Ante el espejo (2)

Estoy de pie ante el espejo, y no puedo, por más que quiera, dejar de recordar lo que ocurrió.

Para leer este relato es condición casi indispensable haberse leído la primera parte:

http://www.todorelatos.com/relato/38092/

¡Maldito espejo! ¿Por qué no mientes? Borra de mi reflejo las ojeras, la barba desaliñada, el sendero de lágrimas secas de mis mejillas, la cobardía, por lo menos la cobardía de mi alma… Borra algo... ¡Algo! Nada. Así estoy yo. Así estoy yo sin ella. Derrotado, viejo, mediomuerto. Dejo la pistola encima del mármol del lavabo. Hasta esto me cansa. Hasta mantener la pistola en alto. No me extraña, ¿Cuánto tiempo llevo sin comer? ¿Dos días? ¿Tres? Tres días sin salir de mi casa, arrastrándome por los rincones, vaciando botellas de Dios sabe qué mierdas... Tres días muriéndome de soledad. Tres días muriéndome por ella, la más puta de todas las señoras, la más señora de todas las putas... Magda.... Magda...

Magda... Magda... ¿Por qué no me la podía sacar de la cabeza? ¿Por qué no cesaba de recordar sus labios sobre mi verga, sus manos sobre mis hombros, su sonrisa pícara, inocente y cómplice? Aunque masajeaba mis sienes con los dedos índice y corazón, los pensamientos en mi cabeza se negaban a salir de esa confusión total. Todos los pensamientos excepto, claro está, uno. Magda. Todo lo demás era una neblina impenetrable. "Impenetrable... penetrar... Magda... Magda penetrada por mi verga... Magda gimiendo bajo mi cuerpo... Magda..." ¡Dios! Tenía que sacármela de la cabeza. Trabajar. Eso era. Estaba allí para trabajar. De nueve a dos, de cuatro a siete. Pero no podía. El ordenador estaba ante mis ojos, pero no conseguía descifrar el intrincado lenguaje en el que estaban escritos los documentos.

"Vamos, Santiago. Es inglés. Tú siempre has dominado el inglés. Has viajado a Inglaterra. Tienes un dominio casi perfecto del inglés…" Ya, y al ordenador qué coño le importaba. Me estaba volviendo loco.

  • Las siete. ¿Cuándo dará ese jodido reloj las siete? Vamos. Vamos. Vamos.- Seis. Seis y cuarto. Seis y media. Siete menos cuarto.- ¡Venga coño!- Las siete. Por fin.

Salí de la oficina casi a la carrera. Bajé al garaje. Allí me esperaba el viejo SEAT. Me metí en el coche y arranqué haciendo quejarse a las ruedas, la dirección, el motor, incluso al moñigote bailarín que llevaba pegado al cristal. El parque quedaba cada vez más cerca. Era pasarlo y llegar a aquella esquina. Sí. Allí estaría ella. Tan guapa… No. ¿Dónde estaba? No estaba allí. Allí no había nadie. Vacío.

Vacío. Como mi cabeza. Idiota. ¿Qué hora era? Decididamente no era la hora de las putas. Demasiado pronto. El sol aún se alzaba en su majestuosidad, anunciando el ocaso pero sin ánimo de apresurarlo. Aparqué donde pude y me fui a hacer tiempo a un bar cercano. Estuve bebiendo una cerveza durante una hora aproximadamente, dejando que se calentara en mis manos y sin sacarme de la cabeza a Magda. Pagué y salí del bar. Necesitaba un cajero. Me había dado cuenta de que sólo llevaba cincuenta euros al pagar la caña.

Tuve suerte. Una sucursal de uno de los bancos más grandes de mi país y dónde tenía domiciliada mi nómina, apareció en la acera de enfrente, rodeado de esa aura que sólo los letreros luminiscentes y los tubos de neón saben otorgar a los grandes negocios.

Me acerqué al cajero y extraje el dinero, mientras en mi mente se formaban las imágenes de lo que esperaba que fuera esa noche. Magda brindándome un strip-tease, bamboleando su cuerpo a los acordes latinos de una canción que no lograba identificar. Magda acariciando mi polla con su lengua. Magda abriéndose de piernas encima de mi cama. Magda y yo cenando a la luz de las velas en un restaurante... No, eso no lo quería, no quería quererlo. Sólo quería desear sus pechos, su sexo. Quería otras imágenes. Magda recibiendo mi verga en sus entrañas. Eso sí. Magda besándome como besan los enamorados... no. No. Eso no. No quería sus labios. Quería verla desnuda en mi cama, follando como la puta que era. No quería nada más de ella. Quería que sus piernas me abrazaran de nuevo... Quería follar con ella... y la quería a ella. No. No la quería. Quería follar. Desahogarme con una puta. Sí, eso estaba mejor. Yo no podía enamorarme de una puta. Sólo quería follar.

Llegué a la esquina donde el día anterior había encontrado a Magda y de nuevo la vi. Tan perfecta como ayer. Me acerqué hacia ella.

  • ¡Hola de nuevo, machote! ¿Quieres otra noche con Vanessa?

  • Mejor con Magda, ¿Vale?

  • Está bien. Pero págame ahora por adelantado, no te vaya a pasar lo de anoche...

No podía negarme. Me hipnotizaba su cuerpo, su cintura, sus pechos... Si me hubiera pedido que me pusiera a bailar el charlestón desnudo en la calzada lo habría hecho. Saqué los billetes de cien y cincuenta euros del bolsillo y se los extendí.

  • Muchas gracias, guapo, ¿Dónde has dejado tu coche?- se lo señalé con el dedo y nos encaminamos hacia él. Arranqué y no le dejé que me la volviera a chupar. Por lo menos no todavía. Sin embargo, cuando entramos a mi casa... se desató un huracán. Un huracán llamado Magda. En menos de diez segundos estábamos los dos desnudos. Cinco segundos después me tenía tumbado sobre el lecho y con mi polla en su boca.

El trabajo de sus labios era bien sencillo. Levantar mi polla de su estado de reposo. Lo consiguieron en segundos. Dejaron mi verga apuntando al techo. Por poco tiempo. Magda le colocó un condón de nuevo con la boca y mirándome a los ojos. Maestra. Luego se colocó de rodillas sobre las sábanas. Volví a penetrarla. Volví a follármela como la noche anterior. Subía, bajaba, me cabalgaba llevada por la excitación y la furia. Sus pechos se movían como si tuvieran vida propia. Rebotaban, giraban, clamaban por algo que les diera contención. Mi boca. Eso era. Levanté mi torso y quedé sentado, con ella enfrente de mí. Sus pechos bailaban desde la horizontal de mi boca hasta poco más debajo de mi cuello. Apresé un pezón con la boca y Magda dejó escapar un suspiro. Jadeos, gemidos, gritos apagados en sus dientes. Estaba llegando al orgasmo, incluso antes que yo. Los músculos de su sexo llamaron al mío, lo apretaron, lo estrujaron, lo dejaron sin sentido arrancándome el semen de mi interior, llenando el preservativo.

Mi mirada salta del espejo y se posa sobre un pintalabios que compré para Magda. Rosa pasión. Lo usó una vez, a la noche siguiente, cuando se disfrazó de enfermera. Lo cojo y lo abro. Me pinto los labios con él. Es lo más cerca que volveré a estar de los labios de Magda. Devuelvo mi mirada a mi reflejo. El patetismo se multiplica por la mancha rosa que cubre mis labios y extiende sus hilos de carmín hacia las mejillas y el mentón. "Espejito, espejito... ¿Quién es el más cobarde del reino?" Acerco el pintalabios al espejo. En grandes letras rosas escribo mi vida sobre mi reflejo. Allí, superpuestas a la imagen refractada de mi baño, siete letras que me definen: COBARDE. Y por cada una de esas letras, mis recuerdos vuelven a la carga, y todos me llevan a esas noches de locura y puterío.

Esa misma noche hice el amor como nunca lo había hecho. Cuatro, no, cinco veces. A las tres de la mañana liberaba a Magda de sus obligaciones para con mi lujuria y la dejaba irse.

Intenté dormir, pero no podía. El sueño no se atrevía a abrirse paso ante la mayor importancia de otro pensamiento. Magda. ¿Podía ser? ¿Podía ser que me estuviera enamorando de una puta?

Ese día no fui al trabajo. Llamé para decir que estaba enfermo. Me dormí a las siete y me desperté a las dos y algo. Comí no sé qué cosa que encontré en el fondo de la nevera y me fui de compras. Ya sé que suena raro, pero tenía algo ideado para esa noche. Me fui a un sex-shop del centro de la ciudad, que tenía una zona de disfraces "altamente eróticos". Compré tres, imaginándome la talla de Magda, siendo ya difícil que fallara después de haber aprendido cada una de las curvas de la muy puta. Pagué los disfraces mientras el vendedor me mostraba dos bolsas de plástico a elegir. Una, de un centro comercial próximo, muy discreta, y otra del propio establecimiento de color rosa y con el dibujo de un pene sonriente. Con una sonrisa, le señalé al vendedor la del centro comercial.

Salí con mi bolsa del "Corte Inglés" del sex-shop y volví a mi casa. La tarde se eternizó. A las seis no aguantaba más y salí despedido hacia la avenida donde me esperaba la diosa de la noche. O donde me esperaría unas horas más tarde, cuando el sol perezoso se decidiera a esconderse de una puta vez. Volví al bar de la tarde anterior, y pedí otra cerveza. Pero el reloj se negaba a marchar a una velocidad coherente, y ,me pedí otra cerveza. Y otra, y otra, y… "Tranquilo, Santiago. Vienes aquí para comprar un polvo. No lo olvides. ¿Acaso quieres que la sangre que se acumule en tu polla esté tan entorpecida por el alcohol que no se te levante?" Por una vez, hice caso a esa vocecita interior. Puse el dinero de las consumiciones sobre la mesa y salí del bar. Miré al cielo y me sorprendió la oscuridad del azul de la noche. Ya había caído el sol y las estrellas se alzaban sobre su tumba celestial. Miré el reloj. 20:20. Perfecto, me dirigí a la Sagrada Esquina de María Magdalena. La esquina de la puta. De nuevo allí, como siempre. Por encima del resto de los mortales. Rodeada de ese halo de belleza cuasi divina.

Nada más empezar nuestra conversación, una gigantesca sombra se materializó a mi izquierda y la sonrisa de Magda se esfumó.

  • ¿Este es el cabrón que no te quiso pagar? ¿Eh? ¿Es este?- dijo un gigantón de casi dos metros con el pelo rapado, cogiéndome del cuello y levantándome unos cuantos centímetros sobre el suelo.

  • ¡No! ¡Lucio! No es él, él es un buen cliente, déjalo, que le vas a hacer daño...

El mastodonte me dejó de nuevo en el suelo con una mueca que dejaba bien claro que hubiera preferido que sí lo fuera para haberme molido a palos.

  • Lo siento. Perdóname- se disculpó, dejándome de nuevo en el suelo. Y, mirando a Magda le dijo:- Puedes ir con él.

Magda y yo nos alejamos del gigante a pasos rápidos.

  • ¿Quién es? ¿Tu chulo?

Asintió con la cabeza. Me encogí de hombros y entramos al coche. Esa noche, nada más entrar en la casa, le expliqué mi fantasía, y ella accedió gustosa. Extraje los disfraces y los miró como una niña miraría un vestido nuevo. Esa noche ella fue mi enfermera, mi colegialita y mi policía. Se comportó como si los trajes tuvieran cada uno su personalidad. Fue primero dedicada y atenta, hasta cuando lo único que le quedó del disfraz fue esa cofia con la cruz roja bordada. Luego fue esquiva y juguetona, huidiza como una niña, pícara como una adolescente, lasciva e inocente como sólo Magda podía ser. Por último actuó con decisión, autoritaria, dominadora. Era una gran actriz. Hicimos el amor hasta quedar exhaustos, rendidos el uno sobre el otro, sintiendo las pieles volverse pegajosas por efecto del sudor.

Y la noche tocó a su fin cuando la dejé irse. Ya estaba seguro. Cuando la vi alejarse ya estaba seguro de que estaba enamorado de esa puta. Hice una llamada a un amigo. "Siento despertarte pero necesito un favor..." y me eché a dormir. Por segundo día consecutivo no fui al trabajo y me quedé durmiendo en casa. Esa mañana me desperté con una clara intención en mi mente. A las cuatro de la tarde tenía una reunión con un amigo de mi amigo. Después de ello, la vida me sonreiría. Ya eran demasiados años de ser el hombre del traje gris. Demasiado tiempo siendo el oscuro, el relegado, el fugitivo, el olvidado, el sirviente, el triste. Ese día iba a cambiar mi vida. Lo que no sabía es que el cambio iba a ir a peor.

A las cuatro menos cuarto ya estaba en el bar en el que habíamos quedado esperando. A las cuatro en punto un muchacho de unos veintipocos años abría la puerta y se introducía en el bar. Vestía un chándal bastante desaseado y un pendiente adornaba su oreja. Miró a uno y otro lado y me vio. Se sentó a mi lado.

  • ¿Tienes la pasta, payo?- dijo, intentando exagerar el acento gitano que le había trasmitido su padre.

Le deslicé por la mesa un sobre blanco, y él me metió un objeto pesado en el bolsillo. Echó una ojeada dentro del sobre y salió sin decir nada más.

Eran las cuatro y media cuando aparqué de nuevo ante la esquina donde esa noche aparecería Magda. Me metí en el mismo local destartalado que las dos tardes anteriores, y volví a pedirme otra caña. Cuanto más tiempo pasaba, más cerca estaba de Magda. Esa noche, después de que cumpliera su trabajo, le pediría que se quedara conmigo, que dejara la profesión de puta. Y si ese chulo osaba interponerse… Mis dedos acariciaron con suavidad el frío cañón de la pistola de mi bolsillo. Sí… Julián, el hijo de Miguel, el del taller, había hecho un buen trabajo llamando al "Beto". Hay que reconocer que el chaval me había proporcionado el arma a buen precio.

Salí del bar con la creencia ingenua de que la vida me sonreiría. Cuando encontré a Magda de nuevo en la esquina seguía creyendo que todo iba bien. Y cuando nos metimos en el coche. Y cuando las calles comenzaron a pasar rápidamente por las ventanillas del SEAT. Y cuando sus labios se cerraron sobre mi polla. Y cuando me corrí en su boca. Y cuando entramos en mi casa. Incluso cuando se vistió de nuevo con el disfraz de colegiala. Durante ese tiempo yo seguía creyendo que iba todo bien.

He de reconocer que ese disfraz era el que mejor le quedaba. Su semblante inocente, casi aniñado, además de las dos coletas que se hizo en el pelo, le conferían un atractivo más allá de toda duda. Se portó de nuevo como una adolescente. Pícara y sensual.

Me hizo perseguirla por el salón, como si estuviera jugando conmigo. Y era lo que estaba haciendo, no cabe duda... Jugó conmigo haciéndome perseguirla hasta mi dormitorio. Ahí la cogí y la empujé a la cama, despojándola del disfraz. Le quité la falda a cuadros, el jersey azul marino y la camisa blanca, dejándola vestida sólo con esas braguitas blancas que completaban el atuendo. Magda seguía comportándose vergonzosa, haciendo de su papel un arte. Se tapaba los pechos con los brazos, mientras me miraba con esos ojos que parecían no haber perdido nunca la inocencia.

  • ¿Me asegura que no me dolerá, señor profesor?- Lo dijo con una voz tan inocente que me hizo perder el único hilo que me ataba aún a la cordura.

Le quité las bragas, casi con suavidad, podría decirse. Dejé su sexo sin rastro de vello emerger al aire. Yo aún seguía vestido, pero no me importaba. Pasé mi lengua por la vagina de Magda, y tuvo un ligero espasmo involuntario. Atrapé su clítoris en mis labios, lo sentí crecer entre ellos mientras lo acariciaba con la lengua, y Magda gemía... Acaricié con un dedo toda su raja, con dulzura y suavidad, y Magda gemía...

Siendo puta no estaba acostumbrada a recibir esas caricias... más bien solía darlas. Me esmeré con su cuerpo, conocí todo su sexo con mi lengua, mientras su respiración pasaba de un rugido de inhalaciones y exhalaciones a un torrente de gemidos y palabras sin sentido que escapaban de sus labios. No tardaron sus manos en empujarme con toda la fuerza de la que disponían hacia dentro de ella, mientras sus piernas se cerraban sobre mi cabeza y de su boca escapaban gritos placenteros. Se corrió en mi boca, tal y como yo lo había hecho en la suya.

Después de eso, casi no le di tregua. Tardé en penetrarla lo que me costó desnudarme, colocarme el preservativo y enfilar mi sexo hacia el suyo. Se la introduje poco a poco, disfrutando del placer de meterla en tan cálido refugio. Las sensaciones se crecieron, sus uñas se clavaban en mi espalda, sus talones en mis nalgas, mi polla en su vagina... Su cuerpo, su actuación, su orgasmo, me habían llevado a una excitación sin precedentes. No llevaba más de dos minutos entrando y saliendo de mi cuerpo cuando me sentí explotar dentro de ella.

Llegaba el momento...

Llegaba el momento. Como ahora, que me llega el momento. Llega el momento de que me atreva a hacerlo. Recojo la pistola del sitio donde la dejé, y la vuelvo a acercar a mi sien derecha. Otra lágrima titila durante un segundo antes de caer rodando por la mejilla del mismo lado. Ahora ya no sé si es una lágrima de terror, o de dolor al recordar lo que pasó después de aquél polvo.

Llegaba el momento y mis manos temblaba cuando hice sentarse a Magda en una de las sillas que rodeaban la mesa. Yo me senté al otro lado. Ya estábamos de nuevo los dos vestidos. Frío. Me acuerdo del frío que me entró, y que me obligó a ponerme la chaqueta.

  • ¿Para qué tanta seriedad?

Sabía que tenía que decirlo de golpe, sin dar ocasión a irme del tema, a dejar que mis nervios me desviasen.

  • Magda, estoy enamorado de ti. Quiero que dejes tu profesión, que vivas conmigo, puedo tratarte como una reina sin necesidad de que vendas tu cuerpo. Te quiero a mi lado, no puedo dejar de pensar en ti, necesito verte todos los días...

Estalló en una carcajada. Se rió. La puta se rió. Destrozó mis ilusiones de un plumazo.

  • sí, ya... ¿Tú quién te has credo que soy yo? ¿"Pretty Woman"? Vamos, no me jodas. Prefiero ser puta en la calle que ser puta sólo para ti. ¿Acaso te creías que con esta mamarrachada iba a caer rendida a tus pies diciendo: "¡Oh, Gracias, Gran Salvador!"? No seas ingenuo, si soy puta es mi problema.

Volvió a reírse. Su risa llenó mis oídos y me cegó de rabia. Apreté mis puños, dentro de los bolsillos de la chaqueta. Loco de ira, toqué algo duro en el bolsillo y no me lo pensé dos veces. El disparo rompió el silencio de la noche. Los pocos vecinos que vivían en el edificio se despertaron y se volvieron a dormir creyendo que lo habían imaginado.

Sobre la mesa del salón yacía Magda, con su linda cara atravesada por una bala que había entrado por debajo del ojo izquierdo. Restos de masa cerebral sanguinolenta salpicaban la pared de detrás suya. Su sangre se extendía sobre la madera de la mesa, mientras en mis manos aún temblaba la pistola. No había sido suficiente. La rabia seguía en mí. Cogí a la puta, y la tiré de nuevo en mi cama. La desnudé, y me desnudé. Violé su cuerpo muerto con fuerza e ira. Le di la vuelta y atravesé su ano con el cañón de la pistola y con mi verga. Rabia. Todo era rabia en mí. ¿Cómo se había atrevido a reírse? Eyaculé dentro de su culo. La agarré de la cabeza y la besé en los labios. Pero sus labios ya no sabían a semen. No sabían a semen, ni a flores, ni a fresas, ni a miel. Sus besos sabían a sangre. Sangre caliente y lasciva. Sangre de puta.

Levanté su cuerpo liviano y encendí la mini-cadena, con el disco que había preparado para esa noche. Bailé con ella una música anacrónica, de la época de los elepés... La manejaba con furia, con rabia. Me manchaba de sangre pero no me importaba. Poco a poco me fui calmando, comprendiendo lo que había hecho. Intentando comprenderlo. Había matado a una mujer... ¡A Magda! ¡Mi Magda!

  • no, no, no, nononononono ¡¡¡NOOOOOO!!!

¿Qué había hecho? ¿Eso lo había hecho yo? No... no podía ser...

Sí, sí había podido ser. Yo lo hice. La maté. La maté, y la descuarticé en la bañera. Y metí sus pedazos en bolsas de basura. Y me duché y me vestí y tiré las bolsas a tres manzanas de mi casa. Y no limpié la casa. La sangre lleva ya un tiempo apestando a muerte. La sangre que empapa la mesa, y la pared, y la cama, y la bañera, y que salpica el suelo donde bailé agarrado a su cuerpo. Huele a muerte. A muerte y a culpa, que es aún peor. Y la culpa, si es cobarde, es dos veces culpa. "¡¡¡DISPARA!!!" le grito a mi reflejo de nuevo. Cobarde. Cobarde. Cobardecobardecobardecobarde... Introduzco el cañón frío en mi boca. Me produce una arcada al rozarme la campanilla y el paladar.

La salida de los cobardes... El dedo tiembla en el gatillo de nuevo. Mis piernas amenazan con dejar de sostenerme. Es sólo un movimiento... Decidido, aprieto el gatillo

-¡Clic!- El sonido metálico de la pistola no acompaña a ninguna bala.

La próxima vez, puede que me atreva a cargar el arma...