Ante el espejo (1)

Estoy de pie ante el espejo, y no puedo más que quiera, dejar de recordar lo que ocurrió.

Me miro al espejo y me encuentro con un rostro cansado, de ojos enrojecidos por las lágrimas, de mirada triste. Una sombra negra se hace presente en mi mano derecha. La acerco a mi cabeza. El cañón de la pistola acaricia mi mejilla antes de posarse definitivamente en mi sien. El frío contacto del metal saca un escalofrío de mi piel. El reflejo enfrente de mí se niega a consolarme con alguna mentira más o menos piadosa y me escupe la verdad a la cara. Me muestra un hombrecillo patético, un ser despreciable temblando de terror ante la proximidad del arma que yo mismo empuño. Me muestra un personaje aterrorizado, una caricatura del hombre que podría haber llegado a ser si no hubiera sido tan cobarde. Las lágrimas denuncian mi miedo. Lágrimas de cobardía. Cobarde en vida y cobarde en muerte. El dedo índice tiembla sobre el gatillo. Cierro los ojos para no mirarme más.

Cierro los ojos y por mi mente pasa mi historia, la historia de mi vida. La leyenda de "Don Nadie". Ciudadano cero. El último, el rechazado, el fugitivo, el sirviente, el más oscuro y triste. Yo. Don Nadie.

Todo empezó con aquella mujer. Aquella diosa rubia que tuvo la indecencia de mostrarse ante mis ojos. Era de noche, sí, de noche. Mi historia empieza de noche como casi todas las que acaban de mala manera. Yo conducía mi "SEAT", construido por los contemporáneos de Jesucristo por lo menos, por una avenida oscura y mal señalizada. Miento si digo que no sabía los ‘negocios’ que se formaban allí. Miento si digo que jamás los había usado. Miento si digo que tenía intención de volver a hacerlo. Hasta que la vi. ¡Dios! Era la cosa más bonita que estas calles hubieran tenido la osadía de dejar ver. "Veintipocos" años, dos piernas impúdicamente insinuantes debajo de esas medias negras y una minifalda del mismo color. Una camiseta muy ajustada de color blanco completaba su atuendo. Un cigarrillo viajaba a su boca para después de unos segundos entre sus labios, que despertaban mi envidia, acabar alejándose de ella. No sé por qué, pero no tuve más opción que ir hacia ella con mi coche.

  • ¡Hola, machote! ¿Quieres pasar un buen rato?

  • ¿Cuánto por una noche?- directamente quería ver cómo quedaba esa preciosidad sobre las sábanas de mi cama.

  • ¡Oh! Por ser tú, sólo ciento cincuenta euros.

Tenía que haber dicho que no. Tenía que haberme marchado. Tenía que haber huido de mi perdición. Esa perdición que se presentó por dos veces en forma de pierna de mujer.

  • Sube.- Por enésima vez en la vida, hice justo lo contrario de lo que debía.

Dio la vuelta al coche y se sentó en el asiento del copiloto. Antes de arrancar, me detuve a contemplar su cuerpo. Gloria bendita. Cruzaba insinuante sus piernas al sentarse, dejaba ver su vientre plano y el top que llevaba abría una vereda abierta a la imaginación dejando traslucir el tamaño de esos dos pechos. Su carita de "Barbie" no ocultaba las marcas de la jeringuilla en el brazo. Sin embargo, cuanto más miraba esos ojos color verde marihuana, menos me importaba en lo que se fuera a gastar aquella puta mis cien euros.

  • ¿Cómo te llamas?- pregunté.

  • Vanessa, cariño.- respondió, con un resoplido.

  • No me lo creo. ¿Cuál es tu nombre real?

  • ¿Y a ti qué coño te importa?- dijo, aunque luego suspiró y añadió:- Magda.

  • María Magdalena

  • Sí, y ahora me dirás que parece irónico, ¿No?

  • Pudiera ser.- La miré con una sonrisa y arranqué.

María Magdalena, ¡Cómo no! "La más puta de todas las señoras, la más señora de todas las putas. Dueña de un corazón tan cinco estrellas, que hasta el hijo de un dios, una vez que la vio, se fue con ella.", creo que lo cantaba Sabina. María Magdalena, ¡Cómo no!

  • ¿Dónde vamos?- me dijo, una vez detenidos ante un semáforo, sacándome de mi ensimismamiento.

  • Tirso de Molina.

Quizá mis palabras sonaron demasiado secas, quizá estuviera intentando concentrarme en la carretera, quizá me costara mantener la concentración cuando cruzaba las piernas con intención. Quizá, sólo quizá.

  • Uuummmm, pero eso está demasiado lejos...- dijo, con el mismo tono de voz que usaría una niña de cinco años.- vamos a ver si nos entretenemos un poco por el camino.

No acababan de salir las palabras de su boca cuando ya estaba haciendo descender su cabeza sobre mi entrepierna mientras abría mi bragueta. Mi verga saltó como un resorte y quedó aprisionada entre sus labios.

  • Pe-pero, ¿Qué haces? Estoy conduciendo...

  • Bueno, tu "amiguito" quiere que ahora lo conduzcan a él...- dijo, sacándose mi miembro de la boca y sonriendo de forma inocente, aún cuando esto pareciese imposible por la situación. Sin embargo, era una sonrisa inocente, casta y pura. Una sonrisa inocente que desapareció de su boca al introducirse en ella mi glande.

El cálido refugio de su boca abrigó mi polla. Sabía cómo chuparla. Abrazaba mi verga con sus labios y movía su cabeza adelante y atrás, mientras ahí dentro su lengua se convertía en un torbellino que acariciaba y rozaba cada centímetro de piel, de órgano, de carne...

Su boca hacía diabluras, su lengua juguetona sabía que puntos exactos tenía que tocar y cuándo tenía que hacerlo. Conducía en una nube, no me importaba si acabábamos estrellándonos contra un roble. En ese momento lo único que me importaba eran los labios de la puta, que se cerraban sobre mi polla, que la masturbaban, que luego se abrían y besaban la punta, para que después su lengua bajara por el tronco, y acariciara los testículos, y volviera a subir, y el círculo se cerrara por enésima vez en el momento que ella volvía a introducir en su boca mi verga para extraer de ella hasta la última gota de semen en un orgasmo que removió todos mis músculos.

Su boca. Su boca era todo calor y caricias. Mi polla volvía a su estado inicial después de descargar su contenido en la garganta de Magda. El mundo era una niebla espesa, una bruma indescifrable que se apoderó de mis sentidos y restó credibilidad a la realidad que me rodeaba. Magda era increíble. La intensidad de mi orgasmo en su boca me había deslumbrado.

Abro los ojos y la película de mis recuerdos salta como si el celuloide se hubiera quemado. Vuelvo a mirar a esa especie de mierdecilla pusilánime que es mi reflejo. "¡Cobarde!". Me grito. "¡Cobarde!" Repito. "¡Dispara ya!". No. La historia debe continuar. Debo recordar por qué estoy dónde estoy y de la forma que estoy. Estaba sentado en el asiento de mi coche. Entre las piernas tenía la cabeza de Magda, se llama Magda, la llamaba Magda por que es un nombre que me gusta más que Vanessa. "Vanessa" Es nombre de puta. Irónicamente, María Magdalena lo es más, pero tiene más encanto. Sí, la llamaba Magda. Magda es un nombre con estilo. Vanessa no. Vuelvo a cerrar los ojos y regreso a aquella maldita noche bendita. Vuelvo a estar sentado en el asiento de mi coche.

Frené. No sé quién le dio la orden a mis pies para que pisaran el pedal pero frené. El edificio donde vivía se levantaba con el aire imperial de los gigantes quijotescos. Pese a tener la apariencia de haber sobrevivido a varias guerras mundiales, sólo tenía treinta años. Sólo. Los desconchados de las paredes revoloteaban sobre la pintura de alrededor de las ventanas y los balcones. Pero aún así, el brillo que la luna le concedía a los cristales le daba un aire de bestia nocturna e inmortal. Aparqué y miré a Magda a la cara durante un instante. ¿Cómo era posible que una puta tuviera un semblante tan inocente y angelical?

  • Es aquí.- dije, aún intentando reponerme del orgasmo que había vaciado mis testículos.

Se bajó del coche y me siguió hasta el portal de mi casa. La mano me tembló al abrir la puerta. No tuve que llamar al ascensor, ya esperaba en la planta baja. Nos metimos en el cubículo de metal y apreté el botón de mi piso. Magda me miraba sin soltar palabra con ese aire coqueto e inocente que sólo ella sabía gastar. Sin pensarlo, la besé en los labios, cogiéndola completamente por sorpresa. Sus labios sabían a semen, pero no me importaba, por que también sabían a rosas, y a miel, y a fresas, y a todo aquello que saben los labios de quien te gusta besar. Me apartó con un ligero empujón, y en su mirada leí un "NO" en letras grandes y rojas de alerta.

Un piso antes del séptimo cielo se paró el ascensor. Las puertas se abrieron y la llevé hasta la puerta de mi casa. El temblor de mis manos sobre la cerradura se convirtió en violento terremoto de los dedos que sostenían la llave. El terremoto se diluyó cuando la mano delicada de Magda agarró la mía y la dirigió al agujero de la cerradura. La llave entró y giró sin ninguna dificultad, y mi guarida quedó expuesta a la mirada alegre e inocente, siempre inocente, de Magda. Me acompañó a la habitación, y caímos (me tiró) sobre la cama.

Creo que fue en ese momento cuando la inocencia se evaporó de sus ojos. Una sonrisa pícara le cruzó el rostro justo antes de lanzarse hacia mí y empezar a quitarme la ropa. Los pantalones volaron, la camisa también, los calzoncillos fueron retirados suavemente dejándome desnudo ante ella. Se divertía. Magda, la puta, se divertía conmigo... Comenzó a desnudarse, y mis músculos se endurecieron. Todos mis músculos. Me convertí en una estatua que observaba sin pestañear cómo Magda se desnudaba mientras contoneaba su cuerpo al ritmo de una música inexistente.

Se quedó en ropa interior, un conjunto de encaje negro... Erótico, sensual, como toda ella. Pasó los brazos por encima de sus hombros y se desabrochó el sujetador, que cayó al suelo dejando al aire dos preciosos y grandes senos y dos preciosos y grandes pezones oscuros. Se acercó hacia mí, vestida sólo con las braguitas negras, y se arrodilló sobre la cama, poniendo cada una de sus rodillas a un lado de mi cuerpo desnudo. Su sexo quedó a pocos centímetros de mi cara, impregnando mis fosas nasales de su aroma, que atravesaba indecentemente la delicada ropa interior. Miré hacia arriba, paseando mi mirada por su vientre liso, por sus apetecibles pechos, por cuyo valle se podía divisar la cara de Magda, sonriendo, siempre sonriendo, bajo el manto de oro de su melena rubia.

Mis manos se alzaron temblorosas, como temiendo no ser dignas de tocar esa diosa marfileña. Los dedos indecisos acariciaron suavemente sus pezones, pero ella cogió mis manos y las obligó a cubrir sus pechos, o lo que abarcaban de ellos, con las palmas. No me dejó disfrutar mucho tiempo de sus senos, me los negó cuando se fue apartando de mí, mientras extraía un condón de sus braguitas, lo abría y me lo colocaba con la boca. Luego se alejó, quedó de nuevo de pie ante la cama, y se fue quitando la única prenda que le quedaba.

Su sexo depilado emergió al aire. Quedó completa y gloriosamente desnuda. ¡Gloria divina! Su cuerpo era el modelo del que cualquier aprendiz de pintor podría plasmar una obra maestra. Si no me hubiera quedado petrificado ante su belleza habría bajado de la cama y me habría arrodillado ante ella para rezarle un credo, o cualquier oración digna de esa diosa hecha mortal.

Volvió a acercarse. Volvió a colocarse de la misma forma que antes. Quizá unos centímetros más atrás, lo justo para que nuestros sexos se enfrentaran, se rozaran y besaran. Puso sus manos en mis hombros, e hizo descender su cuerpo sobre el mío, introduciendo mi sexo en el suyo, lentamente, haciéndome disfrutar de cada centímetro. No se comportaba como una puta, sino como una experta amante. Introdujo mi sexo en su húmeda funda y empezó a cabalgarme acompasando el ritmo a su respiración. Su cuerpo era una marea sexual. Adelante, atrás, deslizándose sobre mí. Cambiamos de posición, rodamos sobre la cama, quedé encima de ella y empecé a bombear con toda mi ansia, mientras de su boca escapaban suspiros que taladraban lo poco que me quedaba de cordura.

Me vine con todo lo que tenía, a la vez que ella fingía magistralmente su orgasmo tensando su cuerpo bajo el mío, gritando, gimiendo, abrazándome cuando me derrumbé sobre ella. Creo que me dormí oyendo el tambor de su pecho. Me desperté a las seis de la mañana, y ella seguía allí, jugueteando con un mechón de mi pelo con la mano derecha mientras con la izquierda masturbaba mi polla embutida en otro preservativo, con la única intención de mantener su erección.

-Hola, veo que te despertaste.

Quedé completamente azorado, no sabía qué hacer, decir... Lo más cabal hubiera sido que ella me hubiera despertado antes, le hubiera pagado y se hubiera marchado.

  • Ya sé que pagaste por sólo una noche, pero como sólo lo hicimos una vez, quería darte la posibilidad de "amortizar la inversión".- hablaba con una picardía no exenta de inocencia.

Como única respuesta me volví a colocar encima de ella. Otra vez me abrazó con sus piernas, empujándome con sus talones. Volví a entrar en ella con un brío juvenil que ya creía enterrado en las arenas del tiempo. Mi cuerpo estaba cubierto de un sudor pegajoso, pero no me importaba, seguía entrando y saliendo del cuerpo de Magda con fuerza. Dentro, fuera. Dentro, fuera. Cada golpe de mis caderas era respondido con un grito ahogado de la puta.

Por segunda vez, me hizo correrme. El cuerpo de Magda se convulsionó a su vez, al mismo tiempo que emitía un grito potente. Realmente, fingía muy bien los orgasmos. Nos quedamos en esa postura, callados, quietos, recuperando la respiración... Hasta que me levanté y me dirigí hacia mi cartera. Extraje de ella un billete de cien euros, dos de veinte y uno de diez y se los tendí. Desnuda como estaba, se acercó a mí y los agarró con un gesto triunfante. El despertador sonó en ese momento, rompiendo el extraño influjo de nuestros dos cuerpos desnudos.

  • ¡Joooooderrr!- dije, mirando el reloj de pulsera.

Sin decir una palabra, Magda empezó a vestirse. Admití en ese momento que la noche había acabado.

¡Maldito espejo! ¿Por qué no mientes? Borra de mi reflejo las ojeras, la barba desaliñada, el sendero de lágrimas secas de mis mejillas, la cobardía, por lo menos la cobardía de mi alma… Borra algo... ¡Algo! Nada. Así estoy yo. Así estoy yo sin ella. Derrotado, viejo, mediomuerto. Dejo la pistola encima del mármol del lavabo. Hasta esto me cansa. Hasta mantener la pistola en alto. No me extraña, ¿Cuánto tiempo llevo sin comer? ¿Dos días? ¿Tres? Tres días sin salir de mi casa, arrastrándome por los rincones, vaciando botellas de Dios sabe qué mierdas... Tres días muriéndome de soledad. Tres días muriéndome por ella, la más puta de todas las señoras, la más señora de todas las putas... Magda.... Magda...