasta la mitad, maquillaje, terminar el peinado, deslizarse en el vestido, en los zapatos, respirar hondo y, el resto, sería historia.

*

Febrero de dos mil ocho. Natasha no había aprobado el período de prueba en “Sparks PR” a pesar de los veintidós exitosos eventos que había llevado a cabo. A la junta de accionistas no le pareció el modo en el que trabajaba, que parecía que la fiesta se la había llevado a la oficina y, siendo ese el motivo oficial, se le dijo: “Es fácil, si accedes a volver a la forma original de trabajo, te quedas, pues no queremos perderte, pero, si mantienes tu posición, tememos que debemos dejarte ir”. Natasha era demasiado fiel a sus ideales, no le quedó más remedio que renunciar, que fue en el momento en el que Phillip ya estaba más que decidido a perseguirla, sólo por apetito sexual, por muy feo que eso se escuchara, pues él así le llamaba, pero yo le llamo un simple “estaba enamorado, más de lo que se puedan imaginar”. Y ese episodio de Phillip, es muy gracioso, por eso creo importante contarlo. Él ya sabía que Natasha trabajaba en “Sparks PR”, que era la jefa, o eso creyó, pues su información no estaba correcta.

“Men for Hunger” era una organización de hombres filántropos que se encargaban de recaudar enormes cantidades de dinero para ayudar a una buena causa: combatir el hambre en África. Y, por la buena reputación de “Sparks PR”, habían acudido a ellos para llevar a cabo su evento. En realidad Phillip no tenía culpa de no saber, pues, cuando “Men for Hunger” contactó a “Sparks PR”, Natasha había accedido a hacerlo pero, en el transcurso, se había ido de la compañía, dejando a cargo a Brittany, temporalmente, mientras contrataban a alguien capaz. El proyecto consistía en que, en vista que el sexo se vendía mejor que panes calientes, habían tenido la “fabulosa” idea de pedirle a los “Diez solteros más guapos”, que eran los mismos “Diez solteros más codiciados”, que se quitaran la camisa para que las neoyorquinas donaran sin cesar, y Phillip Charles Noltenius II, en el puesto número cuatro en belleza y en el puesto número seis en codicia, había accedido a quitarse hasta los pantalones con tal de llegar a Natasha, mas no sabía que no lo haría de esa manera.

Fue el mes que Emma tuvo sus documentos legales en orden, que el trámite empezó, y que pudo empezar a ganar según el contrato, eso más un proyecto que la catapultó a cierta fama, que fue que Glenn Close recién compraba un Penthouse en la Quinta Avenida y necesitaba que lo remodelaran completamente, pues acudió a su viejo amigo, el Arquitecto Richard Moynahan, y tuvo que rechazar la oferta, pues era eso o “The Freedom Tower”, que luego perdió, y llegaron al estudio “Volterra-Pensabene”, sólo para que Emma tomara el gran pequeño reto. Todo en la vida de Emma estaba significativamente mejorando, y, aunque siguiera viviendo en el Plaza, que no era mayor gasto, pues su papá se encargaba de pagárselo aún cuando ella creía que lo cargaban a su American Express, sabía que todo iba a mejorar algún día o en algún momento.

  • Natasha, ¿verdad?- dijo al entrar a la sala de reuniones.

  • Es correcto- sonrió, poniéndose de pie para recibirla. - ¿Cómo estás?

  • Bien, muy bien… ¿y tú?- murmuró. Natasha sólo asintió, que no tenía mucho sentido, pero significaba “bien”. – Adivino, vienes por lo del apartamento- sonrió, mientras Natasha asentía. – Bueno, pasa a mi oficina en ese caso, por favor- y se puso de pie, caminando en unos imperdibles Manolo Blahnik recién sacados al mercado.

Natasha se admiró al entrar a su oficina, típica de película pero con un estilo distinto. Era grande y espaciosa, de alguna manera, no tenía muchas cosas, pero, en aquel enorme espacio, no se veía vacía. Tenía un perchero del que colgaba un hermoso abrigo Burberry, lo notó por un ligero vistazo fugaz al logo, bordado en negro, en la solapa de aquel estilizado abrigo, tenía una inmensa mesa de dibujo, en donde tenía, en ese momento, el plano del apartamento de Glenn Close, pues le habían informado que también debía dar una propuesta para ambientarlo, el escritorio principal le daba la espalda al enorme ventanal que iba desde el suelo hasta el techo, pero, lo más impresionante, era que, en el escritorio, que era largo y un tanto grueso, se veía pesado, descansaba una tecnológica e inmaculada iMac.

  • Ponte cómoda- dijo, abriendo una gaveta de uno de los archiveros que Natasha no había visto. Se sentó mientras curioseaba con la mirada las altas paredes de la oficina de aquella Arquitecta, repletas de carpetas, que no eran de ella, de libros sobre Arquitectura y otras cosas en italiano que Natasha no entendía del todo por verlos muy deprisa. – Aquí tienes- dijo, alcanzándole una carpeta de cuero rojo. “Prada”, muy fina, y lo supo por el olor.

Natasha había acudido a Emma de la siguiente manera: El día después de haber renunciado a “Sparks PR”, luego de haber desatado su furia en el Fencing Center contra un pobre novato, durmió hasta tarde, tratando de recuperarse del último éxito que había tenido el martes por la noche, la fiesta anual de “Absolut Vodka”, que había retumbado por toda la nación y habían empezado a llover demasiados proyectos tanto para largo como para corto plazo, mas no contaban con que, con la partida de Natasha, por asombroso que sonara, los días de “Sparks PR” estaban más que contados. Pues, el día después, que se despertó incrédulamente tarde, a eso de las cuatro de la tarde, se dio un tour por el apartamento y se dio cuenta que era demasiado grande para ella sola pero, si había de vivir sola, al menos debería estar bien decorado. Y tuvo que llamar a “Mr. F” para pedirle el teléfono de Emma, que no supo dárselo, sólo la dirección de su trabajo.

  • Son increíbles, de verdad me gustaría que pudieras hacerlo- sonrió, todavía hojeando el portfolio más sencillo pero más estilizado que existió jamás, claro, sin contar a todos los enormes íconos de la moda. – Yo, de esto, no sé nada- rió, viendo una fotografía que había quedado exactamente igual al bosquejo.

  • ¿De cuánto es tu presupuesto?- preguntó, abriendo su agenda y su pluma fuente, pasando el tapón hacia la pluma, mostrándole el “Bentley”. Ah, Tibaldi.

  • No más de un millón- dijo, diciendo el primer número que se le ocurrió. Emma levantó la mirada, era como de sorpresa, pero soltó una risa nasal y sacudió la cabeza.

  • ¿Hablamos de un apartamento o una mansión?- rió, todavía escribiendo algo que Natasha no alcanzaba a ver, además, escribía muy a la ligera, parecían garabatos que sólo pocas personas entendían, y, por si los jeroglíficos fueran poco, escribía en una mezcla de inglés, italiano y español.

  • Es un Penthouse- le dijo. – Pero es sencillo, supongo…unas cuantas habitaciones, unos cuantos baños, cocina, sala de estar, comedor, terraza…

  • ¿Qué estilo te gusta y para cuándo lo quieres?

  • No lo sé, estoy viviendo ahí por ahora…pues, en una habitación nada más, no me molestaría tener a gente trabajando ahí, puedo huir de ahí por el tiempo que necesites para hacer tu trabajo- sonrió, cruzando su pierna izquierda  sobre la derecha y mostrándole a Emma unos tacones Chanel clásicos. Definitivamente ahí había algo más que una relación profesional, y no amorosa, o tal vez sí, pues las conversaciones y las demostraciones de afecto serían un tanto pasadas en un futuro, pero era una potencial bonita amistad. – Y, pues, te soy sincera…me gusta sentirme cómoda, poder caminar por donde voy sin tener que tropezarme, pero tampoco me gusta algo muy vacío…- Emma seguía escribiendo, quizás hacía ya una tormenta de ideas o simplemente apuntaba relevancias. - ¿Cuánto tiempo te tardarías?- Emma rió suavemente.

  • Depende de tu presupuesto, de cómo sea y de qué quieras hacer… ¿has consultado otros decoradores?- preguntó, pasando su ondulado flequillo tras su oreja izquierda.

  • No, no conozco a otros, apenas y te conozco a ti- dijo Natasha, poniéndole a Emma una sonrisa. – El trabajo, de verdad, es tuyo, si es que te interesa

  • Bueno, te diré lo que pienso…- dijo, cerrando su agenda con la pluma en medio y sin taparla. – Por el hecho de no haber competencia, te diría que son cinco mil de entrada pero, como sé que eres tú, déjalo a la mitad, por el cigarrillo que me convidaste- sonrió.

  • Pues, el cigarrillo no costaba ni cincuenta centavos- rió Natasha a carcajadas, recostándose sobre el respaldo.

  • Es un gesto que no cualquiera hace- sonrió, paseando su mano por su cabello y dejando que Natasha viera sus aretes Harry Winston. Wow.

  • Pero, ¿dos mil quinientos? Eso es mil veces más barato de lo que creí- dijo, cerrando sus ojos y sacudiendo su cabeza. – No me hagas sentir mal, déjalo en cinco mil, en precio de cliente normal y luego me invitas a un cigarrillo, pero Gold- Emma asintió. - ¿Cuál es el proceso?

  • Bueno, es bastante sencillo, primero, necesito ver el Penthouse en cuestión, medirlo, curiosear por ahí…luego, ver qué quieres hacer con él, también sería bueno saber si me quieres sólo a mí en el equipo o a alguien más del estudio, y necesitaría los planos…y mucha disposición tuya, porque tendríamos que ir de compras muchas veces y muy seguido, a menos que confíes en mi gusto ciegamente a partir de lo que decidas hacer…

  • Pues, ¿cuándo puedes ver el “Penthouse en cuestión”?- bromeó, con la mirada sonriente. Eran quizás los veintitrés años ya.

  • Podría ser mañana, a cualquier hora del día, aunque me tomaría quizás una o dos horas, así que tú dirás- dijo, juntando sus manos en un ligero aplauso y recostándose sobre su espalda. – Se te nota la desesperación- rió, aunque ella también estaba desesperada por tener una amiga.

  • A la una de la tarde- dijo, pensando en que le daría la especialidad de la casa de sus papás. – Pero tienes que llegar sin almorzar, mamá cocina los sábados y no me parece tan justo que te haga trabajar un sábado

  • Como tú digas- rió. – ¿Crees que puedes tener los planos para mañana mismo?- se levantó y camino hacia su escritorio, contoneándose suavemente en su pantalón negro que le ajustaba su trasero de una divina manera. Natasha lo aceptaba, tenía un buen cuerpo, envidiable en realidad, aunque estaba más que perfectamente contenta con el suyo.

  • Tú dime lo que necesitas y yo haré que suceda

  • Muy bien- murmuró, alcanzándome una tarjeta. “Emma M. Pavlovic – Arquitecto y Diseñadora de Interiores. Estudio de Arquitectos e Ingenieros Volterra-Pensabene. pavlovic.emma@v-p.com ”. Pavlovic. Apellido no italiano. Pavlovic. Le gustó a Natasha. – Cualquier cosa que se te ocurra en el transcurso del día, puedes llamarme a cualquiera de los dos teléfonos o enviarme un e-mail, los reviso rápido- sonrió, enseñándole su Blackberry. – La dirección es…

  • Trescientos setenta y siete East y treinta y tres…o simplemente Kips Bay’s Archstone

Sophia no se había enfadado con Alexandra, simplemente habían decidido no seguirse viendo porque eso no iba a ningún lado, pues Sophia no podía verla como mujer, a pesar de no haberle dicho nunca que era lesbiana, y Alexandra no podía verla como sólo una amiga, y, desde ese entonces, Sophia se aburría más, construía más muebles, estudiaba más, fumaba compulsivamente a causa del aburrimiento, y dormía mucho, aunque no tanto, pues había encontrado la forma de encontrar la felicidad a domicilio: Fish n’ Chips, una Dr. Pepper, un chunky brownie, todo, para luego, terminar en su cama, masturbándose, pues, desde aquella vez que supo que de verdad había tenido un orgasmo, se empeñó en aprender a llegar al orgasmo sólo con sus manos y su imaginación, lo que se le hizo rutina; no había despertar sin un orgasmo, ni dormir sin otro.

Justo cuando Natasha salió de aquel enorme y altísimo edificio, Phillip Noltenius se encontraba en la Lego Store de Rockefeller Plaza, comprando el último Ferrari que Lego había creado para que la multitud lo armara y, justo cuando estaba haciendo fila para pagar y le faltaban once personas por que fuera su turno, vio a Natasha sentarse, sola, en una de las mesas del café que estaba al lado. Se acercó a un estante cualquiera, sin perderla de vista, y colocó la caja allí, pues no la compraría, tenía mejores cosas en las cuales invertir su tiempo. Salió de la tienda, actuó con naturalidad casual, y se convenció de aventurarse una vez más, la última vez, pues la tercera era la vencida.

  • Sabes, lo más normal es que te obliguen a ponerte algo que no te gusta, pero eso de quitarle la ropa a la gente es un tanto retorcido- rió, llamando su atención.

  • I beg your pardon?- frunció su ceño, subiendo sus gafas oscuras hasta su cabeza y mostrándole sus ojos a aquel guapo consultor de veintiséis años.

  • ¿Me puedo sentar contigo? Es que ya no hay mesa- rió Phillip, usando la hora pico a su favor.

  • No puedo negarle comida al hambriento- sonrió. – Gracias- murmuró para el mesero que llevaba su té.

  • Bebes té…te creí más de café

  • Tómelo despacio, ¿sí?- dijo Natasha, en un tono de desesperación, aunque todavía mantuvo la calma y vertió un poco de azúcar en la taza.

  • Lo siento, soy Phillip Noltenius- le alcanzó la mano.

  • Natasha- dijo, estrechándole la mano y llevando la taza de té a sus labios. – Pues, ahora sí, Mr. Noltenius, ahora que no somos completos extraños, ¿a qué se refiere con quitarle la ropa a la gente? ¿Es que no ve el frío que hace para andar desnudo?- rió Natasha, sacudiendo su cabeza de lado a lado y sonriendo con sarcasmo, con ganas de darle una bofetada, por ser un atrevido un tanto idiota, sí, le pareció que era idiota.

  • Entonces cuéntame por qué me la estás quitando a mí y a los otros nueve- Natasha se sorprendió, casi le escupe el té en la cara de la impresión. Pues, una impresión que venía de dos lados: ¿qué tenía ella que ver en eso? Y, eso de “…por qué a mí”, sonó un tanto extraño, causando en Natasha un leve revoloteo en el estómago, seguramente por asco, pero se maravilló de lo que su mente pudo hacer al desnudar a ese Don Guapo-pero-más-idiota-que-hace-cinco-segundos con la mirada. Y sí, fue entonces cuando Natasha lo consideró muy guapo. – ¿No sabes de qué te hablo?- balbuceó, asustándose él también.

  • Pues, claramente no…

  • Mañana, en el evento de “Men for Hunger”, me van a quitar la camisa y los pantalones para recaudar dinero, a mí y a los otro nueve “Solteros guapos y codiciados” de la ciudad…

  • ¿Y qué tengo yo que ver en eso?- rió, pensando en la buena idea que eso era, aunque no sería apto para menores, menos para Daytime, como habían acordado en el momento de aceptar el proyecto. Y se lo imaginó en calidad de Magic Mike, no pudo evitar sonreír sonrojadamente frente a la imagen imaginada.

  • Es tu cosa de Relaciones Públicas, tú dime- rió, haciéndole de señas al mesero que le llevara un café.

  • ¿Mi cosa?- se preguntó en voz alta, bebiendo otro poco de su té.

  • Sí, Sparks…

  • Mr. Noltenius, yo tengo dos semanas de no ser parte de Sparks- y ese pedacito de información era lo que Phillip había omitido en su inmensa sabiduría, en el maquiavélico plan para desnudarla, porque eso quería, desnudarla y verla, no, no quería violarla porque eso no sería de un caballero, él sólo quería verla sin ropa, toda la noche y todo el día.

  • No puede ser- rió, rascándose el pecho, de la parte izquierda con la mano derecha.

  • No debería dejar que lo traten así- rió Natasha. – Aunque no dudo que alguien como usted ha pasado décadas entrenando para algo así

  • ¿Y por qué crees eso?- preguntó, viendo el menú. - ¿Quieres algo de comer?

  • No, estoy bien así, gracias…

  • Un café grande, la taza más grande que tenga, si quiere me trae una jarra - dijo, dirigiéndose al mesero, quien asintió y se retiró.

  • ¿Y el “por favor” no se lo enseñaron en su casa Mr. Noltenius?- bromeó Natasha un tanto molesta por ver cómo no era educado con el mesero.

  • Tomaré nota mental, gracias- sonrió, haciéndole énfasis al “gracias”. - Entonces tú ya no estás en Sparks…

  • No, ¿qué tiene eso de asombroso?

  • Pues, nada, creí que te vería mañana en el evento

  • Pues, no, pero me está viendo ahora- sonrió, terminándose su té. – ¿Le molesta si fumo?- le preguntó, enseñándole la cajetilla de Marlboro Gold.

  • No si los compartes- Natasha le alcanzó la cajetilla tras haber sacado uno. – Pues, Natasha…- dijo entre su cigarrillo mientras intentaba encenderlo y hablar al mismo tiempo. Le daba asco el hecho de tener un Gold a punto de entrarle a los pulmones, pero todo por quitarse la frustración que lo inundaba. – Pasa que ha habido una confusión

  • No me diga- rió, en un tono sarcástico, rascándose la cabeza con la misma mano con la que detenía su cigarrillo y sacando el humo por la nariz.

  • Pues, si te digo, acepté hacer eso sólo porque creí que te volvería a ver, pero, como ya no estás, no lo haré- Natasha se quedó petrificada, hasta tuvo que inhalar dos veces seguidas de su cigarrillo.

  • Le diré algo, Mr. Noltenius…- murmuró entre su sonrisa más hiriente, la más falsa que implicaba asco. - Eso no es algo que me haya halagado, en lo absoluto y al contrario, me asustó…probablemente hay miles de mujeres que van a querer verlo sin camisa mañana y quizás no deba fallarle a la causa- su tono era serio, hasta como si le estuviera dando una lección de vida. – Aunque, creo que no pensó en la buena causa, sino sólo que quería verme, que, como ya le dije, me asusta y no me halaga, pues no conozco su modo de cortejo, por así decirlo…- apagó prematuramente el cigarrillo en el cenicero y exhaló el humo lentamente para volver a inhalarlo con su nariz, para luego ponerse de pie. – No necesito que haga ese tipo de cosas para cortejarme, no estoy interesada, eso se lo digo desde ya…así que todavía está a tiempo de retirar su presencia del evento de mañana, pues no me verá- se puso de pie y pescó un billete de cinco dólares en su bolsillo del pantalón. – Espero que sea la causa la que lo convenza y no yo- sonrió, colocando el cenicero encima del billete. – Ha sido una hermosa y afable plática con usted- sonrió de nuevo, ahora ya más sarcástica. – Que tenga un buen día

En fin, era sábado, día de amanecer tarde para perderse en la televisión aburrida, pues no había mucho por hacer para Sophia: ropa lavada la noche anterior, ya había estudiado, hasta había terminado de leer “Memoria de mis Putas tristes” por segunda vez, también “Pride & Prejudice”. Encendió el televisor sólo para tener un poco de ruido, pues Mia había ido a casa de los papás de su casi-esposo en Atlanta. Se metió a la ducha, teniendo toda la libertad para salir desnuda de ella y caminar hacia su habitación, de regreso al baño, luego a la cocina a abrir un paquete de Croissants instantáneos para ponerlos al horno, y de regreso a buscar algo que ver en la televisión. Tarde, para Sophia, era el medio día, a la hora que Natasha recogía los recipientes herméticos en casa de sus papás para llevarlos de regreso a su Penthouse, así poderle dar algo de comer a Emma, quien se había voluntariado a trabajar un sábado, de paso llevaba los planos. A la una de la tarde en punto, Emma entraba al Penthouse, pues el ascensor abría directamente dentro del apartamento, y Natasha encendía el televisor para saber cómo quedarían las donaciones de “Men for Hunger”.

El concepto de la donación era sencillo: eran diez minutos en total: cinco sin camisa y cinco sin pantalón, intentando alcanzar una ilusa meta de cien mil dólares al minuto al decirle al público que, por cada diez mil dólares que se donaran, sería un minuto sin camisa, por cinco minutos, luego lo mismo pero con el pantalón, y había diez guapísimos hombres que pretendían recaudar un millón de dólares para combatir el hambre en África, que un millón era poco, pero algo se podía aportar, pues era un tipo de prostitución, y fue por ese evento que “Sparks PR” sería multado y hasta clausurado, por haber desnudez parcial en pleno día. Emma se paseó con Natasha por el apartamento, maravillándose de lo enorme que aquel Penthouse era, y que no tenía ningún mueble que no fuera en su habitación y uno que otro utensilio de cocina y baño. Se sentaron a comer en la habitación de Natasha, como dos amigas de hacía años, Emma pensando en lo poco profesional que estaba siendo al entablar una relación de amistad con un cliente, pero eso ya había pasado con Alfred, quien había desaparecido por el momento quién sabe por qué motivo.

  • ¿Tu novio saldrá ahí?- preguntó Emma al lograr familiarizarse un poco con el concepto del programa.

  • No, no tengo novio…pues, eso es de los diez solteros más guapos y codiciados de Manhattan…

  • Ah, y ahí está el que te gusta- rió Emma, cortando con el tenedor un pedazo de patata al horno. Natasha sólo rió nasalmente ante el comentario. - ¿A qué hora saldrá?

  • Eso es lo que no sé, si al final saldrá…y, si sale o no, ambos tienen sus pros para mí, pero al mismo tiempo sus contras, no lo conozco, sólo una vez he hablado con él- de repente la conversación se tornó como si se conocieran mucho, lo que les pareció raro, pero no dijeron nada, después de todo, tenían el poder para obviar algunas cosas.

  • Ése está guapo- murmuró Emma, refiriéndose al que sacaban del escenario casi desnudo, pues él era muy inteligente y se había puesto un calzoncillo clásico, pero de impresión de cebra.

  • Fue conmigo al colegio, es abogado…pero, si no mal recuerdo, no le gustan las mujeres

  • Ése también está guapo…demasiado guapo- rió Emma, haciendo que Natasha levantara la mirada, pues estaba muy concentrada en cortar un pedazo de Filet Mignon.

  • No…puede…ser- se carcajeó. – Dame un segundo- dijo, todavía con la risa atascada en su garganta.

Phillip salió por el escenario en pleno frío en Times Square, en donde, por micrófono, dijeron su nombre, su edad, su profesión, y sus medidas. Saludó a las cámaras aéreas y, sin pensarlo dos veces, se quitó su camiseta negra, de cuello en “V”, provocando en Natasha un suspiro al publicar sus pectorales, muy tonificados ya, un leve six-pack que lo hacía un el aperitivo de una composición de tres tiempos, sus brazos con venas saltadas y apenas vellos. De su pecho se notaban apenas unos cuantos varoniles vellos, nada denso, simplemente ligeros y no tan poblado, sólo de sus pectorales y de la parte baja de su abdomen. Se paseó rápidamente por el escenario, en donde el público, todas mujeres, gritaban al verlo tan expuesto, que su jeans le colgaba de las caderas bajas y dejaba ver aquellas hendiduras que a toda mujer aniquilaban, más cuando el borde del jeans estaba más bajo que el elástico amarillo, con las letras en blanco “Hugo Boss”, y se alcanzaba a ver el color gris del resto de aquella barrera textil entre lo que asesinaba y lo que dejaba a la imaginación de Natasha. A Sophia le pareció un hombre guapo, pues, no le negaría un beso, pero seguramente era una de dos: o secretamente gay, como ella, o tenía una novia en secreto, pues ahí sólo había solteros, y, al ver eso, Sophia se carcajeó, pensando en cómo había gente que hacía cosas así, desde el que tuvo la idea hasta el ejecutor, y apagó el televisor. Natasha vio que faltaban dos minutos para que la primera ronda concluyera y conocía el tipo de “juego” que era. Tomó su teléfono y llamó a un tal “Mr. Travis”, Emma no entendía nada.

  • Quiero que cierre la donación en este momento, que complete los cien mil desde mi cuenta, tiene un minuto para hacerlo…y quiero una constancia de donación, impresa, en mi apartamento cuanto antes- y, en efecto, faltando cuatro segundos para los primeros cinco minutos, Phillip fue escoltado, por unas hermosas señoritas, fuera del escenario.

  • ¿Por qué hiciste eso?- rió Emma ante la mirada de alegría de Natasha al ver que salía del escenario.

  • No iba a dejar que vieran a mi futuro pretendiente en sólo calzoncillos, menos con éste frío- susurró, como si un inmenso pudor la invadiera.

Abril de dos mil ocho. Emma se encontraba en el onceavo piso del edificio 680 de Madison y sesenta y uno, firmando la compra a plazo mensual por cinco años y medio, pues sino tendría que declarar impuestos sobre sus bienes italianos, que saldría más caro que pagarlo a plazos, pero era suyo, para lo único que había utilizado la herencia de su abuela, para eso y para salvar, literalmente, su trasero por el chantaje de Marco hacía no más de un año. ¿Su relación con Natasha? Pues, fue raro, pero se concretó ante el más raro de los eventos, supongo. Cuando Emma le volvió a preguntar a Natasha sobre el presupuesto para ambientar su Penthouse, ella le respondió como la primera vez: “No más de un millón”, y Emma, en su plan profesional, usó menos de la mitad de la mitad, de la mitad, de la mitad del inflado presupuesto de su futura mejor amiga, y no sólo le entregó un apartamento habitable, sino también unas nuevas ganas de aprender a cocinar, aunque quedaron en eso, en “ganas”, pues sólo aprendió a cocinar lo básico: una variedad de pasta con alguna salsa y algún queso cualquiera, pues Natasha no se caracterizaba por ser tan exigente con la comida, podía vivir de un carrito de Hot Dogs y nunca superar la talla cuatro de pantalón, cosa que alcanzó, en su mayor momento al comer sólo eso por un mes entero y nunca pudo quitárselo hasta muchos años después, hasta que no fue talla dos porque no le cerraban, y talla cuatro le quedaban flojos. Pues, cuando Emma le entregó el apartamento, Natasha se ofendió porque Emma sólo le había cobrado cinco mil dólares por hacer el trabajo, que fue cuando se armó de valor, primero para despertarse temprano, y llevó a cabo la operación más importante de su vida, hasta ese momento, “operación que Emma me cobre bien”.

  • Natasha, qué sorpresa- la saludó, poniéndose de pie y caminando hacia ella. Se saludaron con dos besos, uno en cada mejilla.- ¿Todo bien con el apartamento?- preguntó, pues Natasha siempre le llamaba para hacer algo, no llegaba a su lugar de trabajo, pues tenía bien claro que en el estudio sólo trabajo se trataba, fuera de él cualquier cosa.

  • Todo bien con el apartamento- respondió.

  • Dime, ¿en qué puedo ayudarte?- Emma estaba confundida, por la misma razón que ya mencioné, fruncía su ceño con ternura, al menos a Natasha eso le provocaba.

  • Me parece una aberración lo que me cobraste- le contestó, indignada, pues, con una falsa indignación.

  • ¿Fue mucho?

  • Fue muy poco- repuso, sacando un sobre de su bolso y alcanzándoselo. – Ten, esto es lo que yo creo que deberías haberme cobrado

  • Cinco mil era lo que el contrato estipulaba, el resto fue para ambientar la Capilla Sixtina- dijo, que se refería al Penthouse de Natasha como la Capilla Sixtina, pues había llevado tanto trabajado, que había parecido Alquimia, o magia, pues había sido como traerlo desde la muerte, y Natasha la había llamado “Michelangelo”, que a Emma sólo le sacó una carcajada y le dijo: “Entonces tengo que advertirle al Vaticano que me robé la Capilla Sixtina y la traje a Nueva York”.

  • Me parece muy poco después del cambio tan drástico que tuvo mi apartamento, tómalo como un bono

  • Está bien, muchas gracias- dijo Emma, tomando el sobre con inmensa incomodidad.

  • ¿Copas hoy por la noche?

  • No puedo, tengo mucho trabajo para mañana…pero mañana por la tarde, entrada la noche, ¿puedes?- murmuró Emma, tomando su Blackberry con una sonrisa un tanto extraña. Natasha se imaginó que era algún pretendiente, pues, todavía no había tanta confianza como para hablar de cosas tan íntimas, pero era su mamá.

  • Iba a ir al Fencing Center a eso de las siete, ¿te importaría esperarme a que salga o debería cancelar?

  • ¿Fencing?- suspiró.

  • Sí, tú sabes, el deporte ese del traje blanco y las espaditas… si quieres puedes acompañarme para que lo veas

  • Claro, no estaría mal- rió, pensando en su época de colegio, que solía practicarlo. – Care for some serious competition?

  • ¿Juegas esgrima?

  • No juego si de esgrima se trata- sonrió, guiñando su ojo.

Su relación con Natasha crecía cada día más, ninguna de las dos entendía cómo o por qué se llevaban tan bien, aunque para Natasha había sido simple, pues del cheque en blanco que le había dado a Emma, Emma se había cobrado un dólar, eso le encantó a Natasha, aunque luego hizo que Hugh le llevara un cheque a Emma por veinte mil dólares, pues eso debía haberle cobrado desde un principio, pero, pues, después de todo, Natasha no sabía nada de cómo funcionaba ese mundo, además, Emma nunca cobró el dinero. Se entendían y se comprendían, a tal grado que Natasha, cuando la llamaron para ofrecerle un trabajo bastante especial, no llamó a su mamá sino a Emma primero, que Emma se alegró demasiado por ella, realmente demasiado. Emma ya había entregado el apartamento de Glenn Close, que, gracias a ese éxito, Jack Nicholson y Eike Batista la solicitaron para sus respectivos Penthouse en Manhattan, que meses luego caería Meryl Streep por primera vez, para que ambientara su apartamento más a su estilo, que lo hiciera más cómodo, pues no pasaría mucho tiempo ahí pero, el tiempo que lo hiciera, quería sentirse como en casa. También le había entregado el Penthouse de su ahora mejor amiga Natasha Roberts, aprobando el gusto de Margaret Robinson, a tal grado que le aterrizó el primer proyecto grande: demoler, diseñar, construir y ambientar la casa de Westport de Romeo Roberts, pues ya la vida en la ciudad los estaba asfixiando un poco, y Margaret se tomaría un tiempo libre del New York Times, dejaría las críticas a un lado, y Romeo trabajaría desde casa y viajaría a la ciudad solamente cuando fuera necesario, pues era Socio.

Uno de los productores de “Project Runway” había escuchado de lo que había pasado con el personal de “Sparks PR”, que le echaban más la culpa a eso que a la estupidez de idea de “Men for Hunger”, la manera en cómo Recursos Humanos había cambiado el modo de operar, pero su sorpresa fue que había sido Natasha, la jefe más fugaz que la compañía tuvo, tanto en Nueva York como en Los Angeles, por supuesto antes de que clausuraran la oficina de Nueva York. Le ofrecieron la plaza de Junior Chief de Recursos Humanos, pues tenían una vacante y necesitaban optimizar el personal, y debía ser ella porque la Senior Chief tenía otras especificaciones, y aceptó, pero, para hacer una reforma interna, debía mezclarse antes con la gente, así como lo había hecho en “Sparks PR”, conocer a la gente, saber cómo funcionan para trabajar. Y fue así como consiguió ese magnífico trabajo, por el que firmó contrato anual, con una excelente paga, excelente horario, aunque un poco estresante en la pre-temporada, antes y durante la filmación del programa. Pues Natasha y Phillip no se habían hablado desde aquel encuentro al azar en Rockefeller Plaza en febrero, pero Natasha le había enviado una copia de la constancia de donación junto con una nota que decía: “La prostitución no es para usted, Mr. Noltenius. Gracias por hacerme contribuir a tan buena causa.” Y, al final, un garabato, o sea la firma de Natasha, la corta, pues le daba pereza escribir “Natasha Roberts”. Pero fue ese día, en el que los productores de “Project Runway” habían decidido buscar ayuda profesional para tener un plan de seguridad económica y una asesoría de bienes, para lo que contrataron a “Watch Group”, no precisamente porque tenían mucha experiencia con clientes “pequeños” y privados, sino porque era barato. Phillip estaba entre los tres consultores y asesores que habían salido ganadores, pues, la leyenda urbana decía, que ahí sólo mujeres muy guapas trabajaban, y no era uno más, era el jefe del equipo.

En aquella reunión estaban los tres creadores, los tres representantes de las casas productoras, entre ellos Heidi Klum, y los tres consultores de “Watch Group”. Discutían precisamente sobre el plan de seguridad financiera que podían crear a partir del ingreso que, sorpresivamente, era muy alto, lo que significaba que estaban demasiado bien a pesar de la crisis pero, por lo mismo, corrían peligro de caer repentinamente en un agujero negro. Pues, Phillip pensó que Heidi Klum, a quien debían referirse como “Mrs. Klum”, era muy guapa en persona, muchísimo más guapa que como se veía en la televisión, pero alguien logró quitarle ese pensamiento pues, de repente, la puerta de la sala de reuniones se abrió y entró Natasha, simplemente a dejarle una hoja de papel con una impresión a Heidi, y Phillip, sólo con verla, sintió como si le pegaran en el estómago, como si no pudo respirar, sintió un hormigueo que le causó sed, que no se le quitó hasta que Natasha salió de ahí. El tiempo se detuvo. Y fue cuando lo supo aceptar, lo que sentía por Natasha no era una obsesión sexual, que sólo buscaba satisfacer una necesidad, sino que estaba enamorado de aquella mujer que lo había ninguneado, que le había hablado con tanta propiedad y, que ahora, lo había ignorado por completo; pues nada de eso le había dolido de una mujer más que proviniendo de Natasha, bueno, es que ninguna mujer lo había tratado así.

-Adelante- dijo Natasha, habían tocado a la puerta.

  • Natasha…- dijo Phillip, entrando. - ¿Cómo estás?- sonrió, quedándose de pie, pues ella no lo había invitado a sentarse, sólo a pasar adelante.

  • Mr. Noltenius, muy bien, ¿y usted? Por favor, pase adelante y tome asiento- Natasha trabajaba con sus gafas puestas, revisando los perfiles que les había pedido a los ciento dieciséis trabajadores que estaban a cargo de hacer que la magia sucediera, y apenas había leído cincuenta y nueve. - ¿En qué le puedo ayudar? ¿Recibió mi nota?- sonrió, bajando el perfil y levantando sus gafas.

  • Si, y no sé cómo sentirme al respecto; si comprado o salvado

  • Comprado no puede sentirse, porque, a pesar de que era una prostitución lo que estaba pasando ahí, yo no le pagué a usted para que se quitara su ropa, le pagué para que no se la siguiera quitando- sonrió, tomando la taza en sus manos y soplándola suavemente.

  • ¿Tan feo soy que pagaste casi sesenta mil dólares por que me quitaran del escenario?- rió, aflojándose el nudo de su corbata Gucci.

  • Lo hice por su bien, no creo que a sus papás les agrade que usted ande por ahí, desvistiéndose ante la sociedad neoyorquina, además, piense en lo que hubiera pasado en términos de la Consultora tan importante en la que trabaja- guiñó su ojo y Phillip sintió que se moría ante tanta sensualidad concentrada en esa joven mujer.

  • Tienes toda la razón, en eso no pensé, sería bueno que alguien pensara esas cosas por mí, o que alguien me enseñara a pensarlas- murmuró, frunciendo su ceño y paseando sus dedos a lo largo de su quijada. – Supongo que te debo ese dinero- dijo, abriendo su chaqueta y sacando una chequera. – O un café, que ya veo que sí tomas café y que no estaba tan equivocado

  • En lo absoluto, eso fue una donación, de buena fe y para una buena causa…pues, creo que la mejor causa, para muchas neoyorquinas, hubiera sido que llegara a quitarse los pantalones así como le tocó a Murray- rió, refiriéndose al Soltero más guapo y más codiciado, el que estaba en el número uno en ambas listas.

  • Entonces una invitación a almorzar

  • Mr. Noltenius, ya le dije que me da miedo la manera en como usted corteja a las mujeres, pues, a no ser que no me esté intentando cortejar- sonrió tras beber de su café.

  • No te da miedo, te da risa mi inexperiencia

  • Ah, ¿inexperiencia? Yo le llamaría “desesperación”- Natasha, a pesar de ser muy joven, sabía, por lo general, sobre lo que hablaba, y hablaba con propiedad, con seguridad.

  • Tú me desesperas, Natasha

  • Pues, verá, Mr. Noltenius, por eso le digo que me da miedo su forma de cortejarme, usualmente no me dicen que los “desespero”- rió, soltando su cabello y dejándolo caer sobre sus hombros.

  • Admite que te gusto- sonrió, con una sonrisa matadora y sensual, apenas mostrando lo blanco de su recta dentadura, ensanchando sus mejillas mientras levantaba, por defecto, su ceja derecha.

  • ¿Y cómo ha llegado a tal fantástica conclusión?

  • Pagaste sesenta mil dólares para que no me quitara el pantalón, no pensaste en mi trabajo ni en mi imagen, pues algo así, por una buena causa, no es tan malo, aunque es prostitución, como bien lo has dicho, pero lo hiciste porque no querías exponerme ante millones de personas a nivel nacional, porque piensas que sólo debería exponerme a ti

  • Pues, si tanto me gustaría que se expusiera ante mí, hubiera dejado que sus pantalones cayeran al suelo, pues, por puro placer visual y de índole sexual, si es que me explico- guiñó su ojo, tratando de copiarle la sonrisa.

  • No soy bueno cortejando, eso ya lo sabes…pero por ahí dicen que “el que persevera, alcanza”

  • ¿Eso significa que no descansará?- sonrió Natasha, acercándose a él con su torso por encima del escritorio. – Cuidado y lo confunde con acoso, que mi papá es uno de los mejores abogados de Nueva York

  • Recuerda mis palabras…serás tú la que me robe el primer beso- guiñó su ojo, confundiendo a Natasha. – Me retiro, Natasha, como siempre, un placer- le tomó la mano derecha, Natasha se dejó, pues creyó que era para estrechársela de despedida pero no, Phillip la besó suavemente y, con una sonrisa confusa, se retiró de aquella oficina.

*

Salió de la bañera, sintiendo las piernas un tanto débiles, sintiendo ganas de dormir una pequeña siesta y no fue quién para llegar a la cama vestida, sino sólo con una toalla al cuerpo, y, arrojándose, como pudo, quedó dormida en la cama, todo por la pastilla que Natasha le había dado. Natasha la arropó entre las sábanas, sabiendo que el efecto de esa porción de la pastilla duraba un poco menos de tres horas, lo suficiente como para que descansara un poco, aunque obligada, y no sintiera que los minutos eran demasiado eternos. Natasha se metió a la ducha y estalló, nuevamente, en lágrimas emocionales, pues el recuerdo del día de su boda la atacaba con ternura, y extrañó a Phillip, más que en toda la noche, pues ya se había acostumbrado a dormir abrazada a él, él con el pecho desnudo y ella, por lo menos, con sus brazos desnudos, siempre en un babydoll negro, normalmente comprado en La Perla si no es que lo pedía por internet a la central de lencería más exquisita, la que Emma le había enseñado hacía muchos años, pero en ese momento extrañó que la abrazara bajo el agua, como lo hacía todos los días desde aquel percance hacía un par de meses, y estaba sumamente agradecida con Phillip, porque, desde ese momento, no hubo día que no la consintiera, que no se preocupara el doble por ella, que la mimara cariñosamente. Al principio le daba un poco de vergüenza aceptar el hecho de ser débil, pero Phillip se había encargado, con sus atenciones y sus palabras, que no eran vacías, de reconstruir, poco a poco, la confianza en su esposa, era lo menos que podía hacer.

Siempre creyó, junto con Phillip, que a la palabra “matrimonio” era para tenerle miedo, pues conocían a muchas personas que habían tenido noviazgos de muchos años y, cuando se volvían un matrimonio, todo se desmoronaba y se acababa diez veces más rápido de lo que había durado. Pero, en su caso, quizás era la suerte de no haber tenido una relación de siete u ocho años antes de decidir contraer matrimonio, o quizás era porque, por alguna extraña razón, sabían que lo que tenían era una relación sana, pues sólo se habían peleado una vez en lo que llevaban de relación, una tan sola noche de dormirse enojados, bueno, Natasha nada más, y todo por una apuesta infantil de Phillip con Emma. Por lo demás, Natasha era realmente muy feliz con Phillip, le gustaba cuando la sorprendía en la oficina sólo para verla porque la extrañaba, o cuando almorzaban juntos en su angosta hora de almuerzo, las risas interminables por los comentarios de Phillip, o las risas que Phillip le provocaba a Natasha al hacerle cosquillas bajo las sábanas los sábados por la mañana, el sexo era un plus, muy importante, pues era muy bueno, el mejor que ambos conocían, pues no conocían mucha variedad tampoco, y no querían conocerla. Y, después del desvarío de Natasha, cayó en otro aspecto, pues, en el que debía acordarse de verdad, en el día de su boda. Pues, ambas bodas fueron muy especiales y en sentidos distintos.

*

  • Pase adelante, Señorita Pavlovic- sonrió Phillip, esperándola de pie en su oficina y ofreciéndole asiento en uno de los dos sillones que tenía frente a su silla de escritorio.

  • Buenas tardes, Licenciado Noltenius- murmuró, taconeando en sus Stuart Weitzman por el piso de madera. – Bonita oficina la que tiene- sonrió, sentándose donde Phillip le mostraba.

  • Muchas gracias…dígame, ¿en qué puedo ayudarle? ¿Qué tipo de consultoría necesita?- se dio la vuelta y se abrió paso a su silla, cayendo de golpe sobre ella y sonriéndole a Emma.

  • No es exactamente una consultoría la que necesito- dijo, odiando la estética de aquella oficina, pues era vacía, sin mucha ciencia, que si no era por un par de plantas, no tenía nada más que puros negocios.

  • Ah, ¿no?- se asfixió, notando que Emma era muy guapa, en otro momento de su vida quizás la hubiera enamorado con sus habladurías, o quizás no, pero ahora Natasha era lo único que tenía en mente. Y se asfixió porque creyó que era una de esas lunáticas neoyorquinas que a veces cruzaban los límites al querer verlo, todo porque seguía estando “soltero”.

  • No, en realidad necesito que alguien cuide de mis finanzas y que me asesore en una inversión que sé que es riesgosa

  • Cuénteme primero de la asesoría, por favor

  • Trabajo en un estudio, solía ser una sociedad, pero uno de los socios ya no está para rendir con su cargo, y al estudio le falta seguridad económica, que en esta crisis creo que es muy necesario

  • ¿Cómo funciona el estudio? ¿Con acciones, con utilidades, con qué?

  • Pues, no hay accionistas, simplemente hay un dueño, inmueble, propiedad intelectual, el valor neto del estudio

  • ¿Quiere comprar el estudio?- sonrió, jugando con su bolígrafo.

  • No exactamente, pues hablé con el dueño, que es mi jefe, obviamente, y aceptó darme el veinticinco por ciento si yo financiaba, anualmente, la seguridad financiera, pues, desde completar el déficit y reducir los impuestos

  • Pero está muy consciente que no sería dueña del inmueble, sino dueña de una posible deuda, ¿verdad?- Emma asintió, pues eso ya lo sabía.

  • En realidad quiero patrocinar, por así decirlo, sus servicios para el estudio, cambiar la forma en la que se manejan los ingresos, usted sabe, si eso no se controla de cierta manera, la seguridad no puede llevarse a cabo- dijo Emma, dejando a Phillip un tanto sorprendido porque, aparentemente, tenía mucho conocimiento sobre el asunto. – Una intervención es más bien lo que necesito, porque la asesoría sería para que usted me diga si es seguro o no hacerlo, pero sé que lo quiero hacer- rió nasalmente Emma, revisando las cutículas de sus uñas, lo accidentadas que estaban al haber preparado una mezcla de cemento ella misma el día anterior en el Penthouse de Meryl.

  • No es lo que hago usualmente…- murmuró Phillip, frunciendo su ceño y mordiendo su labio inferior, entrando en estado pensativo, pues la propuesta le llamaba la atención.

  • Lo sé, usted es un consultor, no un asesor, pero sé que puede hacerlo también- sonrió Emma, con aquella sonrisa ladeada hacia la derecha y levantando sus cejas. – Si es por el precio de sus servicios, le aseguro que puedo pagarlo

  • No es tan caro, no se preocupe, pero tampoco es barato lo que me pide… con los documentos necesarios, en un mes podría tenerle una que otra propuesta, que sería de revisarla, con el otro dueño también

  • ¿Qué documentos necesita?

  • Registros de contabilidad, proyecciones, reportes o actas protocolarias de cómo se manejan los ingresos, todo lo que tenga que ver con dinero, Licenciada Pavlovic- dijo, pensando que Emma, al decir “estudio”, se refería a algo con Abogados y Notarios, pues tenía el parecido de una buena abogada, con esa seriedad y esa autoridad.

  • Prefiero “Arquitecta”, Licenciado- sonrió Emma.

  • Disculpe, Arquitecta, creí que estaba en el mundo de las leyes

  • También- guiñó su ojo, pues tenía que tomar en cuenta las leyes, no sólo nacionales y estatales, sino las políticas de cada construcción porque eran distintas. – En fin, creo que usted es el hombre adecuado para darme no sólo parte de una nueva sociedad, sino también mi tranquilidad- y con “tranquilidad” no sólo se refería a una tranquilidad económica, sino a que necesitaba saber si Phillip era un hombre de ética, al menos, pues Natasha solía hablar, a veces, de él, y Emma sabía que Natasha estaba más que enamorada de Phillip, por lo que Natasha le había dicho lo que Phillip hacía; Emma ganaba doble: saber qué clase de hombre era Phillip y cuidar de sus finanzas.

  • Hay un precio fijo por eso, que llega hasta la propuesta, si la implementa, el precio aumenta

  • Eso lo tengo muy claro, no esperaría menos, pues, es propiedad intelectual personalizada, Licenciado Noltenius- sonrió Emma, sabiendo exactamente a qué se refería Phillip con los precios.

  • Muy bien, entonces, sólo necesito los documentos para poder empezar a trabajar en lo que usted me está pidiendo, Arquitecta y, mientras más rápido tenga los documentos, más rápido tendrá su tranquilidad…ahora, al siguiente tema- dijo, poniéndose de pie. - ¿Agua?

  • Por favor- sonrió.

  • ¿Con gas, sin gas, con hielo, sin hielo?

  • Con gas, sin hielo, si es tan amable- Phillip sirvió dos vasos de Perrier, uno con hielo para él y el otro sin hielo para Emma.

  • Ahora sí, cuénteme de cómo quiere que cuide sus finanzas- sonrió, llevándose el vaso a los labios.

  • Tengo cierta cantidad de dinero que no pienso utilizar, y quisiera saber qué opciones tengo para no tenerlo en el colchón de mi cama- rió, haciendo que Phillip se riera, pues en la crisis, era lo mejor que alguien podía hacer.

  • Ahora soy como un médico, o un abogado, con juramento hipocrático. ¿De cuánto estamos hablando?

  • Si mis matemáticas funcionan, alrededor de once punto cinco, quizás un poquito más- sonrió, quitando la mirada de la de Phillip, pues le sonrojaba decir la cantidad de dinero que tenía en el banco.

  • Millones, supongo

  • Sí, de euros- murmuró. Phillip soltó una leve carcajada nerviosa, tenía mucho dinero. - ¿Le parece gracioso?- sonrió, levantando su ceja derecha y frunciendo sus labios.

  • En lo absoluto, es mucho dinero- “está cagada en plata” . - Pues, primera pregunta, ¿en qué banco?

  • Citi, no pregunte por qué, simplemente ahí están

  • Muy bien, excelente en realidad, Arquitecta- sonrió, alcanzando un post-it. – CitiBank es un banco que no ha sufrido tanto con la crisis, pero el dólar, en este momento, va hacia abajo, lo que trae al euro y a la libra esterlina hacia arriba, y, por ser un banco de gerenciamiento internacional, el mejor en eso debo decir, dejando fuera Suiza y las Islas Caimán, puede trasladar la administración de su dinero y sin “traducir”, por así decirlo- dijo, haciendo las comillas aéreas con sus dedos. – En dólares…que podrá pensar o no que es lo mismo tener dólares que euros, pues, en el momento que compre y venda al precio de ahora, tendrá muchísimo más dólares de lo que pudo haber tenido hace un año, pero definitivamente no le hará nada de bien, por lo que le recomiendo dejarlo en euros, es una moneda más estable y más cara que el dólar… ¿qué tanto le gusta el dinero, Arquitecta?

  • Pues, Licenciado, ¿a quién no le gusta?- rió Emma, asintiendo con su cabeza.

  • ¿Tiene más cuentas además de esa?

  • Si, pues, otra en el Citi, pero esa es local

  • Asumo que usted no es de aquí, por lo que le recomiendo no transferir sus bienes a esa cuenta, sino tendrá que declarar impuestos, demasiados, y la dejaría, no paupérrima, pero sí con menos dinero del que cree…le propongo algo- Emma emitió un “mjm” gutural mientras tomaba el agua de su vaso. – Me encargo de manejar sus cuentas, de hacer más dinero para usted y sin que mueva un dedo, de forma segura, claro

  • ¿Y usted qué ganaría, Licenciado?- rió Emma, pensando en lo raro de la propuesta.

  • Aparte de lo que eso le costaría, pago único por servicio inicial o logística, pues, la comisión, el servicio, como quiera llamarle…nada

  • Está bien, pero dígame, ¿qué piensa hacer con tanto dinero?

  • La enorme suma de dinero, un plazo fijo anual al cuatro por ciento, que es lo que ofrece CitiBank para ese tipo de sumas…que sería una ganancia, en el primer año, de…- dijo, presionando su bolígrafo y escribiendo en el post-it. – cuatrocientos cincuenta mil más o menos, el segundo año de cuatrocientos setenta, y así sucesivamente… eventualmente podemos considerar áreas seguras de inversión, dependiendo de cómo vaya evolucionando el mercado junto con la crisis

  • La ganancia, ¿sería en euros o dólares?

  • Supongo que lo quiere en euros- Emma asintió con una sonrisa. – Con el debido trámite legal, que de eso me encargo yo, todo estará en euros

  • Está bien… ¿y usted?

  • Veinte mil de pago inicial, que incluye los trámites y mis servicios, y, luego, el cuatro por ciento de la ganancia del plazo fijo, al año

  • Muy bien- dijo Emma, sonriendo, sabiendo que Phillip, con el dinero, era muy inteligente, lo cual a Natasha no le vendría mal y, si era bueno con el dinero, era, probablemente, bueno con todo lo demás, pues a la larga, muchas cosas tienen que ver con el manejo del dinero. Y no era tan ladrón, pues de eso sabía Emma por Franco. – Mándeme todo lo que necesita a mi correo electrónico- le alcanzó una tarjeta. – Una reunión muy provechosa, debo decir, pero debo retirarme a mi práctica de Esgrima con mi mejor amiga- sonrió, poniéndose de pie, diciéndole lo de la Esgrima sólo para probar su inteligencia, más bien su curiosidad.

  • Lo mismo digo, Arquitecta, un placer hacer negocios con usted- se puso de pie, sonriéndole mientras le alcanzaba la mano.

  • Lo mismo digo, Licenciado- le estrechó la mano. – Que tenga un buen día

*

Natasha salió de la ducha, ya un poco más repuesta y, habiéndose secado con una de las toallas Frette que le había regalado a Emma hacía más de un año ya, se escabulló silenciosamente, para no atentar contra el sueño de la drogada Afrodita que dormía placenteramente sobre la cama, al walk-in-closet de Emma y Sophia, que antes se habría notado en qué parte empezaba la parte de Sophia, ahora ya no más, pues el gusto de Sophia había evolucionado, diferente al de Emma pero dentro del mismo círculo de Haute Couture. Sabía que la parte de Sophia empezaba, exactamente, del centro hacia la derecha, la de Emma hacia la izquierda, fue por eso que merodeó por el lado izquierdo y le robó ropa a Emma, que sabía que no le importaría, de todas maneras no estaba viendo. Salió del clóset, pues Hugh llamaba a la puerta, y vio a Sophia tan tranquila que ella se sintió tranquila, caminó de largo, con Darth Vader enredándosele en los pies de la emoción, pues era un cachorrito todavía. Darth Vader, de ahora apenas diez semanas, había sido idea de Sophia, pues, un día caminando, en vista de que no conseguía un Taxi a las cuatro y media que fuera hacia Times Square a comprar entradas para “Sister Act”, vio a un hombre, pidiendo dinero en la entrada de Strabuck’s de la cuarenta y siete y Broadway, con un diminuto French Bulldog negro, con una diminuta mancha blanca en el pecho. Sophia entró a Starbuck’s para comprar una GiftCard de veinticinco dólares, luego salió.

  • No sabía qué tipo de café le podía gustar- sonrió al hombre, agachándose sobre sus Bipunta Blahnik de gramuza verde y gris. – Pero, para que le alcance unos seis días- dijo, alcanzándole la GiftCard. – Y sé que no se va a alimentar de café, por eso, tenga- dijo, alcanzándole un billete de veinte dólares con una sonrisa.

  • Gracias, muchas gracias- murmuró aquel hombre, ya era un poco mayor, de edad indefinible por la suciedad y el descuido en general.

  • ¿Cómo se llama?- preguntó Sophia, refiriéndose al cachorrito, que en un principio lo creyó conejo, pero sólo era porque era prácticamente un recién nacido.

  • Michael, mucho gusto- dijo, confundiendo su pregunta, pero le extendió la mano.

  • Mucho gusto, Michael, soy Nina- dijo, no diciéndole su nombre verdadero y estrechándole la mugrienta mano con una sonrisa. - ¿Cómo se llama el chiquitín?- dijo, volviéndose al cachorrito.

  • No tiene nombre, lo encontré esta mañana en los basureros de allá- dijo, señalando hacia el otro lado de la calle.

  • Me gustaría comprárselo- sonrió, acariciando la diminuta cabeza huesuda del cachorrito.

  • Se lo regalo, yo no puedo cuidarlo- al hombre le faltaban uno o dos dientes, no olía muy agradable, pues era entendible, pero Sophia no se descompuso por eso.

  • Regalado no- sonrió, sacudiendo su hombro para que su bolso cayera entre su brazo y su costado. Metió la mano en su Belstaff gris, sacando una Zagliani ocre y abriéndola, tratando de ocultar el interior de su cartera, pues sólo tenía sus tarjetas de débito y crédito, no podía confiarse al cien por ciento. – Tengo cien dólares nada más, ¿cree que eso basta?- la sonrisa del hombre no tenía descripción, le faltaban tres dientes o cuatro. El hombre asintió mientras Sophia metía su cartera de vuelta a su bolso. – Úselos sabiamente, Michael- murmuró, tomando con ambas manos al cachorrito y el hombre le mostraba la falta del quinto o sexto diente.

Sophia fue rápidamente, con el cachorrito en sus manos, protegiéndolo hasta del sol, pues se notaba muy débil, en busca de una tienda de mascotas, pues no tenía idea alguna de dónde encontrar a un veterinario, la única tienda de mascotas que conocía era cerca de Rockefeller Plaza. Compró un par de biberones, leche deshidratada que supuestamente era especial para perros, un collar y una correa, por cualquier cosa, que pensaba quedárselo. Regresó a casa a revisarle el interior de las patas, pues podía tener un tatuaje, pero no, por lo que decidió, sin consultárselo a Emma, quedárselo. Y no fue hasta que Emma llegó del estudio, que fue directo a la cocina a servirse un poco de agua, que ubicó, cual halcón, un biberón sucio.

  • ¡So-phia!- gritó, un tanto asustada.

  • Mi amor, viniste- la saludó, en voz baja, saliendo del cuarto de lavandería. – ¿Tienes hambre?- preguntó, y luego le dio un beso en sus labios.

  • Sophia, ¿qué es esto? – preguntó, volviéndose más pálida conforme los segundos pasaban, levantando el biberón sucio.

  • Por favor no te enojes- murmuró, bajando la mirada.

  • ¿Qué hiciste?- susurró, levantándole el rostro con las manos. Sophia la tomó de la mano y, en silencio, Emma taconeó hasta la habitación, en donde Sophia respiró hondo antes de abrir la puerta y encendió la luz. – You’re hiding a baby in our Laundry Room?- rió Emma.

  • A baby? What the fuck are you talking about?- rió Sophia, viendo cómo Emma se relajaba y el color le volvía al rostro.

  • ¡Por el alma de Darth Vader! ¿Qué es eso? – murmuró, escandalizada, viendo a la cosita negra moverse a lo largo del suelo, se movía con lentitud.

  • No es una rata- rió, carcajeándose en su cara mientras caminaba al interior de la habitación y lo tomaba entre sus manos. – It’s a puppy- sonrió, alcanzándoselo.

  • French Bulldog it seems- murmuró para sí misma, tomándolo con una mano. - ¿Lo compraste?

  • No exactamente, se lo compré a un Homeless Guy en Times Square, can we keep it?

  • Pues, no se hacen muy grandes, supongo que sí…- sonrió, viendo que el cachorrito apenas abría los ojos. – Sólo hay que bañarlo y llevarlo al veterinario, está muy pequeño, tendrá cinco días de nacido como mucho… ¿cómo piensas ponerle?

  • Ya le pusiste nombre- rió. Emma la volvió a ver, bajando al cachorrito y viéndolo caminar temblorosamente hacia Sophia. – Darth Vader

Natasha recibió de Hugh lo que le había pedido, un vestido Elie Saab, en realidad, EL vestido Elie Saab. Con un “gracias” se despidió de Hugh, no sin antes haberle acordado de estar ahí a las cinco en punto para que la llevara a la vuelta de la esquina, pues a su apartamento a sólo vestirse. Si bien era cierto, Sophia había decidido llevar un  de la Renta rojo poppy, que no era la mejor de las creaciones de aquel diseñador y no era que era un mal diseño, o que estaba mal confeccionado, o tal vez sí, pero a Sophia no terminaba de vérsele bien porque era muy angosta de las caderas y estaba diseñado para disimular caderas anchas, pero era mil veces más lleno de vida que el Elie Saab, que era azul marino, aunque, esta vez, Elie Saab le ganaba por años luz al gran Oscar de la Renta. Natasha había comprado el vestido en secreto, pues todavía estaba a tiempo de hacer que Sophia cambiara de opinión: no era lo mismo un vestido agarrado al cuello, como en un collar, que un hermoso Elie Saab de escote medio y espalda descubierta pero aún con mangas, desmangado más bien, y que marcaba la silueta de Sophia en toda su expresión. Tal vez lograba hacerla cambiar de opinión, por cuestiones estéticas de la novia, quien algún día se arrepentiría y desearía que alguien se lo hubiera dicho, o al menos eso creía Natasha, pues la demás gente no vería nada malo con el Oscar de la Renta, tendían a fijarse en otras cosas y no tanto en eso, aunque el vestido de Emma se robaría el show, y el Elie Saab estaba a la altura del Monique Lhuillier de Emma, el Oscar de la Renta en lo absoluto. Eso y los Jimmy Choo Victoria de quince centímetros, más las respectivas joyas, impecable.

*

  • ¿Qué hace aquí?- siseó Natasha a la espalda de Phillip.

  • Natasha, qué gusto verte- rió, tomando el Florete en su mano.

  • ¿Qué hace aquí?- repitió. – Esto es catalogado como acoso y es ilegal, Mr. Noltenius- Natasha estaba enojada y no sabía por qué.

  • Tengo práctica de Esgrima, pues, creo que es un poco obvio debido a que estamos en un centro de Esgrima, ¿no te parece?- rió, poniéndose la careta. – Con tu permiso, tengo práctica

Phillip no había sido tan estúpido. Al principio le costó atar cabos, pues, no todos los días llegaba un civil, sin referencia, a donde él a pedirle que le manejara los millones. Pues, Emma no le pareció tan sospechosa, pero luego, cuando la vio en el fondo de una fotografía en PageSix, al lado de Natasha y Margaret, comiendo en Masa, comprendió que quizás Natasha la había enviado, o ella había ido por su cuenta, pero, lo que era obvio, era que Emma le había dicho lo de la Esgrima para que buscara a Natasha, o al menos así lo creyó él, que estaba en lo correcto. Al tercer intento fue que las ubicó, iban los martes y los jueves al “Fencing Center”, que se preguntó por qué no había intentado ahí primero, que fue cuando gastó mil dólares al mes por que le enseñaran el deporte a las horas a las que Natasha y Emma llegaban, sólo para verla.

  • No puedo creer que esté aquí- gruñó Natasha, poniéndose el guante en la mano derecha para luego tomar el Florete.

  • ¿Quién?- murmuró Emma, viendo a su alrededor, pero era inútil, pues todos vestidos de blanco, para qué.

  • Phillip- dijo, a secas, colocándose la careta al mismo tiempo que Emma y, con eso, Emma sonrió, cosa que Natasha no pudo ver.

Junio de dos mil ocho. Sophia terminaba de empacar su ropa, pues sólo su ropa se llevaría, se acababa de graduar de su Maestría en Diseño de Muebles y había conseguido trabajo, extrañamente, en Milán. De todos los lugares a los que había aplicado, que habían sido catorce, no esperó que “Armani Casa” la contratara, ofreciéndole un apartamento compartido con otra empleada de la compañía, lo que le pareció muy bien. La paga era decente para ser recién graduada, le daban casa y servicios básicos, lejos y cerca de Atenas, haciendo lo que le gustaba. Respiró hondo al cerrar la última pieza de equipaje aquel martes a las siete y media de la noche. Se dejó caer sobre la cama, viendo el vacío de su habitación, lo blanco de las paredes, los muebles que había diseñado y construido ella misma, que alguien más llegaría, quizás un freshman que maltrataría la funcionalidad de sus creaciones, que no los cuidaría. Se fue de espaldas, cayendo sobre la cama ya desnuda también, pues todo lo había donado, y repasó los seis años que estuvo en Savannah, las cosas buenas y las no tan buenas, y se acordó de Alexandra, de lo fugaz que eso había sido y de lo bien que se habían llevado hasta aquel beso.

Sophia Papazoglakis: ¿Todavía tienes este número?

Alexandra Smith: Todavía lo tengo…

Sophia Papazoglakis: ¿Cómo estás?

Alexandra Smith: Bien, ¿y tú?

Sophia Papazoglakis: Bien, también…

Alexandra Smith: Ha sido una eternidad desde la última vez que hablamos

Sophia Papazoglakis: Si, lo sé…

Sophia Papazoglakis: Y lo siento

Alexandra Smith: No lo sientas, ¿copas más tarde?

Sophia Papazoglakis: No puedo

Alexandra Smith: ¿Mañana o el jueves?

Sophia Papazoglakis: Me voy en tres horas

Alexandra Smith: ¿A dónde?

Sophia Papazoglakis: A Milán

Alexandra Smith: ¿Cuándo regresas?

Sophia Papazoglakis: Conseguí un trabajo allá

Alexandra Smith: Oh…felicidades

Sophia Papazoglakis: Sólo quería despedirme y desearte mucha suerte en tu último año de Diseño de Interiores ;)

Alexandra Smith: Gracias, buena suerte en tu nuevo trabajo, espero ver algún diseño tuyo algún día :)

Sophia Papazoglakis: Los verás :P Un abrazo

El Taxi sonó la bocina y Sophia se irguió con pesadez. Tomó su bolso y, con ayuda de Lucas, el novio de Mia, bajó el equipaje hasta el Taxi, se despidió de un abrazo y se subió a lo que la llevaría muy lejos de lo que en uno años tendría nuevamente. Pues ese día, en medio del verano, cuando los turistas se hacen una masa enorme, los días que cualquier local detesta porque no se puede caminar tranquilo, pues no es que sea posible otro día, pero esos días, caminar en contra de la masa, es simplemente imposible; los Taxis no van a cualquier lado, el calor es insoportable, las horas de sol son eternas, el trabajo es el mismo, y suena a queja, pero no lo es, pues es ventaja al mismo tiempo, menos ese día. Emma y Natasha habían acordado ir a las siete al Fencing Center por una partida, la revancha, pues Natasha le había ganado la última vez a Emma cuatro puntos a uno, un duelo difícil pero claramente tenía ganadora, que siempre, o casi siempre, era Emma en realidad, pero, ese día, Emma había ido a Brooklyn a comprar el mármol para las encimeras de la cocina de la casa de Westport de Margaret Robinson y se había atrasado por la incompetencia del vendedor, por otro lado, Hugh, el chofer de Natasha, había tenido que ir a donde Natasha lo había mandado, y por eso no podía regresar por ella al saber que Emma no llegaría a tiempo, quizás ni llegaría, pues había un tráfico espantoso, típico de época de oleadas de turistas.

  • ¿Qué pasó? ¿No viene Emma?- rió Phillip mientras se metía en el chaleco protector.

  • Es de mala educación escuchar las llamadas telefónicas ajenas- dijo Natasha, deshaciendo las agujetas de sus zapatillas.

  • No estés de mal humor, al menos me conoces a mí aquí- sonrió seductoramente.

  • Al menos- rió, tratando de ahogar una carcajada.

  • ¿De verdad no me vas a dar una oportunidad de cortejarte bien?- preguntó, arrodillándose sobre una rodilla y deshaciéndole las agujetas de la otra zapatilla.

  • Es que me asusta su manera de conseguir que acepte

  • Sabes, es el Siglo Veintiuno ya, no debería tener tu permiso para cortejarte, simplemente lo debería hacer y ya

  • ¿Y cómo piensa hacer eso si yo me niego a todo, grandísimo Genio?- murmuró con sarcasmo, quitándole las manos de su zapatilla.

  • Pues, te invito a comer algo, lo que tú quieras y donde quieras, dame la oportunidad, por favor, me he esmerado en que al menos intercambies palabras conmigo…

  • Eso es cierto, ha pagado mucho porque te enseñen el deporte…y es malísimo- rió.

  • Oye, estoy aquí todavía- sonrió, intentando crear una falsa indignación ante su comentario. – No soy tan malo

  • Si lo es, Mr. Noltenius

  • Bueno, te propongo un trato- Natasha asintió. – Tú y yo, una partida de cinco minutos, si tú ganas, te dejo en paz

  • ¿Y si usted gana?- preguntó, encontrando su mirada, enamorándose de la proximidad de sus ojos.

  • Acepta ir a cenar conmigo ahora

-¿Si se da cuenta que es un tanto desproporcionado eso?

  • ¿A qué te refieres?- frunció su ceño, viendo que Natasha volvía a amarrar sus agujetas.

  • Usted me dejaría en paz, pero yo sólo aceptaría algo que puede pasar una tan sola vez…

  • Tienes razón, entonces, las condiciones son: Cena ahora, almuerzo mañana y que me llames Phillip y me trates de “tú”

  • Fuera el almuerzo- sonrió. – Tengo un trabajo, eso lo sabe

  • Muy bien, me conformo con la cena de ahora y que me tutees

  • Prepárese para perderme, Mr. Noltenius- sonrió Natasha, poniéndose de pie.

Phillip aseguró su chaleco protector mientras veía a Natasha ponerse el suyo y caminar hacia un extremo de la pista. Habló con el referee de turno y colocó cinco minutos en el cronómetro. Aflojó su cuello mientras daba leves saltos y su cabellera se aflojaba del moño. Phillip la encaró al otro lado de la pista, caminando hacia el centro mientras encendía su careta y Natasha hacía lo mismo. Se colocaron los guantes. Tomaron el Florete, Natasha en su mano derecha, Phillip en la izquierda, pues era zurdo, Tocaron sus chalecos para ver que funcionaban los Floretes al toque del chaleco y caminaron hacia el borde del comienzo. Se colocaron sus caretas y tomaron posición. Primer asalto: de un paso, Phillip le incrustó el Florete en el pecho, punto para él. Segundo asalto: saltos, engaños, adelantos y retrasos, el sonido de las suelas de las zapatillas al rozar el suelo, Phillip esquivó a Natasha, más engaños, Natasha le incrustó el Florete. Tercer asalto: Natasha, igual que en el primer asalto, de un paso, y punto. Cuarto asalto: Phillip esquivó a Natasha, la engañó, la volvió a esquivar y punto para él. Quinto asalto y quedando un minuto en el reloj: saltos, esquivos, ataques y defensas.

  • Touché!- gritó Phillip, quitándose la careta y arrojando el Florete al suelo. – Ve pensando a dónde quieres ir a comer- dijo, muy orgulloso, pues sabía que Natasha se había dejado ganar, no por lástima, sino porque quería salir con él.

Ocho de octubre de dos mil ocho. Sophia diseñaba una mesa de café en forma de cilindro que era más engañosa de lo que parecía. Tres meses de trabajar en Armani Casa y había evolucionado totalmente, se tomaba en serio su trabajo y a sí misma, pues no podía no hacerlo, sus compañeros de trabajo eran lo que había llamado “Bullys de la moda”. La mayoría eran hombres, sólo estaba ella y con quien compartía el apartamento, Vivienne. Era un apartamento normal, a diez cuadras del estudio, muy céntrico, muy pequeño, no era que no le gustara vivir ahí, o trabajar ahí, simplemente el día a día era un reto, siempre, pues debía pasar por la aprobación visual de Gio y Francesco, dos italianos o italianas, Sophia no sabía hacer la distinción, siempre vestidos muy extravagantes, a veces “normal” pero nunca convencional. Se rumoraba que eran pareja, pero en realidad se detestaban, aunque todo se tranquilizó cuando Sophia llegó, pues no era nada complicada y no era de las que sembraba la envidia en los demás a propósito, o empezaba algún rumor o hacía cosas malas, simplemente se limitaba a hacer su trabajo y a socializar muy de vez en cuando con sus tres compañeros de trabajo. Era simple, ellos no construían nada, ellos simplemente diseñaban la estructura y podían hacer una que otra observación o propuesta en cuanto a material o textura o color pero no siempre era tomado en cuenta. Primero iban ellos, los “Struttura”, luego los “Wood-men” porque todos eran hombres y todo lo querían hacer de madera a pesar de que su nombre era “Materiale”, luego iban las “Stoffa”, quienes decidían la tela en caso que hubiera que decidir el tipo de la tela, luego estaba “Il Santissimo Gradimento”, quienes aprobaban la idea en general, “santísimo” porque costaba lograr una aprobación, y, por último, los de la “costruzione”, que se dividía en tres: taglialegna, sarta, montaggio. Sophia y yo conocemos eso como simple burocrazia.

  • Adelante- dijo Natasha, respondiendo al llamado de la puerta. La puerta se abrió un poco y una mano varonil, que tomaba una cámara digital entró a la oficina, soltándola, tomándola todavía por la correa. – Pasa adelante- rió Natasha, poniéndose de pie con sus manos a la cadera.

  • Feliz cumpleaños- entró Phillip, con una sonrisa millonaria, bordeó el escritorio de Natasha y le dio un beso en su mejilla. – La olvidaste la otra vez en el café- le susurró al oído, poniendo la cámara en sus manos. – Feliz cumpleaños- repitió.

  • Gracias- sonrió, sonrojándose ante el susurro.

  • Estás muy guapa- murmuró, tomándola de las manos. - ¿Qué planes tienes para ahora?

  • Ha venido un amigo de Texas…y pues, vamos a salir a cenar con él, Emma y otros dos amigos… ¿por qué?

  • No, curiosidad, Natasha- le gustaba llamarla por su nombre, era un nombre que le sabía a travesura. - ¿Puedo llevarte a cenar mañana?

  • Tengo Esgrima con Emma- murmuró. No pensaba cancelar sus planes con su mejor amiga por él, después de todo, no eran nada…todavía.

  • Si, lo sé…

  • ¿No esperas que cancele mis planes con Emma, o sí?- susurró, viendo los dedos de Phillip acariciar los suyos.

  • En lo absoluto…respeto tus planes…quizás después de Esgrima, ¿o irás a cenar con ella también?

  • Lo más probable- dijo, sonrojada ante sus caricias y ante la proximidad de él a su cuerpo. - ¿Cena el viernes?

  • Escoge el lugar y la hora, me tendrás ahí muy puntual- susurró, acercándose a ella y dándole un beso en la frente. – Feliz cumpleaños- murmuro a ras de su frente, conteniéndose un “mi amor” y todos sus equivalentes.

  • Harry Cipriani a las ocho…- murmuró, viendo la espalda de esa magnitud caminar hacia la puerta. – Y Phillip…- dijo, hablando más rápido de lo que había pensado. – Gracias por la cámara- sonrió, conteniéndose la invitación para esa noche.

A Natasha le encantaba estar con sus amigos, pues, pocas veces tenían tiempo para reunirse, todos con sus vidas aparte, cada quien con su horario y sus obligaciones, el único que tenía tiempo siempre era Thomas, el amigo de Natasha de toda la infancia y que sus papás se mudaron a Texas por haber heredado una pequeña petrolera. Pero era muy amigo de James, el novio de Julia, que de un tiempo acá le habían empezado a llamar Julie, y James era el capitán de Lacrosse en la época de colegio, todos se conocían, y Julie y James ya conocían a Emma, y no les caía mal, les gustaba su forma de pensar, además, parecía hermana de Natasha, pues las dos se vestían casi igual, sólo que Emma era muy seria, y a veces se veía un poco mayor para su edad, pero siempre se veía bien, y Natasha era más relajada, pero tapizada de marcas y de diseñadores emergentes, igual que Emma, el trabajo de Natasha era serio, pero no tanto como el de Emma. Lo que compartían Emma y Natasha era una habilidad importante: la verborrea, y, por muy gracioso u ofensivo que eso suene, a ellas les servía, pues podían darle dolor de cabeza a una roca y hablar de lo que fuera por horas y horas, poniendo cara de interés o de saber de qué hablaban, ellas simplemente podían seguir una conversación cualquiera: hablaban demasiado, coherente, pero demasiado. Pues, en esa ocasión, cenaban en el lugar favorito de Emma y Natasha, en un lugar asiático en el que se habían propuesto probarlo todo en el menú, y era extenso, apenas iban por el número cincuenta y tres. Y después de un par de copos de sake, frío y caliente, cada quien se fue a su casa, a empezar lo que Sophia terminaba: dormir.

  • Natasha- llamó Phillip, viéndola pasar de largo por el lobby hacia los ascensores.

  • Phillip- sonrió, deteniéndose y reconociendo su voz aún sin verlo. - ¿Qué haces aquí? – todavía estaba en el traje negro de la mañana, con un el botón del cuello de la camisa blanca deshecho y la corbata negra a líneas blancas ya floja.

  • Se me olvidó darte tu regalo de cumpleaños- sonrió, metiendo su mano izquierda en su manga derecha.

  • No te hubieras molestado- se sonrojó, deteniéndose, con su mano izquierda por su cadera derecha y su mano derecha acariciando su antebrazo izquierdo.

  • No es la gran cosa- susurró, sacando su mano y extendiendo un trozo de lana roja muy largo que estaba amarrado a su muñeca. – Tu mano derecha, por favor- Natasha se la alcanzó y Phillip la atrapó con la lana roja, dándole una vuelta, moviendo su mano izquierda junto con la derecha para no enredarse.

  • ¿De qué se trata esto, Mr. Noltenius?- murmuró Natasha, viendo cómo Phillip hacía un nudo extraño pero imposible de deshacer.

  • Es para que te acuerdes de mí cada vez que la veas, así como yo a ti…y para que sepas que, a pesar de que físicamente no estoy ahí, te estoy acompañando, así como tú a mí- susurró. – Y esto- dijo, tensando la lana. -  Es porque de alguna manera estamos unidos siempre- dijo, sacando una Swiss Army Excelsior color plata y abriendo la navaja para cortar aquella lana restante que estaba entre ellos. – Y, esta unión es tuya, haz con ella lo que quieras y como quieras- susurró, depositando suavemente el trozo de lana en la palma de su mano.

Natasha apretó con fuerza aquel trozo de lana roja y encontró la mirada de Phillip en la suya y simplemente no pudo resistirse. Dio un paso hacia adelante, acortando la distancia física entre ellos y, entre su dedo índice y medio de ambas manos, atrapó las solapas de su chaqueta y, con el resto de sus dedos y las palmas de sus manos, recorrió el pecho de Phillip hacia abajo, acariciándolo mientras lo tomaba por su chaqueta. Phillip, era en ese momento de su misma estatura, la veía hacia sus desviados ojos, veía su cabellera suelta sobre sus hombros, sus delicadas manos recorrer su chaqueta y su pecho, subiendo y bajando con lentitud, Natasha viendo hacia abajo, recorriendo su pecho con la mirada también. Y, bajó sus manos para subirlas de nuevo, recorriendo las solapas, como antes, recorriéndolo hasta su cuello, por detrás de su cuello, y su rostro se elevó, viendo a Phillip desde su barbilla, que era muy sexy, con una leve masculina hendidura a la mitad, repasando sus labios, que sonreían levemente, su nariz larga, recta y delgada, sus ojos turquesa grisáceo, sus cejas más rectas que levemente arqueadas, su frente, la forma en la que empezaba su cabello, y su cabello negro ya después de un día entero de trabajo, ya suave y sin mayor orden, pero todavía en su puesto, y lo recorrió de nuevo hasta sus labios, entrelazando sus dedos detrás de su cuello, abrazándolo delicadamente. La distancia entre sus rostros se acortó, cada uno sintió la respiración del otro muy cerca, Natasha cerró lentamente los ojos mientras ladeaba su cabeza y se acercó cada vez más a Phillip hasta que sus labios rozaron los de él. Phillip tomó a Natasha por un poco más arriba de su cintura, acercándola totalmente a él, rozando su pecho contra el suyo sin ser abusivo, y saboreó los labios de aquella mujer que alguna vez fue desconocida, que alguna vez le negó las palabras, o que le negó cualquier cosa. Sus labios encajaban con los de ella, se succionaban suavemente, se acariciaban con las ganas de tantos meses, lento y amoroso, pues nada más que eso había crecido en ellos.

Fue un beso tímido, muy lento, memorable, el más rico que Natasha había dado en su vida, el más rico que le habían dado, Phillip se sintió demasiado bien, cayendo en el romanticismo no romántico de un beso, sintiendo a Natasha tan cerca que no se lo creía, pues ambos habían cedido ante sus respectivos orgullos, aunque las palabras de Phillip habían sido ciertas: Natasha le había dado el primer beso. Phillip tomó a Natasha por sus muñecas y las retiró suavemente de su cuello, juntándolas a ras de su pecho mientras Natasha y él terminaban aquel cariñoso beso de ojos cerrados con el típico ruido de un beso. Phillip apoyando su frente contra la de Natasha pero sin cargarle peso alguno, sólo saboreando y abrazando el momento, todavía con sus ojos cerrados, igual que Natasha, que le encantaba sentir el calor de las manos de Phillip rodear las suyas. Le dio un beso en su frente y la abrazó suavemente, ella reposando su cabeza contra el perfil del hombre que acababa de besar y, poco a poco, se fueron apartando y abriendo los ojos hasta encontrarse nuevamente con sus miradas. Natasha sonrió, bajando su mirada sonrojada.

  • Por favor, por favor…- susurró Phillip, tomando nuevamente sus manos, dejando un vacío en la espalda de Natasha. – Por favor…ya no más, ya me cansé de perseguirte…déjame llevarte a comer a la hora que sea, déjame visitarte en tu apartamento, porque no sé en qué apartamento vives, déjame visitarte en tu oficina cuando no sea tu cumpleaños o no tenga reunión, déjame tomar tu mano por la calle, déjame besarte cuando te dé ganas o cuando me dé ganas, cuando nos dé ganas, abrazarte …y llevarte de compras- sus pulgares acariciaban los nudillos de Natasha. – Pues, pero si el cortejo era de la Edad Media…- murmuró, topando sus labios en su frente. - ¿Puedo ser tu novio?- y a eso le llamé yo “rendido a sus pies”.