Años de juventud

Es un relato sobre los primeros encuentros sexuales de un chico de una ciudad de provincias.

Recuerdo con nostalgia aquellos días, cuando éramos jóvenes. Los tiempos son mejores ahora, es cierto, pero aseguro que el pasado no me decepcionó. Eran los duros años de la posguerra y las imposiciones de aquel régimen político hacían estragos en nuestra sociedad, nuestra cultura y nuestra psicología. No obstante éramos hombres y mujeres en una época con las hormonas revolucionadas y eso difícilmente se podía reprimir.

A mis veintitrés años ya era cuestión de buscar novia, que por entonces no nos descuidábamos los jóvenes en los planes de formar pareja, preparar la boda y formar una familia. Las chicas mucho menos, ya que si colaban de cierta edad corrían el peligro de quedarse solteronas de por vida, por lo que a veces se desesperaban por pillar un novio y eran capaces de apostar mucho por conseguirlo.

Un día mi amigo de toda vida, Braulio, llegó entusiasmado contándome que había conocido a una de las costureras que trabajaban encima justo del almacén de cueros en el que él estaba empleado. La chica se llamaba Clarita y habían quedado en verse el sábado por la tarde en el Paseo de los Rosales junto con tres amigas más. Braulio me propuso que les acompañase y de verás que no sabía qué hacer, pues aquel sábado por la tarde podía ir al cine con mi hermana y una amiga suya que me gustaba muchísimo. Braulio me puso los dientes largos, ¡son cuatro nenas y nosotros solo dos machotes, nos las podemos repartir! –bromeaba él. En cuanto a la amiga de tu hermana es una mocosa, ya será tiempo de que crezca y puedas ligar con ella. Y así terminó de convencerme. Por aquel entonces una cita con una o varias chicas era toda una promesa de expectativas y si Braulio me hizo la invitación un martes, estuve ansioso por que llegase el sábado todos los días previos.

Y llegó el momento de la cita Entonces, cuando conocías a una chica solamente le estrechabas la mano. Personalmente me causaron distintas impresiones cada una, pero había que reconocer que las cuatro estaban más buenas que el jamón. Adelantaré ya en este momento que años más tarde me casé con Flori, una de las cuatro, pero eso no afecta a esta pequeña historia.

Éramos ñoños en aquel entonces, tímidos, reservados, desconfiados todos en general, pero sobre todo las mujeres. Lanzaban unas sonrisitas y consideraban que salir con chicos era que las siguiéramos a unos pasos de distancia a lo largo del paseo. Aquella primera vez no estuvo mal; fue la fase de observación. Tras ellas, Braulio y yo caminábamos observando sus culos y valorando cuál de ellas poseía una anatomía femenina más poderosa. Y de veras que era difícil ponerse de acuerdo, sobre todo con aquel calentón que soportábamos siempre, así que era normal que a los dos se nos escapasen expresiones tales como ¡me las follaría las cuatro!

De izda. a dcha.: Pepa, Flori, Clarita y Águeda.

Ni que decir tiene que cuando llegué a casa aquella noche me hice una buena paja pensando en las cuatro. Mi imaginación elaboró fantasiosas guarrerías con aquellas cuatro mujeres que no sé muy bien cómo pudieron tener lugar en mi mente. Nadie me había hablado de semejantes prácticas sexuales, ni había leído nada sobre ello o había visto película porno en aquella época. Todo se consideraba pecado, hasta pensar. Es curioso lo creativa que puede ser nuestra imaginación; para ciertas cosas no hay barreras. Años después fui descubriendo, como ya mi imaginación me había desvelado en parte, que el sexo podía no tener límites.

Desesperé atisbando la llegada del siguiente fin de semana. Braulio y yo volvimos a quedar con aquellas cuatro delicias. Este encuentro depararía sorpresas tan inesperadas como agradables.

Continuará